1º)
El encuentro hace entrar al hombre en juego
El juego, rectamente entendido, no se reduce a mera diversión.
En la Edad Media, los pueblos se divertían jugando al
balompié. Dos pueblos vecinos se extenuaban, de
sol a sol, con objeto de introducir la pelota en la plaza del
pueblo vecino. Era un medio excelente para desgastar energías
y distraerse. Pero no era un juego, en sentido riguroso.
El juego del futbol comenzó en el siglo XIX cuando
los estudiantes universitarios de Oxford y Cambridge fijaron
unas condiciones de tiempo y espacio, limitaron el número
de los jugadores, establecieron un reglamento e instituyeron
la figura del árbitro para hacerlo cumplir.
Si una actividad humana ha de constituir un juego,
debe someterse a unas normas o reglas que
la encaucen hacia el logro de una finalidad propia, una meta.
A esta meta se llega mediante la creación de jugadas
-en el deporte- y de formas -en el arte-. Las formas
se crean y las jugadas se realizan fundando relaciones entre
diversas realidades.
- Yo
sé lo que significan, en el ajedrez, los alfiles, los
caballos, las torres, el rey... Al entrar en liza, estas figuras
pueden establecer entre sí muy diversas relaciones.
Cuando muevo una figura, toda esa red de relaciones se altera
y se crea una nueva situación que obtura unas posibilidades
y abre otras. Esa alteración tiene por cometido abrir
huecos hacia el lugar en que se halla el rey adversario, a
fin de cercarlo y darle jaque mate.
- Algo
semejante acontece en el fútbol. Un jugador lanza la
pelota a un compañero, y éste a otro, a fin
de sortear la presencia de los adversarios e invadir totalmente
el terreno de éstos. Esta invasión es la meta
del juego. Lograr esa finalidad es lo que confiere emoción
al hecho de meter gol25.
-
En el campo de la música, el juego mismo de la
interpretación sugiere el modo justo de interpretar
una obra. Tocar un instrumento implica poner en relación
diversos elementos expresivos: notas, timbres, ritmos... Esta
interrelación funda un campo expresivo en el
que surgen diversas armonías y diferentes temas y frases
musicales. La vinculación de éstas da lugar
a formas de composición diversas: la fuga, el rondó,
la sonata, la sinfonía... Las obras configuradas, así,
mediante el entreveramiento de diversos elementos expresivos
forman un ámbito de encuentro.
- Este
ámbito es un campo de juego y, por tanto, de
alumbramiento de sentido. ¿Quién le indica
a un intérprete el tempo, el ritmo que debe
adoptar cuando intenta dar vida a una obra? Nadie sino el
juego mismo de la interpretación. Intenta dirigir el
Concierto de Brandenburgo nº 4 de Bach con un
ritmo excesivamente rápido. Sin duda te parecerá
gracioso al principio, porque los duos de flautas resultan
brillantes cuando se los interpreta con cierta celeridad.
Cuando llegues a la altura del compás 181, verás
cómo el pasaje rapidísimo del violín
solista se convierte en una mancha sonora, carente de sentido.
La obra misma te hace ver que su expresividad se queda muy
a medio revelar, y te invitará a retornar al principio
y moderar el ritmo. Hazlo, y verás el rigor, la claridad
y el mordiente que adquiere la obra en dicho momento.
En
el ámbito de la convivencia humana, dialogar es un
juego creador. Exige el cumplimiento de unas normas
y persigue una finalidad propia. Su finalidad es crear un campo
de iluminación de ideas, de participación en sentimientos,
de incremento de la amistad... Las normas, entre otras,
son las siguientes: respeto mutuo, cordialidad, apertura de
espíritu, capacidad de estar a la escucha, aceptación
agradecida de todo cuanto pueda a uno sorprenderle y enriquecerle...
Al encontrarse una persona con otras personas, con instituciones,
con obras de arte, con toda suerte de ámbitos..., realiza
un valiosísimo juego creador: asume
las posibilidades que le ofrecen esas realidades, cumple las
normas que exige el trato con las mismas y da lugar a relaciones
muy fecundas en orden a conseguir la gran meta de la vida, que
es crear formas elevadas de unidad.
