El
vértigo de la rutina
y el éxtasis de la creatividad
En
la vida, el hombre puede adoptar dos actitudes: 1) dejarse llevar
de las apetencias naturales, sin aspirar a la realización
de valores más altos; 2) esforzarse por sacar pleno partido
a las potencias de que está dotado y a las posibilidades
que el entorno le ofrece. La primera actitud es representada
por la Bandada de la Comida (13). La segunda orienta
la conducta de Juan Salvador Gaviota.
La
Bandada de la Comida está formada por una multitud
de pájaros que se aglomeran para luchar por una ración
de alimento. Son seres carentes de identidad y nombre propio;
forman una masa, obedecen ciegamente a la ley del instinto,
acotan su actividad en los cauces limitados de la satisfacción
de las necesidades elementales (14).
Juan
-que no es «un pájaro cualquiera» (13)- estima que su
potencia de volar puede adquirir una dimensión mucho
mayor que la que posee cuando se reduce a desarrollar el tipo
de vuelo necesario para adquirir el indispensable alimento.
Por eso se interroga sobre su capacidad de asumir nuevas posibilidades
de vuelo en su entorno natural: playa, agua, aire. Esta pregunta
inicia el proceso extático de búsqueda
de la plenitud personal a través de la experimentación,
la superación de riesgos, la asunción de fracasos,
la solución de dificultades, la celebración de
momentos festivos o experiencias-cumbre. Este camino hacia la
plenitud exige tensión de ánimo, reflexión
continua, capacidad de iniciativa, espíritu de sana innovación
creadora, apertura a lo desconocido y misterioso, afán
inagotable de aprender y conocer.
Juan
se ve llevado a superar la posición de la sociedad establecida
en su torno, representada aquí por sus padres, para los
cuales «la razón de volar es comer» (15). El volar
es considerado por ellos como una mera actividad utilitaria,
carente de un fin propio. No es entendido como un juego creador
3
. La rebeldía de Juan tiene un carácter
positivo y no se expresa a través de un ataque sino de
un acto de renuncia, que alberga un neto carácter
simbólico: cede un trozo de anchoa, duramente disputada,
a una gaviota menos habilidosa que él (15). Todo ascenso
a un plano superior de actividad exige la renuncia previa a
modos inferiores de realización. El nivel de realización
a que aspira Juan es el del vuelo visto como un fin en sí
mismo, como un juego creador lleno de sentido y, por tanto,
de gozo y entusiasmo (15).
Juan
intuye que hay dos conceptos de naturaleza: 1) el conjunto de
realidades, procesos y potencias que constituyen el ser que
uno ha recibido de los progenitores; 2) este ser recibido tal
como va desarrollándose a medida que asume creadoramente
las posibilidades de acción que le ofrece el entorno
4. Obrar
conforme a naturaleza no significa, en la segunda acepción,
dejarse llevar del instinto, sino poner en juego todas las posibilidades
que estén al alcance de uno. El afán de Juan consiste
en superar los límites de su condición de gaviota
entendida al modo vulgar, como un tipo de ser viviente que tiene
bien marcadas sus posibilidades y a ellas debe atenerse. Cuando
sufre algún fracaso, Juan siente la tentación
de acogerse al concepto más cómodo, menos arriesgado,
de gaviota y llevar una vida sin desafíos y problemas.
Promete ser una «gaviota normal» (21). Pero de nuevo la llamada
de la vocación le impulsa a elevar el vuelo y proseguir
el proceso de aprendizaje de nuevas formas de vivir. Ensayar
nuevas posibilidades implica caminar en la noche
(24), hacerse sospechoso para las gaviotas normales, sesudas,
prudentes (34), alejarse del mundo confiado de los seres gregarios
(35), afrontar el miedo (36), entregarse a sensaciones inéditas,
que son fuente de poder, alegría y belleza (36). El vuelo
perfeccionado entraña modos nuevos de diálogo
con el aire, el agua y la tierra, una especie de juego que funda
formas de encuentro y da lugar a momentos festivos. Esta
nueva dimensión del volar llena de sentido la
vida de Juan y la dota de libertad (35).
