La
posición de Orfeo y Eurídice responde a la tendencia
(difundida especialmente desde el período de entreguerras:
1918 -1939) a buscar la posibilidad de unirse al entorno en
niveles infrapersonales e infracreadores. Expresión viva
de esta nostalgia por el mundo infrahumano es el texto siguiente
de Albert Camus. El emperador Calígula ha roto todo vínculo
personal con quienes le rodeaban y se siente acosado por la
forma asfixiante de soledad que engendra el odio. Ahogado por
el cerco espiritual que implica tal repulsa, confiesa a su lugarteniente:
«Los
seres que hemos matado están con nosotros (...). ¡Solo!
¡Ah! ¡Si por lo menos en lugar de esta soledad envenenada
de presencias que es la mía, pudiera gustar la verdadera,
el silencio y el temblor de un árbol! No, Escipión.
Está poblada de un crujir de dientes y en toda ella resuenan
ruidos y clamores perdidos»10.
Para pensar con rigor y conceder a este texto todo su alcance,
debemos matizar bien los conceptos. Hay diversos modos de soledad,
correspondientes a los distintos planos de realidad en los que
puede moverse el hombre:
1ª
Una soledad desbordante de plenitud. En el nivel de la
vida creadora -creadora, sobre todo, de formas diversas de encuentro-
se dan, entre otras, estas formas positivas de soledad:
- La
soledad llena de paz del que evita el bullicio y el ajetreo
para mejor entrar en comunicación auténtica
con los demás;
- La
soledad del que quiere, en sosiego, entregarse al sobrecogimiento(*),
entrando en relación de presencia con lo verdaderamente
valioso;
- La
soledad cuajada de presencias que acogen y arropan; soledad
propia de quien está unido con otras personas de modo
creador y se ve, en un momento dado, alejado físicamente
de ellas.
2ª
Una soledad empobrecida. Es la soledad desvalida del
hombre egoista que no crea auténticas relaciones de diálogo
y encuentro porque reduce las realidades del entorno a meros
objetos, a medios para lograr sus fines.
3ª
Una soledad atormentada. Es la soledad angustiosa de
quien no puede desentenderse de la presencia espiritual de los
seres que desplazó de modo violento. Esta presencia hace
imposible una soledad pacífica; la corroe desde dentro,
porque la única paz verdadera de un ser nacido para la
comunicación viene dada por la armonía de sentimientos
y el intercambio fecundo de iniciativas. La presencia del que
odia no ofrece posibilidades de vida al ser odiado; no fecunda
su existencia. Al contrario; impide su apertura normal a los
seres del entorno, le hace imposible tejer la red de encuentros
que necesita para vivir como persona. El que odia altera el
metabolismo espiritual del ser odiado, como si fuera un veneno.
Con razón afirma Calígula que su soledad está
«envenenada de presencias».
¿Dónde
busca Calígula la solución a este cerco espiritual
que él mismo se ha puesto? En el abandono del plano de
la vida personal, cuyas leyes no quiso admitir y asumir
en su vida. Desea la soledad del árbol, a sabiendas de
que éste no puede estar solo, precisamente porque no
es capaz de estar acompañado. La relación de compañía
auténtica debe ser creada por las personas, pues
no se reduce a mera vecindad física, o falta
de lejanía espacial.
Por haber renunciado a una vida creadora, que es exigente, Calígula
no intenta superar la soledad negativa que lo asfixia mediante
la fundación de presencias auténticas, que son
el «elemento» en el que vive y se desarrolla plenamente
un ser creativo como es el hombre. Se entrega a la añoranza
de un plano de realidad inferior al ser humano. Pero este descenso
no es una solución; es una defección, una
deslealtad al propio ser, una caída en la inautenticidad
radical.
10
Cf. Calígula, en Teatro, Losada, Buenos
Aires, 1957, p. 64.
 
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