Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 7ª: Qué es la obra literaria y cómo ha de ser interpretada

4. Cómo rehacer las experiencias básicas. Otro ejemplo

La obra decisiva de J. P. Sartre, La náusea, fue concebida en principio como un ensayo filosófico. Todo su pensamiento gravita sobre tres experiencias básicas:

1. La experiencia de la mirada fascinada

Si estás leyendo La náusea, de J. P. Sartre, y en un pasaje se dice que el protagonista, Roquentin, se halla sentado en un banco del jardín, mirando la raíz de un árbol, y de repente todo el mundo de las significaciones se diluye en su mente y piensa que «todo es contingente» y «está de más»..., tal vez no entiendas el sentido de lo que se afirma y pienses que se trata solamente de un anticipo de la «literatura del absurdo». Lo adecuado en este caso es que tomes dos medidas:

a) Pensar que la llamada «literatura del absurdo» no es una «literatura absurda»; está perfectamente troquelada para dejar al descubierto la figura desvalida que presenta el ser humano cuando se acerca asintóticamente al grado cero de creatividad. No es fácil de comprender, pero está lejos de carecer de sentido.

b) Detener el ritmo de la lectura y rehacer por cuenta propia la misma experiencia que está viviendo el protagonista en ese momento. Recordemos el comienzo del texto:

«Hace un rato estaba en el jardín público. La raíz del castaño se hundía en la tierra, justo debajo de mi banco. Yo ya no me acordaba de que era una raíz, las palabras se habían desvanecido y con ellas la significación de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas que los hombres han trazado en su superficie. Yo estaba sentado, un poco inclinado, con la cabeza baja, solo frente a esta masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me daba miedo. Y entonces tuve esta iluminación».

«... La existencia se descubrió súbitamente. Había perdido su apariencia inofensiva de categoría abstracta: era la pasta misma de las cosas, esta raíz estaba amasada en la existencia. O más bien, la raíz, las verjas del jardín, el banco, la hierba rala del césped, todo esto se había desvanecido; la diversidad de las cosas, su individualidad no era sino una apariencia, un barniz. Este barniz se había fundido, quedaban masas monstruosas y blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa y obscena».

«... Éramos un montón de existentes perplejos, incómodos con nosotros mismos; no teníamos la menor razón de estar ahí, ni los unos ni los otros. Cada existente confuso, vagamente inquieto, se sentía de más respecto a los otros. De más: fue la única relación que pude establecer entre estos árboles, estas verjas, estos guijarros».

«La palabra absurdo nace ahora bajo mi pluma (...). Pensaba sin palabras, en las cosas, con las cosas. El absurdo no era una idea en mi cabeza, ni un hálito de voz, sino esta larga serpiente muerta a mis pies, esta serpiente de madera». «Todo es gratuito, este jardín, esta ciudad y yo mismo. Cuando uno llega a darse cuenta de ello, le da un vuelco el corazón y todo se pone a flotar (...); esto es la náusea».

«Yo era la raíz del castaño. O, más bien, yo era todo entero conciencia de su existencia. Todavía separado de ella -puesto que tenía conciencia de ella- y sin embargo perdido en ella, nada más que ella. (...) La existencia no es algo que se deja pensar de lejos: es necesario que os invada bruscamente, que se detenga sobre vosotros, que se abata pesadamente sobre vuestro corazón como una gran bestia inmóvil; de lo contrario, no hay nada en absoluto». «La existencia es un lleno que el hombre no puede abandonar. (...) Me ahogaba en el fondo de ese inmenso tedio»9.

Resumamos. Roquentin está mirando fijamente la raíz de un árbol. De repente siente que todo el mundo de las significaciones desaparece, y las realidades del entorno se funden y nivelan en un magma amorfo, carente de sentido, de cualificación y razón de ser; injustificado, contingente, sobrante. Todo está de más, y el suicidio no disminuirá en grado alguno el número de los seres oprimentes, abotargantes, pues «los huesos mondos y lirondos bajo la tierra también estarán de más».

Al terminar la lectura de este pasaje, uno se pregunta cómo la mirada de la raíz puede provocar todo este proceso de interpretación de lo que es la realidad y su valor. He aquí el punto nuclear de la obra que todo hermeneuta* debe apresurarse a esclarecer.

