La
primera de esas leyes -destacada por la Biología actual
más cualificada- nos dice que somos «seres de encuentro»,
vivimos como personas, nos desarrollamos y maduramos como tales
creando diversos modos de encuentro. Los seres humanos nacemos
prematuramente, a medio gestar, un año antes de lo que
debiéramos si nuestros sistemas inmunológicos,
enzimáticos y neurológicos hubieran de estar relativamente
maduros. Este anticipo responde a la necesidad de que el bebé
recién nacido acabe de troquelar su ser fisiológico
y psicológico en relación al entorno. Su
entorno es, en primer lugar, su madre, luego el padre y los
hermanos. Si meditamos bien este hecho, descubrimos la importancia
decisiva de la categoría de relación.
No es que vivamos ya una existencia plena de personas, y luego
nos relacionemos con los demás a nuestro arbitrio. Para
vivir como personas, necesitamos entrar en relación.
Por eso aconsejan vivamente los biólogos a las madres
que, a no ser en caso de enfermedad, amamanten ellas a sus hijos
y los cuiden, pues ello no significa sólo darles alimento
y cubrir sus necesidades sino acogerlos. El bebé
lleva en los genes la tendencia a asirse a los senos maternos,
no por temor a caerse, obviamente, sino por acogerse a una realidad
que le resulta cálida1.
Si entrar en relación se halla en la base de nuestra
vida personal, nada hay más urgente para nosotros que
investigar cómo establecer las relaciones más
entrañables con las realidades que nos rodean. Hemos
descubierto anteriormente que la calidad de la unión
es mucho mayor entre ámbitos que entre objetos, pues
éstos se yuxtaponen o chocan, y aquéllos pueden
entretejerse y enriquecerse.
Entretejerse o entreverarse implica intercambiar posibilidades,
y posibilidades sólo puede darlas y recibirlas un ser
cuando integra en sí dos o más niveles
o modos de realidad. Yo puedo saludarte porque soy capaz de
vivir al mismo tiempo en siete niveles de realidad: el físico,
el fisiológico, el psíquico, el afectivo-espiritual,
el simbólico, el sociológico, el cultural...,
y tú puedes contestar a mi saludo por la misma razón2.
La
primera condición para crear formas elevadas de unidad
es integrar modos de realidad diversos y complementarios. Puedo
unirme intensamente a un piano y a una partitura porque ambos
son objetos y ámbitos a la vez, de modo semejante a como
yo aúno en mi ser diversos niveles de realidad. Merced
a esta doble condición, las partituras y el piano me
ofrecen posibilidades de crear formas musicales y yo puedo asumirlas
y realizarlas. Si fueran sólo objetos, podría
unirme a ellos externamente: tocarle al piano como mueble, tomar
en la mano la partitura, como un fajo de papel. Pero esa unión
sería muy pobre, nada creativa, porque se trataría
de una relación tangencial y fugaz que no deja nada tras
de sí, no da lugar a nada valioso.
Las realidades que ensamblan en sí modos diversos de
realidad -el modo objetivo y el ambital- tienen el poder de
manifestarse como dotadas de posibilidades. Esa manifestación
resulta muy atractiva porque supone una invitación a
compartir esa riqueza y ofrecer la propia. Siempre que una persona
se entrevera con otra realidad -un estilo, una obra artística,
un instrumento, una institución...-, es porque ha visto
en ella una oferta de posibilidades para actuar con sentido.
Si una institución, por ejemplo, no me ofrece nada valioso
-es decir: cargado de posibilidades-, es difícil
que me decida a adentrarme en ella y comprometerme. Lo mismo
sucede con otras realidades. Un piano, como mueble, no
me invita a entreverarme con él en el plano artístico,
porque no me ofrece ninguna posibilidad de crear formas musicales.
Lo hace, en cambio, como instrumento, ya que es capaz
de darme posibilidades y recibir las que yo le ofrezco. Si el
piano está deteriorado, se reduce a mero mueble;
puedo tocarle externamente, pero no unirme a él interiormente,
potenciando mis posibilidades con las suyas.
Este
descubrimiento nos va a permitir asentar nuestra idea de lo
que es el encuentro interhumano sobre bases muy sólidas.
Hoy se afirma profusamente que el encuentro es decisivo en la
vida del hombre, pero apenas se repara en una cuestión
esencial: cómo ha de ser el entorno para que pueda
encontrarme con él. Ya sabemos que sólo podemos
encontrarnos con ámbitos, no con objetos. Pero los seres
ambitales no se encuentran con sólo acercarse unos a
otros. Deben cumplir ciertas exigencias.
Ahora estamos en condiciones de abordar cuatro cuestiones de
máximo interés en nuestro curso: qué
es el encuentro, cuáles son sus exigencias, qué
frutos reporta, quién es su vehículo expresivo.
En esta lección analizaremos las tres primeras.
1
Cf. Juan Rof Carballo: El hombre como encuentro, Alfaguara,
Madrid 1973; Violencia y ternura, Prensa Española,
Madrid 1967. Manuel Cabada Castro: La vigencia del amor.
Afectividad, hominización y religiosidad, San Pablo,
Madrid 1994.
2
Un amplio análisis del gesto de saludar puede verse en
mi obra El arte de pensar con rigor y vivir de forma creativa,
págs. 145-147; 446-447. (Nueva edición remodelada,
con el título de Inteligencia creativa. El descubrimiento
personal de los valores, BAC, Madrid, en prensa)
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