Si
la obra literaria es un campo de juego, el intérprete
debe entrar en juego con ella a fin de volver a crearla.
Las obras literarias -lo mismo que las artísticas-
no están hechas de una vez por todas, como sucede
con los objetos. Han de ser creadas de nuevo en cada
lectura. Esto supone, por una parte, una menesterosidad, ya
que la existencia real de una obra depende de que encuentre
lectores suficientemente formados y bien dispuestos a relacionarse
con ella de modo creativo. Por otra parte, esta dependencia
del lector-intérprete es fuente de un enriquecimiento
constante de la obra, pues toda interpretación de calidad
descubre en ella facetas nuevas y valores escondidos.
Para crear de nuevo una obra al interpretarla, se deben cumplir
varios requisitos:
- Asumir
la obra como si se la estuviera gestando por primera vez;
tomar sus elementos integrantes -palabras, frases, períodos,
escenas...- en su albor, en su interno dinamismo, en su poder
de vibración, en su capacidad de expresar mundos de
sentido, es decir, de vida en relación.
- Leer
los textos a la luz ganada en la propia experiencia, experiencia
perfeccionada mediante una forma de reflexión que nos
permita ver el sentido profundo de cada acontecimiento. Gabriel
Marcel,
Gabriel Marcel
a la
luz de su triple experiencia de filósofo, músico
y dramaturgo, subrayó el carácter creativo de
toda interpretación auténtica:
«Interpretar un texto literario implica una verdadera
creación, como sucede con el intérprete musical
que quiere descubrir el sentido profundo de una obra
más allá de su significado inmediato que cualquier
conocedor de la escritura musical puede ver en los signos
de la partitura. Esta interpretación creadora es una
´participación´ efectiva en la inspiración
misma del compositor»7.
- Rehacer
las experiencias básicas de la obra. Toda obra literaria
se configura a partir de una o varias experiencias nucleares
en torno a las cuales se polariza la trama de los acontecimientos.
El intérprete debe descubrir tales experiencias y rehacerlas
personalmente antes de proseguir la lectura. Por ejemplo,
si vemos que el principito, en la obra homónima de
Saint-Exupéry, se echa a llorar y el piloto cambia
súbitamente de actitud, sospechamos que esa experiencia
del llanto juega aquí un papel importante. No debemos
proseguir la lectura sin pararnos antes a ver por dentro qué
significa que una persona adulta8
rompa a llorar.
Al advertir que el llanto supone un desmoronamiento interior,
se comprende que el piloto haya descubierto que en su planeta,
en la tierra, «un principito necesitaba consuelo»
y debía dejarlo todo para acogerlo y consolarlo. Esta
actitud generosa hizo posible el encuentro de ambos, encuentro
amistoso que vertebra la obra entera y le da sentido.
7
Cf. Présence et immortalité, Flammarion,
París 1959, págs. 23-24.
8
El principito representa a un adulto con alma de niño,
es decir, con una actitud espontánea y receptiva ante
la vida.
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