En
el aniversario de su caída en la tierra, el principito
siente que ha logrado la plenitud del encuentro y debe prepararse
para volver con los suyos, representados en la flor de su
asteroide. También el piloto ha de disponerse para
regresar a su casa. Por eso le indica el principito:
«Ahora debes trabajar. Debes volver a tu máquina.
Te espero aquí» (99, 98). Es muy significativo
que el mismo principito que, al ver por primera vez al piloto,
le invitó a que pospusiera el arreglo del motor y
se consagrara a una tarea creativa -aparentemente anodina-
le insta ahora a que retome aquella tarea mecánica.
Una vez realizado el encuentro, está seguro de que
esta ocupación va a ser considerada por el piloto
como un medio no sólo para salvar la vida biológica
sino para volver a los suyos y recobrar así la vida
espiritual. Por eso, en el momento íntimo de
la despedida, le dice: «Estoy contento de que hayas
encontrado lo que faltaba a tu máquina. Vas a poder
volver a tu casa...» (102,100). Estas frases las
pronunció antes de saber que el piloto había
tenido éxito en su trabajo. Y agregó: «Yo
también vuelvo hoy a mi casa. (...) Es mucho más
lejos... Es mucho más difícil».
Todo esto lo decía con «la mirada seria,
perdida muy lejos», puesta en lo que «es importante»
y no puede verse con los ojos del cuerpo: «No se
ve lo que es importante» (103,103).
Se percibe en este pasaje claramente que todo el viaje del
principito había sido una escuela de buen amar y
debía culminar en la vuelta a casa, para iniciar
una vida de verdadera amistad y superar definitivamente
el error de abandonar a « los suyos» debido a
la frustración que provoca un defecto de los mismos.
Cuando se alcanza la cima espiritual que supone un encuentro
auténtico, la mirada interior se transfigura y lo
ve todo en un nivel superior. El principito se lo revela
al piloto en sus últimos instantes:
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Los
fríos espacios siderales se vuelven cálidos
y expresivos: «Tú tendrás estrellas
como nadie las ha tenido. (...) Cuando mires al cielo, por
la noche, como yo habitaré en una de ellas, como
yo reiré en una de ellas, será para ti como
si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás
estrellas que saben reír!» (104-105, 104)9.
-
La
muerte se convierte en un tránsito: «Parecerá
que me he muerto y no será verdad. (...) Es demasiado
lejos. No puedo llevar mi cuerpo allí. Es demasiado
pesado. (...) Pero será como una vieja corteza abandonada.
No son tristes las viejas cortezas» (106-107, 106).
El principito siente miedo y pena ante el trance de la despedida
definitiva. Pero no vacila en dejar la Tierra para retornar
a su verdadera patria (103-105, 102-104).
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El
paisaje se vuelve bello y alegre cuando en él tiene
lugar un encuentro. Se torna triste si es escenario de una
despedida amarga. «Éste es, para mí,
el más bello y más triste paisaje del mundo.
(...) Aquí fue donde el principito apareció
en la Tierra, y luego desapareció» (113,
113).
Todo cambia en la vida cuando se altera el signo de una
relación interhumana: «Es un gran misterio.
Para vosotros, que también amáis al principito,
como para mí, nada en el universo sigue siendo igual
si en alguna parte, no se sabe dónde, un cordero
que no conocemos ha comido, sí o no, a una rosa...»
(111,111). En el plano objetivo no se advierte
cambio alguno cuando se crean o se destruyen ámbitos,
interrelaciones, vínculos. Pero la trama de la vida
humana adquiere entonces un nuevo aspecto. El valor de este
cambio sólo puede medirse cuando se tiene sensibilidad
para cuanto significa el juego creador. Por eso
«ninguna persona mayor comprenderá jamás
que tenga tanta importancia» (Ibid.).
Esta múltiple transfiguración operada por
el encuentro es un acontecimiento inverso al despueble del
mundo que sigue a la pérdida de un ser amado.
9
Debido a su carácter creador, «la presencia
espiritual puede hacerse más densa que la presencia
física». Cf. Saint-Exupéry: Oeuvres,
Gallimard, París 1957, p. 392.

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