La palabra creativa -que expresa ámbitos de realidad
y funda nuevos ámbitos- lleva en sí y exige de
por sí el silencio auténtico -la atención
simultánea y recogida a diversas realidades o diversos
aspectos de una realidad-. Ambos -silencio y palabra- se
potencian y enriquecen mutuamente. El silencio auténtico
-campo de resonancia de la palabra creativa- precede a la palabra
que es mero medio para significar algo, no medio en
el cual se fundan determinados ámbitos. El silencio
de contemplación o sobrecogimiento nutre a la palabra
signitiva -mero medio de comunicación-, le da plenitud
de sentido, relieve, densidad. A su vez, dicho silencio cobra
su valor de la palabra creativa con la que va necesariamente
unido.
El silencio verdadero no equivale a soledad desvinculada, sino
a recogimiento sobrecogido ante lo valioso. Por
eso hace posible la palabra poética, la mítica
y la narrativa. Estos tipos de palabra expresan más
de lo que dicen porque viven de la plenitud de realidad que
vibra en el silencio, en la atención silenciosa a las
realidades desbordantes de sentido.
Al silencio contemplativo y, por tanto, a la palabra creativa
se opone el silencio de mudez, la resistencia a pronunciar
palabras que pueden llegar a ser el medio en el cual se fundan
ámbitos de convivencia.
La palabra creativa, y con ella el silencio contemplativo, se
oponen a la cháchara banal, que no implica modo
alguno de voluntad creativa por parte del hombre.
"Habiendo
en la palabra todo el misterio y toda la luz del mundo, deberíamos
hablar como encantados, como deslumbrados. Porque no hay nombre,
por ínfima cosa que nos represente, que no haya nacido
en un instante de inspiración, reflejando algo de la
luz infinita que engendró el mundo. ¿Cómo
podemos, pues, hablar tan fríamente y en tal abundancia?
Por esto solemos escucharnos unos a otros con tanta indiferencia,
porque el hábito del demasiado hablar y del demasiado
oír embota en nosotros el sentimiento de la santidad
de la palabra. Deberíamos hablar mucho menos y sólo
por un profundo anhelo de expresión (...)" (Juan
Maragall)15.
Para adquirir la riqueza que corresponde a su vocación
y misión, el hombre debe entrar en el ámbito sobrecogido
del silencio, visto como la actitud correspondiente a la palabra
de respuesta que ha de dar a la invitación que le hizo
el Creador a vivir a su imagen y semejanza, es decir, de manera
eminentemente creativa. Por ser fruto de una doble relación
-con sus padres y con el Creador- y estar llamado a crear nuevas
relaciones, el hombre es a la vez locuente y silencioso16.
Se
habla con sentido desde la plenitud del silencio. Se calla con
sentido desde la plenitud de la palabra. Es una experiencia
reversible: se recoge uno para sobrecogerse; el hombre
sobrecogido tiende a recogerse más. El recogimiento no
implica soledad de alejamiento sino distancia de perspectiva
que permite entrañarse más hondamente en la realidad.
"¿No habéis entrado alguna vez en un bosque
muy grande, sobrecogidos por aquella quietud llena de vida
que parece una adoración de toda la Tierra? Así
adoran las almas de los enamorados en el brillo silencioso
de las miradas. (...) Así hablan también los
poetas. Porque ellos son como enamorados de todo lo del mundo,
y también miran y se estremecen mucho antes de hablar.
Míranlo todo y se encantan, y después cierran
los ojos y hablan en la fiebre: entonces dicen alguna
palabra creadora, y semejantes a Dios en el primer día,
de su caos brota la luz. Por esto la palabra del poeta brota
con ritmo y luz, con el ritmo luminoso de la belleza: éste
es el hechizo del verso, único lenguaje verdadero del
hombre". (Juan Maragall)17
La vida humana tiene como meta fundar modos relevantes de unidad.
Para captar la grandeza de tales formas de unión, se
requiere atención sinóptica, silencio.
Perdido este tipo de silencio, se pierde el auténtico
lenguaje y se precipita uno en el vacío de la cháchara.
Con ello se desmorona toda forma de convivencia digna.
He ahí por qué la vida del hombre queda seriamente
comprometida cuando se malentiende la relación contrastada
entre silencio y palabra como un dilema. Los contrastes
constan de dos términos que se complementan entre sí.
Los dilemas están constituídos por términos
que se desgarran y obligan al hombre a optar entre uno u otro.
La palabra y el silencio verdadero no forman un dilema sino
un contraste. La convivencia verdadera se funda en una
palabra comprometida de amor. Y ésta es por sí
misma silenciosa.
15
Cf. Vida escrita, p. 48.
16
En la obra Diagnosis del hombre actual (Cristiandad,
Madrid 1966) muestro que todas las características básicas
del hombre actual -desmitización y despoetización
del mundo, amortiguamiento de la fe religiosa, pérdida
de la capacidad expresiva y simbólica, masificación...-
arrancan de su alejamiento de lo profundo, lo valioso, e indico
que la salida a esta crisis consiste en volver a la práctica
del recogimiento y el sobrecogimiento.
17
Cf. Vida escrita, p. 49.
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