Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 11ª: Análisis de "EL PRINCIPITO", de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) (3ª Parte)

11. Quinta etapa del encuentro: La despedida y la transfiguración de la mirada

En el aniversario de su caída en la tierra, el principito siente que ha logrado la plenitud del encuentro y debe prepararse para volver con los suyos, representados en la flor de su asteroide. También el piloto ha de disponerse para regresar a su casa. Por eso le indica el principito: «Ahora debes trabajar. Debes volver a tu máquina. Te espero aquí» (99, 98). Es muy significativo que el mismo principito que, al ver por primera vez al piloto, le invitó a que pospusiera el arreglo del motor y se consagrara a una tarea creativa -aparentemente anodina- le insta ahora a que retome aquella tarea mecánica. Una vez realizado el encuentro, está seguro de que esta ocupación va a ser considerada por el piloto como un medio no sólo para salvar la vida biológica sino para volver a los suyos y recobrar así la vida espiritual. Por eso, en el momento íntimo de la despedida, le dice: «Estoy contento de que hayas encontrado lo que faltaba a tu máquina. Vas a poder volver a tu casa...» (102,100). Estas frases las pronunció antes de saber que el piloto había tenido éxito en su trabajo. Y agregó: «Yo también vuelvo hoy a mi casa. (...) Es mucho más lejos... Es mucho más difícil». Todo esto lo decía con «la mirada seria, perdida muy lejos», puesta en lo que «es importante» y no puede verse con los ojos del cuerpo: «No se ve lo que es importante» (103,103).

Se percibe en este pasaje claramente que todo el viaje del principito había sido una escuela de buen amar y debía culminar en la vuelta a casa, para iniciar una vida de verdadera amistad y superar definitivamente el error de abandonar a « los suyos» debido a la frustración que provoca un defecto de los mismos.

Cuando se alcanza la cima espiritual que supone un encuentro auténtico, la mirada interior se transfigura y lo ve todo en un nivel superior. El principito se lo revela al piloto en sus últimos instantes:

  • Los fríos espacios siderales se vuelven cálidos y expresivos: «Tú tendrás estrellas como nadie las ha tenido. (...) Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!» (104-105, 104)9.

  • La muerte se convierte en un tránsito: «Parecerá que me he muerto y no será verdad. (...) Es demasiado lejos. No puedo llevar mi cuerpo allí. Es demasiado pesado. (...) Pero será como una vieja corteza abandonada. No son tristes las viejas cortezas» (106-107, 106). El principito siente miedo y pena ante el trance de la despedida definitiva. Pero no vacila en dejar la Tierra para retornar a su verdadera patria (103-105, 102-104).

  • El paisaje se vuelve bello y alegre cuando en él tiene lugar un encuentro. Se torna triste si es escenario de una despedida amarga. «Éste es, para mí, el más bello y más triste paisaje del mundo. (...) Aquí fue donde el principito apareció en la Tierra, y luego desapareció» (113, 113).

Todo cambia en la vida cuando se altera el signo de una relación interhumana: «Es un gran misterio. Para vosotros, que también amáis al principito, como para mí, nada en el universo sigue siendo igual si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero que no conocemos ha comido, sí o no, a una rosa...» (111,111). En el plano objetivo no se advierte cambio alguno cuando se crean o se destruyen ámbitos, interrelaciones, vínculos. Pero la trama de la vida humana adquiere entonces un nuevo aspecto. El valor de este cambio sólo puede medirse cuando se tiene sensibilidad para cuanto significa el juego creador. Por eso «ninguna persona mayor comprenderá jamás que tenga tanta importancia» (Ibid.).

Esta múltiple transfiguración operada por el encuentro es un acontecimiento inverso al despueble del mundo que sigue a la pérdida de un ser amado.

9 Debido a su carácter creador, «la presencia espiritual puede hacerse más densa que la presencia física». Cf. Saint-Exupéry: Oeuvres, Gallimard, París 1957, p. 392.


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