Cuando
el piloto está más enfrascado en la tarea mecánica
de arreglar la avería del motor de su avión, advierte
que se halla a su lado una figura principesca: un niño
de cabellos dorados y porte elegante que se dirige a él
y le dice: "¡Dibújame un cordero!". El piloto, para contentarle
sin abandonar su tarea, trazó deprisa una figura sobre
un papel. El Principito no la aceptó. Volvió a
pasar lo mismo por segunda vez. Y a la tercera, el piloto dibujó
una caja con varios agujeros y le indicó al pequeño:
"Esta es la caja. El cordero que quieres está dentro".
Y, cuando temía que el principito se iba a enojar con
él, quedó perplejo al observar que su rostro se
iluminó súbitamente y le dijo: "¡Es exactamente
así como lo quería!"(2).
¿Qué
sentido preciso tiene la petición del Principito al piloto?
Observemos que no es realista -no se ajusta a la realidad
cotidiana- que un niño aparezca solo en la soledad hosca
del desierto y no muestre nerviosismo ni ruegue ansiosamente
que lo lleven a casa. Con toda serenidad pide que le dibujen
un cordero. Esta expresión tiene un significado
obvio: solicita del piloto que dibuje para él la figura
de un cordero. Pero ¿le interesaba al Principito tener dicha
figura? Al ver que no admite como válidas las figuras
que el piloto diseñó precipitadamente -porque
su mente y su voluntad se hallaban inmersas en la tarea mecánica
del arreglo del avión-, y en cambio se siente muy complacido
con la figura de la caja que contiene al cordero, sospechamos
que ese significado adquiere en este contexto un sentido
peculiar: Lo que deseaba el Principito es que el piloto
se elevara al plano de la imaginación creadora,
que es la que permite ver un cordero dentro de una caja o un
elefante dentro de una boa(3).
Pero
¿qué significa que este extraño personaje invite
al piloto a cambiar de conducta? Tenemos que descubrir el sentido
de esa invitación. Para ello, recordemos el contexto.
El piloto cayó en el desierto porque se estropeó
su avión. Estropearse un avión tiene un
significado directo, claro, fácil de ver, constante:
algo falló en el motor y entró en situación
de emergencia. Pero en este contexto puede tener un significado
especial, es decir: un sentido. El significado implica
un mero hecho, y la literatura de calidad no se queda
en los hechos; ve en ellos y a través de ellos los acontecimientos
que determinan la marcha de la vida humana y su valor. Estropearse
el avión puede muy bien significar aquí, en un
nivel superior, que fallan las cosas útiles que uno utiliza
y en las que a menudo pone excesiva confianza. El avión
es tomado, en este caso, como imagen de cuanto podemos
en la vida poseer, tener, usar, manejar...
El
piloto había abandonado a los suyos porque le defraudaron
al no dejarle desarrollar la actividad creativa que le
gustaba: el dibujar(4).
Se bajó del nivel donde se crean relaciones personales
y se entregó al dominio de las cosas manejables. Moverse
en el nivel del encuentro personal no es fácil, porque
exige renunciar a la voluntad de poseer y decidir; para atenerse
en buena medida a los deseos y a las decisiones de los demás.
El que quiere decidir siempre por su cuenta y no acepta la convivencia
con personas que le pueden sorprender con fallos y defectos,
se condena a no encontrarse nunca de veras con nadie. Renuncia
a ello por la ilusión de sentirse seguro entre las cosas
y los utensilios, que son manejables y dóciles. Pero
éstos pueden fallar y perder su utilidad. Entonces, el
hombre que había confiado sólo en ellos desciende
al grado cero de creatividad.
La
imagen que encarna esta situación límite de desvalimiento
es el desierto. En varios accidentes de aviación,
Saint-Exupéry aprendió a ver el desierto como
un lugar que apenas ofrece posibilidades para una actividad
creativa. Caer en el desierto significa quedar bloqueado
como persona, por carecer de toda posibilidad, incluso de la
posibilidad de sobrevivir biológicamente.
Ciertamente,
al piloto le quedaba la posibilidad de arreglar el motor y salvar
su vida biológica. Pero esta salvación no hubiera
supuesto sino continuar una vida de asfixia en el aspecto creativo,
porque el vuelo que había emprendido suponía un
alejamiento de los suyos, de las relaciones de encuentro
que constituyen el lugar por excelencia de la creatividad humana.
