Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 11ª: Análisis de "EL PRINCIPITO", de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) (3ª Parte)

12. Valoración de la obra «El principito», escuela de encuentro

En su leve ropaje de cuento infantil, El principito se revela a una lectura «ambital» y «lúdica» como una escuela de encuentro, acontecimiento personal que exige un largo aprendizaje y una dura ascesis. En principio, los dos protagonistas sentían nostalgia10 por la vida creadora, pero se hallaban lejos de conocer el secreto de su lógica interna, de sus exigencias y sus leyes.

  • Contra lo que pudiera parecer en un primer momento debido a su enigmático descenso de una región superior, el principito no representa el papel de maestro infalible que viene a transmitir un mensaje de sabiduría. Se muestra como un niño de figura noble, preocupado por plantear con radicalidad, de frente y en exclusiva, los temas básicos de la vida personal.
  • El piloto era un joven sensible a toda suerte de actividad creadora, pero se hallaba atenazado por urgencias de carácter mecánico, objetivista, y debía realizar un giro en su sistema de prioridades.

Ambos, piloto y principito, procedían por tanteo, cometían errores, aumentaban su caudal de experiencias pacientemente, aceptaban y agradecían las lecciones que alguien les daba. Tras unos días de ejercitación valerosa, muestran una sorprendente madurez. Su trato personal empieza a ostentar las características del encuentro y se convierte en un campo de iluminación que arroja luz sobre toda la obra y la inunda de ese enigmático «resplandor» que llamamos belleza11. No por azar, las últimas páginas de la obra desprenden una luz especial que orla las figuras amigas del principito y del piloto y baña, de horizonte a horizonte, la inmensa aridez del desierto. Es la luz melancólica que brota en la confluencia de lo efímero y lo permanente, lo meramente objetivo y lo ambital, lo cósico y lo personal.

En todas sus obras, Saint-Exupéry escribe impulsado por su afán de buscar la profundidad oculta de la vida cotidiana, a menudo demasiado agitada para mostrar su interna riqueza, la vertiente permanente de la existencia humana. En El principito hizo acopio de todo su amor a lo trascendente, lo valioso y noble para convencer a los hombres castigados por el horror de la guerra, sobre todo sus compatriotas franceses, de que no todo está perdido cuando se derrumba aquello en que uno más había confiado: el poderío material y bélico. En esa situación límite queda un recurso decisivo: dar el salto al nivel de la creatividad, de la creación de ámbitos de todo orden.

Por eso en esta obra apenas cuenta ya el argumento. En las obras anteriores, el autor relataba historias arriesgadas, en las que refulgían de cuando en cuando, como perlas, las virtudes del hombre que dignifican la vida. Estas perlas cobran la primacía en El principito, a costa del argumento. En la obra siguiente, Citadelle, iniciada en 1938 y publicada póstumamente, el argumento desaparece casi del todo para dejar amplio espacio a la exhibición de las perlas, las claves de interpretación de la existencia humana.

Para comprender genéticamente cómo se alumbra la belleza peculiar de esta obra, debemos practicar un modo de lectura relacional, pues los fenómenos bellos no son una propiedad estática de ciertos objetos -considerados «en sí», aparte de todo sujeto-, ni son producidos en la «interioridad» de un sujeto: acontecen en el campo de juego que se funda entre diversos seres que entreveran sus campos de posibilidades lúdicas.

El principito es una alegoría o trama orgánica de símbolos que se propone descubrir el lado oculto y más valioso de la vida humana mediante un lenguaje accesible al hombre sencillo, que conserva la capacidad infantil de abrirse espontáneamente a lo noble y elevado. No es una vuelta a la niñez biológica; es una renovación del espíritu de la infancia espiritual. Por eso está escrito para personas mayores que tienen alma de niño. En realidad, el principito es lo mejor de nuestro ser, la voz sugerente de nuestra conciencia más lúcida que en los momentos de aparente catástrofe nos invita a elevar el ánimo mediante un cambio de actitud, una metanoia.

Este giro espiritual fue postulado por eminentes pensadores contemporáneos de Saint-Exupéry. El ascenso del nivel de los objetos al de los ámbitos y la creatividad que propugna el principito («¡Dibújame un cordero!») constituye el núcleo del mensaje del pensamiento existencial (M. Heidegger, K. Jaspers, G. Marcel). La filosofía de Marcel tiende a despertar en el hombre contemporáneo la convicción intelectual y el sentimiento íntimo de que «lo más profundo que hay en mí no procede de mí». Jaspers no cesa de proclamar que el ser humano sólo puede existir plenamente si se halla dinámicamente vinculado con «la trascendencia»12. Al leer El principito, captamos el espíritu de superación que inspiró esta corriente de pensamiento, afanosa de hacer justicia a la enigmática riqueza de la realidad humana. En la línea de Sören Kierkegaard y de la Fenomenología (E. Husserl y M. Scheler, sobre todo), los pensadores existenciales comprendieron que para valorar debidamente el modo singular de «existencia» que ostenta el ser humano se debe superar con decisión

  • el apego al nivel objetivista y la correlativa actitud posesiva, dominadora, controladora, utilitarista;
  • el afán reduccionista, que tiende a rebajar el valor de las realidades más elevadas y complejas, por ejemplo la humana;
  • la escisión de conocimiento y amor, saber intelectual y compromiso vital;
  • la propensión a quedarse preso en los valores inmediatos.