Esta
soledad creadora, investigadora, de Juan choca abruptamente
con el espíritu gregario de la Bandada de la Comida
(35). Juan acepta el alto precio que le exige el aprender
a volar y se eleva hacia la luz del mundo de la creatividad
y el encuentro, mientras contempla a las otras gaviotas moverse
pesadamente en un ambiente de oscuridad y tristeza (36). Se
ha exiliado voluntariamente por amor a la verdad plena de sí
mismo. Es un «extranjero» en su entorno social, pero lo es por
elevación sobre el nivel de sus semejantes, no
por un descenso, como sucede con Meursault, el protagonista
de la obra de Camus El extranjero 5.
En
el hogar de los que vuelan alto
La
segunda gran experiencia de este relato es el encuentro de Juan
con dos gaviotas representantes de la actitud de éxtasis,
de búsqueda incesante y arriesgada de modos de vida superior.
Son heraldos de un nuevo hogar, el constituido por todos los
buscadores que se han entregado al esfuerzo del juego creador.
Por eso su figura es resplandeciente, y su actitud amistosa,
y se mueven en el alto cielo nocturno (46-47). Juan deja de
ser un exiliado al adentrarse en un nuevo hogar con «nuevos
horizontes, nuevos pensamientos, nuevas preguntas» (52). Es
bien acogido por los habitantes de este mundo distinto, que
son pocos pero sintonizan espiritualmente con él, en
cuanto su meta es alcanzar la perfección, no sólo
subsistir (53, 54, 58). Al verse ante las nuevas perspectivas
de progreso que le abre la instauración de una unidad
de convivencia con esta comunidad de seres congeniales, Juan
olvida durante largo tiempo el mundo del cual ha partido (53),
pero a veces se acuerda de cuanto aprendió en él.
En
este nuevo ámbito de vida, Juan cuenta con la ayuda de
un guía espiritual: Rafael. Ambos conjugan la
acción y la reflexión, pues la auténtica
forma de enseñar y aprender debe ser experiencial,
reflexiva y activa a la par. La lección decisiva se la
imparte a Juan la Gaviota Mayor de esta nueva bandada.
Por adoptar una actitud dialógica, personalista, aparece
con nombre propio: Chiang. De ella aprende Juan que «el
cielo no es un lugar ni un tiempo». «El cielo consiste en ser
perfecto» (55), no cesar de buscar y aprender, de superar límites,
de sentir en el propio ser la llamada a hacerlo y la posibilidad
de lograrlo. En la vida humana buscamos porque ya estamos instalados
en aquello hacia lo que tendemos, y lo hacemos en virtud de
la fuerza que la realidad buscada nos confiere. Vamos al encuentro
de algo en lo cual ya estamos participando en alguna medida.
La conciencia de la riqueza que alberga nuestro ser cuando adopta
una actitud participativa nos permite desbordar la delimitación
rígida de nuestro ser objetivo. Tal descubrimiento produce
a Juan un sobresalto de gozo:
«¡Pero si es verdad! ¡Soy una gaviota perfecta y sin limitaciones!
Y se estremeció de alegría» (59).
Una vez
superadas las limitaciones de la actitud objetivista, se hace
patente una ley básica de la vida creadora personal,
a saber: que el «perfecto e invisible principio de toda vida»
es la bondad y el amor, la solidaridad que lleva a compartir
los descubrimientos que uno ha hecho y la riqueza que ha logrado
atesorar (61). «Sigue trabajando en el amor», ésta
fue la última recomendación de la Gaviota Mayor,
la más perfecta, al joven Juan (61).
Fiel
a este hallazgo básico y decisivo, Juan empieza a pensar
en volver a la tierra de donde había salido 6.
