Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 4ª: El encuentro y el descubrimiento de los valores

8. Frutos del encuentro

1º) El encuentro hace entrar al hombre en juego

El juego, rectamente entendido, no se reduce a mera diversión. En la Edad Media, los pueblos se divertían jugando al balompié. Dos pueblos vecinos se extenuaban, de sol a sol, con objeto de introducir la pelota en la plaza del pueblo vecino. Era un medio excelente para desgastar energías y distraerse. Pero no era un juego, en sentido riguroso. El juego del futbol comenzó en el siglo XIX cuando los estudiantes universitarios de Oxford y Cambridge fijaron unas condiciones de tiempo y espacio, limitaron el número de los jugadores, establecieron un reglamento e instituyeron la figura del árbitro para hacerlo cumplir.

Si una actividad humana ha de constituir un juego, debe someterse a unas normas o reglas que la encaucen hacia el logro de una finalidad propia, una meta. A esta meta se llega mediante la creación de jugadas -en el deporte- y de formas -en el arte-. Las formas se crean y las jugadas se realizan fundando relaciones entre diversas realidades.

  • Yo sé lo que significan, en el ajedrez, los alfiles, los caballos, las torres, el rey... Al entrar en liza, estas figuras pueden establecer entre sí muy diversas relaciones. Cuando muevo una figura, toda esa red de relaciones se altera y se crea una nueva situación que obtura unas posibilidades y abre otras. Esa alteración tiene por cometido abrir huecos hacia el lugar en que se halla el rey adversario, a fin de cercarlo y darle jaque mate.
  • Algo semejante acontece en el fútbol. Un jugador lanza la pelota a un compañero, y éste a otro, a fin de sortear la presencia de los adversarios e invadir totalmente el terreno de éstos. Esta invasión es la meta del juego. Lograr esa finalidad es lo que confiere emoción al hecho de meter gol25.
  • En el campo de la música, el juego mismo de la interpretación sugiere el modo justo de interpretar una obra. Tocar un instrumento implica poner en relación diversos elementos expresivos: notas, timbres, ritmos... Esta interrelación funda un campo expresivo en el que surgen diversas armonías y diferentes temas y frases musicales. La vinculación de éstas da lugar a formas de composición diversas: la fuga, el rondó, la sonata, la sinfonía... Las obras configuradas, así, mediante el entreveramiento de diversos elementos expresivos forman un ámbito de encuentro.
  • Este ámbito es un campo de juego y, por tanto, de alumbramiento de sentido. ¿Quién le indica a un intérprete el tempo, el ritmo que debe adoptar cuando intenta dar vida a una obra? Nadie sino el juego mismo de la interpretación. Intenta dirigir el Concierto de Brandenburgo nº 4 de Bach con un ritmo excesivamente rápido. Sin duda te parecerá gracioso al principio, porque los duos de flautas resultan brillantes cuando se los interpreta con cierta celeridad. Cuando llegues a la altura del compás 181, verás cómo el pasaje rapidísimo del violín solista se convierte en una mancha sonora, carente de sentido. La obra misma te hace ver que su expresividad se queda muy a medio revelar, y te invitará a retornar al principio y moderar el ritmo. Hazlo, y verás el rigor, la claridad y el mordiente que adquiere la obra en dicho momento.

En el ámbito de la convivencia humana, dialogar es un juego creador. Exige el cumplimiento de unas normas y persigue una finalidad propia. Su finalidad es crear un campo de iluminación de ideas, de participación en sentimientos, de incremento de la amistad... Las normas, entre otras, son las siguientes: respeto mutuo, cordialidad, apertura de espíritu, capacidad de estar a la escucha, aceptación agradecida de todo cuanto pueda a uno sorprenderle y enriquecerle...

Al encontrarse una persona con otras personas, con instituciones, con obras de arte, con toda suerte de ámbitos..., realiza un valiosísimo juego creador: asume las posibilidades que le ofrecen esas realidades, cumple las normas que exige el trato con las mismas y da lugar a relaciones muy fecundas en orden a conseguir la gran meta de la vida, que es crear formas elevadas de unidad.

