Las
experiencias reversibles, de doble dirección, sólo
se dan entre seres que tienen cierto poder de iniciativa. Por
eso, si queremos vivir tales experiencias y beneficiarnos de
su inmensa riqueza, debemos respetar todas las realidades
en lo que son y en lo que están llamadas a ser. El que
no respeta una realidad puede dominarla, pero no crear
con ella una relación reversible. Uno es creativo
cuando recibe activamente ciertas posibilidades que le
permiten dar origen a algo nuevo, dotado de sentido.
En las experiencias de dominio se concede a la persona que actúa
una primacía absoluta sobre la realidad a la que se dirige
su acción. Doy un golpe a un objeto, y éste se
desplaza de modo correlativo a la fuerza de mi impulso. Yo actúo
sobre él, y él padece el efecto de tal actuación.
Esta actividad dominadora responde al esquema «acción-
pasión».
Cuando adopto una actitud respetuosa, no tomo a las realidades
con que me relaciono como objetos pasivos de mi actividad.
Les otorgo la autonomía necesaria para recibir unas posibilidades
y ofrecer otras. Te invito a dar un paseo por el jardín.
Tú aceptas, pero me indicas que será mejor por
la calle. Yo asiento, y realizamos el paseo. Mi invitación
fue un acto mío libre dirigido a tu libertad. Y lo mismo
tu respuesta. Esta experiencia reversible que hemos vivido
se guió por el esquema «apelación-respuesta»:
yo te invité y tú respondiste con una capacidad
de iniciativa semejante a la mía.
A esa actitud fecunda de respeto se opone la voluntad
de reducir el valor y la capacidad de acción de
los demás. Por eso el reduccionismo anula de raíz
la creatividad del hombre, ya que amengua al máximo su
capacidad de realizar experiencias reversibles.
La actitud de respeto se traduce en prontitud para captar las
imágenes, pues en ellas se pone de manifiesto
la dualidad de niveles -objetivo y ambital- de las realidades.
Toda imagen es bifronte: sensible y metasensible a la
vez. En su faz sensible revela una realidad superior a lo sensible.
Te digo una broma y te ríes. En tu sonrisa veo los rasgos
de tu cara dispuestos de una determinada forma y en ellos capto
inmediatamente toda tu persona sonriente. Tu sonrisa es por
tanto una imagen, no una mera figura. La figura transmite
los rasgos de una cara a fin de que se la reconozca. Pero no
remite a la intimidad de la persona. La figura es chata, tiene
sólo una vertiente, la más a flor de piel.
Durero grabó en madera dos manos plegadas la una sobre
la otra. Ambas tienen una figura, la propia de unas manos humanas.
Pero al mismo tiempo son una imagen: representan a la persona
entera en actitud de súplica. Lo que en definitiva quiso
ofrecernos el artista no fue la figura de unas manos, sino la
imagen de un ámbito de súplica.
En La perla, J. Steinbeck nos quiere poner ante los ojos
el peligro que encierra a veces un gran éxito, que parece
satisfacer nuestras ilusiones y resolver de golpe todos nuestros
problemas. Al obtener dicho éxito, nuestro «mundo»
cotidiano -el ámbito de vida que habíamos configurado
a lo largo de años- se altera y podemos perder la pequeña
cuota de felicidad que albergaba. La trama de ilusiones que
tenía el pobre Kino en su choza -cambiar sus ropas raídas,
dar educación al hijo, garantizar el alimento a la familia-
cobran cuerpo en una imagen: la perla, una perla espléndida
que equivale a una fortuna. En el contexto de la vida de esa
familia, tal perla es más que una joya, es la imagen
de un mundo más atractivo, una vida más digna,
el logro de una meta. Se trata de un mundo bello y rico como
una música armónica, que también
constituye un ámbito expresivo. Por eso, con perfecta
coherencia habla el autor de «la música de la perla»,
«la melodía de la perla» ...
«Kino
miró su perla, y Juana bajó las pestañas
y arregló el chal para cubrirse la cara y ocultar su
emoción. Y en la incandescencia de la perla se formaron
las imágenes de las cosas que el ánimo de Kino
había considerado en el pasado, y que había
desechado por imposibles».
«En
la perla vio cómo estaban vestidos: Juana con un chal,
aún tieso de tan nuevo, y con una nueva falda, y por
debajo de la larga falda, Kino vio que llevaba zapatos. Era
en la perla: la imagen resplandecía allí. Él
mismo vestía ropa blanca nueva, y llevaba sombrero
nuevo -no de paja, sino de fino fieltro negro- y también
usaba zapatos -no sandalias, sino zapatos de cordón-.
Pero Coyotito -y era el más importante- llevaba un
traje azul de marinero de los Estados Unidos, y una gorrita
de piloto como la que Kino había visto una vez en un
barco de recreo que había entrado en el estuario. Todas
estas cosas vio Kino en la perla reluciente y dijo: Tendremos
ropas nuevas. Y la música de la perla se elevó
como un coro de trompetas en sus oídos»14.
Pero no sólo habla el autor de «la música
de la perla» y de «la melodía de la familia,
de la seguridad y el calor y la plenitud de la familia»,
sino también de « la música del enemigo»
y «la canción del mal»15.
Eso nos indica que la alusión a la música no se
basa sólo en su posible belleza y encanto, sino, ante
todo, en su carácter de ámbito expresivo,
que puede ser cálido o gélido, acogedor u hosco.
14
Cf. O. cit., Edhasa, Barcelona 1996, 2ª ed., págs.
44-45 (The Pearl, Pan Books, London 1981, 19ª ed.)
15
Cf. O. cit., págs 49, 85.
 
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