Compartir la riqueza significa convertirse en «instructor».
Juan debía descubrir a sus congéneres de allá
abajo que su verdadera naturaleza es aprender a ser libres,
creativos, abiertos a valores cada vez más elevados,
y que el aprender es incesante y nunca se llega a la meta porque
ya se ha llegado en alguna forma, por cuanto se está
ya en campo de vuelo, de libertad, de vida de participación
en los valores. Esta vida de inmersión receptivo-activa
en algo que nos envuelve y nutre es una existencia en el
amor. Amar es lo contrario de encerrarse en los límites
del egoísmo; implica apertura y entreveramiento de ámbitos
de vida. Pero, como la actitud de amor debe ser adoptada y puesta
en juego por cada uno, el aprendizaje de la perfección
pende de nuestra experiencia personal. Juan decide ser instructor
de cuantas gaviotas, en cualquier parte -en lo alto del cielo
o a ras de tierra-, quieran tener una oportunidad de ver la
verdad merced a la propia experiencia (62).
«Y
mientras más practicaba Juan sus lecciones de bondad,
y mientras más trabajaba para conocer la naturaleza
del amor, más deseaba volver a la Tierra. Porque, a
pesar de su pasado solitario, Juan Gaviota había nacido
para ser instructor, y su manera de demostrar el amor era
compartir algo de la verdad que había visto con alguna
gaviota que estuviese pidiendo sólo una oportunidad
de ver la verdad por sí misma» (62 e - 61 i).
La
vuelta a los suyos como instructor
Juan
instruye a los novicios de la bandada celeste, y vuelve a la
tierra (63). Pronto acontece un entreveramiento de dos ámbitos:
el de Juan, que desea enseñar a conocer el verdadero
secreto de la vida, y el de Pedro Pablo Gaviota, que quiere
llegar a descubrirlo (64). Tras su fecundo contacto con Rafael
y con Chiang, Juan comprende la necesidad de tener un instructor
que le ayude a uno a mirar lejos -«la gaviota que vuela más
alto es la que ve más lejos» (63 e - 62 i)-, a entrever
valores más elevados, en los que ya se participa pero
a los que no se conoce bien sino a través de una experiencia
esforzada.
Juan
sabe ahora que lo fundamental en la vida es cambiar las actitudes
inadecuadas, orientar debidamente la existencia. Cuánto
hubiera adelantado él si en los tiempos del exilio hubiera
estado Chiang a su lado. Por eso comienza a instruir a las gaviotas
que se han exiliado en busca de la perfección. A todas
les agrada hacer prácticas de vuelo porque es una experiencia
positiva y reconfortante, pues da una impresión de poder
y seguridad, pero no aciertan a adivinar que hay que mirar más
allá de esta actividad concreta y buscar el sentido oculto
que otorga excelencia a esa actividad.
«Cada
uno de nosotros es en verdad una idea de la Gran Gaviota,
una idea ilimitada de la libertad -diría Juan por las
tardes, en la playa-, y el vuelo de alta precisión
es un paso hacia la expresión de nuestra verdadera
naturaleza. Tenemos que rechazar todo cuanto nos limite. Esta
es la causa de todas estas prácticas a alta y baja
velocidad, de estas acrobacias...» (76).
Pero
ninguno de sus alumnos lograba penetrar en el sentido espiritual
de esa voluntad de perfeccionar sus capacidades de vuelo. No
se elevaban a un nivel de vida superior al de la actividad externa.
«Les
gustaba practicar porque era rápido y excitante y les
satisfacía esa hambre por aprender que crecía
con cada lección. Pero ni uno de ellos, ni siquiera
Pedro Pablo Gaviota, había llegado a creer que el vuelo
de las ideas podía ser tan real como el vuelo del viento
y las plumas» (76).
