1º)
El secreto de la formación humana radica en descubrir
el verdadero ideal.
El gran pedagogo alemán Josef Kentenich polarizó
su labor educativa en torno al empeño de descubrir y
realizar el «ideal personal» y el «ideal comunitario»:
«Como
psicólogo, puedo subrayar en principio que el secreto
de la maduración de los jóvenes radica en el
desarrollo del ideal personal».«Las dificultades
juveniles son superadas en lo esencial cuando los jóvenes
encuentran su ideal personal7».
«El
verdadero educador es hombre de un solo pensamiento».
«No hay que aducir muchos pensamientos tanto si educamos
a adultos como a niños (...). Un solo pensamiento basta.
Ciertamente, también se requiere cierta variedad. Pero
debe desembocar en un pensamiento grande». «Hay
que educar hasta conseguir que el ideal se convierta en algo
operativo, casi fascinante»8.
«¿Cómo lo expresó Nietzsche una vez?
´Tu pensamiento grande quiero yo saberlo´. Y ¿cuál
es el pensamiento grande de una comunidad? Es lo que llamamos
el ideal comunitario»9.
El ideal está estrechamente vinculado con la vocación
propia, con aquello que uno está llamado a
ser. Lo expresó claramente el poeta Friederich Rückert:
«
Cada
uno lleva en sí la imagen
de lo que desea llegar a ser.
Mientras no lo es,
su paz no es completa».
2º)
El ideal lo descubrimos al encontrarnos con un valor muy
elevado.
Para desarrollarse como persona no hay vía más
fecunda que adentrarse en el campo de imantación de los
valores. Una vez sumergido uno en esa esfera de irradiación,
la labor principal corre a cargo de los valores mismos, que
no sólo existen sino que se
hacen valer.
En
los últimos días de la Segunda Guerra Mundial,
multitud de personas de la Europa del Este huyeron hacia Occidente
y fueron albergados en campos de refugiados. Un día se
presentó en uno de ellos un hombre vestido con hábito
blanco, el legendario Werenfried van Straaten, tan corpulento
como bondadoso.
A
esas gentes abatidas por la extrema penuria les habló
de un Dios que es amor, y les ofreció en su nombre una
cuantiosa ayuda, fruto de la generosidad de pueblos también
castigados por el infortunio. Entre los refugiados se hallaba
una niña de 8 años, que ahora es misionera en
la India.
Ella
misma nos explicó su transformación:
«Aquel
día surgió en mí la vocación.
Yo no había oído hablar nunca del amor. En
mi derredor no había florecido más que el odio
y el exterminio. Este Padre me descubrió que existía
un reino en el que la gente se ayuda y se ama. En ese instante
decidí consagrar la vida a ese Dios que vence al odio».
La aparición del amor en un ambiente hosco de odio y
miseria significó para esta niña la revelación
de un valor altísimo. Ella sintió que todo su
ser quedaba atraído fuertemente por la llamada de ese
valor, que le ofrecía posibilidades inmensas de acción
llena de sentido. No lo dudó un instante. Allí
estaba su meta, su ideal. Había descubierto
una idea motriz -el amor- que era para ella una fuente
de vida auténtica, de actitudes creativas de actividad
fecundísima. Al dejarse imantar por esa idea dinamizadora,
ganó una energía espiritual que orientó
para siempre su vida. Su vocación estaba elegida, y su
ser quedó rebosante de poder creativo.
Una vez y otra se comprueba que la creatividad procede siempre
del valor, revela el valor y fomenta el valor. Vocación,
ideal, valor, plenitud de sentido, vida lograda... se dan estrechamente
unidos. Lo experimentó en su vida el gran científico
y humanista Albert Einstein, que nos hizo esta confesión:
«Los
ideales que han iluminado mi camino y una y otra vez me han
infundido valor para enfrentarme a la vida con ánimo
han sido la bondad, la belleza y la verdad».
Bien vistos, estos ideales se unen y ensamblan en la clave de
bóveda que es la unidad, el amor rectamente entendido
y vivido. El que descubre un ideal ajustado a su vida
tiene luz para siempre, y buen ánimo, porque el ideal
es una meta valiosa que deseamos conseguir en el futuro, pero
desde el futuro revierte sobre cada momento para impulsar nuestra
vida y llenarla de sentido.