Por eso Saint-Exupéry, que no atiende sólo a la
salvación de la vida biológica sino de la persona
entera, hace que surja una voz sabia que inste a esa persona
hundida en un nivel de menesterosidad absoluta a que dé
el salto(5)
a un nivel superior, el de la creatividad, representada
por la imagen del dibujar: "¡Dibújame un cordero!". Hubiera
tenido el mismo valor si el Principito le hubiera pedido que
le cantara una canción o realizara cualquier otra actividad
creativa. Pero es coherente con la afición del
piloto al dibujo que solicite de él una actividad relativa
al mismo.
Aquí
se inicia el tema propio de esta obra literaria: la necesidad
de aprender el secreto de la plenitud humana, que se logra en
el encuentro amistoso, y retornar a los suyos. Lo vemos
con nitidez si confrontamos este pasaje con la escena de Tierra
de hombres del mismo autor, en la que dos pilotos perdidos
en el desierto esperan que alguien los descubra y los salve.
El hombre más humilde del desierto, un beduino, los encuentra
y les ofrece su don más preciado: parte de la reserva
de agua que necesitaba para el largo viaje. Al recobrar las
fuerzas, uno de ellos se dirige al buen hombre con estas emotivas
palabras:
"¡Ah!
Habíamos perdido la pista de la especie humana, nos
habíamos alejado de la tribu, nos encontrábamos
solos en el mundo, por una migración universal, y
he aquí que descubrimos, impresos en la arena, los
pies milagrosos del hombre". "En cuanto a tí que
nos salvas, beduino de Libia, tú te borrarás
sin embargo para siempre de mi memoria. No me acordaré
más de tu rostro. Tú eres el Hombre, y te
me apareces con el rostro de todos los hombres a la vez.
No nos has visto nunca y ya nos has reconocido. Eres el
hermano bienamado. Y, a mi vez, yo te reconoceré
en todos los hombres".
"Tú
me apareces bañado de nobleza y de bondad, gran Señor
que tienes el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos
mis enemigos en tí marchan hacia mí, y yo
no tengo ya un solo enemigo en el mundo"(6).
En
el plano de los meros hechos, el beduino les da de beber y les
salva la vida. Pero, al tratar con generosidad ejemplar a quienes
se habían alejado de sus semejantes, los libera de la
soledad de desarraigo, que destruye, y los recobra para
la vida de comunidad, en la que hay que ser fieles al encuentro
más allá de los fallos que pueda alguien cometer.
El beduino fué visto por los pilotos exhaustos como el
Hombre, con mayúscula, imagen viva de la auténtica
humanidad, la que no escinde a los semejantes en dos grupos
antagónicos: los amigos y los enemigos.
El
conocimiento de los avatares biográficos del autor nos
confirma en esta interpretación de El Principito
y nos permite descubrir en ella una dimensión muy profunda.
Saint-Exupéry concibió esta obra al contemplar,
desde su exilio de Nueva York, la depresión espiritual
producida en sus compatriotas franceses por la fulminante derrota
en la Segunda Guerra Mundial. Quiere ser aquí su voz
interior, la parte mejor de su ser que en ese momento límite,
aparentemente desesperado, les recuerda que la salvación
es posible, pero no en el mismo nivel en el que había
sido planteado el conflicto, sino en uno superior: el de la
creatividad personal a través del encuentro.
Este sencillo
pasaje de una narración aparentemente infantil condensa
en una imagen el profundo mensaje de los pensadores existenciales
(Heidegger, Marcel, Jaspers): Cuando uno se halle en una situación-límite,
sin base alguna para la esperanza, no debe entregarse a la fatalidad
de la desgracia, sino dar el salto a un nivel superior, el
nivel de la creación de vínculos interpersonales.
Es el modo óptimo de superar la vida inauténtica
e iniciar una vida de plenitud.
2 Cf. El principito,
p. 17; Le petit prince, p. 10.
3 Cf. El principito, p. 11; Le
petit prince, p. 4
4 Cf. El principito, p. 12; Le
petit prince, p. 4
5 Este término (en alemán
Sprung) lo utilizan los pensadores existenciales ( por
ejemplo, Karl Jaspers) cuando instan a las gentes a elevarse
al nivel de vida auténtica, que es la vida de
trato con realidades superiores a los meros objetos. (Sobre
ello puede verse mi Metodología de lo suprasensible,
Madrid 1963).
6 Cf. O.
cit., Gallimard, París 1939, p. 207.

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