Es
una ley de la vida humana que, cuando uno se mueve en un nivel
de realidad, tiene gran dificultad en percibir la importancia
de lo que sucede en un nivel superior. El que se entrega a las
ganancias inmediatas apenas logra comprender el alto valor que
encierra una actitud desinteresada, la consagración -por
ejemplo- al cultivo de la belleza más allá de
todo interés inmediato. Juan se esfuerza por abrir a
sus compañeros un nuevo horizonte vital, una forma distinta
y superior de entender la vida. Pero ellos se limitan a satisfacer
sus necesidades elementales.
«Tu
cuerpo entero, de extremo a extremo del ala -diría
Juan en otras ocasiones-, no es más que tu propio pensamiento,
en una forma que puedes ver. Rompe las cadenas de tu pensamiento,
y romperás también las cadenas de tu cuerpo.
Pero dijéralo como lo dijera, siempre sonaba como una
agradable ficción, y ellos necesitaban más que
nada dormir» (77 e- 76 i)).
La
búsqueda de la perfección en el amor impulsa a
Juan a volver a la Bandada de la Comida para servir de
instructor a las gaviotas que tengan ansia de progreso. Como
ahora se siente libre de ir adonde quiera y ser lo que es, no
acepta la ley de dicha Bandada que prohibe volver a las gaviotas
exiliadas (77). Sus alumnos dudan, porque todavía no
han hecho la gran experiencia de la liberación personal.
Pero, movidos por la decisión de Juan, vuelven todos
ellos, y lo hacen en formación perfecta, ya que el amor
pide conjunción y unidad (77-78). Las gaviotas de la
Bandada de la Comida se sienten sobrecogidas ante tal perfección.
La Gaviota Mayor les manda que ignoren a las exiliadas.
Con el peso de la ley quiere coartar su libertad y su afán
de ser creativas (78). Poco a poco y tímidamente, diversas
gaviotas acuden a Juan para aprender el secreto de tal forma
de volar.
«La
única Ley verdadera es aquella que conduce a la libertad
-dijo Juan-. No hay otra» (83). "A toda hora Juan estaba allí
junto a sus alumnos, enseñando, sugiriendo, presionando,
guiando. Voló con ellos contra noche y nube y tormenta,
por el puro gozo de volar, mientras la Bandada se apelotonaba
miserablemente en tierra» (79).
Juan
invita a todos a ganar la suprema libertad del vuelo, frente
a la sumisión a la ley del conformismo alicorto. Pero
más de uno renuncia al esfuerzo que exige tal superación,
pretextando que Juan es un ser inimitable. Al que es de verdad
libre y dispone de grandes posibilidades lo consideran como
un ser excepcional los que todavía se hallan sometidos
a la esclavitud de los límites, de una concepción
alicorta de la propia existencia. Juan, sin embargo, no acepta
que se le considere como un ser "divino" en comparación
con ellos. Ni él ni los que le siguen en su carrera hacia
la perfección son seres excepcionalmente dotados.
«La única diferencia, realmente la única, es
que ellos han empezado a comprender lo que de verdad son y
han empezado a ponerlo en práctica» (83).
Las
personas ansiosas de abrir horizontes de vida nuevos suelen
adelantarse a su tiempo y se exponen a todo tipo de incomprensiones.
Y Juan se pregunta perplejo:
«Por
qué será que no hay nada más difícil
en el mundo que convencer a un pájaro de que es libre,
y de que lo puede probar por sí mismo si sólo
se pasara un rato practicando? ¿Por qué será
tan difícil?» (91) 7.
La
formación de una escuela
A
pesar del riesgo, Juan no ceja. Quiere acabar de formar a Pedro
Pablo Gaviota para confiarle la tarea de instructor. Pedro ya
vuela con admirable destreza y sabe que tal forma de vuelo perfecto
es expresión de su verdadera naturaleza, y que no hay
límites, ni siquiera la muerte, cuando se adopta una
actitud creadora y libre. Le falta descubrir el núcleo
de la creatividad, que es el amor. No comprende que Juan ayude
a las gaviotas que han intentado poco antes matarlo. Juan replica:
«Pero,
Pedro, ¡si no es eso lo que tú amas! Por supuesto,
tú no amas el odio y el mal. Debes ejercitarte y llegar
a ver la verdadera gaviota, lo bueno que hay en cada una de
ellas, y ayudarles a que lo vean en sí mismas. Eso
es lo que entiendo por amor. Es divertido cuando le pillas
el truco» (91-92) 8.
