Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 5ª: El encuentro y el descubrimiento del ideal
4. Ejercicios para profundizar en los temas tratados

1º) El secreto de la formación humana radica en descubrir el verdadero ideal.

El gran pedagogo alemán Josef Kentenich polarizó su labor educativa en torno al empeño de descubrir y realizar el «ideal personal» y el «ideal comunitario»:

«Como psicólogo, puedo subrayar en principio que el secreto de la maduración de los jóvenes radica en el desarrollo del ideal personal».«Las dificultades juveniles son superadas en lo esencial cuando los jóvenes encuentran su ideal personal7».

«El verdadero educador es hombre de un solo pensamiento». «No hay que aducir muchos pensamientos tanto si educamos a adultos como a niños (...). Un solo pensamiento basta. Ciertamente, también se requiere cierta variedad. Pero debe desembocar en un pensamiento grande». «Hay que educar hasta conseguir que el ideal se convierta en algo operativo, casi fascinante»8. «¿Cómo lo expresó Nietzsche una vez? ´Tu pensamiento grande quiero yo saberlo´. Y ¿cuál es el pensamiento grande de una comunidad? Es lo que llamamos el ideal comunitario»9.

El ideal está estrechamente vinculado con la vocación propia, con aquello que uno está llamado a ser. Lo expresó claramente el poeta Friederich Rückert:

« Cada uno lleva en sí la imagen
de lo que desea llegar a ser.
Mientras no lo es,
su paz no es completa».

2º) El ideal lo descubrimos al encontrarnos con un valor muy elevado.

Para desarrollarse como persona no hay vía más fecunda que adentrarse en el campo de imantación de los valores. Una vez sumergido uno en esa esfera de irradiación, la labor principal corre a cargo de los valores mismos, que no sólo existen sino que se hacen valer.

En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, multitud de personas de la Europa del Este huyeron hacia Occidente y fueron albergados en campos de refugiados. Un día se presentó en uno de ellos un hombre vestido con hábito blanco, el legendario Werenfried van Straaten, tan corpulento como bondadoso.

A esas gentes abatidas por la extrema penuria les habló de un Dios que es amor, y les ofreció en su nombre una cuantiosa ayuda, fruto de la generosidad de pueblos también castigados por el infortunio. Entre los refugiados se hallaba una niña de 8 años, que ahora es misionera en la India.

 

Ella misma nos explicó su transformación:

«Aquel día surgió en mí la vocación. Yo no había oído hablar nunca del amor. En mi derredor no había florecido más que el odio y el exterminio. Este Padre me descubrió que existía un reino en el que la gente se ayuda y se ama. En ese instante decidí consagrar la vida a ese Dios que vence al odio».

La aparición del amor en un ambiente hosco de odio y miseria significó para esta niña la revelación de un valor altísimo. Ella sintió que todo su ser quedaba atraído fuertemente por la llamada de ese valor, que le ofrecía posibilidades inmensas de acción llena de sentido. No lo dudó un instante. Allí estaba su meta, su ideal. Había descubierto una idea motriz -el amor- que era para ella una fuente de vida auténtica, de actitudes creativas de actividad fecundísima. Al dejarse imantar por esa idea dinamizadora, ganó una energía espiritual que orientó para siempre su vida. Su vocación estaba elegida, y su ser quedó rebosante de poder creativo.

Una vez y otra se comprueba que la creatividad procede siempre del valor, revela el valor y fomenta el valor. Vocación, ideal, valor, plenitud de sentido, vida lograda... se dan estrechamente unidos. Lo experimentó en su vida el gran científico y humanista Albert Einstein, que nos hizo esta confesión:

«Los ideales que han iluminado mi camino y una y otra vez me han infundido valor para enfrentarme a la vida con ánimo han sido la bondad, la belleza y la verdad».

