Crear
relaciones de encuentro es decisivo en la vida humana. El encuentro
no se reduce a mera vecindad física; implica un
entreveramiento
de dos ámbitos.
Las
obras literarias de calidad nos invitan constantemente a movernos
en nivel de ámbitos y, por tanto, de encuentro. Sólo
por ello ya nos están formando como personas.
El encuentro es tanto más perfecto cuanto más
carácter ambital tienen los seres que lo crean. Por eso
no debemos amenguar la personalidad de las demás personas
sino, por el contrario, incrementarla si queremos que nuestra
relación de encuentro sea fructífera para todos.
Hay múltiples formas posibles de encuentro. La más
valiosa y fecunda es la que se da entre seres personales. Encontrarse
con la naturaleza, con la ciencia y el arte es un acontecimiento
sobremanera valioso, por ser fuente de conocimiento, de belleza
y gozo. Crear encuentros con seres personales encierra todavía
más valor porque compromete más profundamente
nuestro ser en la creación de unidad. Si no nos encontramos
con las demás personas, tenemos riesgo de «soñar
con el espíritu» en vez de llevar una vida auténticamente
espiritual29.
Como todo lo grande, el encuentro nos exige mucho, pues, como
indicó Goethe, «no se camina bajo palmas gratuitamente».
Las exigencias del encuentro son las virtudes: generosidad,
fidelidad, cordialidad... Cuando nos comportamos virtuosamente,
adquirimos un modo de ser que facilita la creación
de toda suerte de encuentros. Ese modo de ser constituye una
especie de «segunda naturaleza». A esta segunda naturaleza
que vamos adquiriendo a través de nuestros actos y hábitos
y las opciones fundamentales que los inspiran la llamaban los
antiguos griegos êthos, con e larga. El
estudio de tal êthos es el objeto de la ética,
como disciplina filosófica.
Al
vivir la experiencia personal del encuentro, sentimos los espléndidos
frutos que reporta: nos hace entrar en juego, nos otorga energía
espiritual, nos da sentido y luz, nos inunda de alegría,
entusiasmo y felicidad.
Cuando asumimos interiormente estos frutos y los valoramos debidamente,
descubrimos que el encuentro, cuando es auténtico, marca
una meta en nuestra vida. La forma altísima de
unidad que implica constituye nuestro ideal. Será
el tema de la Unidad siguiente.
29
Esta idea fué subrayada genialmente tras la primera
guerra mundial por Ferdinand Ebner. Cf. Das Wort und die
geistigen Realitäten. Pneumatologische Fragmente, Brenner,
Innsbruck 1921; Herder, Viena, 1952, 2ª
ed. (La palabra y las realidades espirituales, Caparrós,
Madrid 1993).
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