La
transformación de Gregorio en insecto no es realista
sino simbólica, pero no por ello es menos real
en el plano del juego y de los ámbitos. Kafka quiere
poner ante los ojos del lector de modo plástico, impresionantemente
visible, una situación que a muchas personas pasa inadvertida:
la reducción de un ser humano a medio para un fin, mera
máquina de ganar el dinero necesario para salvar una
situación apurada. El relato nos transmite vivamente
en todo su horror, a través de su encarnación
en una imagen, una situación humana que se da realmente
con frecuencia, pero apenas se advierte cuando se vive de modo
objetivista, atenido más bien a las apariencias externas.
Al
leer la obra, aparece con toda su crudeza lo que sucede
veladamente en la vida humana. Ésta es la espléndida
posibilidad de las imágenes: hacer entrar por
los ojos los acontecimientos "inobjetivos" que se evaden a la
mirada de las gentes poco avezadas a la contemplación
de los sucesos creadores. Gregorio Samsa, el sumiso y pasivo
corredor de comercio, se veía ya a sí mismo como
un infrahombre, un ser poco cualificado, un vil insecto. Esta
autodescalificación era un suceso real, real en cuanto
al juego que quería haber hecho en su vida cotidiana.
Por eso necesita ser expresado a través de una imagen,
que -a diferencia de la mera figura- presenta dos vertientes:
la sensible y la suprasensible, la objetivista y la lúdica.
En
las décadas posteriores a la primera guerra mundial muchos
europeos sintieron una difusa añoranza por el mundo infracreador,
que era visto a menudo como una tierra de promisión.
En La metamorfosis, tal descenso significa más
bien la destrucción total de las posibilidades de realización
humana.
Todos
los pormenores que destaca la obra son de carácter lúdico-ambital.
Gregorio fue siempre un hombre encerrado: encerrado en
la tupida red de un puesto de trabajo sórdido y atenazante;
recluido voluntariamente en un hogar constituido por personas
mayores, fracasadas y enfermas (79, 86) y una niña un
tanto comodona cuya actividad creativa se polarizaba exclusivamente
en torno a la música (55, 76). Precisamente, en esta
dirección se orienta la única iniciativa que tuvo
Gregorio respecto al futuro: pagarle a su hermana los estudios
del Conservatorio. Es sintomático que Gregorio, en su
extrema postración, sólo parece elevar un tanto
su ánimo al oír a su hermana tocar el violín,
y ello no tanto por lo que tal actividad pudiera implicar de
creatividad musical -para la que Gregorio carecía de
sensibilidad-, cuanto por la posibilidad de ayuda que la condición
artística de su hermana le abría a él en
el futuro. De ahí su deseo de llevarla a su habitación
y establecer con ella una relación estable de encuentro.
«Le parecía como si se abriese ante él el
camino que había de conducirle hasta un alimento
desconocido y ardientemente añorado. Estaba decidido
a llegar hasta la hermana, tirarle de la falda y sugerirle
así que viniese a su cuarto con el violín,
porque nadie premiaba aquí su interpretación
cual él quería hacerlo. No la dejaría
salir de su cuarto, al menos en cuanto él viviese»
(93, 92).
Al
verse reducido a insecto es decir, al sentirse falto de posibilidades
creadoras, Gregorio confía en que, uniendo su fuerza
de voluntad a los ánimos que le infundan sus familiares,
podrá salir adelante.
«... Todos, incluso el padre y la madre, debían haberle
gritado: ¡Ánimo, Gregorio! (...). Siempre adelante.
¡Duro con la cerradura!» (30, 65)
Pero
sus familiares, tras el primer momento de desconcierto, optan
por esconderlo, resignados a su suerte adversa; dan la situación
por irreversible y retiran de la habitación los muebles
para que Gregorio pueda moverse con más facilidad dentro
de las posibilidades que le abre su condición actual;
es decir, lo «desambitalizan» como hombre, a pesar de que su
madre intuye con finura que, al dejar la habitación convertida
en un desierto, vienen a indicar que renuncian a toda esperanza
de mejoría por parte de Gregorio y lo abandonan a su
suerte (62-63, 80).
De
aquí arranca el tragicismo de toda la obra. Gregorio
Samsa sigue pensando y sintiendo como hombre (47ss, 73ss), capta
con lucidez cuanto dicen y hacen los demás, pero no logra
darse a entender (49,73), posee una interioridad de ser humano
y una apariencia de insecto, no de animal temible -poderoso
león, taimada serpiente...-, sino de bicho repugnante
e indefenso. Al quedar privado de su entorno confiado de hombre,
Gregorio se siente incomunicado, extraño en el mundo,
y olvida paulatinamente su pasada condición humana (63,
80). Debido a algo que se halla fuera de su control -la figura
que ofrece a los demás-, Gregorio se ve forzado a alterar
radicalmente su sistema de juego, de relación activa
con el entorno, y hace con ello del todo imposible una relación
de encuentro con sus familiares (71, 83). Se convierte en objeto,
objeto de preocupación (24, 62) o de simple curiosidad
(85, 89), tema de conversación (49, 74), motivo de diversión
(94, 92), insecto repulsivo e inquietante (68, 82), trasto inútil
(110, 99), estorbo para la existencia (97, 94). Sólo
le queda la esperanza de su hermana, la única persona
con futuro que hay en la casa 4.
El padre, tras el fracaso económico, había echado
el peso del sostenimiento de la casa sobre los hombros de Gregorio,
y éste, después de su metamorfosis, pudo enterarse
de que le había ocultado que la situación económica
de la familia no era tan mala como se decía y las deudas
pudieran haberse saldado antes. Por otra parte, ni el padre
ni la madre veían con buenos ojos el único proyecto
de carácter creativo que había osado abrigar Gregorio:
sufragar a su hermana los gastos del Conservatorio. De sus padres,
viejos, fatigados y nada emprendedores, no podía esperar
Gregorio posibilidad alguna de vida creativa. Al comprobar que
también la hermana ha roto definitivamente su ámbito
de fraternidad con él, entra en un estado de asfixia
lúdica y pierde del todo su condición humana,
desapareciendo con ello de la obra.
Esta
segunda parte de la metamorfosis, la espiritual, la que afecta
a la condición personal de Gregorio, es la más
dolorosa, la definitiva, la estación término de
una vida envilecida progresivamente por la sordidez de las circunstancias.
El
carácter abrumadoramente trágico de este relato
radica en la vinculación en una misma persona de una
extrema degradación y de la lucidez suficiente para hacerse
cargo de la misma. Si sólo existe una gran desgracia,
no hay tragicismo. Este surge cuando alguien muy afectado por
ella se hace cargo de la situación. Situaciones trágicas
provocadas por una falta absoluta de posibilidades de libre
juego creador se dan realmente en numerosas ocasiones. Pese
a su apariencia fantástica, La metamorfosis no
es un mero relato de ficción, sino la plasmación
literaria de una red de ámbitos que el hombre necesita
para desarrollarse como tal y que un destino adverso va anulando
paulatinamente. Esta anulación implica el derrumbamiento
de la personalidad humana. Derrumbamiento se dice en
griego «katastrophé», y ésta, la catástrofe,
marca la culminación de la tragedia.
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