La obra decisiva de J. P. Sartre, La náusea, fue
concebida en principio como un ensayo filosófico. Todo
su pensamiento gravita sobre tres experiencias básicas:
1. La experiencia de la mirada fascinada
Si estás leyendo La náusea, de J. P. Sartre,
y en un pasaje se dice que el protagonista, Roquentin, se halla
sentado en un banco del jardín, mirando la raíz
de un árbol, y de repente todo el mundo de las significaciones
se diluye en su mente y piensa que «todo es contingente»
y «está de más»..., tal vez no entiendas
el sentido de lo que se afirma y pienses que se trata solamente
de un anticipo de la «literatura del absurdo». Lo
adecuado en este caso es que tomes dos medidas:
a) Pensar
que la llamada «literatura del absurdo» no es una
«literatura absurda»; está perfectamente
troquelada para dejar al descubierto la figura desvalida que
presenta el ser humano cuando se acerca asintóticamente
al grado cero de creatividad. No es fácil de
comprender, pero está lejos de carecer de sentido.
b) Detener
el ritmo de la lectura y rehacer por cuenta propia la misma
experiencia que está viviendo el protagonista en ese
momento. Recordemos el comienzo del texto:
«Hace
un rato estaba en el jardín público. La raíz
del castaño se hundía en la tierra, justo debajo
de mi banco. Yo ya no me acordaba de que era una raíz,
las palabras se habían desvanecido y con ellas la significación
de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas
que los hombres han trazado en su superficie. Yo estaba sentado,
un poco inclinado, con la cabeza baja, solo frente a esta
masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me daba miedo.
Y entonces tuve esta iluminación».
«...
La existencia se descubrió súbitamente. Había
perdido su apariencia inofensiva de categoría abstracta:
era la pasta misma de las cosas, esta raíz estaba amasada
en la existencia. O más bien, la raíz, las verjas
del jardín, el banco, la hierba rala del césped,
todo esto se había desvanecido; la diversidad de las
cosas, su individualidad no era sino una apariencia, un barniz.
Este barniz se había fundido, quedaban masas monstruosas
y blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa
y obscena».
«...
Éramos un montón de existentes perplejos, incómodos
con nosotros mismos; no teníamos la menor razón
de estar ahí, ni los unos ni los otros. Cada existente
confuso, vagamente inquieto, se sentía de más
respecto a los otros. De más: fue la única relación
que pude establecer entre estos árboles, estas verjas,
estos guijarros».
«La
palabra absurdo nace ahora bajo mi pluma (...). Pensaba sin
palabras, en las cosas, con las cosas. El absurdo no
era una idea en mi cabeza, ni un hálito de voz, sino
esta larga serpiente muerta a mis pies, esta serpiente de
madera». «Todo es gratuito, este jardín,
esta ciudad y yo mismo. Cuando uno llega a darse cuenta de
ello, le da un vuelco el corazón y todo se pone a flotar
(...); esto es la náusea».
«Yo
era la raíz del castaño. O, más
bien, yo era todo entero conciencia de su existencia. Todavía
separado de ella -puesto que tenía conciencia de ella-
y sin embargo perdido en ella, nada más que ella. (...)
La existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es necesario
que os invada bruscamente, que se detenga sobre vosotros,
que se abata pesadamente sobre vuestro corazón como
una gran bestia inmóvil; de lo contrario, no hay nada
en absoluto». «La existencia es un lleno que el
hombre no puede abandonar. (...) Me ahogaba en el fondo de
ese inmenso tedio»9.
Resumamos. Roquentin está mirando fijamente la raíz
de un árbol. De repente siente que todo el mundo de las
significaciones desaparece, y las realidades del entorno se
funden y nivelan en un magma amorfo, carente de sentido, de
cualificación y razón de ser; injustificado, contingente,
sobrante. Todo está de más, y el suicidio
no disminuirá en grado alguno el número de los
seres oprimentes, abotargantes, pues «los huesos mondos
y lirondos bajo la tierra también estarán de más».
Al
terminar la lectura de este pasaje, uno se pregunta cómo
la mirada de la raíz puede provocar todo este proceso
de interpretación de lo que es la realidad y su valor.
He aquí el punto nuclear de la obra que todo hermeneuta*
debe apresurarse a esclarecer.
Para lograrlo, hemos de ahondar en los diversos modos de mirada.
El análisis de los pasajes anteriores de la obra
nos permite entrever que se trata aquí de una mirada
fija, obsesionada, fascinada. Si hacemos la experiencia
de la fascinación, advertimos que ésta fusiona,
empasta, anula la capacidad de crear un campo de libre juego
entre la realidad que fascina y el hombre fascinado. Al hacerlo,
apaga la luz que brota en ese campo de juego y permite captar
el sentido de las realidades que lo fundan.
