Al
rehacer las experiencias nucleares de una obra, se comprenden
por dentro, en su génesis, las experiencias derivadas
de ellas y se intuyen las opciones básicas que las inspiran
a todas. Estas opciones pueden ser a favor de la creatividad
o de la pasividad, de la construcción o de la destrucción,
del «éxtasis» o del «vértigo»...
La trágica situación límite que describe
Samuel Beckett en Esperando a Godot no podrá comprenderla
sino el que haga personalmente -al menos con la imaginación-
la experiencia de lo que significa carecer de toda capacidad
creadora. Si conocemos la relación que media entre un
diálogo auténtico y la creación
de ámbitos de convivencia, entre la actitud creadora
y el entusiasmo, entre la falta de creatividad
y el aburrimiento, advertiremos, al contemplar dicha
obra, que los protagonistas apenas tienen iniciativa creadora
alguna y viven atenazados por el tedio.
El gran protagonista de la obra es el tiempo, que parece
resistirse a pasar. Los protagonistas no se quejan de la miseria
en que se hallan, ni del hambre, la desnudez y el frío,
sino de la lentitud insufrible con que transcurre el tiempo.
«Nada ocurre. Nadie viene, nadie se va. Es horrible»,
exclama uno de ellos13.
Esta obra apenas tiene argumento, pero sí tema,
y éste implica una experiencia básica
(la vinculación de no-creatividad y tedio) y una intuición
radical (la falta de creatividad constituye una tragedia
para el hombre por cuanto provoca su asfixia lúdica).
El
que conozca la articulación interna de los procesos creadores,
la lógica que conecta unos hechos con otros, no dudará
en señalar la falta de creatividad como la raíz
de los rasgos que ostentan los protagonistas de esta obra desolada.
No se comprometen, no dialogan, no se ayudan en situaciones
de extremo peligro, reducen la llamada de auxilio del prójimo
desvalido a motivo de posible diversión, se mantienen
a la espera sin tener verdadera esperanza. Al
asomarse al vacío de su propia nada existencial, sienten
el vértigo de la angustia; y, como el mero esperar un
salvador no redime al hombre de su situación angustiosa,
los protagonistas, al final de la obra, no tienen ante sí
más que dos opciones igualmente faltas de sentido cabal:
ahorcarse o seguir a la espera.
Al fin, el esperado Godot no viene. De todos modos, su venida
no hubiera podido salvar como hombres, elevándolos a
una auténtica condición personal, a quienes, por
falta de creatividad, no le habían salido al encuentro:
«Tengo
curiosidad por saber lo que va a decirnos Godot -advierte
uno de ellos-. Sea lo que sea, no nos compromete a nada»14.
Esta falta absoluta de compromiso existencial está en
la base de la condición trágica de la obra15.
13
Cf. O.cit., Barral, Barcelona 1970, p. 46; En attendant
Godot, Les Editions du Minuit, París, págs.
57-58.
14
Cf. Esperando a Godot, p. 19; En attendant Godot,
págs. 22-23.
15
Un análisis amplio de esta obra puede verse en mi libro
Cómo formarse en ética a través de la
literatura, Rialp, Madrid 1994, págs. 229-263.
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