Pedro
no se sentía preparado para ser guía de otras
gaviotas. Todavía creía necesitar a Juan. Este
le indica el camino de la plenitud:
«Ya
no me necesitas. Lo que necesitas es seguir encontrándote
a ti mismo, un poco más cada día; a ese verdadero
e ilimitado Pedro Gaviota. Él es tu instructor. Tienes
que comprenderle y ponerlo en práctica» (92).
«No creas lo que tus ojos te dicen. Sólo muestran limitaciones.
Mira con tu entendimiento, descubre lo que ya sabes y hallarás
la manera de volar» (92-93) 9.
Juan,
el maestro, desaparece en el aire envuelto en luz. Y Pedro inicia
su labor de instructor bajo el lema siguiente:
«...
Tenéis que comprender que una gaviota es una idea ilimitada
de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y todo vuestro
cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que
vuestro propio pensamiento» (93).
El
recuerdo de Juan le enseñó a Pedro que el "pensamiento"
al que aludía es el ideal del amor, que debe impulsar
nuestra vida entera y darle sentido:
"...
Aunque intentó parecer adecuadamente severo ante sus
alumnos, Pedro Gaviota les vio de pronto tal y como eran realmente,
sólo por un momento, y, más que gustarle, amó
aquello que vio. ¿No hay límites, Juan?, pensó,
y sonrió. Su carrera hacia el aprendizaje había
empezado" (93).
3
Una exposición amplia del carácter creativo del juego, entendido
en sentido riguroso, se halla en mi Estética de la creatividad,
págs. 33-183.
4
La configuración que uno va dando a su personalidad a través
de ese proceso de desarrollo se denominaba en griego êthos,
con e larga. De êthos,
así entendido, se deriva el término Etica, que no significa
sólamente "tratado de las costumbres", sino estudio del modo
como ha de configurar el hombre su realidad personal. El término
êthos fue traducido al latín por mos (costumbre),
de donde se deriva el vocablo "Moral". Sobre el sentido de
la Etica puede verse mi libro El amor humano, Edibesa,
Madrid 1994, 4ª ed., págs. 127-205.
5
Véase un amplio comentario de la misma en mi Estética de
la creatividad, págs. 431-463.
6
Una vez que el piloto y el principito se «encuentran» en sentido
estricto, tras la experiencia de la fuente arriesgadamente
buscada en el desierto en perfecta solidaridad, ambos vuelven
a los suyos para poner en práctica cuanto han aprendido a
través de la difícil escuela del amor. Cf. A. de Saint-Exupéry,
El principito, Alianza Editorial, Madrid 1972, 2ª ed.,
p. 102; Le petit prince, Harbrace Paperbound Library,
Nueva York, 1942, p. 102.
7
Confróntese esta frase con la del filósofo J. G. Fichte, configurador
del mal llamado pensamiento «idealista» alemán y defensor
tenaz de la libertad humana en un momento histórico crucial:
«La mayoría de los hombres están más dispuestos a aceptar
que son un trozo de lava lunar que no un yo» (Cf. Joham
Gottlieb Fichte's sämmtliche Werke. Ed. de J. H. Fichte,
Berlín 1845-6, vol. I págs. 175-6; 284-5).
8
La traducción de esta cita es mía.
9
Recuérdense las sabias advertencias del zorro al principito:
«No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible
a los ojos». Cf. Le petit Prince, págs. 87, 97, 103;
El Principito, págs. 87, 97, 103.
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