2º)
El encuentro es fuente de sentido y de luz
Acabamos de descubrir una idea sumamente fértil: Todo
tipo de juego es fuente de sentido y de luz. Yo puedo mover
las figuras del ajedrez y lanzar el balón a diversos
compañeros e iniciar jugadas distintas. ¿Quién
me sugiere la jugada que tiene sentido en cada momento y la
que no lo tiene? El
juego mismo.
Grabemos bien esta idea, que nos va a abrir horizontes magníficos
en orden a la comprensión profunda de la vida humana,
y, derivadamente, de la obra literaria. Antes de realizar
una jugada debo prever con la imaginación las diferentes
jugadas que puedo realizar desde la posición en que me
hallo, y calibrar el éxito o el fracaso de cada una de
ellas. Los buenos ajedrecistas calculan con rapidez de computadora
miles de jugadas posibles antes de mover un simple peón.
Esta previsión de la marcha que seguirá el juego
si tomo una medida determinada me descubre el sentido o
el sinsentido de la misma.
He
aquí la razón profunda que nos autoriza a concluir
que el juego es fuente de luz. Todo juego se realiza a la luz
que él mismo alumbra. Por eso, la vía regia para
ganar luz es entrar en juego. El gran dramaturgo, músico
y filósofo francés Gabriel Marcel solía
decir que, cuando quería clarificar una idea, echaba
a andar unos personajes en un drama. En el encuentro con ellos
ganaba la luz necesaria.
G.Marcel,
1889-1973
En
la obra de Perez Galdós Marianela, la protagonista
le pregunta al ciego al que guía si sabe distinguir el
día y la noche. El contesta: «Es de día cuando
estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos»26.
Obviamente, aquí se alude a la luz espiritual que brota
en el encuentro. Marianela se refería a la luz propia
del nivel físico, el sensible y el psíquico. Pablo
respondió en el nivel lúdico, el del juego creador.
Algo semejante acontece en el espléndido diálogo
de Don Gonzalo y Don Juan en El burlador de Sevilla,
de Tirso de Molina:
-
Don Juan |
Aguarda,
iréte alumbrando. |
-
Don Gonzalo |
No
alumbres; que en gracia estoy27.
|
Acordes
al plano de la vida en que se movían sus vidas, Don Juan
se refiere a la luz física, y Don Gonzalo, a la
espiritual.
Al realizarse
un encuentro, se enciende una luz en el universo. Cuando un
encuentro se rompe, una luz se apaga. Con fina intuición,
Saint-Exupéry sitúa la aparición del «principito»
al alba, con la luz naciente. Los buenos autores no proceden
a su antojo; escriben con coherencia, fieles a la lógica
interna de cuanto van narrando. El principito aparece a una
con la luz porque es heraldo de la importancia del encuentro
incluso en los momentos límite de la existencia. «Es
bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir»,
manifestó el pequeño al final de la obra,
una vez logrado el encuentro28.
Desde
Wilhelm Dilthey se viene perfilando la idea de que el encuentro
es fuente de luz. Actualmente, las investigaciones realizadas
sobre lo que es e implica el juego creador nos permiten comprender
con toda claridad que el encuentro alumbra luz, y esta
luz tiene dos vertientes: clarifica el sentido de las
realidades que se encuentran y hace surgir la belleza, que
viene definida desde antiguo como «esplendor del orden»,
es decir: como luz que brota en el entreveramiento de elementos
expresivos.
Si quiero
conocerte de verdad, no basta que te oiga y te mire... Debo
tratarte, entrar en relación creadora contigo, crear
vínculos, encontrarme contigo, en el sentido más
profundo del término. Algo semejante sucede en el campo
del arte. Puedo leer un tratado sobre Mozart. Mientras no me
encuentre con él a través de sus obras, no tendré
un conocimiento verdadero del mismo.
El descubrimiento
del poder que tiene el encuentro de alumbrar sentido y luz nos
va a dar una base sólida para elaborar un método
fecundo de análisis literario.
