1º
Le pregunto a un niño de unos cuatro años si tiene
un pañuelo, y me dice que sí. «¿Dónde
lo tienes», agrego. Y él señala el bolsillo.
Hago lo mismo respecto a un bolígrafo, y el niño
me indica que lo tiene en la carpeta. Hasta aquí todo
transcurre de forma normal. El niño no muestra la menor
extrañeza ante mis preguntas. Pero seguidamente le pregunto
cuántos años tiene. El extiende sus deditos y
me dice «cuatro». Entonces, con toda seriedad le pregunto
dónde los tiene. De ordinario, el niño
se queda mirándome, no responde y esboza una sonrisilla.
Esta sonrisa denota que mi pregunta le resultó chistosa.
De hecho, es un chiste. El niño no sabe dar razón
de ello, pero intuye que algo en mi pregunta no encaja. Y, como
la falta de encaje es provocada por un descenso de nivel, le
resulta cómico.
En efecto, el pañuelo y el bolígrafo son objetos
y están sometidos al espacio. Preguntar dónde
se hallan tiene perfecto sentido; se ajusta al modo de ser
de tales realidades. En cambio, los años que uno ha vivido
no son objetos de ningún tipo; son el transcurso mismo
de la propia vida. Preguntar dónde están los años
vividos significa rebajar el decurso vital a condición
de objeto poseible. Es una caída de nivel que da una
impresión chocante, cómica, y produce hilaridad.
El niño, lógicamente, no contesta, pues mi pregunta
no tiene respuesta, al carecer de sentido, y se sonríe
porque implica un descenso de plano.
En esta línea de consideraciones, analicemos la cuestión
siguiente: Cuando alguien pregunta en el aspecto religioso «dónde
está el Cielo», ¿debemos intentar darle una
respuesta, o se trata de una «broma», de un «chiste»?
¿Cabe alguna respuesta distinta a ésta: «El
Cielo está donde está Dios»? En esta frase,
el adverbio «donde» no alude a ningún lugar
físico.
2º
Díganme cuántas caidas de un nivel superior a
otro inferior se dan en el cuentecillo siguiente y por qué
la comicidad se intensifica al final del mismo. Los niños
de cierta escuela primaria solían confundir escribir
con pintarrajear. Un día, el inspector -que
cursaba visita oficial- les pregunta a los alumnos «quién
escribió El Quijote». Los niños, uno
a uno y muertos de miedo, aseguran al inspector que ellos no
fueron. El inspector, un tanto indignado, acude al maestro y
le cuenta lo sucedido. El maestro, con acento tranquilizador,
le dice: «Le aseguro, Sr. Inspector, que mis niños
son muy sinceros: si ellos lo niegan, es que no lo hicieron...»
3º
Advertir el carácter de «ámbito» que
presentan las realidades y acontecimientos siguientes: una relación
de amistad, un hogar, un estilo artístico, una institución
-familia, colegio, club deportivo, empresa, Iglesia, partido
político...-, el acto de consagrar un templo o de proclamar
una sentencia... El lenguaje del juez cuando dicta sentencia
¿tiene el mismo carácter que cuando saluda al conserje
el entrar en el palacio de justicia? ¿Por qué ostenta
en el primer caso un valor singular?13
4º
Adivinar la fecundidad que encierra acostumbrarse a distinguir
diversos niveles o modos de realidad en orden a evitar la unidimensionalidad
o parcialidad que se reprocha al hombre contemporáneo,
por ejemplo en las obras de H. Marcuse -singularmente, en El
hombre unidimensional- y de G. Marcel, especialmente en
Ser y tener, Los hombres contra lo humano, El declinar de
la sabiduría, Un mundo roto...
5º
Distinguir los modos de relación que pueden darse entre
los objetos -y, en general, las realidades físicas- y
las realidades personales. Si quiero ampliar mi finca, he de
hacerlo a costa de las colindantes. Si deseo ocupar
el sitio que ocupa otra persona en un banco, tengo que desplazarla
de ese lugar. Pero, si me acerco a ella no para ocupar su puesto
físico sino para iniciar una conversación
y enriquecerme espiritualmente con sus manifestaciones, puedo
ampliar mi ámbito de vida sin amenguar el suyo, sino
más bien contribuyendo a expandirlo.
Lo mismo sucede con los valores. Los valores materiales decrecen
en medida directamente proporcional al número de los
que participan en ellos. Una tarta repartida entre varias personas
amengua y se agota. Los valores espirituales, en cambio, no
sólo no se agotan cuando se comparten sino que cobran
un relieve peculiar. El valor de la música de Mozart
nunca se halló en una cota tan alta de estima y prestigio
como ahora que es oida profusamente.
13
Sobre el acto de inaugurar una red vial, dictar sentencia, consagrar
un templo... puede verse mi Estética de la Creatividad,
2ª y 3ª Parte.
 
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