Te
cuento un chiste gracioso y te ríes. ¿A qué
se debe el fenómeno estético de la risa? La Estética
nos enseña que la comicidad -y, consiguientemente, la
risa- es provocada por una caída súbita y pasajera
de un plano de realidad a otro inferior. Un señor
va por la calle con traje festivo; pisa fuerte, seguro de sí,
consciente de su elegancia y su rango social. De repente, resbala
y cae al suelo con la figura descompuesta. ¿Cómo
reaccionan los circunstantes ante esa caída? Riéndose.
Si son niños, lo hacen con desparpajo. Los mayores esbozan
al menos una sonrisa, y, si ven que el buen hombre se levanta
indemne, pasan a reirse complacidamente.
Analicemos el motivo de estas distintas reacciones. El niño
celebra con espontaneidad el incidente porque percibe un descenso
brusco de nivel de realidad. Del nivel de dignidad del
señor que pasea con autosatisfacción se ha descendido
al nivel del que yace en el suelo contrariado y un tanto
desfigurado. El niño, por su desconocimiento del
peligro que corre una persona el caer, se despreocupa de
ella y atiende sólamente al contraste que implica
la caída. Por eso se ríe sin miramiento alguno.
Los mayores se limitan a sonreir al principio, pero, si ven
que el incidente es pasajero, se fijan sólamente en el
descenso de nivel que ha tenido lugar y celebran la parte de
comicidad que encierra.
Es sumamente formativo invitar a los niños y jóvenes
a reparar en la dualidad de niveles de realidad que se moviliza
en todo chiste, pues ello agiliza su mente para descubrir en
qué plano de la realidad se están moviendo en
cada momento. Una persona de gran relieve social llegó
tarde al lugar al que había sido invitada para contemplar
un eclipse de sol. Al decirle el anfitrión que todo había
concluido, exclamó: «¡Ah! ¿Y no podría
Vd. ordenar que empiece otra vez?». Este suceso lo narra
el gran Bergson en su ensayo sobre La risa3
para indicar cómo la comicidad es producida por una caída
de nivel, en este caso del nivel de cultura media que
debía poseer la persona invitada al nivel de ignorancia
que revela su pregunta.
Los consabidos despistes de los sabios distraidos suponen
siempre una caída de nivel; por eso resultan cómicos.
Se cuenta del genial físico Isaac Newton que encargó
a un carpintero que abriera en la puerta de la casa un agujero
grande para que pudiera salir la gata y otro agujero pequeño
al lado para que pudieran salir los gatitos... Nos sonreimos
al ver cómo cayó el gran científico en
un despiste tan ingenuo.
Si el descenso brusco de nivel se realiza de modo estable, se
produce un fenómeno «tragicómico». Es
el tipo de comicidad amarga que otorga a Esperando a Godot,
de S. Beckett, su tono sombrío. Sus protagonistas Vladimir
y Estragón son mitad mendigos y mitad payasos. Están
constantemente cayendo del nivel de hombres normales al de personas
que actúan de modo incoherente y mecánico, lindante
con el grado cero de creatividad. Esa caída produce en
principio hilaridad, pero la risa se nos congela en los labios
al advertir que se trata de un hundimiento estable.
Una sensación análoga de frustración dolorosa
la padece el protagonista de la ópera Los cuentos
de Hoffmann (J. Offenbach), al comprobar de repente que
la joven amada no es sino una muñeca robotizada. Los
que hurdieron el engaño rompen a reir, pero esta risa
no implica sana alegría sino afán de mofa y escarnio4.
3
Cf. Le rire. Essai sur la signification du comique, PUF,
París 1947, p. 34; La risa. Ensayo sobre
la significación de lo cómico, Prometeo, Valencia
s.f., p. 58.
4
El cuento de E.T.A. Hoffmann que inspiró la ópera
de Jacques Offenbach se titula «El hombre de la arena».
Cf. Cuentos I, Alianza Editorial, Madrid 1985, págs.
55-88.
 
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