3º)
El encuentro nos da elevación y nos redime del sinsentido
del dolor.
Tomar el encuentro como ideal significa que estimamos sobre
todo el vivir entre seres que no se reducen a objetos,
pues son ámbitos, y nos permiten establecer relaciones
profundas con ellos. Al hacerlo, sentimos la satisfacción
que produce el ver que nos estamos realizando como personas.
«Al
reflexionar sobre mi propia vida -escribe H. Nouwen-,
me doy cuenta de que los momentos de mayor bienestar y consuelo
fueron los momentos en que alguien me dijo: ´ No te puedo
quitar tu dolor, no tengo solución alguna para tu problema,
pero puedo prometerte que no te dejaré solo y te ayudaré
mientras pueda y de la mejor manera que pueda´.
Hay mucho sufrimiento y dolor en nuestras vidas, pero ¡qué
bendición es no tener que vivir solos nuestro sufrimiento
y nuestro dolor! Este es el regalo de la compasión»10.
4º)
La libertad verdadera -la «libertad creativa»-
es libertad vinculada a algo valioso.
En carta a Eckermann, el gran Goethe, tan excelente pensador
como escritor, expresó de forma concisa y lúcida
su idea de la libertad verdadera:
«No
nos hace libres el no querer aceptar nada superior a nosotros,
sino el acatar algo que está por encima de nosotros».
La libertad creativa -años luz superior a la mera
libertad de maniobra- permite vincular de modo fecundo
en el hombre la autonomía y la heteronomía,
es decir: el poder regir la conducta por leyes propias, elaboradas
en la interioridad, y la necesidad de orientarse por criterios
y normas recibidos en principio «de fuera». Gabriel
Marcel escribe:
«...
Tanto en el orden de la santidad cuanto en el de la creación
artística en el que la libertad resplandece, resulta
evidente que la libertad no es una autonomía: aquí
y allí, el yo, -el autocentrismo- está reabsorbido
enteramente en el amor»11.
Dejar de ser autónomo sin caer en la alienación
de la heteronomía sólo es posible a través
de la actividad creadora. «Cuanto más integralmente
entro en actividad -agrega Marcel-, menos legítimo
resulta decir que soy autónomo». «El ser más
autónomo es, en un determinado sentido, el más
comprometido». Esta no-autonomía del gran artista
«no es una heteronomía, como el amor no es un
hetero-centrismo»12.
5º)
La libertad vacía de un desertor.
El protagonista de la obra de J. P. Sartre Le sursis
(«La prórroga» o «El aplazamiento»)
va a la estación de la que han de partir los movilizados
para defender a la patria de la invasión extranjera.
Jean
Paul Sartre
Debe
tomar el tren, pero al final no lo hace. Deja que el tren se
aleje, abarrotado de jóvenes, y él se vuelve a
París. Callejea sin rumbo, contempla largamente el Sena,
da vueltas a mil pensamientos, se siente invadido de libertad.
Todo él es libertad. Pero no tarda en preguntarse:
«¿Y qué voy a hacer con toda esta libertad?»
Sin duda intuyó que su libertad era vacía,
no conducía a ninguna meta, no era impulsada por ningún
ideal auténtico.
Un desertor es una persona que rompe amarras con su patria.
Cuando un país es invadido por un enemigo, se moviliza
entero en orden a su defensa. Todo cambia en él de sentido.
Las metas de cada vida quedan supeditadas a la gran meta que
es defender la patria. El que se consagra a ella dota de sentido
a su existencia. Matthieu no se orienta hacia esa meta, y todo
lo que haga estará fuera de lugar, carecerá de
sentido. Será un extraño en su país. Se
ha desvinculado. Es totalmente libre, pero esa libertad no le
lleva a ninguna parte que dé sentido a su vida.
Esa libertad vacía no es fruto de una conquista, sino
puro resultado de una huida traidora. El traidor se mueve con
libertad absoluta -es decir: desvinculada- , pero,
al hacerlo, se desliza por un «astro muerto». París,
toda Francia, el mundo entero es para él un desierto.
