Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 7ª: Qué es la obra literaria y cómo ha de ser interpretada

6.El peculiar realismo de la obra literaria

Las obras literarias de calidad son fruto de la intensa experiencia de quienes han sabido adivinar la diversidad de procesos que tejen o destejen la vida humana en cuanto fundan ámbitos o los anulan, incrementan su grado de realidad o lo amenguan. El buen escritor pone al descubierto el trasfondo de la vida humana y se lo revela incluso a quienes, en su vida cotidiana, suelen quedarse presos en la superficie de los aconteceres. El contenido de sus obras es visto como irreal por el que sólo atiende a los hechos; es considerado como eminentemente real por el que tiene sensibilidad para los ámbitos.

Es una ficción que un actor determinado esté vestido de rey y responda al nombre de Macbeth -en La tragedia de Macbeth (W. Shakespeare)-, pues nada de ello se corresponde con su vida real; pero el proceso de vértigo que sigue el noble que, por ambición de poder, asesina al rey es eminentemente real porque constituye la vía que seguimos todos los mortales cuando adoptamos la misma actitud egoísta.

Que un corredor de comercio, llamado Gregorio Samsa, aparezca una mañana -en La metamorfosis (F. Kafka)- convertido en vil insecto es una ficción, pero el estado de envilecimiento personal que tal metamorfosis expresa es sufrido espiritualmente por millones de personas que existen de modo real. Es irreal el argumento de la obra, pero no su tema. Este es profundamente real, con un realismo de ámbitos y acontecimientos, no de objetos y hechos.

Este género de realismo explica la validez perenne -el «clasicismo»- de ciertas obras. Si hoy seguimos emocionándonos con la tragedia de Antígona (Sófocles), no es porque hace 25 siglos dos personas hayan entrado en conflicto y haya perecido la más débil. La actualidad de esta obra se debe al hecho de que también hoy sufrimos a menudo el choque entre el ámbito de la ley (representado por Creonte) y el ámbito de la piedad fraterna (representado por Antígona). Esta colisión presenta en la vida humana una realidad tal que puede darse en cualquier momento y lugar y afectar íntimamente a toda clase de personas.

La honda expresividad de una obra tan desolada como Esperando a Godot (S. Beckett) no se debe a lo que en ella se dice o se hace, sino a su acierto en expresar la falta casi absoluta de creatividad en varios seres humanos que representan a diversos tipos de personas: más lúcidas intelectualmente o más torpes, más poderosas o más desvalidas. La obra se eleva a un nivel de alta calidad estética porque no se reduce a relatar la situación menesterosa de cuatro personas; nos muestra, a través de su figura deformada, el grado de envilecimiento a que podemos llegar al perder la capacidad creativa.

Si tenemos en cuenta la necesidad de crear ámbitos para desarrollarnos como personas, captamos el sentido profundo de cada pormenor de esta obra, incluso el de los silencios que hunden los diálogos y los reducen a vanos intentos de liberarse del océano del tedio. A una con el tiempo, el protagonista de esta obra es el tedio, sentimiento de asfixia espiritual que tiene aquí por fin mostrar las consecuencias destructivas de la apatía. El autor puso sus mejores recursos al servicio de una tarea «catártica» purificadora: aburrir mortalmente al espectador para que comprenda la clase de desgracia que supone alejarse de la creatividad.

Desde esta perspectiva, podemos comprender en qué sentido ha de entenderse la afirmación de que la literatura debe ser comprometida y expresar las preferencias, las obsesiones y los problemas que están situados en el núcleo mismo de la existencia personal16.

«El deber del escritor es plantear al lector las verdaderas preguntas existenciales. Si, al terminar el libro, el lector (...) comienza a preguntarse sobre el sentido de la vida, puedo decir que he alcanzado mi objetivo» (E. Stangerup)17.

16 Cf. J. P. Richard: Littérature et sensation, Du Seuil, París 1954.

17 Cf. Studi Cattolici VII-VIII, Milán 1991.


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