Este
breve relato de Hemingway no transmite solamente una sucesión
de hechos más o menos verosímiles; teje una trama
de ámbitos y entreveramientos de ámbitos. Al hacer
juego entre sí, los ámbitos dan lugar a campos
de juego, que son otros tantos campos de iluminación.
A la luz que brota en éstos, se ve por dentro el tipo
de relación que el viejo pescador tenía con cuanto
lo rodeaba: mar, peces, pájaros, aire, y sobre todo su
propia realidad y la de otras personas.
El descubrimiento de estas relaciones nos interesa vivamente
a los lectores porque afecta al núcleo de nuestra vida
personal, que está llamada a ser vida de encuentro. Cuando
una obra literaria desborda el plano de lo meramente anecdótico
y privado, para alcanzar el plano de lo nuclearmente humano,
adquiere un alto rango estético. El viejo pescador parece
convertirse a lo largo de la obra en un ser fracasado. Sin embargo,
muestra a nuestros ojos una grandeza modélica, por implicar
una actitud creativa. Crear relaciones de comunicación
sincera y fecunda con cuanto nos rodea en la vida es signo de
gran calidad espiritual. El humilde pescador nos enseña
el difícil arte de saber ganar y saber perder, de amar
a los seres que colaboran de alguna forma a nuestro desarrollo
personal. Nos recuerda el temple del mejor Jorge Guillén:
«Respiro.
Y
el aire en mis pulmones
ya
es saber, ya es amor, ya es alegría,
alegría entrañada
que no se me revela
sino como un apego
jamás interrumpido
-de tan elemental-
a
la gran sucesión de los instantes
en que voy respirando,
abrazándome
a un poco
de la aireada claridad enorme».
Hemingway
se destacó por su afán de vivir arriesgadamente
experiencias muy dispares. Esta tendencia a la vida arriesgada
no implica en esta obra una caída en el vértigo
sino un ascenso sereno a las cumbres del éxtasis,
visto como proceso creador. Nos muestra a un anciano extremadamente
pobre que no se deja llevar del comprensible deseo de poseer
y dominar. Necesita adueñarse de la presa, subsistir,
pero lo hace impulsado por un ideal elevado: el de fundar modos
entrañables de unidad con los seres de su entorno. Por
eso, el despojo violento de algo que ha conquistado con supremo
esfuerzo no lo sume en la desesperación y el rencor:
lo lleva a valorar todavía más los vínculos
de auténtica amistad, y a sentir agradecimiento y paz
interior.
Esa paz
interior se traduce en serenidad de estilo, que no se vuelve
hosco y desabrido ni aun en los momentos más dramáticos
del relato. Cuando el fondo y la forma, el contenido y el estilo
se ajustan de modo cabal, estamos ante una obra lograda, una
cima artística.
Al concluir
la lectura de este relato, nos sentimos profundamente unidos
al protagonista y a sus amigos, pero también al mar,
con sus posibilidades y sus peligros, y sus peces hermosos y
nobles, aunque sean agresivos y aniquilen las mayores esperanzas.
Ya no podremos en adelante ver el entorno marino como antes.
Y esta transformación «poética» se extenderá
gozosa y fecundamente a los seres que nos rodean. Operar este
género de «conversiones» es la tarea más
alta de la literatura y el arte.
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