La libertad vacía deja al hombre desolado. Veámoslo
en el texto:
«
En
medio del Pont Neuf se detuvo y se echó a reír:
'Qué lejos he buscado esta libertad, y estaba tan cercana
que no podía verla, que no puedo tocarla, no era más
que yo mismo. Yo soy mi libertad'. Había esperado que
un día se vería colmado de dicha, traspasado
de parte a parte por un rayo. Pero no había ni dicha
ni rayo: sólo esta indigencia, este vacío presa
de vértigo ante sí mismo (...). Extendió
las manos y las paseó lentamente por la piedra de la
balaustrada, que era rugosa, agrietada, una esponja petrificada,
caliente aún del sol de mediodía. (...) Hubiera
querido aferrarse a esa piedra, fundirse en ella, llenarse
de su opacidad, de su reposo. Pero ella no podía procurarle
ningún socorro; estaba afuera para siempre. (...) 'Tan
inseparable del mundo como la luz, y desterrado sin embargo
como la luz, resbalando por la superficie de las piedras y
del agua sin que nada, jamás, se agarre a mí
o encalle en mí. Afuera. Afuera. Fuera del mundo, fuera
del pasado, fuera de mí mismo: la libertad es el destierro
y yo estoy condenado a ser libre' ».
«Dio
algunos pasos, se detuvo de nuevo, se sentó en la balaustrada
y miró correr el agua. '¿Y qué voy a hacer
con toda esta libertad? ¿Qué voy a hacer conmigo?'
Había jalonado su porvenir con tareas precisas: la
estación, el tren para Nancy, el cuartel, el manejo
de las armas. Pero ni el porvenir ni esas tareas le pertenecían
ya. Ya nada era suyo: la guerra labraba la tierra, pero no
era ya su guerra. Estaba solo en ese puente, solo en el mundo
y nadie podía darle órdenes. ´Soy libre
para nada´, pensó con cansancio. Ni un
signo en el cielo ni en la tierra, los objetos de este mundo
estaban demasiado absortos en su guerra, volvían hacia
el Este sus múltiples cabezas. Matthieu corría
por la superficie de las cosas, y ellas no lo sentían
ya. Olvidado. Olvidado por el puente que lo soportaba con
indiferencia, por esos caminos que huían hacia la frontera,
por esa ciudad que se levantaba lentamente para mirar en el
horizonte un incendio que no le concernía. Olvidado,
ignorado, completamente solo: un retrasado; todos los movilizados
habían partido la antevíspera, él ya
no tenía nada que hacer aquí. ¿Tomaré
el tren? No tiene ninguna importancia. Partir, quedarse, huir:
no eran estos actos los que pondrían en juego su libertad».
«Y,
sin embargo, era menester arriesgarla. Se aferró con
ambas manos a la piedra, y se inclinó por encima del
agua. Bastaría con un chapuzón, el agua lo devoraría,
su libertad se convertiría en agua. (...) Todas las
amarras estaban cortadas, nada en el mundo podía detenerlo:
eso era la horrible, horrible libertad. Muy en el fondo de
sí, sentía latir su corazón enloquecido.
'Un solo gesto, unas manos que se abren, y yo habré
sido Matthieu'. El vértigo se levantó
dulcemente sobre el río: el cielo y el puente se derrumbaron:
no quedaron más que él y el agua, que subía
hacia él, le lamía las piernas colgantes. El
agua, su porvenir. Ahora es cierto, voy a matarme.
Y de pronto, decidió no hacerlo. (...) Y se
encontró de pie, en marcha, deslizándose por
la corteza de un astro muerto. Será la próxima
vez»13.
El autor destaca el término «vértigo»,
la condición fusional de la unión que desea
establecer el protagonista con cuanto le rodea y la imposibilidad
de sentirse verdaderamente libre. Se entiende radicalmente
este texto cuando se recuerdan estas cuatro ideas:
1)
En el proceso de vértigo uno tiende a empastarse
con las realidades circundantes.