La forma óptima de liberarse de estas insuficiencias es cultivar una inteligencia dotada de tres condiciones:

  • largo alcance, capacidad de trascender lo inmediato y ver más allá;
  • comprehensión, amplitud, atención a todas las vertientes de la realidad analizada;
  • penetración, poder de ahondar en el sentido de cada ser o acontecimiento.

Si lo leemos con talante creativo, sentiremos en cada página de El principito una llamada al ejercicio de esa forma de inteligencia desarrollada, madura, abierta a todas las vertientes de la realidad, atenta a ver las realidades humanas como «nudos de relaciones», de vínculos que deben ser creados con paciencia amorosa. Esta inteligencia relacional nos otorgará una visión de la vida más rica, más compleja, más exigente, que no nos liberará del miedo a la muerte sino del temor al sinsentido de la muerte y, por tanto, de la vida. La muerte seguirá existiendo, pero no será vista como el fin absoluto de la vida y, consiguientemente, de los vínculos amorosos creados en ella, sino como el tránsito a un modo de vida en el que se supera la ausencia física y se conserva acendrado el amor.

«...Cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo), estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo. Tendrás deseos de reír conmigo. Y abrirás a veces tu ventana, así... por placer... Y tus amigos se asombrarán al verte reír mirando al cielo» (105, 104-105).

10 Inspirado en Sören Kierkegaard y, sobre todo, en su propia experiencia, Romano Guardini supo destacar lúcidamente el papel decisivo de la nostalgia o melancolía en el ascenso del hombre hacia las regiones más altas de su ser. «La melancolía -escribe- es la inquietud del hombre ante la vecindad de lo Eterno». «... El anhelo de plenitud de valor y de vida, y de belleza infinita, unido profundamente con el sentimiento de la caducidad, la negligencia y el fracaso, y con la irreprimible nostalgia, el dolor y la inquietud que de ahí se derivan..., eso es la melancolía». «Grandeza, verdadera grandeza no es posible sin esa presión que confiere a las cosas todo su peso; sin ese dolor -por así decir constitutivo- que Dante denomina `la grande tristezza', que no surge de una circunstancia especial sino de la existencia misma». Cf. Vom Sinn der Schwermut (Sobre el sentido de la melancolía), M. Grünewald, Maguncia 1935, 1996, 6ª ed. Véase mi obra: Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid 1998, págs. 151-183.

11 Recuérdese que desde antiguo se define la belleza como «splendor ordinis», «splendor formae», «splendor realitatis», esplendor y resplandor del orden, de la forma, de la realidad. Siempre el fenómeno de la belleza va hermanado con una configuración perfecta y con la luz que ella desprende. Tomás de Aquino acuñó esta idea en una fórmula decisiva: La belleza es «la luz que resplandece sobre lo que está bien configurado» (lux splendens supra formatum).

12 No puedo aquí explicar el sentido de estos pensamientos de Jaspers y Marcel. Lo decisivo para nuestro propósito de comprender el estilo de pensar de Saint-Exupéry es notar la tendencia de ambos autores a buscar el sentido de las realidades más a mano en instancias que se hallan en niveles superiores. Esta capacidad de ver en vinculación niveles de realidad distintos y complementarios otorga a sus escritos, desde los comienzos, una peculiar elevación y un espíritu constante de superación espiritual. Este rasgo motivó el interés de André Gide por las primeras obras de Saint-Exupéry: "... El sentimiento del deber domina a Rivière: `El oscuro sentimiento de un deber, más grande que el de amar'. Que el hombre no encuentra su finalidad en sí mismo, sino que se subordina y sacrifica a yo no sé qué que lo domina y de lo que vive. Me agrada encontrar de nuevo aquí ese `oscuro sentimiento' que hacía exclamar paradójicamente a mi Prometeo: `Yo no amo al hombre; amo lo que le devora'. Esta es la fuente de todo heroísmo: `Actuamos, pensaba Rivière, como si algo sobrepasase en valor a la vida humana... Pero ¿qué es ese algo?' " Cf. Vol de nuit, Gallimard, París 1931, p. 12; Vuelo nocturno, J. Janés, Barcelona 1951, p. 10.


Internet


Internet
Netscape Communicator - Resolución 800x600 - Fuentes grandes

Última modificación: