El
brotar de la generosidad
El principito y el piloto acaban de entrar en contacto, pero
esto no es sino el comienzo del proceso que lleva al encuentro.
Se hallan cerca físicamente, mas todavía no han
creado verdadera vecindad espiritual. Para lograrla,
el piloto quiere conocer datos sobre la vida del principito,
empezando por su lugar de origen. Descubre que viene de muy
lejos cuando el principito, al enterarse de que es piloto y
vuela, le indica: «Entonces, ¡tú también
vienes del cielo! ¿De qué planeta eres?»
(19, 11). El piloto entrevé «una luz en el misterio
de su presencia» y le pregunta si procede de otro planeta.
Pero el principito no contesta.
Al piloto le sorprende que el pequeño no dude en acosarle
a preguntas pero desoiga las suyas (18, 11). Una lectura psicológica
intentaría, tal vez, explicar este hecho como un rasgo
de carácter. El método que propugno considera
esta posible interpretación como irrelevante en el plano
estético. Relevancia tiene, en cambio, advertir
que el principito, por encarnar al hombre que siente nostalgia
por la creación de amistad -que tiene lugar en el nivel
de los ámbitos-, haga caso omiso de las preguntas que
se refieren a cuestiones propias del plano infracreativo.
Estas no afectan al sentido de su vida y no vale la pena
prender la atención en ellas. No contestar a tal género
de preguntas no obedece a una actitud de descortesía,
sino a la voluntad de orientar la vida hacia las cuestiones
esenciales. Y «lo esencial no radica en las cosas sino
en el sentido de las cosas (...)»12.
Esto explica que el principito dirija la conversación
hacia temas que suscitan la cuestión del sentido.
¿Qué sentido y qué importancia tiene que
los corderos coman arbustos, y que los baobads hayan de ser
exterminados no bien surgen, y que las flores tengan espinas?
(26-34, 19-27). Cuando el piloto se halla más preocupado
porque la avería del motor del avión es grave
y la reserva de agua se está agotando peligrosamente,
el principito -preocupado por el sentido de la vida personal-
le pregunta con toda seriedad para qué sirven
las espinas de las flores (34,27). El piloto, irritado porque
ve en peligro su vida biológica, le contesta precipitadamente:
«Las espinas no sirven para nada. Son pura maldad de las
flores» (35, 28). El principito, como siempre, insiste
en su pregunta, a fin de elevar al piloto al nivel en el que
se alumbra el sentido. Pero el piloto, más ocupado en
lo urgente para la salud corpórea que en lo importante
para la salud espiritual, toma la invitación del
principito como una impertinencia que le impide concentrarse
en su trabajo, y quiere zanjar el asunto con una afirmación
que cree contundente: «¡Yo me ocupo de cosas serias!»
(36,28). El principito oye esta frase al tiempo que ve al piloto
concentrado en un mero objeto, carente de toda belleza, y le
reprocha que lo confunda y mezcle todo, como suelen hacer las
«personas mayores». Mezcla y confunde lo útil
para la vida biológica con lo que tiene verdadera
importancia para la vida personal.
Pero pasarse la vida ocupado en resolver problemas referentes
a cosas manipulables, con las que no se pueden crear verdaderas
relaciones personales, significa para el principito descender
a un nivel meramente biológico, perder la vida auténtica,
malograrse como ser humano. Por eso agrega, profundamente conmovido:
«Conozco
un planeta donde hay un Señor carmesí. Jamás
ha aspirado una flor. Jamás ha mirado a una estrella.
Jamás ha querido a nadie. No ha hecho más que
sumas y restas. Y todo el día repite como tú:
´¡Soy un hombre serio! ¡Soy un hombre serio!´
. Se infla de orgullo. Pero no es un hombre; ¡es un hongo!»
(36, 28-29).
Hacer
sumas y restas es, en este contexto, imagen de la consagración
a actividades que implican dominio de lo que es manipulable,
controlable, reducible a medio para poseer bienes y disfrutar
de bienestar. De modo semejante a como, en Tierra de hombres,
escribe Saint-Exupéry que el avión nos permite
alejarnos de los «contables»13.