Bien vistos, estos ideales se unen y ensamblan en la clave de bóveda que es la unidad, el amor rectamente entendido y vivido. El que descubre un ideal ajustado a su vida tiene luz para siempre, y buen ánimo, porque el ideal es una meta valiosa que deseamos conseguir en el futuro, pero desde el futuro revierte sobre cada momento para impulsar nuestra vida y llenarla de sentido.

3º) El encuentro nos da elevación y nos redime del sinsentido del dolor.

Tomar el encuentro como ideal significa que estimamos sobre todo el vivir entre seres que no se reducen a objetos, pues son ámbitos, y nos permiten establecer relaciones profundas con ellos. Al hacerlo, sentimos la satisfacción que produce el ver que nos estamos realizando como personas.

«Al reflexionar sobre mi propia vida -escribe H. Nouwen-, me doy cuenta de que los momentos de mayor bienestar y consuelo fueron los momentos en que alguien me dijo: ´ No te puedo quitar tu dolor, no tengo solución alguna para tu problema, pero puedo prometerte que no te dejaré solo y te ayudaré mientras pueda y de la mejor manera que pueda´. Hay mucho sufrimiento y dolor en nuestras vidas, pero ¡qué bendición es no tener que vivir solos nuestro sufrimiento y nuestro dolor! Este es el regalo de la compasión»10.

4º) La libertad verdadera -la «libertad creativa»- es libertad vinculada a algo valioso.

En carta a Eckermann, el gran Goethe, tan excelente pensador como escritor, expresó de forma concisa y lúcida su idea de la libertad verdadera:

«No nos hace libres el no querer aceptar nada superior a nosotros, sino el acatar algo que está por encima de nosotros».

La libertad creativa -años luz superior a la mera libertad de maniobra- permite vincular de modo fecundo en el hombre la autonomía y la heteronomía, es decir: el poder regir la conducta por leyes propias, elaboradas en la interioridad, y la necesidad de orientarse por criterios y normas recibidos en principio «de fuera». Gabriel Marcel escribe:

«... Tanto en el orden de la santidad cuanto en el de la creación artística en el que la libertad resplandece, resulta evidente que la libertad no es una autonomía: aquí y allí, el yo, -el autocentrismo- está reabsorbido enteramente en el amor»11.

Dejar de ser autónomo sin caer en la alienación de la heteronomía sólo es posible a través de la actividad creadora. «Cuanto más integralmente entro en actividad -agrega Marcel-, menos legítimo resulta decir que soy autónomo». «El ser más autónomo es, en un determinado sentido, el más comprometido». Esta no-autonomía del gran artista «no es una heteronomía, como el amor no es un hetero-centrismo»12.

5º) La libertad vacía de un desertor.

El protagonista de la obra de J. P. Sartre Le sursis («La prórroga» o «El aplazamiento») va a la estación de la que han de partir los movilizados para defender a la patria de la invasión extranjera.

 

Jean Paul Sartre

Debe tomar el tren, pero al final no lo hace. Deja que el tren se aleje, abarrotado de jóvenes, y él se vuelve a París. Callejea sin rumbo, contempla largamente el Sena, da vueltas a mil pensamientos, se siente invadido de libertad. Todo él es libertad. Pero no tarda en preguntarse: «¿Y qué voy a hacer con toda esta libertad?» Sin duda intuyó que su libertad era vacía, no conducía a ninguna meta, no era impulsada por ningún ideal auténtico.

Un desertor es una persona que rompe amarras con su patria. Cuando un país es invadido por un enemigo, se moviliza entero en orden a su defensa. Todo cambia en él de sentido. Las metas de cada vida quedan supeditadas a la gran meta que es defender la patria. El que se consagra a ella dota de sentido a su existencia. Matthieu no se orienta hacia esa meta, y todo lo que haga estará fuera de lugar, carecerá de sentido. Será un extraño en su país. Se ha desvinculado. Es totalmente libre, pero esa libertad no le lleva a ninguna parte que dé sentido a su vida.