Para lograrlo, hemos de ahondar en los diversos modos de mirada. El análisis de los pasajes anteriores de la obra nos permite entrever que se trata aquí de una mirada fija, obsesionada, fascinada. Si hacemos la experiencia de la fascinación, advertimos que ésta fusiona, empasta, anula la capacidad de crear un campo de libre juego entre la realidad que fascina y el hombre fascinado. Al hacerlo, apaga la luz que brota en ese campo de juego y permite captar el sentido de las realidades que lo fundan.

Una realidad sin sentido es absurda. Por eso, cuando repetimos maquinalmente (es decir, sin impulso creador) un nombre conocido -por ejemplo, mesa-, acaba pareciéndonos absurdo. Al relajar la atención y decir «mesa, mesa, mesamé, samé, samé...» indefinidamente, la palabra «mesa» se diluye en una cascada de sonido, se reduce a un susurro. Al quedar situada la palabra en un nivel meramente sensible, se desvanece su sentido.

Un proceso semejante tiene lugar al ver una realidad cuando se adopta una actitud de relax extremo, opuesta a la tensión propia de la creatividad. Al mirar Roquentin la raíz con este tipo de mirada fascinada, fusionante, carente de la distancia de perspectiva que exige el conocimiento, las cosas pierden para él su significación peculiar, y los nombres dejan de ser lugares de vibración de las realidades a las que aluden. Los nombres adquieren su sentido de tales en el dinamismo de la interrelación creadora entre el hombre y las realidades del entorno. Anulado este dinamismo -que funda ámbitos de interacción y de sentido-, los nombres se reducen a una débil marca puesta encima de unas realidades que son en el fondo iguales y forman una pasta informe.

El nombre distingue a una realidad de otra porque destaca su modo de ser. Es una especie de vestido que revela la cualificación interna de dicha realidad. Al diluirse los nombres, y no haber nada que cualifique y distinga a las realidades, éstas aparecen desnudas. Como esta desnudez quebranta la regla de que cada realidad tenga un modo de ser peculiar, resulta anormal y puede ser calificada de «obscena». A este carácter se une el de espantosa porque, al reconocer por su forma lo que son las realidades que encontramos, sentimos confianza, pero, al vernos inmersos en un entorno amorfo y, por tanto, enigmático, sentimos miedo e incluso espanto.

Las realidades que no ostentan un modo de ser propio no pueden desempeñar un papel singular en el concierto del universo, y carecen, por ello, de justificación. Están «de más».

Esta interpretación negativa de las realidades del mundo -incluso las personas- como algo sobrante cuya mera presencia causa la misma repulsión que «beber sin sed» es inspirada por la experiencia de fusión que realizamos al mirar de modo fascinado la realidad entorno. Fascinarse implica aquí unirse sin distancia, empastarse, perderse en la realidad, dejarse anegar e invadir por ella, y, consiguientemente, no encontrarse con ella. El encuentro es una forma elevada de unidad, lograda mediante el entrelazamiento de dos realidades que actúan de modo receptivo y activo a la vez, es decir, de modo creativo. Al faltar el impulso creativo, sobreviene el tedio, que es una especie de asfixia espiritual.

2. La experiencia de la sonrisa

«Me levanté, salí. Al llegar a la verja, me di media vuelta. Entonces el jardín me sonrió. Me apoyé en la verja y miré largo rato. La sonrisa de los árboles, del macizo de laurel quería decir algo; esto era el verdadero secreto de la existencia»10.

Roquentin experimenta súbitamente una transformación cuando abandona su actitud de inmediatez fusional respecto a la raíz y a todo el entorno. Al tomar distancia de perspectiva frente al jardín y verlo en conjunto, en su trama de realidades e interrelaciones, lo capta como algo expresivo y confiado; lo conoce, sabe a qué atenerse respecto a él, se ve invitado a asumir los valores -o campos de posibilidades- que él ofrece. Esa invitación presenta el aspecto acogedor de una sonrisa.

La sonrisa es un fenómeno humano de sorprendente riqueza por ser creado de dentro a fuera, con espontaneidad expresiva, y ser irreductible a los elementos que lo integran. Si se sonríe uno forzadamente, hace un mueca, que es un gesto carente de expresividad. La sonrisa manifiesta una actitud personal de alegría y beneplácito. Para comprender el significado del fenómeno de la sonrisa, debemos verlo en bloque, como el lugar en el cual la persona se expresa acogedoramente. Si se lo desvincula del conjunto de la vida personal o se lo reduce a la suma de ciertos gestos faciales, la sonrisa como fenómeno desaparece.