Por el contrario, aspirar el perfume de una flor, mirar
una estrella, amar a otras personas son ejemplos de actividad
creativa, si les concedemos todo su alcance y su valor. El que
no se empasta con el agrado del perfume sino que lo considera
como la expresión más lograda de la flor, y a
ésta como la culminación del desarrollo vital
de la planta, y a la planta como la expansión plena de
la semilla, y a la semilla la ve en vinculación con la
tierra nutricia, que se halla en relación con el conjunto
del universo en el que todo está mutuamente imbricado...
se une agradecidamente a todo lo existente en el acto cotidiano
de oler una flor. De modo semejante, la contemplación
de las estrellas debe ir inspirada por un sentimiento de asombro
ante la majestuosidad y la belleza del firmamento. El amor a
los demás ha de implicar la adhesión a las personas
y no reducirse al halago que suscitan ciertas cualidades de
las mismas.
El principito quiso dejar claro que no sólo debemos valorar
lo que es útil para resolver problemas biológicos
sino lo que colma los anhelos del espíritu. Por eso agregó:
«Si
alguien ama a una flor de la que no existe más que
un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es
bastante para que sea feliz cuando mira a las estrellas. Se
dice: ´Mi flor está allí´, en alguna
parte...´. Y, si el cordero come la flor, para él
es como si, bruscamente, todas las estrellas se apagaran.
Y esto, ¿no es importante?» (37, 29).
A medida que hablaba, el principito se fue acalorando hasta
enrojecer, y al final rompió a llorar. He aquí
una experiencia básica en esta obra: el llanto.
Cuando uno, al hilo de la lectura, entrevé que se halla
ante una experiencia que juega un papel singular en la obra,
debe detener la marcha, no limitarse a tomar nota de lo que
sucede, sino adentrarse en el verdadero sentido de tal acontecimiento
humano. No se trata de repetir la experiencia del llanto sino
de comprender por qué una persona adulta rompe a llorar
en determinados momentos. Como sabemos, existen obras filosóficas
consagradas a explicar este fenómeno, así como
el de la risa14. El llanto, en una persona normal,
responde al desmoronamiento de un mundo interior. Te
haces mil ilusiones con un proyecto, pones el mayor empeño
en él, y un día observas que todo ha fracasado.
Es muy posible que tu ánimo se derrumbe y rompas a llorar.
En el espíritu del principito se desplomó la esperanza
de encontrar en la tierra personas sensibles a lo «ambital»,
lo que aparece como inútil e irreal cuando se lo ve desde
el plano de las realidades objetivas y con la actitud manipuladora
propia de quien desea ante todo poseer cosas y tenerlas bajo
control. El piloto -que desde niño sabía ver a
través de las apariencias- comprendió de súbito
que algo muy importante estaba aquí en juego porque una
persona adulta con alma de niño acababa de entregarse
al llanto. No sabía quién era ese pequeño
de porte elegante y digno; ignoraba la causa de su abatimiento,
pero sabía que se hallaba interiormente desolado. Lo
dejó todo y se apresuró a acogerlo:
«Yo
había dejado mis herramientas. Me importaban un comino
mi martillo, mi perno, la sed y la muerte. ¡En una estrella,
en un planeta, el mío, la Tierra, había un principito
que consolar! Lo tomé en mis brazos. Lo acuné
(...)» (37, 30-31).
Cuando
más parecía agrandarse el abismo entre la actitud
del piloto y la del principito, el llanto de éste le
reveló de pronto a aquél el valor de la vida personal:
Una persona se hallaba en desconsuelo, y había que abandonar
las tareas más urgentes para atenderla. Sin conocer apenas
al pequeño, el piloto lo acoge y tutela. Para tratar
a una persona como tal, no se requiere tener un conocimiento
exhaustivo de ella. En todo momento, cada persona se nos muestra
toda ella, si bien no del todo. «No sabía
cómo llegar a él, dónde encontrarle...
Es tan misterioso el país de las lágrimas...!»
(38-31).
Esta opción generosa del piloto a favor de la vida personal
lo elevó de golpe al nivel de los ámbitos y lo
dispuso para crear una relación de encuentro con el principito.
12
Cf. Citadelle, págs. 319-329; Ciudadela,
p. 295; El principito, págs. 23-25; Le petit
prince, págs. 15-19.
13
Terre des hommes, . cit., p. 206.
14
Cf. Por ejemplo, H. Plessner: La risa y el llanto, Revista
de Occidente, Madrid 1960.
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