Esa libertad vacía no es fruto de una conquista, sino puro resultado de una huida traidora. El traidor se mueve con libertad absoluta -es decir: desvinculada- , pero, al hacerlo, se desliza por un «astro muerto». París, toda Francia, el mundo entero es para él un desierto. La libertad vacía deja al hombre desolado. Veámoslo en el texto:

« En medio del Pont Neuf se detuvo y se echó a reír: 'Qué lejos he buscado esta libertad, y estaba tan cercana que no podía verla, que no puedo tocarla, no era más que yo mismo. Yo soy mi libertad'. Había esperado que un día se vería colmado de dicha, traspasado de parte a parte por un rayo. Pero no había ni dicha ni rayo: sólo esta indigencia, este vacío presa de vértigo ante sí mismo (...). Extendió las manos y las paseó lentamente por la piedra de la balaustrada, que era rugosa, agrietada, una esponja petrificada, caliente aún del sol de mediodía. (...) Hubiera querido aferrarse a esa piedra, fundirse en ella, llenarse de su opacidad, de su reposo. Pero ella no podía procurarle ningún socorro; estaba afuera para siempre. (...) 'Tan inseparable del mundo como la luz, y desterrado sin embargo como la luz, resbalando por la superficie de las piedras y del agua sin que nada, jamás, se agarre a mí o encalle en mí. Afuera. Afuera. Fuera del mundo, fuera del pasado, fuera de mí mismo: la libertad es el destierro y yo estoy condenado a ser libre' ».

«Dio algunos pasos, se detuvo de nuevo, se sentó en la balaustrada y miró correr el agua. '¿Y qué voy a hacer con toda esta libertad? ¿Qué voy a hacer conmigo?' Había jalonado su porvenir con tareas precisas: la estación, el tren para Nancy, el cuartel, el manejo de las armas. Pero ni el porvenir ni esas tareas le pertenecían ya. Ya nada era suyo: la guerra labraba la tierra, pero no era ya su guerra. Estaba solo en ese puente, solo en el mundo y nadie podía darle órdenes. ´Soy libre para nada´, pensó con cansancio. Ni un signo en el cielo ni en la tierra, los objetos de este mundo estaban demasiado absortos en su guerra, volvían hacia el Este sus múltiples cabezas. Matthieu corría por la superficie de las cosas, y ellas no lo sentían ya. Olvidado. Olvidado por el puente que lo soportaba con indiferencia, por esos caminos que huían hacia la frontera, por esa ciudad que se levantaba lentamente para mirar en el horizonte un incendio que no le concernía. Olvidado, ignorado, completamente solo: un retrasado; todos los movilizados habían partido la antevíspera, él ya no tenía nada que hacer aquí. ¿Tomaré el tren? No tiene ninguna importancia. Partir, quedarse, huir: no eran estos actos los que pondrían en juego su libertad».

«Y, sin embargo, era menester arriesgarla. Se aferró con ambas manos a la piedra, y se inclinó por encima del agua. Bastaría con un chapuzón, el agua lo devoraría, su libertad se convertiría en agua. (...) Todas las amarras estaban cortadas, nada en el mundo podía detenerlo: eso era la horrible, horrible libertad. Muy en el fondo de sí, sentía latir su corazón enloquecido. 'Un solo gesto, unas manos que se abren, y yo habré sido Matthieu'. El vértigo se levantó dulcemente sobre el río: el cielo y el puente se derrumbaron: no quedaron más que él y el agua, que subía hacia él, le lamía las piernas colgantes. El agua, su porvenir. Ahora es cierto, voy a matarme. Y de pronto, decidió no hacerlo. (...) Y se encontró de pie, en marcha, deslizándose por la corteza de un astro muerto. Será la próxima vez»13.

El autor destaca el término «vértigo», la condición fusional de la unión que desea establecer el protagonista con cuanto le rodea y la imposibilidad de sentirse verdaderamente libre. Se entiende radicalmente este texto cuando se recuerdan estas cuatro ideas:

1) En el proceso de vértigo uno tiende a empastarse con las realidades circundantes.

