El
fenómeno estético de la «gracia» -vista
no como comicidad sino como gracilidad, elegancia y encanto-
se produce cuando se da un salto de un nivel inferior a uno
superior. Decimos que una bailarina se mueve con gracia
cuando su cuerpo es plenamente dócil al espíritu
-digámoslo así brevemente para entendernos-, y
es asumido por él a un nivel de ingravidez y suma expresividad.
Basta
que la bailarina quiera expresar un sentimiento determinado
para que todo su cuerpo se pliegue a ese deseo con la mayor
flexibilidad y prontitud. Cada gesto, cada ritmo, cada expresión
facial se transforma en lugar de patentización de
dicho sentimiento. Tenemos la impresión de que el cuerpo
pierde su gravedad congénita y gana una especial movilidad
y ductilidad. No pesa, se hace todo él palabra, lugar
de expresión transparente y lúcida.
Esta transformación es interpretada a veces como una
«espiritualización». Sería más
exacto decir que se trata de la integración de
unos modos de realidad con otros que tienen cierto ascendiente
sobre ellos, cierta capacidad de configuración. ¿Quién
no entrevé aquí una especie de jerarquía
entre modos distintos de realidad?5
La gracia surge cuando hay dominio, no
en el sentido de mando y coacción, sino
de configuración perfecta.
5
Un análisis sucinto de las principales categorías
estéticas se halla en mi obra La experiencia estética
y su poder formativo, Verbo Divino, Estella 1991, págs.
187 ss.
 
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