Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 4ª: El encuentro y el descubrimiento de los valores

El encuentro y el descubrimiento de los valores

Hemos llegado a un punto crucial en la tarea de fundamentar un método de análisis literario que contribuya a nuestra formación humana. Formarse humanamente implica descubrir las leyes de nuestro desarrollo personal y asumirlas en nuestra vida.
1. El hombre es «un ser de encuentro»

La primera de esas leyes -destacada por la Biología actual más cualificada- nos dice que somos «seres de encuentro», vivimos como personas, nos desarrollamos y maduramos como tales creando diversos modos de encuentro. Los seres humanos nacemos prematuramente, a medio gestar, un año antes de lo que debiéramos si nuestros sistemas inmunológicos, enzimáticos y neurológicos hubieran de estar relativamente maduros. Este anticipo responde a la necesidad de que el bebé recién nacido acabe de troquelar su ser fisiológico y psicológico en relación al entorno. Su entorno es, en primer lugar, su madre, luego el padre y los hermanos. Si meditamos bien este hecho, descubrimos la importancia decisiva de la categoría de relación.

No es que vivamos ya una existencia plena de personas, y luego nos relacionemos con los demás a nuestro arbitrio. Para vivir como personas, necesitamos entrar en relación. Por eso aconsejan vivamente los biólogos a las madres que, a no ser en caso de enfermedad, amamanten ellas a sus hijos y los cuiden, pues ello no significa sólo darles alimento y cubrir sus necesidades sino acogerlos. El bebé lleva en los genes la tendencia a asirse a los senos maternos, no por temor a caerse, obviamente, sino por acogerse a una realidad que le resulta cálida1.

Si entrar en relación se halla en la base de nuestra vida personal, nada hay más urgente para nosotros que investigar cómo establecer las relaciones más entrañables con las realidades que nos rodean. Hemos descubierto anteriormente que la calidad de la unión es mucho mayor entre ámbitos que entre objetos, pues éstos se yuxtaponen o chocan, y aquéllos pueden entretejerse y enriquecerse.

Entretejerse o entreverarse implica intercambiar posibilidades, y posibilidades sólo puede darlas y recibirlas un ser cuando integra en sí dos o más niveles o modos de realidad. Yo puedo saludarte porque soy capaz de vivir al mismo tiempo en siete niveles de realidad: el físico, el fisiológico, el psíquico, el afectivo-espiritual, el simbólico, el sociológico, el cultural..., y tú puedes contestar a mi saludo por la misma razón2.

La primera condición para crear formas elevadas de unidad es integrar modos de realidad diversos y complementarios. Puedo unirme intensamente a un piano y a una partitura porque ambos son objetos y ámbitos a la vez, de modo semejante a como yo aúno en mi ser diversos niveles de realidad. Merced a esta doble condición, las partituras y el piano me ofrecen posibilidades de crear formas musicales y yo puedo asumirlas y realizarlas. Si fueran sólo objetos, podría unirme a ellos externamente: tocarle al piano como mueble, tomar en la mano la partitura, como un fajo de papel. Pero esa unión sería muy pobre, nada creativa, porque se trataría de una relación tangencial y fugaz que no deja nada tras de sí, no da lugar a nada valioso.

Las realidades que ensamblan en sí modos diversos de realidad -el modo objetivo y el ambital- tienen el poder de manifestarse como dotadas de posibilidades. Esa manifestación resulta muy atractiva porque supone una invitación a compartir esa riqueza y ofrecer la propia. Siempre que una persona se entrevera con otra realidad -un estilo, una obra artística, un instrumento, una institución...-, es porque ha visto en ella una oferta de posibilidades para actuar con sentido.

Si una institución, por ejemplo, no me ofrece nada valioso -es decir: cargado de posibilidades-, es difícil que me decida a adentrarme en ella y comprometerme. Lo mismo sucede con otras realidades. Un piano, como mueble, no me invita a entreverarme con él en el plano artístico, porque no me ofrece ninguna posibilidad de crear formas musicales. Lo hace, en cambio, como instrumento, ya que es capaz de darme posibilidades y recibir las que yo le ofrezco. Si el piano está deteriorado, se reduce a mero mueble; puedo tocarle externamente, pero no unirme a él interiormente, potenciando mis posibilidades con las suyas.

Este descubrimiento nos va a permitir asentar nuestra idea de lo que es el encuentro interhumano sobre bases muy sólidas. Hoy se afirma profusamente que el encuentro es decisivo en la vida del hombre, pero apenas se repara en una cuestión esencial: cómo ha de ser el entorno para que pueda encontrarme con él. Ya sabemos que sólo podemos encontrarnos con ámbitos, no con objetos. Pero los seres ambitales no se encuentran con sólo acercarse unos a otros. Deben cumplir ciertas exigencias.

Ahora estamos en condiciones de abordar cuatro cuestiones de máximo interés en nuestro curso: qué es el encuentro, cuáles son sus exigencias, qué frutos reporta, quién es su vehículo expresivo. En esta lección analizaremos las tres primeras.

1 Cf. Juan Rof Carballo: El hombre como encuentro, Alfaguara, Madrid 1973; Violencia y ternura, Prensa Española, Madrid 1967. Manuel Cabada Castro: La vigencia del amor. Afectividad, hominización y religiosidad, San Pablo, Madrid 1994.

2 Un amplio análisis del gesto de saludar puede verse en mi obra El arte de pensar con rigor y vivir de forma creativa, págs. 145-147; 446-447. (Nueva edición remodelada, con el título de Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, BAC, Madrid, en prensa)


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