El
entreveramiento o entrelazamiento de ámbitos debe ser
creado. Y todo acto creador presenta exigencias muy concretas.
La primera exigencia es la generosidad. Si soy generoso,
soy respetuoso, respeto lo que ya eres y lo que estás
llamado a ser. Pero respetar significa positivamente estimar,
valorar como es debido el rango que tienes por ser persona
y tener el privilegio de poder y deber configurar tu vida de
modo acorde a la propia vocación. Tú te
sientes llamado a desarrollar todas tus potencialidades.
Si de veras te estimo como persona, colaboro contigo
en tal desarrollo.
Para realizar esa colaboración, debo intercambiar contigo
posibilidades. Tú me ofreces las tuyas; yo las asumo
activamente, y te ofrezco las mías. Esta actividad reversible
va formando de día en día un campo de juego
y de intimidad entre nosotros cuando no sólo nos
damos mutuamente posibilidades para actuar de modo eficaz y
valioso sino que nos damos a nosotros mismos.
Esta
donación personal implica que yo me abro a ti con voluntad
de crear contigo una relación amistosa, no sólo
de sacar provecho del trato contigo. Esta apertura desinteresada
debe, además, ser sincera y veraz. Si me
manifiesto a ti con falsedad, no te muestro una voluntad de
entrega sino de reserva, y no te suscito confianza. Con
ello te invito a cerrarte en ti, y no salirme al encuentro.
Sólo si confías en que te voy a ser
fiel y tienes, por tanto, fe en mi, te mueves
a hacerme confidencias. Estos cuatro términos
-confianza, fidelidad, fe, confidencia- están
unidos entre sí por la misma raíz latina fid,
y forman una de las columnas en que se asienta la relación
de encuentro.
Esa confianza se acrecienta si ves que vibro interiormente
contigo, con tus problemas, tus penas y tus alegrías.
Esa capacidad de vibración se denomina desde los antiguos
griegos simpatía.
Esta apertura simpática al otro no florece en una relación
sólida de encuentro si no lleva en el fondo una decisión
de fidelidad, entendida no como mero aguante,
sino como perseverancia en la voluntad de crear en todo momento
lo que uno prometió crear un día. En la boda se
promete crear un hogar con una persona determinada. El hogar
no queda hecho de una vez por todas. Debe ser configurado
instante a instante durante toda la vida. Algo semejante
a lo que sucede con una obra musical: debe ser creada de nuevo
en cada nueva interpretación. Es el alto privilegio y
la penosa menesterosidad propia de las realidades ambitales.
Ser fiel significa estar pronto a crear sin pausa aquello que
uno prometió en un momento decisivo con soberanía
de espíritu.
Esa apertura fiel al otro debe ser paciente, ajustarse
a los ritmos naturales. El incremento de la amistad se realiza
con un ritmo lento, según acontece en todos los
procesos de maduración. No puede acelerarse a voluntad.
Se lo reveló la sabiduría del zorro al principito:
«El
zorro calló y miró largo tiempo al principito:
-
¡Por favor... domestícame! -dijo.
-
Bien lo quisiera -respondió el principito-, pero no
tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas
cosas.
-
Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el
zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran
cosas ya hechas a los mercaderes. Pero, como no existen mercaderes
de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un
amigo, ¡domestícame!
-
¿Qué hay que hacer? -dijo el principito.
Hay
que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás
al principio un poco lejos de mí, así, en la
hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada.
La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día,
podrás sentarte un poco más cerca...»19
La voluntad de ajustarse al ritmo de los otros dispone a uno
para escucharles, no sólo para oírles.
Saber estar a la escucha supone una gran permeabilidad de espíritu,
y dispone el ánimo para el encuentro. En esa buena disposición
radicaba el atractivo y el encanto de la pequeña Momo20,
que, a pesar de su desvalimiento, logró crear en torno
a ella un grupo de amigos y hacer frente a las insidias de los
«hombres grises», los profesionales de la manipulación
que traficaban con el tiempo.
Además de paciente, la apertura de quien desea el encuentro
ha de ser cordial. La cordialidad o ternura lubrifica
las relaciones humanas, les da serenidad y un tono de dulzura
que mitiga las asperezas de la vida cotidiana.
La cordialidad inspira una actitud de comprensión.
Ser comprensivo con otra persona no significa tener un grado
especial de inteligencia para penetrar en su modo de conducta,
sino estar dispuesto a ser indulgente con sus posibles fallos
y deficiencias. La indulgencia procede de un corazón
bondadoso y se traduce en sano humor, que delata los
errores pero lo hace con buen talante, por la confianza en que
pueden ser subsanados.
Estas actitudes -comprensión, cordialidad, fidelidad,
simpatía, veracidad, generosidad...- favorecen la unión
de las personas y las disponen para participar en grandes
valores y tareas. Nada une tanto a los seres humanos como este
tipo de participación que los lleva a orientar conjuntamente
la vida hacia metas muy altas. «... Amar no es mirarse
el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección»21.
Esta bella sugerencia de Saint-Exupéry puede ser complementada
en esta forma: «Amar no es mirarse el uno al otro, por
la satisfacción que pueda producir dicha mirada; es mirar
juntos en una misma dirección valiosa».
Contemplen
a un buen coro y a una orquesta cualificada interpretar una
obra musical de calidad. Miren con qué soltura tocan
y cantan, cómo se ajustan a las indicaciones del director,
con qué decisión se lanzan a interpretar la parte
que les corresponde y a vincularse a todos sus compañeros
de juego. El director no los arrastra; los inspira,
en cuanto les sugiere la mejor forma de acceder a la obra en
toda su riqueza. Es ésta, la obra, la que los dinamiza,
los impulsa, los aúna entre sí y con el director.
Todos ellos fundan un modo espléndido de unidad precisamente
porque aceptan los distintos niveles de la obra y captan todos
sus valores. Por eso actúan concentrados, en unidad perfecta,
como transportados por algo que los impulsa desde dentro, los
guía, los llena y desborda. Se unen íntimamente
entre sí porque se hallan inmersos en algo superior que
los sobrecoge.
19
Cf. El principito, págs. 83-84; Le petit
prince, págs. 83-84.
20
Cf. M. Ende: Momo, Alfaguara, Madrid 1965.
21
Cf. Terre des hommes, Gallimard, París 1939, págs.
234-235. La frase citada se halla en el texto siguiente: «Sólo
cuando estamos unidos a nuestros hermanos por un vínculo
común, situado fuera de nosotros, respiramos y la experiencia
nos muestra que amar no es mirarse el uno al otro sino mirar
juntos en la misma dirección. No existen los compañeros
si no se unen en la misma cordada hacia la misma cumbre, en
la que vuelven a juntarse. Si no, ¿por qué razón,
incluso en este siglo del confort, sentiríamos un gozo
tan pleno en compartir nuestros últimos víveres
en el desierto? ¿Qué valen todas las previsiones
que puedan hacer en contra los sociólogos? A todos aquellos
de nosotros que han conocido la gran alegría de las reparaciones
saharianas todo otro placer les ha parecido fútil»
(O. cit., págs. 234-235).
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