Una realidad sin sentido es absurda. Por eso, cuando
repetimos maquinalmente (es decir, sin impulso creador)
un nombre conocido -por ejemplo, mesa-, acaba pareciéndonos
absurdo. Al relajar la atención y decir «mesa, mesa,
mesamé, samé, samé...» indefinidamente,
la palabra «mesa» se diluye en una cascada
de sonido, se reduce a un susurro. Al quedar situada
la palabra en un nivel meramente sensible, se desvanece
su sentido.
Un proceso semejante tiene lugar al ver una realidad
cuando se adopta una actitud de relax extremo, opuesta a la
tensión propia de la creatividad. Al mirar Roquentin
la raíz con este tipo de mirada fascinada, fusionante,
carente de la distancia de perspectiva que exige el conocimiento,
las cosas pierden para él su significación peculiar,
y los nombres dejan de ser lugares de vibración de las
realidades a las que aluden. Los nombres adquieren su sentido
de tales en el dinamismo de la interrelación creadora
entre el hombre y las realidades del entorno. Anulado este dinamismo
-que funda ámbitos de interacción y de sentido-,
los nombres se reducen a una débil marca puesta encima
de unas realidades que son en el fondo iguales y forman una
pasta informe.
El nombre distingue a una realidad de otra porque destaca su
modo de ser. Es una especie de vestido que revela la
cualificación interna de dicha realidad. Al diluirse
los nombres, y no haber nada que cualifique y distinga a las
realidades, éstas aparecen desnudas. Como esta
desnudez quebranta la regla de que cada realidad tenga un modo
de ser peculiar, resulta anormal y puede ser calificada
de «obscena». A este carácter se une el de
espantosa porque, al reconocer por su forma lo que son
las realidades que encontramos, sentimos confianza, pero,
al vernos inmersos en un entorno amorfo y, por tanto,
enigmático, sentimos miedo e incluso espanto.
Las realidades que no ostentan un modo de ser propio no pueden
desempeñar un papel singular en el concierto del universo,
y carecen, por ello, de justificación. Están «de
más».
Esta
interpretación negativa de las realidades del mundo -incluso
las personas- como algo sobrante cuya mera presencia causa la
misma repulsión que «beber sin sed» es inspirada
por la experiencia de fusión que realizamos al
mirar de modo fascinado la realidad entorno. Fascinarse
implica aquí unirse sin distancia, empastarse, perderse
en la realidad, dejarse anegar e invadir por ella, y, consiguientemente,
no encontrarse con ella. El encuentro es una forma elevada
de unidad, lograda mediante el entrelazamiento de dos realidades
que actúan de modo receptivo y activo a
la vez, es decir, de modo creativo. Al faltar el impulso
creativo, sobreviene el tedio, que es una especie de asfixia
espiritual.
2.
La experiencia de la sonrisa
«Me
levanté, salí. Al llegar a la verja, me di media
vuelta. Entonces el jardín me sonrió. Me apoyé
en la verja y miré largo rato. La sonrisa de los árboles,
del macizo de laurel quería decir
algo; esto era el verdadero secreto de la existencia»10.
Roquentin experimenta súbitamente una transformación
cuando abandona su actitud de inmediatez fusional respecto
a la raíz y a todo el entorno. Al tomar distancia
de perspectiva frente al jardín y verlo en conjunto,
en su trama de realidades e interrelaciones, lo capta como
algo expresivo y confiado; lo conoce, sabe a qué atenerse
respecto a él, se ve invitado a asumir los valores -o
campos de posibilidades- que él ofrece. Esa invitación
presenta el aspecto acogedor de una sonrisa.
La
sonrisa es un fenómeno humano de sorprendente riqueza
por ser creado de dentro a fuera, con espontaneidad expresiva,
y ser irreductible a los elementos que lo integran. Si se sonríe
uno forzadamente, hace un mueca, que es un gesto carente de
expresividad. La sonrisa manifiesta una actitud personal de
alegría y beneplácito. Para comprender el significado
del fenómeno de la sonrisa, debemos verlo en bloque,
como el lugar en el cual la persona se expresa acogedoramente.
Si se lo desvincula del conjunto de la vida personal o se
lo reduce a la suma de ciertos gestos faciales, la sonrisa como
fenómeno desaparece.
Al interpretar la expresividad del jardín como una sonrisa,
Roquentin sugiere que está dotada -como sucede con la
sonrisa humana- de una profunda significación. Este trasfondo
significativo y valioso redime a la existencia de su carácter
meramente fáctico, bruto, opaco, informe, absurdo, carente
de justificación.
