Cuando
realizamos un gesto y no vemos todo lo que implica -es decir:
los distintos niveles de realidad que integra-, perdemos de
vista el sentido del mismo6.
Observemos en el texto siguiente de la obra Eurídice,
de Jean Anouilh, cómo los protagonistas no captan el
verdadero alcance de la caricia amorosa.
Sabemos que en el Mito de Orfeo se le indica a éste
que, si quiere retener consigo a su amada Eurídice, debe
pasar una noche sin mirarla al rostro. La
noche suele entenderse en el mito y la literatura como un período
de prueba; la vista es un sentido muy posesivo, viene a
ser una especie de tacto a distancia; y el rostro significa
el lugar de presencia de toda la persona. Este mito quiere
indicarnos que, para crear una relación estable y auténtica
con una persona, hay que renunciar a la voluntad de dominarla
y adoptar una actitud de respeto y colaboración. Muy
ajena a esta forma de pensar, Eurídice le dice a Orfeo,
hacia el final de la noche:
-
«El día va a levantarse pronto, querido,
y podrás mirarme...»
Orfeo:
«Sí. Hasta el fondo de tus ojos, de un golpe,
como en el agua (...) Y que me quede allí, que me ahogue
allí...»
Eurídice:
«Sí, querido».
Orfeo:
«...¡Es intolerable ser dos!». «Estamos
solos. ¿No crees que estamos demasiado solos?»
Eurídice:
«Apriétate fuerte contra mí».
«No hables más, no pienses más. Deja que
tu mano se pasee sobre mí. Déjala que sea feliz
sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que
tu mano sola me quisiera. Sin decir nada más».
Orfeo:
«¿Crees que esto es a lo que llaman felicidad?»
Eurídice:
Sí. Tu mano es feliz en este momento. Tu mano
no me pide más que estar ahí, dócil y caliente
bajo ella. No me pidas nada tú tampoco. Nos amamos, somos
jóvenes; vivamos. Acepta ser feliz, por favor...»
Orfeo:
«No puedo».
Eurídice:
«Acepta, si es que me amas».
Orfeo:
«No puedo».
Eurídice:
«Pues cállate, al menos»7.
Eurídice interpreta el tacto como una relación
puramente sensible. Olvida que es toda la persona la
que se hace presente al tocar, acción que, por ser personal,
integra (*)
diversos niveles -el físico, el fisiológico, el
psicológico-emotivo, el espiritual-creativo...-. Al acariciar
a otra persona, puede uno quedarse preso en la mera impresión
sensible, o atender además a la emoción psíquica
que ello produce, o intentar, en nivel superior, crear una relación
personal. Por ser capaz el tacto humano de integrar diversos
niveles de realidad, al saludar dando la mano no es una mano
la que saluda a la otra; es una persona la que entra en relación
creadora con otra persona. Si ésta corresponde
al saludo, se crea un ámbito de convivencia entre
ambas.
Por no verlo así, y quedar confinados en el plano puramente
sensible, Eurídice y Orfeo piensan que cada ser humano
es un organismo cerrado en sí mismo y no puede superar
su soledad. Ello hace imposible fundar una relación auténtica
de amor, forma de unidad que no se da en el nivel de realidad
biológico, sino en el nivel personal, y por ello convierte
los límites corpóreos en lugares de comunicación
mutua. Lo expresa dramáticamente Orfeo:
«...Es
intolerable ser dos. Dos pieles, dos envoltorios impermeables
alrededor de nosotros, cada uno para sí con su oxígeno,
con su propia sangre, haga lo que haga, bien solo en su bolsa
de piel. Uno se aprieta contra el otro (...) para salir un poco
de esta espantosa soledad (...), pero pronto vuelve a encontrarse
completamente solo (...)»8.
Es cierto que en el plano biológico los seres
humanos estamos aislados. Aunque te quiera con toda el alma,
mi corazón no puede bombear tu sangre si sufres una enfermedad
cardíaca. Pero el amor auténtico no se da en ese
nivel propiamente, sino en el personal. Es fruto de una relación
creativa, que convierte los límites corpóreos
en lugares de comunicación. Vistos en sí
mismos, de manera estática, tales límites -representados
por la piel- son barreras que separan. Considerados en el conjunto
de la vida personal, en la relación comprometida que
una persona establece con otra, son la señal de que somos
seres distintos pero vinculados. La piel se convierte
en el lugar más expresivo de la comunicación humana,
desde el saludo rutinario hasta el beso más íntimo.
Más grave todavía que la concepción de
la sensibilidad como un modo de conocimiento cerrado en sí
mismo es la convicción de que el ascenso al nivel en
el que se da el lenguaje y el pensamiento hace imposible la
verdadera unión personal. Por eso le pide Eurídice
a Orfeo que no hable y no piense más. Al pensar, distinguimos
unas realidades de otras, una persona de otra, y Eurídice
da por supuesto que distinguir es escindir. No
acierta a ver que la misma inteligencia que capta tal distinción
puede conseguir que ésta no degenere en alejamiento.
Le basta para ello descubrir que, al actuar de modo creativo,
convertimos lo distinto, distante, externo, extraño
y ajeno en íntimo, sin dejar de ser distinto.
(Lo veremos claramente en la experiencia de la declamación
de un poema, que haremos en la Unidad siguiente). Al ignorar
esta magnífica posibilidad, Eurídice estima que
sólo la unión sensorial carente de toda reflexión
puede unir a los hombres en alguna medida, aunque sea precaria
y pasajera.
Algo semejante cabe decir del lenguaje. Cuando hablamos con
amor, con voluntad de crear vínculos personales, el lenguaje
no nos aleja de los otros; nos une entrañablemente en
un campo de juego común9.
6
Sobre los niveles o modos de realidad que implican los actos
de saludar y escribir, Cf. El arte de pensar
con rigor y vivir de forma creativa, págs. 145-149.
7
Cf. Eurydice (suivi de Romeo et Jeannette), La Table
Ronde, París 1958, págs. 142-144: Eurídice,
en Teatro. Piezas Negras, Losada, Buenos Aires 41968,
págs. 279-281.
8
Eurydice p. 142; Eurídice, p. 280
9
Sobre el lenguaje y el papel decisivo que juega en la vida humana
pueden verse mis obras: Estética de la creatividad,
Rialp, Madrid, 3ª ed., 1998; El arte de pensar con rigor
y vivir de forma creativa, págs. 101-129, 249-321.
( Nueva edición refundida: Inteligencia creativa,
BAC, Madrid, 1998); El poder del diálogo y del encuentro,
BAC Madrid 1996.
 
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