Si
realizamos alguna experiencia reversible de modo reflexivo,
quedaremos asombrados al ir descubriendo los modos profundos
de unidad que podemos crear con ciertas realidades de nuestro
entorno25.
Propongo al lector una experiencia sencilla y extraordinariamente
fecunda: la de interpretación de un poema.
Aprende
un poema de memoria. Saber algo de memoria no equivale
a almacenarlo pasivamente en la interioridad, sino a asumirlo
creativamente. A partir de las investigaciones de Henri Bergson
sabemos cada día mejor que la memoria es una facultad
creativa.
Henri
Bergson (1859-1941)
Recordar
es volver a pasar por el corazón, es decir, revivir,
traer de nuevo a la realidad. La memoria es la mejor colaboradora
de la inteligencia. Lo descubrirás gozosamente si te
retiras a tu habitación, y, a ser posible en la oscuridad
-para tener una concentración absoluta-, declamas el
poema con intención de crearlo de nuevo, como si fuera
por primera vez:
«Nuestras
vidas son los ríos que
van a dar en la mar
que es el morir;
allí
van los señoríos,
derechos
a se acabar
y
consumir (...)»
Repite una y otra vez esta estrofa de las Coplas de Jorge
Manrique a la muerte de su padre; cambia el ritmo de la
declamación hasta que se ajuste lo mejor posible al sentido
interno del poema, perfecciona los acentos, ahonda en cada una
de las palabras, marca las aliteraciones -las eses y erres deslizantes...-,
y verás cómo, a no tardar, sientes que el poema
se te va interiorizando, de modo que acabas sintiéndolo
como tuyo, aun siendo distinto, y se convierte en una voz interior.
Ha dejado de serte externo, extraño y ajeno para hacérsete
íntimo. Esta intimidad te permite conocerlo más
y más, penetrar en su secreto, en su belleza escondida.
Observarás que el poema te da luz para comprenderlo más
profundamente a medida que lo vas configurando, de modo que
cada vez lo configuras mejor. En realidad, lo configuras en
cuanto te dejas configurar por él. ¿Quién
tiene la primacía en este proceso de mutuo enriquecimiento?
Tú mismo vas a responder a esta pregunta si reparas en
ciertos aspectos de la experiencia que estamos analizando. Cuando
repites el poema para darle su cuerpo expresivo cabal, y lo
haces como si fueras su autor, viviéndolo en su génesis,
¿no es cierto que actúas con gran energía
y, al mismo tiempo, te sientes llevado; te mueves con libertad
y sigues el cauce trazado por la obra; eres autónomo
y libre en las decisiones que tomas, y, cuanto más afirmas
esa libertad, mayor experiencia tienes de ser absolutamente
fiel a la obra?
Graba bien esta idea: siempre que tu actividad presente estas
características contrastadas, da por seguro que
actúas inspirado. Sentirse inspirado es verse
vinculado libremente a una realidad valiosa. La inspiración
no es un arrebato que te arrastre fuera de ti, sin colaboración
tuya y sin saber a dónde eres llevado, como temió
Platón en el diálogo Ión. Estar
inspirado es ser llamado por un valor a realizar el esfuerzo
de asumirlo activamente y colaborar a fundar un campo de
juego que es, a la vez, un
campo de iluminación.
La
inspiración no tiene eficacia sin nuestra colaboración
esforzada, pero nuestro esfuerzo a solas es insuficiente. Hoy
se subraya en demasía la importancia del trabajo del
artista a expensas del otro polo que es la inspiración.
Se olvida que ésta es un fenómeno
dialógico.
Intenta
responder ahora a la pregunta anterior sobre cuál de
los elementos de una experiencia reversible tiene la primacía.
Sin duda te negarás a hablar de primacía, y subrayarás
que lo decisivo es el ámbito de colaboración
que debe fundarse.
En toda experiencia reversible puede aplicarse el criterio de
valoración que Martin Buber estableció para la
relación de encuentro. Lo importante -venía a
decir- no eres tú, lo importante no soy yo; lo decisivo
es lo que acontece entre tú y yo26.
El
poema, tal como aparece a una primera lectura, se muestra desbordante
de posibilidades latentes. Pero, lo mismo que la obra musical,
teatral y coreográfica, tiene que esperar la llegada
del Príncipe azul que le infunda vida. Tal «príncipe»
es el lector dotado de espíritu creativo. ¿Puede
decirse que la vida del poema se debe exclusivamente al lector,
como re-creador del mismo? Sería excesivo. La vida del
poema surge propiamente en el acto de ser asumido activamente
por alguien capaz de poner en juego los recursos que albergan
sus versos.
Estamos
ante una experiencia relacional, no relativista.
El lector tiene el poder de infundir vida al poema, pero esa
facultad creadora la recibe en buena medida de la energía
que late en el poema mismo. No se trata de una paradoja,
sino de una acción reversible tan compleja
como fecunda.
Una vez terminada la experiencia del poema, te invito a reflexionar
sobre el tipo peculiar de unidad que has creado con éste
y con su estilo peculiar. Es sorprendente la intensidad de tal
unión y la alta calidad de la misma. El poema se te ha
hecho íntimo, sin dejar de ser distinto. Te
ha venido dado de fuera, pero ahora brota en tu interior
como si lo hubieras creado tú.
He aquí un descubrimiento que nos abre mil horizontes
de comprensión de la vida humana: Cuando realizamos
experiencias reversibles, superamos la escisión entre
el interior y el exterior, el dentro y
el fuera, lo cerradamente mío y lo crispadamente
tuyo. Esta superación nos permite abrirnos a toda
suerte de realidades distintas de nosotros sin riesgo de perdernos
en ellas, amenguar nuestra identidad personal, alienarnos. Muy
al contrario, es entonces cuando logramos el pleno desarrollo
de nuestra personalidad.
25
En El arte de pensar con rigor y vivir de forma creativa,
págs. 274-281, explico dos de estas experiencias: la
de natación y la de interpretación musical.
26
Cf. Ich und Du, en Die Schriften über das dialogische
Prinzip, L. Schneider, Heidelberg 1954; Yo y tú,
Caparrós, Madrid 1995, 2ª ed.
 
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