Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 7ª: Qué es la obra literaria y cómo ha de ser interpretada

3. La tarea del intérprete es entrar en juego

Si la obra literaria es un campo de juego, el intérprete debe entrar en juego con ella a fin de volver a crearla. Las obras literarias -lo mismo que las artísticas- no están hechas de una vez por todas, como sucede con los objetos. Han de ser creadas de nuevo en cada lectura. Esto supone, por una parte, una menesterosidad, ya que la existencia real de una obra depende de que encuentre lectores suficientemente formados y bien dispuestos a relacionarse con ella de modo creativo. Por otra parte, esta dependencia del lector-intérprete es fuente de un enriquecimiento constante de la obra, pues toda interpretación de calidad descubre en ella facetas nuevas y valores escondidos.

Para crear de nuevo una obra al interpretarla, se deben cumplir varios requisitos:

  • Asumir la obra como si se la estuviera gestando por primera vez; tomar sus elementos integrantes -palabras, frases, períodos, escenas...- en su albor, en su interno dinamismo, en su poder de vibración, en su capacidad de expresar mundos de sentido, es decir, de vida en relación.
  • Leer los textos a la luz ganada en la propia experiencia, experiencia perfeccionada mediante una forma de reflexión que nos permita ver el sentido profundo de cada acontecimiento. Gabriel Marcel,

Gabriel Marcel

a la luz de su triple experiencia de filósofo, músico y dramaturgo, subrayó el carácter creativo de toda interpretación auténtica:

«Interpretar un texto literario implica una verdadera creación, como sucede con el intérprete musical que quiere descubrir el sentido profundo de una obra más allá de su significado inmediato que cualquier conocedor de la escritura musical puede ver en los signos de la partitura. Esta interpretación creadora es una ´participación´ efectiva en la inspiración misma del compositor»7.

  • Rehacer las experiencias básicas de la obra. Toda obra literaria se configura a partir de una o varias experiencias nucleares en torno a las cuales se polariza la trama de los acontecimientos. El intérprete debe descubrir tales experiencias y rehacerlas personalmente antes de proseguir la lectura. Por ejemplo, si vemos que el principito, en la obra homónima de Saint-Exupéry, se echa a llorar y el piloto cambia súbitamente de actitud, sospechamos que esa experiencia del llanto juega aquí un papel importante. No debemos proseguir la lectura sin pararnos antes a ver por dentro qué significa que una persona adulta8 rompa a llorar.

Al advertir que el llanto supone un desmoronamiento interior, se comprende que el piloto haya descubierto que en su planeta, en la tierra, «un principito necesitaba consuelo» y debía dejarlo todo para acogerlo y consolarlo. Esta actitud generosa hizo posible el encuentro de ambos, encuentro amistoso que vertebra la obra entera y le da sentido.

7 Cf. Présence et immortalité, Flammarion, París 1959, págs. 23-24.

8 El principito representa a un adulto con alma de niño, es decir, con una actitud espontánea y receptiva ante la vida.


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