Al interpretar la expresividad del jardín como una sonrisa, Roquentin sugiere que está dotada -como sucede con la sonrisa humana- de una profunda significación. Este trasfondo significativo y valioso redime a la existencia de su carácter meramente fáctico, bruto, opaco, informe, absurdo, carente de justificación.

3. La experiencia de la canción

«Y en este momento preciso, del otro lado de la existencia, en ese otro mundo que puede verse de lejos pero sin alcanzarlo nunca, una pequeña melodía se puso a danzar, a cantar». «Se ha debido de rayar el disco en ese sitio porque hace un ruido extraño. Y hay algo que toca al corazón: que la melodía no sea afectada en modo alguno por ese ligero golpeteo de la aguja sobre el disco. Ella está lejos, tan lejos, por detrás. También comprendo esto: el disco se raya y se gasta, la cantante tal vez ha muerto; yo voy a irme, voy a tomar el tren. Pero detrás de la existencia que cae de un presente a otro, sin pasado, sin porvenir, detrás de estos sonidos que día a día se descomponen, se descascaran y deslizan hacia la muerte, la melodía sigue siendo la misma, joven y firme, como un testigo implacable».

«... Cuando oigo la canción y pienso que es este tipo el que la hizo, encuentro su sufrimiento y su transpiración... conmovedores. (...) Es la primera vez después de años que un hombre me parece conmovedor.(...) Yo sería feliz si estuviera en su lugar; le envidio».

«He aquí dos que se han salvado: el judío y la negra. Salvados. Posiblemente, ellos se han creído perdidos del todo, ahogados en la existencia. Y, sin embargo, nadie podría pensar en mí como yo pienso en ellos, con esta dulzura. (...) Esta idea me transforma de golpe, porque no esperaba tal cosa. Siento que algo me roza tímidamente y no oso moverme por miedo de que se vaya. Algo que ya no conocía: una especie de alegría»11.

La verdadera significación de La náusea radica, sin duda, en la voluntad de Sartre de comunicar la diferente impresión que produce la existencia cuando se la contempla en una situación de inmediatez fusional o bien a cierta distancia. En la experiencia de la sonrisa, Roquentin tiene ya la perspectiva necesaria para ver las realidades abiertas a sus conexiones con las demás, desempeñando su papel propio en el mundo y mostrando así su modo peculiar de ser. Descubre de esa forma que existen dos planos de realidad: uno en el que aparecen los seres como meros existentes, iguales entre sí como partes de una misma masa, y otro en el que cada ser muestra su esencia propia, juega el papel que le está asignado en el cosmos, y se revela como algo que supera el estado de mera existencia bruta, incualificada, injustificable.

Esta dualidad de planos la confirma y clarifica el protagonista al oír una melodía en un disco. La cantante que entonó la melodía «existió» durante un tiempo y puede haber fallecido; la melodía, no obstante, sigue tan lozana como el primer día. El disco «existe», y puede llegar a deteriorarse o romperse; la melodía queda al margen de este riesgo, pues se halla en el plano de la creatividad, «siempre más allá de todo, de una voz, de una nota de violín».

Roquentin manifiesta entonces su deseo de vivir espiritualmente en la región de la creatividad en la que se inspiran los pintores, músicos y escritores, y en la que se halla esa melodía que suena imperturbable y el compositor que supo darle vida y forma. Al descubrir que el compositor es transfigurado por su acto creador, Roquentin lo ve como un ser personal que se mueve en un plano de vida superior al de la existencia cotidiana, sujeta a vaivenes y precariedades. Nada extraño que en su interior haya vuelto a florecer un sentimiento de alegría12.

9 Cf. La nausée, Gallimard, París 1983, págs. 179-190; La Náusea, Losada, Buenos Aires 1975, 15ª ed., págs. 144-153. Esta versión española presenta algunos fallos que dificultan la comprensión de la obra. En la p. 194, el relato gira en torno a la melodía de la canción, a la que llama Sartre «pequeña dulzura de diamante». La frase «Él no existe» debe ser sustituida por «Ella no existe»; la melodía no existe con el modo de «existencia» propia de las realidades que «no tienen justificación» y «están de más». Sólo así se comprende la experiencia de la canción y la posibilidad de que surja en ella la intuición de que existen en el mundo realidades dotadas de sentido y razón de ser.

10 Cf. La Nausée, p. 190; La Náusea, p. 153.

11 Cf. O. cit., págs. 245-249, La Náusea, págs. 194-197.

12 Un análisis muy pormenorizado de La náusea se halla en mi Estética de la creatividad, Edic. Rialp, Madrid 1998, 3ª ed., págs. 384-431.


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