2) Nuestra libertad auténtica comienza cuando tenemos la capacidad de tomar distancia de nuestras apetencias y elegir en virtud del ideal.

3) Creamos, así, con cuanto nos rodea un campo de juego, en el cual se convierten en íntimas las realidades que lo constituyen.

4) En este campo de intimidad, lo «exterior» deja de estar «fuera» de nosotros, y nuestra libertad creativa nos une de modo entrañable con el mundo en torno, no nos lanza al exilio.

6º) El sentido de la vida humana y la salud espiritual.

El psicólogo vienés Viktor Frankl, fundador de la Logoterapia, dedicó su vida a mostrar que la causa principal de los desarreglos psíquicos que padece el hombre actual no son debidos a la represión sexual -como opinaba Freud-, ni al complejo de inferioridad -según pensaba Adler-, sino al «vacío existencial», la falta de sentido en la vida:

«Cada tiempo tiene su neurosis, y cada tiempo necesita su psicoterapia».«Así nosotros, en la actualidad, ya no estamos confrontados con una frustración sexual, como en tiempo de Freud, sino con una frustración existencial. Y el paciente típico del momento presente ya no padece tanto complejos de inferioridad, como en tiempo de Adler, cuanto sentimientos abismales de falta de sentido, asociados con una sensación de vacío; razón por la cual hablo de un vacío existencial»14.«El paciente actual sufre sobre todo de un abismal sentimiento de falta de sentido, que va asociado con un sentimiento de vacío»15.

«Respecto a la generación de los adultos, me limito a consignar el resultado de las investigaciones que Rolf von Eckartsberg pudo realizar con graduados de la Universidad de Harvard: Veinte años después de su graduación, un tanto por ciento muy elevado de esta gente -que entretanto habían hecho carrera, y por lo demás llevaban una vida ordenada y feliz, vista desde fuera- se lamentaban de tener un sentimiento de una abismal falta de sentido». «Aumentan los signos de que el sentimiento de falta de sentido se extiende cada vez más. Su presencia es confirmada actualmente incluso por el lado marxista y por colegas de orientación puramente psicoanalítica»16.

«¿Podemos darle un sentido al hombre actual, frustrado existencialmente? Debemos estar contentos si no le quitan el sentido al hombre de hoy a través de un adoctrinamiento reduccionista»17.

En esta misma línea, Albert Camus subraya la importancia del sentido de la vida con su fuerza expresiva singular:

 

Camus

«Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación». «... Veo que muchas personas se mueren porque estiman que la vida no vale la pena vivirla. Veo otras que, paradójicamente, se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan una razón para vivir (lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir). Opino, en consecuencia, que el sentido de la vida es la pregunta más apremiante»18.

7º) Necesidad de ver las realidades en todas sus dimensiones.

Para pensar con rigor debemos conceder a nuestra inteligencia tres condiciones: largo alcance, amplitud y penetración. Si las posee, puede captar las realidades en todo su relieve y advertir su poder simbólico, su capacidad expresiva, su condición relacional. Esta capacidad de atender a todas las vertientes de las realidades y los acontecimientos es destacada por Anthony de Mello con un ejemplo musical:

«Amar es como oír una sinfonía. Ser sensible a toda esa sinfonía. Significa tener un corazón sensible a todos y a todo. ¿Puedes imaginar que una persona oiga una sinfonía y sólo escuche los timbales? ¿O dar tanto valor a los timbales que los demás instrumentos queden casi apagados? Un buen músico, que ama la música, escucharía cada uno de los instrumentos. Puede tener su instrumento favorito, pero los escucha a todos. Cuando te apasionas, cuando tienes un sentimiento de apego, una obsesión, ¿sabes lo que sucede? El objeto de tu pasión se destaca y las demás personas se esfuman»19 .

