La
generosidad del piloto suscita en el principito un sentimiento
de confianza en él. Tener confianza en
alguien supone tener fe en él, en su fidelidad
hacia uno. Esta fe confiada nos impulsa a hacer
confidencias1.
El principito le revela al piloto la extraña y aleccionadora
historia de su viaje sideral. Vivía en un asteroide
diminuto. Su compañía era una flor, tan bella
como vanidosa y exigente. El no supo comprenderla y decidió
marcharse en busca de verdaderos amigos. Ahora sospecha que
este abandono fue un error:
«No
supe comprender nada entonces. Debí haberla juzgado
por sus actos y no por sus palabras. Me perfumaba y me iluminaba.
¡No debí haber huido jamás! Debí
haber adivinado su ternura, detrás de sus pobres astucias.
¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado
joven para saber amarla» (41-42, 36-37).
Desde
ahora, la flor abandonada va a constituir para el principito
el punto de referencia constante en su aprendizaje de lo que
es la amistad y el encuentro. Todo cuanto va a aprender en
la escuela de buen amar que es su viaje -y que constituye
el núcleo del relato- le servirá para plantear
de forma auténtica su relación con su flor,
que representa aquí a «los suyos», las gentes
del entorno íntimo. Antes de marcharse, se despide
de la flor y entre ambos se crea un clima de ternura. Sin
embargo, el principito no desiste del viaje, pues se siente
impulsado a descubrir el secreto de la verdadera amistad.
Es también, como el piloto, un ser en camino hacia
el encuentro2.
Entra en contacto con personas que encarnan diferentes papeles
y actitudes: un rey, un vanidoso, un bebedor, un hombre de
negocios, un farolero, un geógrafo... El farolero,
fiel a la consigna de encender y apagar el farol con agotadora
frecuencia, despierta la simpatía del principito por
entregarse generosamente a algo distinto de sí mismo,
un trabajo aparentemente inútil pero bello.
«Es
el único que no me parece ridículo. Quizá
porque se ocupa de una cosa ajena a sí mismo».
«Este es el único de quien pude haberme hecho
amigo» (64, 61).
Ridículo
se opone a serio, digno. Uno hace el ridículo,
es decir, es objeto de risa cuando cae de un nivel
de dignidad a un nivel inferior. La dignidad que le es propia
la adquiere el hombre cuando despliega su ser personal abriéndose
creadoramente a las realidades del entorno. Para ello debe
respetarlas, no reducirlas de valor. Los otros
personajes le parecen ridículos porque no cumplen esta
condición.
- El
bebedor es un hombre entregado al silencio de mudez,
a la reclusión provocada por el vértigo de la
gula (55,52).
- El
hombre de negocios sólo considera serio aquello
que conduce a la posesión de bienes. Esta atenencia
fascinada a lo poseíble le impide elevarse al nivel
de las realidades que no son objeto de posesión
(55-60, 52-57).
- El
geógrafo toma el mundo como objeto de cómputo
y registro. Es insensible a lo efímero, lo que se agosta,
como las flores, en breve tiempo (64-69, 62-66).
El
principito, afanoso de nuevas luces sobre las realidades «ambitales»,
que sólo a una mirada generosa ofrecen su cabal sentido,
les hizo a esos personajes diversas preguntas muy pertinentes.
Pero no recibió ninguna respuesta atinada. Estas «personas
mayores» le parecieron muy «extrañas»,
ajenas a cuanto otorga a la vida humana su auténtico
sentido. Y partió para la tierra, a pesar de que volvió
a recordar pesaroso a su flor:
«Mi
flor es efímera, se dijo el principito, ¡y sólo
tiene cuatro espinas para defenderse contra el mundo! ¡Y
la he dejado totalmente sola en mi casa! Este fue su primer
impulso de nostalgia. Pero tomó coraje» (68-69,
66).
Viene
a la tierra en busca de amistad. Y parte de cero, desde la
soledad del «desierto», es decir, de una situación
de carencia total de posibilidades. «Una vez en tierra,
el principito quedó bien sorprendido al no ver a nadie»
(72, 70). Y miró a las estrellas con nostalgia.
En una de ellas está su flor, pero él se ha
disgustado con ella. En esa incomunicación absoluta
advierte la presencia de una serpiente, que no le ofrece compañía
sino el poder de devolverlo a su país de origen.
El principito
no se descorazona y sale en busca de los hombres. En esa búsqueda
va a cometer errores en cadena, pero su opción básica
en favor de la amistad le permitirá superarlos. El
primer error consistió en subir a una colina e intentar
hacerse amigos de golpe y masivamente. «Sed amigos
míos, estoy solo», gritó. Pero
únicamente le contestó el eco: «Estoy
solo... estoy solo... estoy solo...». El eco
no constituye una respuesta, sino la devolución de
la pregunta. Una pregunta mal planteada no merece respuesta.
El principito se apresura a pensar que «los hombres no
tienen imaginación» y «repiten lo que se
les dice». Agrava, así, su error primero atribuyendo
a los demás la culpa del propio fracaso. Pronto habrá
quien le indique dónde se halla la verdadera causa
de que haya fallado en su primer intento de buscar amigos.
Pero antes tendría el principito que pasar por una
gran prueba que le serviría para ganar madurez espiritual.
En ruta hacia la morada de los hombres, encuentra un jardín
florido de rosas, iguales a la flor de su asteroide. Esta
abundancia de flores semejantes parece reducir cada una a
un mero individuo de una especie. Al pensar que
su flor no era única en el mundo, el principito
sintió una profunda decepción, que le provocó
el llanto. De nuevo, el desmoronamiento interior da lugar
a ese fenómeno humano enigmático que es el llorar.
«...
Se sintió muy desdichado. Su flor le había
contado que era la única de su especie en el universo.
Y he aquí que había cinco mil, todas semejantes,
en un solo jardín. ´Se sentiría bien
vejada si viera esto, se dijo; tosería enormemente
y aparentaría morir para escapar al ridículo´
. (...) Me creía rico con una flor única y
no poseo más que una rosa ordinaria» (79,
77-78).
1
Los términos subrayados -confianza, fe, fidelidad,
confidencia- están unidos entre sí por la
común raíz latina "fid": fidutia,
fides, fidelitas, confidentia.
2 Este viaje significa la toma de distancia
por parte del principito respecto a la flor. Ejerce la función
del vértice b del "triángulo hermenéutico".
Cf. El triángulo hermenéutico, BAC, Madrid
1971.
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