Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 6ª: El lenguaje, vehículo del encuentro y la creatividad
3.La forma auténtica de lenguaje

Si somos seres de encuentro, según vimos, debemos considerar como lenguaje auténtico el que sirve de medio en el cual se instauran vínculos interpersonales. No procede afirmar que el lenguaje es un medio para crear encuentros, al modo como decimos que es el medio por excelencia para comunicar algún contenido a alguien. Cualquier comunicación que se haga, si se realiza con una actitud de estima hacia el otro, invita al encuentro personal, al entreveramiento de los respectivos ámbitos vitales, y crea ámbitos de convivencia. Con frecuencia hablamos largamente sin tener nada concreto que transmitirnos. No importan los contenidos de la conversación; nos interesa sobre todo crear amistad e incrementarla.

A la inversa, lo más destacado de una conversación sostenida con mal talante, de forma áspera y hosca, no es lo que se dice sino la implícita voluntad de subrayar el alejamiento espiritual que uno siente hacia el coloquiante. A veces se afirma que esta función disolvente de vínculos que posee el lenguaje es tan legítima como la función creativa. Esta opinión responde a una mentalidad utilitarista y posesiva, que se mueve más bien en plano de objetos que en plano de ámbitos. Interpreta al hombre como un ser que posee ciertos medios, entre ellos el lenguaje, y dispone de libertad absoluta de maniobra para usarlos a su arbitrio. Se olvida que el ser humano es relacional. No está cerrado en sí, desligado por completo del entorno y dotado del poder de intervenir en éste arbitrariamente conforme a sus planes.

El hombre es un ser de encuentro y, por ello, es locuente. Viene del encuentro amoroso de sus padres y está llamado a crear nuevas formas de encuentro. Tener el don del lenguaje, o, más exactamente, ser locuente supone un privilegio inédito en el universo y no puede ser reducido a la facultad de expresarse y comunicarse, por importante que ésta sea. En un plano anterior y más radical al hecho de comunicarse, poder hablar significa haber sido constituido de tal modo y hallarse inserto en un entorno de realidades tales que nuestro ser procede de un encuentro y está ordenado a desarrollarse mediante la creación de encuentros.

El ser humano es abierto, dialógico, creador de vínculos reversibles. Por eso siente una tensión originaria hacia el lenguaje, necesita ser apelado mediante el lenguaje y responder a través de él. Hoy día, diversos teólogos afirman que Dios creó las cosas mandándoles existir, y creó al hombre llamándole a la existencia5. El sentido de la existencia humana es responder adecuadamente a tal llamada. Lo vio agudamente el genial precursor de la Antropología dialógica actual, Ferdinand Ebner:

 

F. Ebner 1882-1931

«La vida espiritual del hombre está unida íntima e indisolublemente al lenguaje, y, lo mismo que éste, se afirma en la relación del yo con el tú»6. «En el misterio de la 'palabra' se oculta y se revela el misterio de la vida del espíritu»7.

Si esto es así, resulta claro que el único lenguaje auténtico es el que cumple las condiciones del encuentro y hace posible al hombre vivir dialógicamente. Esas condiciones arrancan de una opción fundamental por la actitud de generosidad y amor. Con profunda razón sitúa Ebner en la base de su teoría «pneumatológica» o espiritual del hombre la convicción de que «la palabra y el amor se implican»:

«La palabra recta es siempre aquélla que pronuncia el amor. Todas las desgracias que ocurren entre los hombres proceden de que éstos rara vez pronuncian la palabra recta»8.

Por el contrario, ha de considerarse inauténtico el lenguaje que destruye vínculos y hace imposible el encuentro del hombre con otras personas e instituciones e incluso con realidades no personales que superan la condición de meros objetos. Este tipo de lenguaje destructor no responde al sentido radical que implica el hecho de ser locuente: provenir de un encuentro y estar llamado a crear nuevos encuentros, poder ser apelado y responder. Es una forma de lenguaje que altera su propia esencia y se fagocita a sí mismo. Se trata de un antilenguaje:

«Hay dos hechos, no más, en la vida espiritual; dos hechos que se dan entre el yo y el tú: la 'palabra' y el 'amor'. En ellos radica la salvación del hombre, la liberación de su yo de su autoreclusión. La palabra sin amor: ¡Qué abuso del lenguaje es esto! Aquí la palabra lucha contra su propio sentido, se anula espiritualmente a sí misma y pone fin a su propia existencia»9.

5 Cf. R. Guardini: Welt und Person. Versuche zur christlichen Lehre vom Menschen, Werkbund, Würzburg 1954, p. 110, 113. (Versión española: Mundo y persona, Guadarrama, Madrid 1963, p. 212); Ch. Schütz y R. Sarah: «El hombre como persona», en Mysterium salutis II, t. II, Cristiandad, Madrid 1970, p. 724.

6 Cf. F. Ebner: Das Wort und die geistigen Realitäten. Pneumatologische Fragmente, Brenner, Innsbruck 1921; Herder, Viena 1952, 2ª ed., p. 29. (Versión española: La palabra y las realidades espirituales, Caparrós, Madrid 1993, p. 29).

7 Cf. Das Wort...., p. 72; La palabra..., p. 63. Ebner distingue la auténtica «vida espiritual» del mero «soñar con el espíritu». Cf. Das Wort...., págs. 31, 74, 319; La palabra..., págs. 31, 64.

8 Cf. Das Wort..., p.151; La palabra..., p. 125. De ahí el gran poder expresivo y persuasivo de la palabra «proclamada» en una asamblea litúrgica. Sobre el pensamiento antropológico de Ebner y su carácter «relacional» puede verse mi obra El poder del diálogo y del encuentro, BAC, Madrid 1997, págs. 3-91.

9 Cf. F. Ebner: Das Wort ist der Weg, Herder, Viena 1949, págs. 112, 142.


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