Voy a una tienda y veo una serie de plumas estilográficas.
Cada una de ellas presenta las condiciones de los objetos: es
delimitable, pesable, usable... Como necesito una pluma para
escribir una obra, escojo la que me parece más adecuada
a ese fin, me la llevo y la inserto inmediatamente en ese proyecto
vital mío. Esa inserción significa que asumo
activamente las posibilidades que me ofrece. Esa forma activa
de asumir posibilidades para dar origen a algo nuevo que tiene
un cierto valor es la característica básica de
la creatividad.
Ezekiel
Goldthwait, 1771 (detalle)
JOHN
SINGLENTON COPLEY 1738-1815
Vamos
a Frankfurt, visitamos la casa-museo del gran Goethe y en ella
admiramos la pluma con que escribió el Fausto.
No lo hacemos por sus cualidades físicas, objetivas,
que cualquier bolígrafo actual supera, sino por la relación
activa que tuvo con un genio de la creación literaria.
Al
tratar creativamente una realidad objetiva, se la convierte
en ámbito, pues se la considera como una fuente de
posibilidades. Podemos decir que la «ambitalizamos»,
la elevamos de rango en cuanto realidad y la convertimos en
«única» para nosotros. Con ello seguimos una
orientación opuesta a la del reduccionismo, que
tiende a empobrecer la vida humana y cuanto la rodea.
-
Una
mesa es, de por sí, un objeto, pero, si la tomo como
lugar de trabajo, entra en relación operativa
conmigo, me ofrece posibilidades, y en la misma medida
se convierte para mi en ámbito.
-
Tomas
una tabla cuadrada. Es un mero espacio físico.
Pintas en ella pequeños cuadrados en blanco y
negro, colocas sobre ellos unas figuras de ajedrez y empiezas
a jugar. La tabla se ha trocado en tablero de
juego. Has transformado el objeto en ámbito,
sin que pierda sus condiciones de objeto. Al entrar en juego
creador, toda realidad adquiere condición de
ámbito y gana un rango más alto que
los objetos.
Debido
a ello, el sillón, como objeto, se va deteriorando
progresivamente, pero al mismo tiempo cobra un valor nuevo:
es el lugar donde un ser querido vive la última
etapa de su vida. La relación constante
y en cierta medida activa con tu madre, a la que ofrece la
posibilidad de realizar un tipo de reposo distinto al de la
cama -un reposo más abierto a la comunicación-
dota al sillón de una condición especial. Deja
de ser un mero objeto, para adquirir condición de ámbito.
Cuando tu madre fallece, el sillón, como objeto desgastado,
debería ser alejado rápidamente del hogar. Pero
¿no es cierto que algo en tu interior te impide deshacerte
de él con desenfado, como si fuera un simple trasto?
-
Un
cambio semejante se opera en el objeto que recibimos como
regalo. Gana un valor correlativo al sentido que
tal obsequio ha tenido para nosotros. A veces condensa toda
una relación de largos años con una persona
o una familia. Lleva consigo, como una orla, todo un mundo
de relaciones, afectos y agradecimientos. Por eso ya no
es para nosotros un mero objeto, sino un ámbito,
todo un campo de vida. De ahí que resulte improcedente
el darlo nosotros a otra persona, ya que, con independencia
de su valor económico, ese regalo juega en nuestra
vida un papel singular, una función constructiva.
Ha entrado en la red de interacciones que constituye
nuestra existencia humana auténtica. Sacarlo de esa
red significaría una mengua de nuestra vida personal.
No sucede esto con un objeto adquirido por vía de canje.
Tal procedimiento también implica una relación,
pero ésta no entraña un obsequio de la persona,
como en el caso del regalo, sino un intercambio
de intereses.
Los
bienes que uno posee adquieren un rango elevado cuando son asumidos
en una relación de amor oblativo, generoso. Entonces
dejan de ser medios para los propios fines y satisfacciones,
y se convierten en medios en los cuales se fundan relaciones
de encuentro. Esta conversión confiere un sentido
positivo a la propiedad privada. Con razón escribe Saint-Exupéry:
«Yo
no amo a los sedentarios de corazón. Los que no intercambian
nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido
para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un puñado
de arena y los pierde»1.
Una transformación semejante tiene lugar en los edificios,
redes viales, puentes, plazas, calles, ciudades... cuando el
hombre les confiere el papel de lugares de interrelación
y encuentro. Entonces adquieren su sentido pleno. De ahí
el carácter creador de ciertos actos sociales
como la inauguración de una red vial o la consagración
de un templo. Un templo empieza a ser tal cuando la comunidad
creyente, reunida en torno a su cabeza visible, entra en relación
de encuentro con el Dios al que adora. En ese momento, el espacio
físico se convierte en ámbito sacro.
Catedral
de León. Interior.
Resulta
emotivo observar cómo se transfigura la vida entera cuando
uno se acostumbra a ver las realidades no sólo como objetos
estáticos, inertes, sino también como posibles
compañeros de juego en la gran tarea de hacer
el mundo verdaderamente habitable y convertirlo en hogar.
El
mundo adquiere carácter hogareño cuando el hombre
aprende a habitar, en el sentido activo de crear tramas
de vínculos amistosos. Ese carácter transitivo
del habitar lo destacó Martin Heidegger en el campo
filosófico2,
Merleau-Ponty en el fenomenológico3
y A. de Saint-Exupéry en el literario:
«Ciudadela,
yo te construiré en el corazón del hombre".
"Porque he descubierto una gran verdad. A saber: que
los hombres habitan, y que el sentido de las cosas cambia
para ellos según el sentido de la casa»4.
Habitar
una casa significa crear en ella una red de vínculos
interpersonales que la convierten en hogar. Habitar juntos
en una casa se reduce a compartir un espacio; no exige
creatividad alguna. Habitar una casa, en sentido transitivo,
supone una voluntad creadora de relaciones, los «lazos»
a que alude Saint-Exupéry en los momentos culminantes
de sus obras:
«¿Qué
significa ´domesticar´? preguntó el principito
al zorro. Éste contestó: Es una cosa demasiado
olvidada. Significa crear lazos»5.
1
Cf. Citadelle, Gallimard, París 1948, p. 38; Ciudadela,
Círculo de Lectores, Barcelona 1992, p. 38.
2
Véase la conferencia "Bauen, Wohnen, Denken"
(edificar, habitar, pensar), en Vorträge und Aufsätze
(Conferencias y artículos), Neske, Pfullingen 1954,
págs. 145-163; y el folleto Die Kunst und der Raum
(El arte y el espacio), Erken, St. Gallen 1969, p. 9. Cf. mi
obra El triángulo hermenéutico, BAC, Madrid
1971, págs. 467-497.
3
Cf. Phénoménologie de la perception, Gallimard,
París 1945; "L'oeil et l'esprit", en Les
Temps modernes 17(1961)193-227. Bibliografía de otros
autores sobre este tema se halla en mi Estética de
la creatividad, Rialp, Madrid 1998, 3ª ed., cap. 14.
4
Cf. Citadelle, págs. 23- 24; Ciudadela,
págs. 24-25.
5
Cf. El principito, Alianza Editorial, Madrid 1972, p.
82; Le petit prince, Harbrace Paperbound Library, Nueva
York, 1943, p. 80.
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