El
Principito -en el conocido relato de Antoine de Saint-Exupéry-,
al ver un avión abatido sobre la arena del desierto,
le preguntó al piloto: «¿Qué es esta
cosa?» El piloto se apresuró a corregirle: «No
es una cosa. Vuela. Es un avión. Es mi avión».
«Y me sentí orgulloso -añadió- haciéndole
saber que volaba»1.
¿Qué sentido tiene esta corrección?
Antoine
de Saint-Exupéry
1900-1944
En las obras de Saint-Exupéry, como en toda obra literaria
auténtica, buen número de textos están
dotados de poder «simbólico», es decir: de
la capacidad de «remitir» a un sentido superior al
significado más inmediato. El piloto quiso elevar
al Principito del plano de los objetos o cosas a un
plano de realidades más elevadas. En este caso, se
trata de una realidad que abarca más de lo que se ve
a primera vista; implica una relación dinámica,
operativa, con el piloto, con las diversas energías que
entran en juego y se conjugan cuando el avión despega,
con los espacios que recorre y los lugares que conecta entre
sí. Si te pregunto qué es un avión y me
señalas esa especie de gran pájaro que se halla
inmóvil sobre la pista del aeropuerto, no respondes adecuadamente
a mi pregunta. Lo que se halla en la pista es uno de los polos
necesarios para que exista plenamente un avión.
Cuando entran los pilotos en la cabina y accionan los mandos,
el avión se carga de energía, corre por la pista,
adquiere velocidad y despega. Dirijo mi dedo índice hacia
él y digo: «Eso es un avión». Al verlo
así en pleno vuelo, lo que se hallaba sobre la pista
y parecía una mera «cosa» adquiere una dimensión
nueva: la capacidad de volar. El avión es, pues, un objeto
que ofrece posibilidades de volar a las personas capaces
de asumir esas posibilidades y ofrecer, a su vez,
posibilidades de pilotar.
Ofrecer
posibilidades y recibir otras significa abrirse a una realidad
distinta de uno y establecer con ella una relación de
intercambio. Al ofrecer un piloto posibilidades de pilotar a
ese objeto que se halla sobre la pista y recibir las
posibilidades que él le otorga -energía, configuración
aerodinámica, etc.-, esa realidad bien delimitada y cerrada
que solemos llamar caseramente «avión» deja
de estar cerrada en sí, bien delimitada: adquiere un
carácter abierto y dinámico. En la misma medida,
deja de ser un mero objeto y se convierte en una especie
de campo de realidad. Podemos denominarlo «ámbito
de realidad», o sencillamente «ámbito».
Este
concepto se contrapone al de objeto. Por objeto entendemos
una realidad que presenta una delimitación precisa y
una condición material; por lo cual es medible, asible,
pesable, manejable, situable en un lugar y tiempo... Un piano,
en cuanto mueble, es un objeto; puede ser medido, tocado,
pesado, cambiado de un lugar a otro. En cuanto instrumento,
ofrece ciertas posibilidades de sonar que sólo pueden
ser asumidas activamente por quienes poseen el arte de tocar
ese instrumento, es decir, de crear formas musicales en su teclado.
La relación que podemos establecer con el piano como
mueble y como instrumento es muy distinta. El mueble puede tocarlo
cualquier persona; el instrumento sólo puede ser tocado
por quienes han cultivado la forma de creatividad propia de
los intérpretes. Ver el piano-mueble como piano-instrumento
supone una especie de transfiguración o enriquecimiento
de su modo de ser. Sin abandonar el plano de los objetos,
nos elevamos a un plano de realidad superior que nos ofrece
diversas posibilidades para actuar con sentido y enriquecer
nuestra vida.
Estamos
ante una forma distinta de realidad, que ya no es un mero objeto,
pero tampoco alcanza la condición de sujeto. Se
necesitaba introducir un término nuevo para denominarla.
Propongo, para ello, el término "ámbito". Ya veremos
el juego insospechado que nos da en nuestro curso y, en general,
en el tratamiento de las realidades humanas.
1
Cf. El principito, Alianza Editorial, Madrid 1972, p. 18;
Le petit prince, Harbrace Paperbound library, Nueva York
1943, 1971, p 11.

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