Por
ser ámbitos de rango superior, las personas no sólo
son capaces de ofrecer posibilidades y asumir las que les son
presentadas; pueden ser apeladas y responder a
la apelación, y con tal respuesta apelar a su vez a quien
las apeló. Apelar significa invitar a asumir
un valor y realizarlo en la propia vida. Responder implica
acoger ese valor como propio. Esta aceptación
puede hacerse de tal forma que suponga, a su vez, una apelación
a quien hizo la primera. Te invito a oír una interpretación
de una obra musical. Tú aceptas, y luego me sugieres
que la comparemos con otra. Tu aceptación no es pasiva
sino activa, porque haces tuya mi proposición, pero incluso
tomas iniciativa y completas mi sugerencia.
Entre personas abiertas a la vida creativa, el entreveramiento
de sus ámbitos -o campos de posibilidades- es
más intenso y fecundo que entre una persona y un ámbito
infrapersonal, o entre dos ámbitos infrapersonales. Pero
esta fecundidad no es automática: ha de ser comprada
a un alto precio, pues toda forma de entreveramiento creador
supera con mucho la mera relación de vecindad y supone
la decisión y el esfuerzo de crear un modo de unidad
muy valioso. De hecho, hay personas que viven en común
toda la vida y no se encuentran, rigurosamente hablando, ni
una sola vez. Alguien puede pasar a diario por delante de un
edificio estéticamente valioso y no encontrarse nunca
con él, en sentido estricto. Esa falta de encuentro
responde, en ambos casos, al hecho de que no se ha convertido
la vecindad en colaboración o entreveramiento
de ámbitos.
Santiago, el anciano pescador que protagoniza El viejo y
el mar, de E. Hemingway, muestra un sentimiento de afecto
fraternal hacia los seres que le rodean en alta mar, pues los
ve más como ámbitos que como objetos.
Ernst
Hemingway 1899-1961
El
mar se le presenta como un gran campo de posibilidades y de
encuentro, armónico o colisional. Por eso no se siente
solo: considera a los peces y los pájaros como seres
dotados de poder de iniciativa y de cierta «personalidad»,
y se dirige a ellos y les cuenta sus cuitas como si pudieran
comprenderle y responderle.
«¿Cómo
te sientes, pez? -preguntó en voz alta-. Yo me siento
bien y mi mano izquierda está mejor y tengo comida
para una noche y un día. Sigue tirando del bote, pez»13.
Se siente amigo de los peces, estima su energía y su
belleza y reconoce sus derechos:
«El
pez es también mi amigo -dijo en voz alta-. Jamás
he visto un pez así, ni oído hablar de él.
Pero tengo que matarlo»14.
«Me estás matando, pez, pensó el viejo.
Pero tienes derecho a ello. Hermano, jamás he visto
cosa más grande, ni más hermosa, ni más
tranquila ni más noble que tú. Ven y mátame.
No me importa quién mate a quién»15.
A
pesar de esta relación amistosa con los seres de su entorno,
el pescador llegó a sentirse fatigado, «cansado
por dentro», y echó de menos al muchacho amigo a
quien había enseñado a pescar:
«
'Ojalá estuviera aquí el muchacho. Para ayudarme
y para que viera esto', exclamó cuando se percató
de lo grande y hermoso que era el pez». «Nadie debiera
estar solo en su vejez. Pero es inevitable»16
.
El recuerdo
del joven amigo le da alas para superar la tremenda derrota
que le infligieron los tiburones y regresar de buen ánimo
a tierra. Al encontrarse con Manolín, «notó
lo agradable que es tener alguien con quien hablar, en vez de
hablar sólo consigo mismo y con el mar». Y le dijo:
«Te he echado de menos»17.
Crear relaciones de comunicación entrañable con
cuanto nos rodea en la vida y constituye nuestro «medio
vital» es signo de alta calidad espiritual. Nuestro gran
poeta Jorge Guillén supo convertir la vibración
espiritual con el entorno en un «cántico» a
la creación:
«Respiro.
Y
el aire en mis pulmones
Ya es saber, ya es amor, ya es alegría,
Alegría entrañada
Que no se me revela
Sino como un apego
Jamás interrumpido
- De tan elemental-
A la gran sucesión de los instantes
En que voy respirando,
Abrazándome a un poco
De la aireada claridad enorme»18
Nos enriquece sobremanera la experiencia de unirnos a todas
las realidades que colaboran de alguna manera a nuestra realización
personal. Pero es el encuentro con nuestros semejantes el que
marca la cota más alta de este ascenso hacia la perfección
de la vida humana.
12
Cf. O. cit., p. 157. Sobre el proceso de vértigo,
véase mi obra Vértigo y éxtasis,
PPC, Madrid 1992, 2ª ed.
13
Cf. El viejo y el mar, Editorial G. Kraft Limitada, Buenos
Aires 1959, p. 94; The old man and the sea, Penguin Books,
Harmondsworth (Inglaterra), 1952, p. 65.
14
Cf. El viejo y el mar, p. 95; The old man and
the sea, p. 66.
15
Cf. El viejo y el mar, págs. 118-119; The
old man and the sea, p. 82.
16
Cf. El viejo y el mar, p. 59; The old man and
the sea, p. 40.
17
Cf. El viejo y el mar, p. 160; The old man and
the sea, p 112. Un análisis pormenorizado de esta
obra se halla en mi libro Cómo formarse en ética
a través de la literatura, Rialp, Madrid 1997, 3ª
ed., págs. 309-323.
18
Cf. Aire nuestro. Cántico, Barral Editores,
Barcelona 1977, p. 13.
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