Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 3ª: Los ámbitos hacen posibles las experiencias reversibles y el encuentro.

3. Los ámbitos dan lugar a diversos modos de entreveramiento que tejen la trama de la vida humana

Nuestra vida entera se enriquece y transfigura cuando aprendemos a ver cómo se entretejen los ámbitos y dan lugar a ámbitos de mayor envergadura. Ese entretejimiento o entreveramiento es más fecundo a medida que los ámbitos tienen un modo de ser más cualificado. Un poema -obra que podemos asumir como algo propio- supera en rango al libro concreto en que lo hemos leído. La obra musical supera, asimismo, a la partitura que la expresa.

El ser humano se halla en un nivel superior al poema y a la obra musical en cuanto a poder de iniciativa. El poema tiene cierto poder de iniciativa en cuanto me marca a mí, como declamador, las pautas de mi actividad, delimita el tema, decide la forma de expresarlo... Me indica, incluso, cuándo yerro en mi interpretación y cuándo acierto. Pero más iniciativa tuvieron los autores de la obra musical y del poema, pues ellos se decidieron a crearlos, para darles forma, adoptaron un estilo determinado, realizaron el esfuerzo de configurar mil y un elementos.

Esta capacidad de iniciativa se manifiesta de modo todavía más poderoso en la vida de interrelación personal. Como músico, puedo unirme íntimamente a una obra musical y llegar a tener una relación más estrecha con un compositor alejado de mí en espacio y tiempo que con el ayudante que me pasa las hojas de la partitura si no me une a él ningún lazo de amistad. Pero esta persona es capaz de dirigirse a mi, iniciar una relación de trato, crear conmigo vínculos de amistad, que pueden llegar a ser íntimos. La intimidad con una obra artística supone una forma de unión que nos enriquece y gratifica sobremanera. La intimidad con una persona es mucho más difícil de lograr y mantener precisamente porque las personas tienen un poder mayor de iniciativa, ese poder que denominamos libertad. El encuentro interhumano es arriesgado, mas no por ello menos valioso que las formas de relación seguras, como son las artísticas; más bien al contrario.

Con el fin de adivinar la riqueza que puede adquirir nuestra vida cuando nos consagramos a crear relaciones con distintos ámbitos y fundar de ese modo ámbitos nuevos, hagamos varias experiencias. Son de diversos tipos, para que cada cursillista escoja las que le resulten más familiares. Conviene destacar los diferentes modos de unidad que crea en ellas el hombre con las realidades del entorno.

1º) El entreveramiento del conductor y el coche

Un coche es, en principio, un conjunto de piezas ensambladas. Cada una es un objeto; puede ser medida, pesada, manejada... Pero el coche, como instrumento para rodar, supera la condición de objeto. Es una realidad que ofrece posibilidades para viajar. La relación con el coche como objeto se funda al momento: basta tocarle, o meterse en él, para crear ese tipo de relación elemental. En cambio, la relación con el coche como instrumento que debe ser manejado requiere un aprendizaje. El conductor principiante se sienta ante los mandos y los toma como objetos a manejar. Se ve ante ellos casi como un intruso, y se mueve con premiosidad al manejarlos. Los considera como algo externo y ajeno, y lo piensa bien antes de realizar cualquier gesto de mando. Una vez que adquiere práctica, advierte que el coche y él están llamados a unirse y potenciar sus posibilidades. Toma las medidas a los mandos, los siente como prolongación de su brazo, se mueve entre ellos con espontaneidad y libertad. Él y el coche forman un campo operativo, y en ese campo se superan las divisiones entre el aquí y el allí. El conductor no está aquí y los mandos ahí, frente a él. Todos están constituyendo un campo de acción, un ámbito, en el que no existe lo mío y lo tuyo. El coche ofrece al conductor sus posibilidades de rodar. El conductor ofrece al coche sus posibilidades de pilotar. Este ofrecimiento mutuo de posibilidades supone un entreveramiento creador : un modo fecundo de unidad. El coche es asumido activamente por el conductor; el conductor se siente ensamblado con el coche. No está sencillamente dentro de él; se halla acoplado operativamente a él.

De manera expresiva, los motoristas llaman «paquete» al acompañante que llevan a la espalda. Pero ellos, como pilotos, están lejos de considerarse como un objeto puesto sobre la moto. Se hallan en relación de interacción con ella, formando un solo ámbito, del cual la moto y el piloto constituyen dos polos complementarios. Cuando se da tal forma de unión, surge una tercera realidad: la moto en acto de ser conducida; el conductor en acto de conducir la moto.

Esta forma elevada de unidad funcional es un entreveramiento de dos ámbitos, dos fuentes de iniciativa, y esa unión da lugar a una forma nueva de realidad. En ésta cobran pleno sentido las realidades que le dan origen.