2)
Nuestra libertad auténtica comienza cuando tenemos la
capacidad de tomar distancia de nuestras apetencias y
elegir en virtud del ideal.
3)
Creamos, así, con cuanto nos rodea un campo de juego,
en el cual se convierten en íntimas las realidades que
lo constituyen.
4)
En este campo de intimidad, lo «exterior» deja de
estar «fuera» de nosotros, y nuestra libertad creativa
nos une de modo entrañable con el mundo en torno,
no nos lanza al exilio.
6º)
El sentido de la vida humana y la salud espiritual.
El psicólogo vienés Viktor Frankl, fundador de
la Logoterapia, dedicó su vida a mostrar que la
causa principal de los desarreglos psíquicos que padece
el hombre actual no son debidos a la represión sexual
-como opinaba Freud-, ni al complejo de inferioridad -según
pensaba Adler-, sino al «vacío existencial»,
la falta de sentido en la vida:
«Cada
tiempo tiene su neurosis, y cada tiempo necesita su psicoterapia».«Así
nosotros, en la actualidad, ya no estamos confrontados con
una frustración sexual, como en tiempo de Freud, sino
con una frustración existencial. Y el paciente típico
del momento presente ya no padece tanto complejos de inferioridad,
como en tiempo de Adler, cuanto sentimientos abismales de
falta de sentido, asociados con una sensación de vacío;
razón por la cual hablo de un vacío existencial»14.«El
paciente actual sufre sobre todo de un abismal sentimiento
de falta de sentido, que va asociado con un sentimiento de
vacío»15.
«Respecto
a la generación de los adultos, me limito a consignar
el resultado de las investigaciones que Rolf von Eckartsberg
pudo realizar con graduados de la Universidad de Harvard:
Veinte años después de su graduación,
un tanto por ciento muy elevado de esta gente -que entretanto
habían hecho carrera, y por lo demás llevaban
una vida ordenada y feliz, vista desde fuera- se lamentaban
de tener un sentimiento de una abismal falta de sentido».
«Aumentan los signos de que el sentimiento de falta de
sentido se extiende cada vez más. Su presencia es confirmada
actualmente incluso por el lado marxista y por colegas de
orientación puramente psicoanalítica»16.
«¿Podemos
darle un sentido al hombre actual, frustrado existencialmente?
Debemos estar contentos si no le quitan el sentido
al hombre de hoy a través de un adoctrinamiento reduccionista»17.
En esta misma línea, Albert Camus subraya la importancia
del sentido de la vida con su fuerza expresiva singular:
«Juzgar
si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la
pregunta fundamental de la filosofía. Las demás,
si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu
tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación».
«... Veo que muchas personas se mueren porque estiman
que la vida no vale la pena vivirla. Veo otras que, paradójicamente,
se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan una
razón para vivir (lo que se llama una razón
para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón
para morir). Opino, en consecuencia, que el sentido de la
vida es la pregunta más apremiante»18.
7º)
Necesidad de ver las realidades en todas sus dimensiones.
Para pensar con rigor debemos conceder a nuestra inteligencia
tres condiciones: largo alcance, amplitud y penetración.
Si las posee, puede captar las realidades en todo su relieve
y advertir su poder simbólico, su capacidad expresiva,
su condición relacional. Esta capacidad de atender
a todas las vertientes de las realidades y los acontecimientos
es destacada por Anthony de Mello con un ejemplo musical:
«Amar
es como oír una sinfonía. Ser sensible a toda
esa sinfonía. Significa tener un corazón sensible
a todos y a todo. ¿Puedes imaginar que una persona oiga
una sinfonía y sólo escuche los timbales? ¿O
dar tanto valor a los timbales que los demás instrumentos
queden casi apagados? Un buen músico, que ama la música,
escucharía cada uno de los instrumentos. Puede tener
su instrumento favorito, pero los escucha a todos. Cuando
te apasionas, cuando tienes un sentimiento de apego, una obsesión,
¿sabes lo que sucede? El objeto de tu pasión se
destaca y las demás personas se esfuman»19
.
