Richard
Bach ha querido en este relato despertar en cada uno de los
lectores el «Juan Gaviota» que lleva dentro, hacerle descubrir
por propia experiencia que, si se vive la vida con actitud creadora,
se abren posibilidades siempre nuevas, se descubren horizontes
inéditos. Cada descubrimiento, cada hallazgo implica
la instauración de formas nuevas de encuentro y suscita,
consiguientemente, sentimientos de gozo y entusiasmo.
Estas
experiencias de éxtasis sacan al hombre de su yo solitario
y lo abren a su yo solidario. De ahí que, por
lógica interna, pidan ser realizadas en convivencia,
con espíritu de amor, que es el núcleo del que
irradian todos los valores éticos. Las experiencias de
éxtasis tienen su origen en la participación
y culminan en el acto de compartir. El que comparte la
riqueza en que participa porque ama es un ser libre.
Esta libertad para la fundación de ámbitos de
convivencia en amor es, a su vez, fuente de fiesta y
de luz.
Cuando
una persona ha logrado la madurez de la auténtica libertad
está preparada para ser guía de otras. Juan
Salvador Gaviota es una invitación a la responsabilidad
que todos los adultos tenemos de ser líderes o instructores
respecto a quienes tienen nostalgia de valores más altos
y desconocen el camino real para alzarse hasta ellos. Juan
-es decir, un hombre cualquiera- ansía elevarse hacia
la perfección de su ser. Asciende a un nivel de selección
donde se ve dotado de grandes condiciones. No se arroga el derecho
de poseerlas para sí. Este bien quiere difundirlo inmediatamente.
Ha visto que el mayor valor es el de la solidaridad por amor,
el de compartir aquello que uno más estima. Por eso se
convierte en guía hacia la superación de los límites
que atenazan la verdadera libertad.
Bajo
un ropaje argumental que no es sino pretexto para conseguir
un escenario lleno de luz y belleza plástica, Richard
Bach nos muestra el camino que lleva a la formación de
auténticos maestros. Juan Gaviota alcanza su plenitud
y su cabal identidad personal porque ha sabido convertirse en
maestro, con el fin de redimir y salvar a otros
de su falta de aspiraciones y creatividad.
Mediante
un simple montaje de fábula, el autor da cuerpo expresivo
en este relato al denso tejido de actitudes, anhelos, alegrías
y penas, situaciones de unidad solidaria o de soledad amarga
que forman el proceso del hombre hacia la plenitud personal.
Atribuir esta compleja actividad a simples animales es una ficción,
pero los ámbitos de vida humana que debemos ir fundando
y entretejiendo si hemos de llegar a ser aquello a lo que estamos
llamados son algo plenamente real. Dar cuerpo luminoso a tales
ámbitos es la tarea del artista y del hombre de letras,
que no se mueven en un mundo de vagas ensoñaciones irreales;
intentan poner al descubierto los planos más hondos de
la siempre enigmática vida humana.
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- Ser
fiel a las costumbres de nuestros mayores puede
ser una virtud o un vicio. Determinar, con ejemplos,
cuándo se da lo uno o lo otro. En el caso
del protagonista, Juan Salvador Gaviota, es sin
duda una virtud. Indicar la razón profunda
de ello.
- Actuar
dejándose llevar por hábitos adquiridos
es útil porque ahorra mucha energía
psíquica, pero puede llevar a la rutina y
el adocenamiento. Los grandes modelos nos
ponen ante la vista las metas que podemos lograr
si ejercitamos al máximo nuestras potencias
y asumimos con decisión todas las posibilidades
que están a nuestro alcance. Reflexionar
sobre esto a base de algún ejemplo concreto.
- Tener
personalidad e identidad personal
(poder decir con todo rigor «soy un yo»)
implica comprometerse a fondo en el propio desarrollo.
Crecer es ley de vida. No es opcional el crecer
o no crecer, desarrollarse o quedar bloqueado. ¿Quién
es un «hombre verdadero: el que se contenta
con lo que tiene y es o el que aspira a mejorar
su situación y la de los demás?
- ¿Puede
el hombre sentirse plenamente desarrollado cuando
alcanza a solas un grado elevado de realización
personal? Si tenemos en cuenta que un ser personal
sólo puede desarrollarse comunitariamente,
¿es necesario compartir para ser?
- La
vida de comunidad implica comunión,
entreveramiento de ámbitos de vida, participación
de bienes. Los bienes más elevados son los
del espíritu. Compartir estos dones, recibidos
o adquiridos, es crear auténtica vida comunitaria.
Si se comparten los bienes materiales, se
los amengua. ¿Sucede esto también con los
bienes espirituales, o más bien todo
lo contrario?
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