2º) El encuentro es fuente de sentido y de luz

Acabamos de descubrir una idea sumamente fértil: Todo tipo de juego es fuente de sentido y de luz. Yo puedo mover las figuras del ajedrez y lanzar el balón a diversos compañeros e iniciar jugadas distintas. ¿Quién me sugiere la jugada que tiene sentido en cada momento y la que no lo tiene? El juego mismo.

Grabemos bien esta idea, que nos va a abrir horizontes magníficos en orden a la comprensión profunda de la vida humana, y, derivadamente, de la obra literaria. Antes de realizar una jugada debo prever con la imaginación las diferentes jugadas que puedo realizar desde la posición en que me hallo, y calibrar el éxito o el fracaso de cada una de ellas. Los buenos ajedrecistas calculan con rapidez de computadora miles de jugadas posibles antes de mover un simple peón. Esta previsión de la marcha que seguirá el juego si tomo una medida determinada me descubre el sentido o el sinsentido de la misma.

He aquí la razón profunda que nos autoriza a concluir que el juego es fuente de luz. Todo juego se realiza a la luz que él mismo alumbra. Por eso, la vía regia para ganar luz es entrar en juego. El gran dramaturgo, músico y filósofo francés Gabriel Marcel solía decir que, cuando quería clarificar una idea, echaba a andar unos personajes en un drama. En el encuentro con ellos ganaba la luz necesaria.

 

G.Marcel, 1889-1973

En la obra de Perez Galdós Marianela, la protagonista le pregunta al ciego al que guía si sabe distinguir el día y la noche. El contesta: «Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos»26. Obviamente, aquí se alude a la luz espiritual que brota en el encuentro. Marianela se refería a la luz propia del nivel físico, el sensible y el psíquico. Pablo respondió en el nivel lúdico, el del juego creador.

Algo semejante acontece en el espléndido diálogo de Don Gonzalo y Don Juan en El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina:

 
- Don Juan Aguarda, iréte alumbrando.
- Don Gonzalo No alumbres; que en gracia estoy27.

Acordes al plano de la vida en que se movían sus vidas, Don Juan se refiere a la luz física, y Don Gonzalo, a la espiritual.

Al realizarse un encuentro, se enciende una luz en el universo. Cuando un encuentro se rompe, una luz se apaga. Con fina intuición, Saint-Exupéry sitúa la aparición del «principito» al alba, con la luz naciente. Los buenos autores no proceden a su antojo; escriben con coherencia, fieles a la lógica interna de cuanto van narrando. El principito aparece a una con la luz porque es heraldo de la importancia del encuentro incluso en los momentos límite de la existencia. «Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos a morir», manifestó el pequeño al final de la obra, una vez logrado el encuentro28.

Desde Wilhelm Dilthey se viene perfilando la idea de que el encuentro es fuente de luz. Actualmente, las investigaciones realizadas sobre lo que es e implica el juego creador nos permiten comprender con toda claridad que el encuentro alumbra luz, y esta luz tiene dos vertientes: clarifica el sentido de las realidades que se encuentran y hace surgir la belleza, que viene definida desde antiguo como «esplendor del orden», es decir: como luz que brota en el entreveramiento de elementos expresivos.

Si quiero conocerte de verdad, no basta que te oiga y te mire... Debo tratarte, entrar en relación creadora contigo, crear vínculos, encontrarme contigo, en el sentido más profundo del término. Algo semejante sucede en el campo del arte. Puedo leer un tratado sobre Mozart. Mientras no me encuentre con él a través de sus obras, no tendré un conocimiento verdadero del mismo.

El descubrimiento del poder que tiene el encuentro de alumbrar sentido y luz nos va a dar una base sólida para elaborar un método fecundo de análisis literario.

