Recordemos
que el piloto y el principito son peregrinos de la amistad,
van en busca de amigos verdaderos. Ante el espectáculo
de las gentes que van y vienen deprisa, como si no tuvieran
arraigo en ninguna parte, el principito indicó que
sólo los niños -las personas con alma de niño-
saben lo que buscan. Seguidamente, ante la oferta de ahorrar
tiempo tomando pastillas para calmar la sed, confiesa que
"si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar,
caminaría muy suavemente hacia una fuente..."
(90,90). Una fuente que mana de lo hondo de la tierra
presenta un alto poder simbólico porque es el lugar
de confluencia de diversos campos de realidad: el océano,
el sol, las nubes, el viento, la lluvia, las capas terrestres
que la albergan, las circunstancias que la impulsan a aflorar
a superficie, el caminante exhausto, la escasez de agua en
el entorno... Caminar hacia la fuente es una actividad
que colabora a que surja el fenómeno «fuente»,
visto en su condición relacional. Encaminarse
hacia lugares donde acontecen fenómenos de encuentro
confiere sentido al carácter itinerante de la
vida humana. Este alumbramiento de sentido da plenitud al
hombre y lo eleva a un estado de exultación festiva.
Nada ilógico que Saint-Exupéry vincule con frecuencia
los términos sed, fuente, corazón: «(El
niño), cuando te abraza, te hace sentir alrededor del
cuello algo que es fuente para el corazón y de lo cual
tienes sed»6.
Este nudo de conceptos nos permite comprender el pasaje más
enigmático, profundo y bello de la obra.
Tras ocho días de agotadora estancia en el desierto,
el piloto se muestra angustiado por la falta absoluta de agua
y el temor a una muerte inminente. El principito, como sobrevolando
la vida desde una región superior, comentó:
«Es bueno haber tenido un amigo, aún si vamos
a morir. Yo estoy muy contento de haber tenido un amigo zorro...»
(91, 91). El piloto pensó que el pequeño
no era capaz de medir el peligro en que se hallaban. Pero,
como adivinando su pensamiento, le dijo: «Yo también
tengo sed... Busquemos un pozo» (Ibid.). Aunque sabía
que «es absurdo buscar un pozo, al azar, en la inmensidad
del desierto», el piloto comprendió de golpe
que la búsqueda en común, comprometida y solidaria,
alberga tesoros más valiosos que el agua que apaga
la sed física. En esta línea se movía
el principito cuando, después de mucho caminar, el
piloto le preguntó si también tenía sed,
y el contestó sencillamente: «El agua puede
también ser buena para el corazón» (92,92).
El piloto no entendió el sentido de estas palabras.
Y el principito agregó en el mismo plano de elevación:
«Las estrellas son bellas, por una flor que no se ve...».
«Lo que embellece al desierto (...) es que esconde un
pozo en cualquier parte...» (92, 92-93). Contagiado
por estos pensamientos, el piloto, al contemplar al principito
dormido en sus brazos, exclama: «Lo que veo aquí
es sólo una corteza. Lo más importante es invisible...».
«Lo que me emociona tanto en este principito dormido
es su fidelidad por una flor, es la imagen de una rosa que
resplandece en él como la llama de una lámpara,
aún cuando duerme...» (93,93)7.
Con ese espíritu
de elevación y esa voluntad de tutela («Es
necesario proteger a las lámparas») caminó
el piloto durante la noche. El fruto de esta actitud generosa
no se hizo esperar: «Descubrí el pozo al nacer
el día» (93,94). Con el alba había
aparecido el principito en el desierto, en busca de amistad.
Ahora, ambos amigos encuentran el agua al nacer el
día. ¿De qué tipo de agua se trata?
El autor vuelve aquí a recordarnos la observación
del principito de que «los hombres se encierran en
los expresos pero no saben lo que buscan» (94,94).
¿Qué agua buscó el principito en esta ocasión?
Es significativo que el pozo encontrado no se parezca a los
del Sahara, sino a los de las aldeas, con su roldana, su balde
y su cuerda8.
«Pero ahí no había ninguna aldea -anota
el piloto- y yo creía soñar» (Ibid.).
El principito le dice: «Tengo sed de esta agua.
Dame de beber...» El piloto añade:
«Y comprendí lo que él había
buscado. Levanté el balde hasta sus labios. Bebió
con los ojos cerrados. Todo era bello como una fiesta. El
agua no era un alimento. Había nacido de la marcha
bajo las estrellas, del canto de la roldana, del esfuerzo
de mis brazos. Era buena para el corazón como un regalo»
(96, 96).
La fiesta, con su luz, su alegría y su belleza, brota
siempre en el encuentro. El encuentro nutre el espíritu
humano, le hace bien como el afecto que inspira un obsequio.
Obviamente, lo que había buscado el principito no era
tanto el agua que es medio para saciar la sed corporal
cuanto el agua que es medio en el cual se unen dos
personas con voluntad de compromiso. Lo que en definitiva
perseguía el principito era el encuentro personal a
través de una marcha compartida en el estrecho pasillo
que separaba en aquel momento la vida de la muerte.
6
Cf. Citadelle, p. 296; Ciudadela, p. 274.
7
El afecto que tiene el principito a su rosa está
inspirado en el amor que sintió Saint-Exupéry
por su esposa, Consuelo, según testimonio de ésta:
«Cuando volvamos a Francia, me decía en 1943,
necesitaré un clima distinto para trabajar, una mesa
grande, una casa muy tranquila con té, rosas y, sobre
todo, cigarrillos, y tú estarás junto a mí...
Como bien sabes, la rosa de El principito eres tú.
Tal vez no he sabido cuidarte bien, pero siempre te encontré
muy bella». (Cf. A. de Saint-Exupéry: Vol
de nuit, Gallimard, París 1931, p. 184. Notas
de Golbert Quénelle).
8
El fenómeno del «pozo», visto como fuente
de vida, desempeña un papel relevante en Citadelle,
obra que quiere dar forma al bullente mundo interior
del que brotaron las restantes obras de Saint-Exupéry.
Véase, como ejemplo, la vinculación que se
establece en las páginas 318-323 (Ciudadela,
págs. 293-299) entre «el ceremonial de los pozos
en el desierto», la necesidad de tensar el espíritu
hacia las grandes metas de la existencia, siguiendo las
«líneas de fuerza» que la naturaleza instaura,
y el acrecentamiento de la propia «densidad interior»
mediante el ajuste esforzado al campo de juego que es el
desierto, con su inmensa aridez y sus pozos bien contados
que hay que buscar sin intentarlos nunca poseer.