Un
ejemplo de penetración en el sentido de las realidades
nos lo da el Premio Nobel de Literatura, Juan Ramón Jiménez,
al destacar la belleza y expresividad que adquieren las manos
de una persona cuando se entrega a una acción valiosa,
que implica cierto grado de creatividad:
Juan
Ramón Jiménez
«¡Qué
encantadora armonía el uso de las manos de la niñera
de un niño, el alzarlo, el mecerlo, el vestirlo, el
lavarlo, el entretenerlo con gestos relacionados con la fantasía!
¡Qué delicia ver las manos de Toscanini dirigiendo
y qué encanto no habrá sido el ver modelando
las manos de Miguel Angel!». «Aplaudir con sinceridad,
con gozo, con alegría también puede ser un buen
empleo de las manos: sobre todo si se goza lo que se aplaude.
Cerrar la mano nunca es bello, los dedos cerrados están
muertos y por algo los árabes condenan a un ladrón
a cerrarle las manos y enyesarlas para que las uñas
le taladren las palmas. Cerrar la mano es propio del avaro
de todas las cosas, de dinero, de afecto, de caricia, de ilusión»20.
7
Cf. Ethos und Ideal in der Erziehung, Schönstatt,
Vallendar-Schönstatt, 1972, págs. 186-187.
8
«Fascinante» es tomado aquí en sentido
de «atractivo» y «entusiasmante», no de
«seductor». Lo que nos atrae y entusiasma eleva nuestro
ánimo al tiempo que respeta nuestra libertad. El que
seduce a una persona la arrastra, la vence sin convencerla,
anula su libertad. Es sumamente importante para el análisis
ético y el literario aprender a matizar debidamente el
lenguaje y usarlo con precisión.
9
Cf. O. cit., p. 198.
10
Cf. Henri J. M. Nouwen: Aquí y ahora. Viviendo en
el Espíritu, San Pablo, Madrid 1995, p. 108.
11
Cf. Être et avoir, Aubier, París 1935, p.
254.
12
Cf. O. cit., págs. 253-4. Cf. mi obra La experiencia
estética y su poder formativo, Verbo Divino, Estella
1991, págs. 76 ss.
13
Cf. Los caminos de la libertad. II. El aplazamiento,
Losada, Buenos Aires 1967, 5ª ed., págs. 326-328;
Les chemins de la liberté. II. Le sursis , Gallimard,
París 1945, págs. 418-421.
14
Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn, Piper, Munich
1987, 7ª ed., p. 141. Interesantes precisiones sobre la
nueva forma de orientar la Psicoterapia sobre la base de la
importancia del sentido en la vida humana se encuentran
en la obra de J. Rof Carballo y Javier del Amo: Terapéutica
del hombre. El proceso radical del cambio, DDB, Bilbao 1986.
15
Cf. O. cit., p. 141.
16
Cf. O. cit., p. 142.
17
Cf. O. cit., p. 154.
18
Cf. El mito de Sísifo, Alianza Editorial, Madrid
1983, 2ª ed., págs 15-16; Le mythe de Sysiphe,
Gallimard, Paris 1942, págs. 15-16. «Sorprende ver
que gran parte de nuestra vida la pasamos sin reflexionar sobre
su sentido. No es de extrañar que haya mucha gente tan
ocupada y al mismo tiempo tan hastiada» (Henri J.M. Nouwen:
Aquí y ahora. Viviendo en el Espíritu,
San Pablo, Madrid 1995, p.70).
19
Cf. Caminar sobre las aguas, Verbo Divino, Estella 1955,
p. 141. (Transcribo "timbales" en vez de "tambores"
pues este instrumento figura en muy pocas partituras sinfónicas).
Dos autores contemporáneos, muy preocupados por hacer
justicia a la riqueza de la realidad, Romano Guardini y Hans
Urs von Balthasar, subrayan el carácter polifónico
y sinfónico de la verdad. Cf. A.López Quintás:
Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid 1998,
págs. 208-213; H. Urs von Balthasar: La verdad es
sinfónica. Aspectos del pluralismo cristiano, Encuentro,
Madrid 1979, págs. 5-6.
20
Cf. Política poética, Alianza Editorial,
Madrid 1981, p. 429.

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