2º) El entreveramiento del piloto y el avión

A. de Saint-Exupéry, piloto de profesión que perdió la vida en una misión de guerra, describe de forma inigualable el modo intenso y fecundo de unidad que se establece entre el piloto y el avión. En el texto siguiente se advierte que el autor no consideraba su avión -un aparato militar de los años 40- como un objeto, sino como un centro de iniciativa, un ámbito:

A. de Saint-Exupéry
Alghero, 1944

«Todo este lío de tubos y cables se ha convertido en una red de circulación. Yo soy un organismo extendido en el avión. El avión produce mi bienestar cuando giro un botón que calienta progresivamente mis ropas y mi oxígeno (...). Y es el avión quien me alimenta. Antes del vuelo, todo esto me resultaba inhumano. Pero ahora, amamantado por el avión mismo, experimento por él una especie de ternura filial»7.

En otro pasaje, «Saint-Ex» -como le llamaban sus compañeros- describe la unidad operativa que se funda entre el piloto y el avión, en este caso un hidroavión:

«Con el agua y con el aire entra en contacto el piloto que despega. Cuando los motores están embalados, cuando el aparato hiende ya el mar contra un duro chapoteo, el casco suena como un gong y el hombre puede seguir este trabajo en el estremecimiento de su cuerpo. Siente cómo el hidroavión se carga de poder, segundo a segundo, a medida que gana velocidad. Siente cómo se prepara en esas quince toneladas de materia la madurez que permite el vuelo. El piloto cierra las manos sobre los mandos, y poco a poco en sus palmas huecas recibe este poder como un don. Los órganos de metal de los mandos, a medida que se les concede este don, se convierten en mensajeros de su potencia. Cuando ésta se halla madura, con un movimiento más simple que el de agarrar algo, el piloto separa el avión de las aguas y lo instala en los aires»8.

3º) El entreveramiento de unos ámbitos expresivos con otros

La riqueza multicolor del arte, con su acervo de posibilidades inagotables, arranca de la capacidad de entreverarse que tienen los diferentes recursos artísticos, vistos como ámbitos.

Un tema musical no se reduce a un puñado de sonidos; es un germen expresivo lleno de potencialidad creativa. Toda la Appassionata de Beethoven, una sonata tan amplia como profunda, surge de un tema de tres notas: do, la b, fa. Su fecundidad se alía y potencia con la de otros temas y da lugar a un espléndido edificio sonoro, lleno de dramatismo. Este edificio es un campo de juego, un lugar de interacción de diversos ámbitos. Si los temas musicales no fueran ámbitos y no pudieran vincularse estrechamente entre sí, e incrementar su expresividad al contraponerse y complementarse, tendríamos células expresivas aisladas, pero no un cuerpo expresivo.

Cada timbre sonoro -por ejemplo, la flauta o el fagot- juega el papel de un campo expresivo. Por eso puede entreverarse con otros y formar un conjunto unitario, que es un encuentro artístico. Estos conjuntos expresivos, al entretejerse con otros, dan lugar a ámbitos expresivos de mayor envergadura, que constituyen verdaderos prodigios de técnica y de belleza. Recordemos los grandes motetes a dos coros de los hermanos Gabrielli y de J. S. Bach, así como las diversas formas de concierto.

Resulta admirable observar cómo ensamblan los grandes solistas el sonido de su instrumento con el de la orquesta que los acompaña. Ese ensamblamiento tan bello es posible porque se trata de dos ámbitos expresivos, y todo ámbito lleva en sí la querencia a ampliar su radio de acción vinculándose a otros ámbitos, a fin de potenciar mutuamente sus posibilidades.

También en la pintura, escultura y arquitectura las diferentes partes de las obras guardan proporción entre sí y contrastan y complementan sus ámbitos expresivos para generar belleza. Los artistas y arquitectos griegos descubrieron que, si se divide una superficie en dos partes, una de las cuales ocupe el 0,382 del conjunto y la otra el 0,618 -o bien, el 0,528 y el 0,472-, se logra un efecto de gran equilibrio y belleza. Así, la Venus de Milo

 

Venus de Milo
(Gentileza del Museo del Louvre)

fué concebida conforme a estas relaciones, conocidas como «número de oro» o «sección áurea» * y "función de la sección áurea". Puede observarse con claridad en la figura siguiente:

 

 

4º) La condición «ambital» de las obras artísticas nos permite entreverarlas entre sí

Contemplemos la obra escultórica del gran Rodin titulada por él mismo "La catedral".

La Catedral, Auguste Rodin
(S.1001. Materia: piedra. Paris, Museo Rodin
Fotógrafos: Eric y Petra Hesmerg)

Se trata de dos manos derechas, pertenecientes a dos personas de distinto sexo. Se hallan a punto de entrelazarse y formar un espacio físico de unión y un espacio lúdico de amparo. Todo lo que implica el encuentro humano vibra luminosamente en estas dos manos broncíneas que perpetúan el gesto de acercarse con voluntad de comunicación y entreveramiento. Confrontemos este tipo de acercamiento con el que tiene lugar en la bóveda de una catedral gótica que está a punto de concluirse.