3. La experiencia de la canción
«Y
en este momento preciso, del otro lado de la existencia, en
ese otro mundo que puede verse de lejos pero sin alcanzarlo
nunca, una pequeña melodía se puso a danzar,
a cantar». «Se ha debido de rayar el disco en ese
sitio porque hace un ruido extraño. Y hay algo que
toca al corazón: que la melodía no sea afectada
en modo alguno por ese ligero golpeteo de la aguja sobre el
disco. Ella está lejos, tan lejos, por detrás.
También comprendo esto: el disco se raya y se gasta,
la cantante tal vez ha muerto; yo voy a irme, voy a tomar
el tren. Pero detrás de la existencia que cae de un
presente a otro, sin pasado, sin porvenir, detrás de
estos sonidos que día a día se descomponen,
se descascaran y deslizan hacia la muerte, la melodía
sigue siendo la misma, joven y firme, como un testigo implacable».
«...
Cuando oigo la canción y pienso que es este tipo el
que la hizo, encuentro su sufrimiento y su transpiración...
conmovedores. (...) Es la primera vez después de años
que un hombre me parece conmovedor.(...) Yo sería feliz
si estuviera en su lugar; le envidio».
«He
aquí dos que se han salvado: el judío y la negra.
Salvados. Posiblemente, ellos se han creído perdidos
del todo, ahogados en la existencia. Y, sin embargo, nadie
podría pensar en mí como yo pienso en ellos,
con esta dulzura. (...) Esta idea me transforma de golpe,
porque no esperaba tal cosa. Siento que algo me roza tímidamente
y no oso moverme por miedo de que se vaya. Algo que ya no
conocía: una especie de alegría»11.
La
verdadera significación de La náusea radica,
sin duda, en la voluntad de Sartre de comunicar la diferente
impresión que produce la existencia cuando se la contempla
en una situación de inmediatez fusional o bien
a cierta distancia. En la experiencia de la sonrisa,
Roquentin tiene ya la perspectiva necesaria para ver
las realidades abiertas a sus conexiones con las demás,
desempeñando su papel propio en el mundo y mostrando
así su modo peculiar de ser. Descubre de esa forma que
existen dos planos de realidad: uno en el que aparecen los seres
como meros existentes, iguales entre sí como partes
de una misma masa, y otro en el que cada ser muestra su
esencia propia, juega el papel que le está asignado en
el cosmos, y se revela como algo que supera el estado de mera
existencia bruta, incualificada, injustificable.
Esta dualidad de planos la confirma y clarifica el protagonista
al oír una melodía en un disco. La cantante que
entonó la melodía «existió» durante
un tiempo y puede haber fallecido; la melodía, no obstante,
sigue tan lozana como el primer día. El disco «existe»,
y puede llegar a deteriorarse o romperse; la melodía
queda al margen de este riesgo, pues se halla en el plano de
la creatividad, «siempre más allá de todo,
de una voz, de una nota de violín».
Roquentin manifiesta entonces su deseo de vivir espiritualmente
en la región de la creatividad en la que se inspiran
los pintores, músicos y escritores, y en la que se halla
esa melodía que suena imperturbable y el compositor que
supo darle vida y forma. Al descubrir que el compositor es transfigurado
por su acto creador, Roquentin lo ve como un ser personal que
se mueve en un plano de vida superior al de la existencia cotidiana,
sujeta a vaivenes y precariedades. Nada extraño que en
su interior haya vuelto a florecer un sentimiento de alegría12.
9
Cf. La nausée, Gallimard, París 1983,
págs. 179-190; La Náusea, Losada, Buenos
Aires 1975, 15ª ed., págs. 144-153. Esta versión
española presenta algunos fallos que dificultan la comprensión
de la obra. En la p. 194, el relato gira en torno a la melodía
de la canción, a la que llama Sartre «pequeña
dulzura de diamante». La frase «Él no existe»
debe ser sustituida por «Ella no existe»; la melodía
no existe con el modo de «existencia» propia
de las realidades que «no tienen justificación»
y «están de más». Sólo así
se comprende la experiencia de la canción y la posibilidad
de que surja en ella la intuición de que existen en el
mundo realidades dotadas de sentido y razón de ser.
10
Cf. La Nausée, p. 190; La Náusea,
p. 153.
11
Cf. O. cit., págs. 245-249, La Náusea,
págs. 194-197.
12
Un análisis muy pormenorizado de La náusea
se halla en mi Estética de la creatividad, Edic.
Rialp, Madrid 1998, 3ª ed., págs. 384-431.
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