3º) Al hacer entrar en juego al hombre, el encuentro le otorga energía creadora

Cuenta en sus Memorias el genial pianista Arturo Rubinstein que más de una vez se hallaba tan fatigado antes de salir del hotel para el auditorio que estaba a punto de notificar que se suspendía el concierto. Animado por su esposa, hacía un esfuerzo supremo y se ponía en camino. No bien se sentaba al piano y pulsaba el primer acorde, se sentía lleno de una renovada energía que le permitía interpretar las obras con su habitual vehemencia. Este dinamismo brotaba del encuentro del pianista con el instrumento, con las obras interpretadas y con su autor.

Sucede algo análogo con una interpretación teatral, una declamación poética, una conferencia... Son diferentes modos de encuentro, en los cuales participa uno de una realidad que es un ámbito, una trama de interrelaciones llenas de posibilidades de vida. Esta vida le invade a uno cuando adopta ante tal realidad una actitud de receptividad activa, es decir: de creatividad.

Supongamos que me encuentro con una obra de J. S. Bach; pensemos en esa cumbre artística inigualable que es la Pasión según San Mateo.

J.S. Bach, 1685-1750

Me produce una impresión hondísima, me eleva a un nivel de experiencia que podemos calificar de sublime. ¿De dónde me viene la energía para elevarme de esa manera? Esa energía no procede de mi a solas; arranca de las posibilidades creativas que me ofrece la obra y que estoy en disposición de acoger activamente. Si soy capaz de asumir activamente esas posibilidades y convertirlas en un impulso interior mío -que me lleva a fundar ámbitos expresivos de diverso orden: estético, ético, social, histórico, religioso-, me elevo a un nivel muy alto de creatividad.

Siempre que entramos en relación con ámbitos -que son fuentes de posibilidades-, recibimos una dosis de energía correlativa a la riqueza de los mismos. Las obras literarias de calidad, por estar tejidas de tramas de ámbitos, dinamizan nuestro espíritu y lo cargan de energía. De ahí la intensidad con que leemos obras tan amplias y exigentes como La Divina Comedia, El Quijote, Fausto, Hamlet, Los Hermanos Karamazof...

También obras diminutas -literarias y musicales- son capaces de darnos ánimo y levantar nuestro espíritu. Un reportaje ofrecido por Televisión Española sobre la marcha emigratoria de una tribu del Alto Volta permitió contemplar a un grupo de seres exhaustos que caminaban fatigosamente sobre una tierra resquebrajada por la sequía. Se temía en cada momento que iban a desplomarse al suelo. Tanto más impresionante era verles, en tal situación límite, recoger sus últimas fuerzas para susurrar un canto o hacer sonar unas breves notas melancólicas en pequeñas flautas de fabricación casera.

Naturalmente, lo último que estaban dispuestos a perder estos desventurados era su capacidad de juego, su poder creador de ámbitos de expresividad y belleza. Sería grave error por nuestra parte interpretar este juego artístico como mero pasatiempo. Era un intento de fundar un campo de realización personal, de autoafirmación, de proclamación de la voluntad de vivir en nivel de espíritu, de negarse a reconocer como normal el estado de asfixia lúdica que les imponía la hostilidad extrema del entorno.

Visto a esta luz, el espectáculo oprimente de aquellos hombres en marcha hacia un futuro incierto adquiría cierta coloración optimista: constituía un símbolo sobrecogedor del afán que alienta en el espíritu humano de transfigurar los momentos más sombríos de la existencia y dotarlos de sentido.

25 Un estudio amplio del juego y sus características puede verse en mi obra Estética de la creatividad, Rialp, Madrid 1998, 3ª ed., Primera Parte.

26 Cf. O. cit., Alianza Editorial, Madrid 1984, p. 70.

27 Cf. El burlador de Sevilla y convidado de piedra, Cátedra, Madrid 1980, v. 2456-58.

28 Cf. El principito, p. 91; Le petit prince, p. 91.


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