Los «lazos» o relaciones estrechas de convivencia
se crean entre ámbitos, no entre objetos. Esta es
la razón profunda por la cual hemos comenzado el curso
subrayando la existencia de los ámbitos. Un objeto
lo puedo manejar, utilizar, canjear... Lo que no puedo es crear
con él una relación de intercambio, en la cual
yo le ofrezca posibilidades y él me otorgue a mi las
suyas. Para crearla, debo verlo como una fuente de posibilidades,
y entonces ya no lo trato como un objeto sino como un ámbito.
Esas posibilidades me las suelen dar los objetos de una manera
más bien pasiva, en el sentido de que soy yo quien las
tomo de ellos. El bolígrafo fue diseñado de forma
que yo pueda servirme de sus condiciones para escribir. Él
no tiene más capacidad de iniciativa que ofrecer unas
posibilidades.
Si comparamos el bolígrafo con una partitura musical,
observaremos que ésta se muestra más activa, tiene
ya cierto poder de iniciativa. La partitura expresa una obra
musical y ofrece, por ello, al intérprete posibilidades
de volver a crearla en un instrumento. Ella es la que manda;
el intérprete le obedece. Mejor dicho: ella marca al
intérprete el camino a seguir para dar vida a la obra,
configura su acción, la inspira. El intérprete
está atento a la menor indicación de la partitura,
se esfuerza por penetrar en el espíritu de la obra que
late en ella. Todo el que toca un instrumento sabe que las partituras
tienen una vida especial, de la que carecen cuando se las ve
como un mero fajo de papel.
Algo semejante
ocurre con el libro en el que se transcribe un poema. La letra
impresa me invita a asumir el poema como propio, como una especie
de voz interior, que me permite darle vida como si fuera gestado
por primera vez. Esta posibilidad de apropiarme una realidad
que es distinta de mi y convertirla en el impulso mismo de mi
actuar artístico, como declamador, no me la puede dar
ningún objeto. Los objetos son distintos de mi, y distantes,
externos, extraños, ajenos. Y lo serán siempre,
a no ser que yo, de modo creativo, los tome como fuentes de
posibilidades que pueda asumir en algún proyecto vital
mío y las incorpore a mi ámbito de vida.
Con ello ambitalizo en alguna medida dichos objetos6.
La capacidad de iniciativa que tienen la partitura y el libro
en relación conmigo, cuando toco una pieza musical o
leo un poema, es mucho menor que la que poseen dicha pieza y
dicho poema. El modo de realidad de éstos es superior
a la de aquéllos. Por eso la relación que puedo
crear con ellos -poema y obra musical- es mucho más íntima.
Intimidad
indica aquí la capacidad de fundar un campo de
juego común. El poema me ofrece todas sus posibilidades
expresivas. Yo le ofrezco mis posibilidades interpretativas.
El ensamblamiento activo de ambos bloques de posibilidades supone
un juego creativo, en el que se origina una realidad
inédita y valiosa: la obra en cuestión. Ésta
no existe plenamente en el libro. Empieza a existir de verdad
cuando entran en relación la letra impresa con
su expresividad propia y una persona capaz de leer su mensaje
y vibrar estéticamente con él. Las obras artísticas
y literarias son el fruto de un encuentro.
Acabamos de descubrir la importancia de dos conceptos: relación
y encuentro. Van a ser decisivos en adelante, porque
están en la base del ser mismo del hombre. Para comprender
lo que somos desde antes de nacer hasta el cumplimiento pleno
de nuestra misión en la vida, debemos analizar a fondo
lo que es e implica el encuentro.
6
Las experiencias de re-creación del poema y de la obra
musical son analizadas ampliamente en El arte de pensar con
rigor y vivir de forma creativa, págs. 277-291. (Nueva
edición, remodelada, con el título Inteligencia
creativa, Madrid 1998).

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