Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 3ª: Los ámbitos hacen posibles las experiencias reversibles y el encuentro.

1. La conversión de los objetos en ámbitos

Voy a una tienda y veo una serie de plumas estilográficas. Cada una de ellas presenta las condiciones de los objetos: es delimitable, pesable, usable... Como necesito una pluma para escribir una obra, escojo la que me parece más adecuada a ese fin, me la llevo y la inserto inmediatamente en ese proyecto vital mío. Esa inserción significa que asumo activamente las posibilidades que me ofrece. Esa forma activa de asumir posibilidades para dar origen a algo nuevo que tiene un cierto valor es la característica básica de la creatividad.

 

Ezekiel Goldthwait, 1771 (detalle)

JOHN SINGLENTON COPLEY 1738-1815

Vamos a Frankfurt, visitamos la casa-museo del gran Goethe y en ella admiramos la pluma con que escribió el Fausto. No lo hacemos por sus cualidades físicas, objetivas, que cualquier bolígrafo actual supera, sino por la relación activa que tuvo con un genio de la creación literaria.

Al tratar creativamente una realidad objetiva, se la convierte en ámbito, pues se la considera como una fuente de posibilidades. Podemos decir que la «ambitalizamos», la elevamos de rango en cuanto realidad y la convertimos en «única» para nosotros. Con ello seguimos una orientación opuesta a la del reduccionismo, que tiende a empobrecer la vida humana y cuanto la rodea.

  • Una mesa es, de por sí, un objeto, pero, si la tomo como lugar de trabajo, entra en relación operativa conmigo, me ofrece posibilidades, y en la misma medida se convierte para mi en ámbito.

  • Tomas una tabla cuadrada. Es un mero espacio físico. Pintas en ella pequeños cuadrados en blanco y negro, colocas sobre ellos unas figuras de ajedrez y empiezas a jugar. La tabla se ha trocado en tablero de juego. Has transformado el objeto en ámbito, sin que pierda sus condiciones de objeto. Al entrar en juego creador, toda realidad adquiere condición de ámbito y gana un rango más alto que los objetos.

  • Tu anciana madre enferma debe reposar largas horas en un sillón.

Debido a ello, el sillón, como objeto, se va deteriorando progresivamente, pero al mismo tiempo cobra un valor nuevo: es el lugar donde un ser querido vive la última etapa de su vida. La relación constante y en cierta medida activa con tu madre, a la que ofrece la posibilidad de realizar un tipo de reposo distinto al de la cama -un reposo más abierto a la comunicación- dota al sillón de una condición especial. Deja de ser un mero objeto, para adquirir condición de ámbito. Cuando tu madre fallece, el sillón, como objeto desgastado, debería ser alejado rápidamente del hogar. Pero ¿no es cierto que algo en tu interior te impide deshacerte de él con desenfado, como si fuera un simple trasto?

  • Un cambio semejante se opera en el objeto que recibimos como regalo. Gana un valor correlativo al sentido que tal obsequio ha tenido para nosotros. A veces condensa toda una relación de largos años con una persona o una familia. Lleva consigo, como una orla, todo un mundo de relaciones, afectos y agradecimientos. Por eso ya no es para nosotros un mero objeto, sino un ámbito, todo un campo de vida. De ahí que resulte improcedente el darlo nosotros a otra persona, ya que, con independencia de su valor económico, ese regalo juega en nuestra vida un papel singular, una función constructiva. Ha entrado en la red de interacciones que constituye nuestra existencia humana auténtica. Sacarlo de esa red significaría una mengua de nuestra vida personal.

No sucede esto con un objeto adquirido por vía de canje. Tal procedimiento también implica una relación, pero ésta no entraña un obsequio de la persona, como en el caso del regalo, sino un intercambio de intereses.

Los bienes que uno posee adquieren un rango elevado cuando son asumidos en una relación de amor oblativo, generoso. Entonces dejan de ser medios para los propios fines y satisfacciones, y se convierten en medios en los cuales se fundan relaciones de encuentro. Esta conversión confiere un sentido positivo a la propiedad privada. Con razón escribe Saint-Exupéry:

«Yo no amo a los sedentarios de corazón. Los que no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un puñado de arena y los pierde»1.

Una transformación semejante tiene lugar en los edificios, redes viales, puentes, plazas, calles, ciudades... cuando el hombre les confiere el papel de lugares de interrelación y encuentro. Entonces adquieren su sentido pleno. De ahí el carácter creador de ciertos actos sociales como la inauguración de una red vial o la consagración de un templo. Un templo empieza a ser tal cuando la comunidad creyente, reunida en torno a su cabeza visible, entra en relación de encuentro con el Dios al que adora. En ese momento, el espacio físico se convierte en ámbito sacro.

 

Catedral de León. Interior.

Resulta emotivo observar cómo se transfigura la vida entera cuando uno se acostumbra a ver las realidades no sólo como objetos estáticos, inertes, sino también como posibles compañeros de juego en la gran tarea de hacer el mundo verdaderamente habitable y convertirlo en hogar.

El mundo adquiere carácter hogareño cuando el hombre aprende a habitar, en el sentido activo de crear tramas de vínculos amistosos. Ese carácter transitivo del habitar lo destacó Martin Heidegger en el campo filosófico2, Merleau-Ponty en el fenomenológico3 y A. de Saint-Exupéry en el literario:

«Ciudadela, yo te construiré en el corazón del hombre". "Porque he descubierto una gran verdad. A saber: que los hombres habitan, y que el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de la casa»4.

Habitar una casa significa crear en ella una red de vínculos interpersonales que la convierten en hogar. Habitar juntos en una casa se reduce a compartir un espacio; no exige creatividad alguna. Habitar una casa, en sentido transitivo, supone una voluntad creadora de relaciones, los «lazos» a que alude Saint-Exupéry en los momentos culminantes de sus obras:

«¿Qué significa ´domesticar´? preguntó el principito al zorro. Éste contestó: Es una cosa demasiado olvidada. Significa crear lazos»5.

1 Cf. Citadelle, Gallimard, París 1948, p. 38; Ciudadela, Círculo de Lectores, Barcelona 1992, p. 38.

2 Véase la conferencia "Bauen, Wohnen, Denken" (edificar, habitar, pensar), en Vorträge und Aufsätze (Conferencias y artículos), Neske, Pfullingen 1954, págs. 145-163; y el folleto Die Kunst und der Raum (El arte y el espacio), Erken, St. Gallen 1969, p. 9. Cf. mi obra El triángulo hermenéutico, BAC, Madrid 1971, págs. 467-497.

3 Cf. Phénoménologie de la perception, Gallimard, París 1945; "L'oeil et l'esprit", en Les Temps modernes 17(1961)193-227. Bibliografía de otros autores sobre este tema se halla en mi Estética de la creatividad, Rialp, Madrid 1998, 3ª ed., cap. 14.

4 Cf. Citadelle, págs. 23- 24; Ciudadela, págs. 24-25.

5 Cf. El principito, Alianza Editorial, Madrid 1972, p. 82; Le petit prince, Harbrace Paperbound Library, Nueva York, 1943, p. 80.

 


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