3º)
Al hacer entrar en juego al hombre, el encuentro le otorga energía
creadora
Cuenta
en sus Memorias el genial pianista Arturo Rubinstein
que más de una vez se hallaba tan fatigado antes de salir
del hotel para el auditorio que estaba a punto de notificar
que se suspendía el concierto. Animado por su esposa,
hacía un esfuerzo supremo y se ponía en camino.
No bien se sentaba al piano y pulsaba el primer acorde, se sentía
lleno de una renovada energía que le permitía
interpretar las obras con su habitual vehemencia. Este dinamismo
brotaba del encuentro del pianista con el instrumento,
con las obras interpretadas y con su autor.
Sucede
algo análogo con una interpretación teatral, una
declamación poética, una conferencia... Son diferentes
modos de encuentro, en los cuales participa uno de una realidad
que es un ámbito, una trama de interrelaciones
llenas de posibilidades de vida. Esta vida le invade a uno cuando
adopta ante tal realidad una actitud de receptividad activa,
es decir: de creatividad.
Supongamos
que me encuentro con una obra de J. S. Bach; pensemos en esa
cumbre artística inigualable que es la Pasión
según San Mateo.
J.S.
Bach, 1685-1750
Me produce
una impresión hondísima, me eleva a un nivel de
experiencia que podemos calificar de sublime. ¿De
dónde me viene la energía para elevarme de esa
manera? Esa energía no procede de mi a solas; arranca
de las posibilidades creativas que me ofrece la obra y que estoy
en disposición de acoger activamente. Si soy capaz de
asumir activamente esas posibilidades y convertirlas
en un impulso interior mío -que me lleva a fundar ámbitos
expresivos de diverso orden: estético, ético,
social, histórico, religioso-, me elevo a un nivel muy
alto de creatividad.
Siempre
que entramos en relación con ámbitos -que son
fuentes de posibilidades-, recibimos una dosis de energía
correlativa a la riqueza de los mismos. Las obras literarias
de calidad, por estar tejidas de tramas de ámbitos, dinamizan
nuestro espíritu y lo cargan de energía. De ahí
la intensidad con que leemos obras tan amplias y exigentes como
La Divina Comedia, El Quijote, Fausto, Hamlet, Los Hermanos
Karamazof...
También
obras diminutas -literarias y musicales- son capaces de darnos
ánimo y levantar nuestro espíritu. Un reportaje
ofrecido por Televisión Española sobre la marcha
emigratoria de una tribu del Alto Volta permitió contemplar
a un grupo de seres exhaustos que caminaban fatigosamente sobre
una tierra resquebrajada por la sequía. Se temía
en cada momento que iban a desplomarse al suelo. Tanto más
impresionante era verles, en tal situación límite,
recoger sus últimas fuerzas para susurrar un canto o
hacer sonar unas breves notas melancólicas en pequeñas
flautas de fabricación casera.
Naturalmente,
lo último que estaban dispuestos a perder estos desventurados
era su capacidad de juego, su poder creador de ámbitos
de expresividad y belleza. Sería grave error por nuestra
parte interpretar este juego artístico como mero pasatiempo.
Era un intento de fundar un campo de realización personal,
de autoafirmación, de proclamación de la voluntad
de vivir en nivel de espíritu, de negarse a reconocer
como normal el estado de asfixia lúdica que les
imponía la hostilidad extrema del entorno.
Visto
a esta luz, el espectáculo oprimente de aquellos hombres
en marcha hacia un futuro incierto adquiría cierta coloración
optimista: constituía un símbolo sobrecogedor
del afán que alienta en el espíritu humano de
transfigurar los momentos más sombríos de la existencia
y dotarlos de sentido.
25
Un estudio amplio del juego y sus características
puede verse en mi obra Estética de la creatividad,
Rialp, Madrid 1998, 3ª ed., Primera Parte.
26 Cf. O. cit.,
Alianza Editorial, Madrid 1984, p. 70.
27 Cf. El burlador
de Sevilla y convidado de piedra, Cátedra, Madrid
1980, v. 2456-58.
28 Cf. El principito,
p. 91; Le petit prince, p. 91.
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