La
tarea básica de la educación consiste en ayudar
a niños y jóvenes a descubrir el auténtico
ideal de la propia vida y optar decididamente por él,
sin vacilaciones pusilánimes.
El ideal es siempre una fuente de energía que nos da
impulso para actuar. Si es auténtico, otorga sentido
a toda nuestra existencia. En caso contrario, condena nuestra
vida al sinsentido y al absurdo. Nuestra actividad,
por febril que sea, se reducirá a dar vueltas sobre sí
misma sin avanzar. Por eso produce tedio y desesperación.
El ideal decide la orientación que damos a nuestra vida;
es como la clave en una partitura musical; de ella depende
el valor de cada nota; cambias la clave, y las notas, sin alterarse
lo más mínimo, adquieren un sentido distinto.
Esto sucede con el ideal. Si oriento la vida hacia el ideal
de la unidad y la solidaridad, considero la fidelidad
como un valor, y la actitud de fidelidad como
una virtud. Basta que dé un giro en mi orientación
espiritual y tome como meta el ideal del egoísmo
para que pase a considerar la fidelidad como un antivalor,
y la actitud de fidelidad como un vicio, ya que me
dificulta el logro de mi ideal, que es -en este caso- acumular
ganancias en cada momento.
Del ideal depende el sentido de mi vida. Cada día
son más numerosos y cualificados los autores que relacionan
la salud espiritual de las personas y su felicidad con
la adquisición de sentido21.
Una actividad tiene sentido en el contexto de mi vida cuando
me conduce al pleno desarrollo de mi personalidad, y este desarrollo
se logra cuando se realiza el ideal.
Un educador cumple su misión de modo perfecto cuando
consigue que los niños y jóvenes descubran el
verdadero ideal y encaminen toda su vida hacia él con
decisión. De ese modo garantizan la rectitud de sus ideas,
sus actitudes, sus decisiones, sus sentimientos... También
los sentimientos han de ser elegidos cuidadosamente y cultivados.
La alegría y el entusiasmo son sentimientos positivos,
constructivos, por ser la vibración de nuestro ánimo
ante el encuentro con realidades valiosas. La euforia
se parece al entusiasmo pero se halla muy por debajo
de él porque se reduce a una exaltación superficial
y pasajera provocada por un suceso muy prometedor pero poco
consistente, mientras el entusiasmo es suscitado por un acontecimiento
decisivo en la vida humana: el ascenso a lo mejor de uno mismo.
No debemos confundir entusiasmo y euforia, gozo
y goce, soledad de aislamiento y soledad de
recogimiento, respeto e indiferencia...
21
Entre ellos destaca actualmente el psiquiatra vienés
Viktor Frankl. Además de la obra ya citada, trata expresamente
este tema su best-seller El hombre en busca de sentido,
Herder, Barcelona 1995, 17ª ed. (Versiones originales:
Trotzdem ja zum leben sagen. Ein Psychologe erlebt das konzentrationslager,
Kösel, Munich 1978; Man's search for meaning. An introduction
to logotherapy, Pocket Books, Nueva York, s.f.). En la Estética
de la creatividad (Rialp, Madrid 1998, 3ª ed., págs.
347-348) subrayo la idea, a mi entender decisiva, de que el
sentido surge en el encuentro, y éste tiene
lugar al entreverarse dos o más ámbitos. Véase,
asimismo, mi trabajo "Sentido de la vida", en Diccionario
del pensamiento contemporáneo, San Pablo, Madrid
1997, págs. 1.073-1.080 (con algunos datos bibliográficos).
 
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