En
ese momento, aparece un zorro correteando entre las flores.
El principito admira su belleza y desea que le ayude a entretenerse
para superar la tristeza que le embargaba. «Ven
a jugar conmigo -le propuso el principito-. ¡Estoy
tan triste!» (80,78). El zorro -que en esta narración
encarna el espíritu de sabiduría y no el de
astucia- rechazó su invitación, con ánimo
de revelarle el secreto de la verdadera amistad.
«No
puedo jugar contigo -dijo el zorro-. No estoy domesticado»
(81,78).
Zorro,
de Franz Marc, 1880-1916
Gentileza del Museo Von der Heydt de Wuppertal (Alemania)
El
zorro advirtió que el principito lo reducía
a mero medio para resolver un problema: superar su situación
deprimida. Y quiere comenzar su trato con él
indicando que la relación entre las personas debe
partir de una actitud de respeto, a la que se opone
todo tipo de reduccionismo. El juego no se reduce
a mero pasatiempo y diversión. Un compañero
de juego es más que un recurso para olvidar las penas.
Lo que procede, por tanto, en principio es crear
amistad, actividad correlativa a la de domesticar
en el reino animal. El principito -preocupado justamente
por este tipo de actividades- pregunta inmediatamente -y
con su insistencia característica- qué significa
domesticar. «Es una cosa demasiado olvidada -dijo
el zorro-. Significa ´crear lazos´ « (82,
80)3.
Al entender la amistad como un fruto de la creatividad,
el zorro abre la posibilidad de entender cómo una
realidad puede ser única para nosotros en el mundo
aunque existan mil realidades semejantes a ella e incluso
mejor dotadas. Al crear un «campo de juego» común,
un ámbito de encuentro riguroso, cada uno de nosotros
desarrollamos nuestro modo de ser, nos configuramos de una
manera peculiar, y de esa forma nos convertimos en algo
incanjeable, irrepetible, único.
«Para
mí no eres todavía más que un muchachito
semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú
tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro
semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos
necesidad el uno del otro. Serás para mí único
en el mundo. Seré para ti único en el mundo...»
(82, 80).
El principito pensó enseguida en su flor. Todo cuanto
vaya descubriendo sobre la amistad lo verá sobre
el telón de fondo de su relación con la flor,
a la que abandonó temporalmente para aprender la
forma óptima de unirse a ella de modo más
perfecto.
Para facilitarle ese aprendizaje, el zorro describe los
frutos del encuentro:
-
Se
supera el aburrimiento, fenómeno depresivo que
procede de la falta de creatividad.
-
La
vida gana sentido y se hace, por tanto, luminosa.
-
La
otra persona adquiere un carácter confiado,
acogedor, agradable, y gana una condición simbólica
(83, 83).
«Mi
vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me
cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres
se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas,
mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido
de pasos que será diferente de todos los otros.
Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo
me llamará fuera de la madriguera, como una música.
Y además, ¡mira! ¿Ves allá los
campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo
es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan
nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos
color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será
maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de
ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...»
(83, 83).
Tras esta bellísima lección de vida, el zorro
ruega al principito que lo «domestique», es decir,
que se haga amigo suyo. Y el principito comete un nuevo error:
querer «encontrar amigos y conocer muchas cosas»
sin dedicar a ello el tiempo debido. El zorro exhibe su sabiduría
al indicarle que el conocimiento de las realidades «ambitales»
sólo se da por vía de trato personal,
y éste acontece con un tempo lento, como todos
los procesos de maduración:
«Sólo
se conocen las cosas que se domestican»4.
«Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran
cosas hechas a los mercaderes. Pero, como no existen mercaderes
de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un
amigo, ¡domestícame!» (83,83).
Para
ello es necesario proceder con paciencia -entendida
como ajuste a los ritmos naturales, no como mero aguante-
y guardar silencio -visto como campo de resonancia
de la palabra creadora de vínculos-.
Una vez creado el encuentro, el tiempo se cualifica, adquiere
un carácter festivo y da lugar a los ritos,
aquello «que hace que un día sea diferente
de los otros días: una hora, de las otras horas».
«Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito -agrega
el zorro-. El jueves bailan con las muchachas del pueblo.
El jueves es, pues, un día maravilloso»
(84-86, 84-86).
Estas sabias palabras del zorro descubren un modo nuevo
de ver la vida. Los seres que uno ha «ambitalizado»
adquieren un valor singular; se vuelven «únicos
en el mundo». El zorro invita al principito a verlo
todo a esta luz:
«Ve
y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la
tuya es única en el mundo. Volverás para decirme
adiós y te regalaré un secreto». «Es
muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo
esencial es invisible a los ojos». «El tiempo
que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante»
(86, 86)5.
El principito
se dirige a las rosas y les dice:
«Sois
bellas, pero estáis vacías (...). No se puede
morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común
creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es
más importante que todas vosotras, puesto que es
ella la rosa a quien he regado, (...) puesto que ella es
mi rosa» (87,87).
El principito ya no se siente como un «transeúnte
común». Ha ascendido ya a un nivel de conocimiento
superior, en el cual se descubre que lo que dignifica a los
seres es el estar «ambitalizados»: participar en
un ámbito de encuentro y sentirse responsables de
él. Se es responsable de alguien cuando
previamente se ha respondido a su apelación.
Yo me hago responsable de lo que domestico por cuanto la realidad
plena de este ser queda pendiente de mi actitud colaboradora.
Colaborar con una realidad es responder a sus apelaciones
sucesivas. Ser responsable de alguien con quien se estableció
una relación de trato mutuo implica la obligación
de desarrollar la personalidad de éste mediante una
actitud de prontitud para responder, o «responsabilidad».
Persona responsable es la que se mantiene abierta a
toda apelación digna de respuesta por su parte.
«Los
hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú
no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo
que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...»
(87-88, 87-88).
Vivir
de esta manera responsable exige arraigo, fidelidad,
atención a lo verdaderamente valioso (88-89,
88-89).
«Sólo
los niños saben lo que buscan -dijo el principito-.
Pierden tiempo por una muñeca de trapo y la muñeca
se transforma en algo muy importante, y, si se les quita
la muñeca, lloran...». «Tienen suerte -dijo
el guardaagujas» (89, 89).
Tiene
suerte el que sabe convertir los objetos en ámbitos,
asumiéndolos en un proyecto cargado de sentido. Si
el niño llora no es porque pierde un simple objeto
sino porque deja de estar en relación con un ámbito.
3 Esta tarea activa de
crear lazos implica una actitud de compromiso ("engagement")
por ambas partes.
4 "Yo no estoy ligado sino a aquél
a quien doy algo. No comprendo sino a aquél con quien me uno.
No existo sino en cuanto me abrevan las fuentes de mis raíces"
(Cf. Pilote de guerre, p. 174; Piloto de guerra,
p. 166).
5 Sobre la vinculación
de conocimiento, compromiso y amor -uno de los temas nucleares
del pensamiento actual- se hallan precisiones certeras en
las obras de M. Scheler, F. Ebner, R. Guardini, H. Urs von
Balthasar, G. Marcel, K. Jaspers, E. Levinas... Cf. mis obras
Cinco grandes tareas de la filosofía actual, Gredos,
Madrid, 1977; El poder del diálogo y del encuentro,
BAC, Madrid, 1997.
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