Un ejemplo de penetración en el sentido de las realidades nos lo da el Premio Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez, al destacar la belleza y expresividad que adquieren las manos de una persona cuando se entrega a una acción valiosa, que implica cierto grado de creatividad:

 

Juan Ramón Jiménez

«¡Qué encantadora armonía el uso de las manos de la niñera de un niño, el alzarlo, el mecerlo, el vestirlo, el lavarlo, el entretenerlo con gestos relacionados con la fantasía! ¡Qué delicia ver las manos de Toscanini dirigiendo y qué encanto no habrá sido el ver modelando las manos de Miguel Angel!». «Aplaudir con sinceridad, con gozo, con alegría también puede ser un buen empleo de las manos: sobre todo si se goza lo que se aplaude. Cerrar la mano nunca es bello, los dedos cerrados están muertos y por algo los árabes condenan a un ladrón a cerrarle las manos y enyesarlas para que las uñas le taladren las palmas. Cerrar la mano es propio del avaro de todas las cosas, de dinero, de afecto, de caricia, de ilusión»20.

7 Cf. Ethos und Ideal in der Erziehung, Schönstatt, Vallendar-Schönstatt, 1972, págs. 186-187.

8 «Fascinante» es tomado aquí en sentido de «atractivo» y «entusiasmante», no de «seductor». Lo que nos atrae y entusiasma eleva nuestro ánimo al tiempo que respeta nuestra libertad. El que seduce a una persona la arrastra, la vence sin convencerla, anula su libertad. Es sumamente importante para el análisis ético y el literario aprender a matizar debidamente el lenguaje y usarlo con precisión.

9 Cf. O. cit., p. 198.

10 Cf. Henri J. M. Nouwen: Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 1995, p. 108.

11 Cf. Être et avoir, Aubier, París 1935, p. 254.

12 Cf. O. cit., págs. 253-4. Cf. mi obra La experiencia estética y su poder formativo, Verbo Divino, Estella 1991, págs. 76 ss.

13 Cf. Los caminos de la libertad. II. El aplazamiento, Losada, Buenos Aires 1967, 5ª ed., págs. 326-328; Les chemins de la liberté. II. Le sursis , Gallimard, París 1945, págs. 418-421.

14 Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn, Piper, Munich 1987, 7ª ed., p. 141. Interesantes precisiones sobre la nueva forma de orientar la Psicoterapia sobre la base de la importancia del sentido en la vida humana se encuentran en la obra de J. Rof Carballo y Javier del Amo: Terapéutica del hombre. El proceso radical del cambio, DDB, Bilbao 1986.

15 Cf. O. cit., p. 141.

16 Cf. O. cit., p. 142.

17 Cf. O. cit., p. 154.

18 Cf. El mito de Sísifo, Alianza Editorial, Madrid 1983, 2ª ed., págs 15-16; Le mythe de Sysiphe, Gallimard, Paris 1942, págs. 15-16. «Sorprende ver que gran parte de nuestra vida la pasamos sin reflexionar sobre su sentido. No es de extrañar que haya mucha gente tan ocupada y al mismo tiempo tan hastiada» (Henri J.M. Nouwen: Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu, San Pablo, Madrid 1995, p.70).

19 Cf. Caminar sobre las aguas, Verbo Divino, Estella 1955, p. 141. (Transcribo "timbales" en vez de "tambores" pues este instrumento figura en muy pocas partituras sinfónicas). Dos autores contemporáneos, muy preocupados por hacer justicia a la riqueza de la realidad, Romano Guardini y Hans Urs von Balthasar, subrayan el carácter polifónico y sinfónico de la verdad. Cf. A.López Quintás: Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid 1998, págs. 208-213; H. Urs von Balthasar: La verdad es sinfónica. Aspectos del pluralismo cristiano, Encuentro, Madrid 1979, págs. 5-6.

20 Cf. Política poética, Alianza Editorial, Madrid 1981, p. 429.


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