Diversas columnas se alzan desde lugares diferentes, ascienden a lo alto, siguiendo cada una su camino propio. Al ganar cierta altura, se bifurcan, se entretejen en la bóveda y forman una trama de nervaduras. Éstas contrarrestan las cargas del techo y las orientan hacia las columnas y los arbotantes, que ofrecen su colaboración desde el exterior. Al realizar esa función ineludible para el sostenimiento del edificio, estos elementos -columnas, nervaduras, bóveda...- fundan un espacio físico unitario, acogedor y bello.

Al reunirse en este espacio, con voluntad de crear vida comunitaria, los creyentes transforman el espacio físico en un espacio lúdico, un campo de encuentro religioso, un ámbito. El creyente que vive empapado del ideal religioso capta al mismo tiempo estos dos sentidos del espacio -el físico y el lúdico- porque vive simbólicamente*, es decir, experimenta en su propio ser el entreveramiento de la realidad natural y la sobrenatural.

El ámbito creado por el entrelazamiento de los elementos materiales y transfigurado por la luz solar que tamizan las vidrieras es visto como una plasmación sensible del ámbito espiritual que se constituye al unirse en la iglesia los fieles bajo el impulso del mismo Espíritu. La armonía arquitectónica se convierte en imagen de un encuentro espiritual desbordante de sentido y de belleza9...

El encuentro es la clave de bóveda que sostiene -según la Biología actual más cualificada- la estructura de la vida del hombre, visto como un ser comunitario10. La clave de bóveda es un punto de confluencia en el que vibra la tensión de cada elemento hacia la unidad.

 

Catedral de León. Bóveda

Visto desde ese lugar crucial, cada elemento del conjunto es un nudo de relaciones. Esta es justamente la idea que se tiene de cada ser humano cuando se lo ve a la luz del ideal de la unidad. Nuestra realidad personal adquiere todo su alcance y su pleno sentido cuando se halla ensamblada debidamente en la trama de encuentros a que está destinada por naturaleza. Esa trama teje nuestra auténtica «morada».

«Los pueblos -escribe Michel Quesnel- no tienen otra morada que las moradas espirituales, y ya Piloto de guerra proponía a los franceses acoger la catedral cristiana. Antes de construirla en el corazón de los hombres y para que se despliegue en toda su extensión interior, Saint-Exupéry va a edificar su ciudadela en el espacio concreto de su libro. ´Las palabras son también moradas´, dice admirablemente Kayrol. Ciudadela es ante todo una casa de palabras»11.

Volvamos a la obra de Rodin.

La Catedral, Auguste Rodin
(S.1001. Materia: piedra. Paris, Museo Rodin
Fotógrafos: Eric y Petra Hesmerg)

Dos manos que se hallan cercanas y dirigidas hacia lo alto pueden presentar diversos sentidos. En una escultura denominada «La catedral» van, obviamente, buscando la clave de bóveda del edificio que llamamos hogar. Una catedral supone el lugar por excelencia del encuentro espiritual de los creyentes. Considerar como una catedral la unión de un hombre y una mujer, simbolizados por su mano derecha, significa concebir el amor conyugal como un ámbito de encuentro tan profundo que es afín al ámbito sagrado del encuentro de los creyentes con Dios.

Esta obra de Rodin es simbólica porque plasma un ámbito de encuentro y remite al ideal supremo de la vida humana que es fundar los modos más elevados de unidad con las realidades del entorno. Esta hondura de sentido le viene dada a la obra por entreverar dos ámbitos de realidad distintos y complementarios: la familia y el templo cristiano.

La vinculación activa de ámbitos constituye una forma de orden. El orden -y, derivadamente, la armonía- fue considerado desde los griegos como fuente de luz y de belleza. La belleza y la luz del sentido brotan, como una llamarada, cuando dos o más ámbitos se entrelazan, no cuando dos o más objetos se yuxtaponen. Se comprende que la sencilla obra de Rodin siga irradiando belleza y luz sobre todo contemplador sensible que sepa captar los diversos planos de realidad que integran las creaciones artísticas y les dan relieve.

 

7 Cf. Pilote de guerre, Gallimard, París 1942, págs. 36-37; Piloto de guerra, Ed. Sudamericana, Buenos Aires 1958, págs. 39-40.

8 Cf. Terre des hommes (Tierra de hombres), Gallimard, París, 1939, p. 69.

9 Siempre la unidad, el orden y la armonía van hermanados con el surgir de la belleza, que los antiguos definían sabiamente como «el esplendor del orden, de la forma, de la realidad».

10 Sobre el hombre como «ser de encuentro», cf. J. Rof Carballo: El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973; M. Cabada Castro: La vigencia del amor. Afectividad, hominización, religiosidad, San Pablo, Madrid 1994.

11 Cf. Saint-Exupéry ou la vérité de la poésie, Plon, París 1965, p. 161. Obviamente, los títulos subrayados se refieren a las ya citadas obras de Saint-Exupéry.


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