Unidad 15ª: Análisis de "EN LA ARDIENTE
OSCURIDAD", de Antonio Buero Vallejo (1916)
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1.
Argumento
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En
una moderna residencia para ciegos, «los invidentes» -como
ellos suelen llamarse- se mueven con seguridad, poseen una
«moral de acero», porque -siguiendo las directrices dadas
por el director, don Pablo, también ciego- han llegado
a la convicción de que pueden llevar una vida perfectamente
normal y tienen las mismas posibilidades en la vida que
los que poseen el sentido de la vista. Ingresa en el centro
un joven, Ignacio, que no se resigna a carecer de la vista
y se niega a adaptarse a su situación. Reflexiona
sin cesar sobre las grandes posibilidades de todo orden
que facilita la vista, y se abisma en sentimientos de tristeza
y desconsuelo. Su esfuerzo proselitista por ganar adeptos
para esta actitud inconformista provoca una alteración
radical de los hábitos de vida de los residentes.
Cunde en ellos la preocupación y la insatisfacción
por su condición de ciegos. Varias relaciones amorosas
se rompen: Manolín se separa de Elisa, y Juana se
despega de Carlos para acercarse a Ignacio. Sólo
Carlos se muestra tenaz en la defensa de los puntos de vista
de don Pablo. Quiere defender la vida frente al «instinto
de muerte» de Ignacio. Esta preocupación noble se
alía en el espíritu de Carlos con el resentimiento
por el conflicto amoroso desencadenado por Ignacio. Como
única solución posible para todos, recomienda
enérgicamente a éste que abandone la residencia.
Ante la negativa de Ignacio, que recrudece la indignación
de Carlos al poner de manifiesto su interés por Juana
y su decisión de llevar hasta el fin el proceso de
enamoramiento, Carlos provoca su muerte. Todos piensan que
se trató de un accidente, excepto doña Pepita,
la esposa de don Pablo, que se apresura a advertir a Carlos
que, contra toda apariencia, él no ha vencido. En
efecto, Carlos se asoma a la ventana y repite ante la noche
estrellada las mismas frases de nostalgia de la luz -inaccesible
para él- que Ignacio había pronunciado poco
antes.
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2.
Tema |
Toda
discapacidad física nos priva de ciertas posibilidades,
pero ¿anula nuestra capacidad creativa? La ceguera, por ejemplo,
supone una gran desgracia porque limita considerablemente nuestra
capacidad de movimientos, de percepción, de sentido del
espacio... Esta limitación puede agrandarse a nuestros
ojos de tal forma que nos veamos tentados a pensar que nuestra
vida se halla totalmente bloqueada y carece de sentido. Frente
a esta tentación hemos de pensar que la falta de ciertas
posibilidades, por significativas que sean, no nos aleja de
la realidad de forma absoluta y no imposibilita, por tanto,
nuestra capacidad de crear en la vida algo valioso que pueda
ilusionarnos y darnos una razón poderosa para seguir
viviendo.
Ambas
posiciones se encarnan en dos jóvenes ciegos, que se
enfrentan entre sí. En tal lucha, parece que uno de ellos
triunfa sobre el otro. Pero pronto descubrimos que éste,
en otro nivel, ha triunfado sobre él. Ambos triunfan
en un aspecto y fracasan en otro. En qué aspecto fracasan
debe el espectador descubrirlo, a fin de superar en su vida
el error que provocó ese fallo.
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3.
Contextualización |
Antonio
Buero Vallejo, hombre de hondas y a veces penosas experiencias,
muestra desde su primera obra una inclinación clara
a profundizar en el enigma del ser humano, visto de modo concreto
y dinámico en la confluencia de las líneas de
fuerza que se dan en cada situación. No intenta ofrecer
al hombre actual ocasión de divertirse o evadirse;
quiere atraerlo a una labor de búsqueda esperanzada.
Este
acercamiento a la vida humana en las circunstancias posteriores
a las últimas contiendas bélicas -la española
y la mundial- no puede sino presentar acentos dramáticos
e incluso trágicos. Pero Buero no entiende la tragedia
como sumisión humana a un destino implacable, sino
como la clarificación de los motivos que llevan a la
comunidad a situaciones límite. De ahí el carácter
optimista que, según confesión propia,
muestran en el fondo sus obras teatrales.
«La
tragedia no es pesimista. La tragedia no surge cuando
se cree en la fuerza infalible del destino, sino cuando,
consciente o inconscientemente, se empieza a poner en
cuestión el destino. La tragedia intenta explorar
de qué modo las torpezas humanas se disfrazan de
destino»(1).
La
vinculación de dramatismo y esperanza toma cuerpo en
unas obras problemáticas, abiertas al análisis
de los problemas humanos radicales y tan alejadas del dogmatismo
didáctico como del pesimismo indeciso que lo da todo
por definitivamente perdido. De esta posición equilibrada
arranca al carácter sugestivo y sorpresivo de las obras
de Buero, que expresan siempre mucho más de lo que
dicen abiertamente.
La
capacidad de sorpresa y sugerencia procede, fundamentalmente,
de la apertura a la condición ambital de la
existencia humana. El hombre se desarrolla fundando ámbitos
y entreverando ámbitos, lo que implica un incremento
de realidad. La realidad humana auténtica es, de
por sí, creativa y simbólica: remite
en todo momento a modos de realidad más complejos y
comprehensivos. Estos nudos de realidad, en los que
la existencia del hombre se adensa en un grado a veces sorprendente,
constituyen los elementos básicos de que se tejen los
obras dramáticas valiosas. Cuando un dramaturgo ahonda
en lo real, consigue obras a la vez sólidas y abiertas,
clarificadoras y enigmáticas, polarizadas en torno
a un punto nuclear y rebosantes de toda suerte de vibraciones.
Esto
acontece en la producción de Buero Vallejo, centrada
siempre en unos cuantos puntos esenciales y, no obstante,
inquieta, en camino hacia posteriores y sucesivas «exploraciones».
Al contemplar en conjunto las obras de este autor, observamos
un movimiento en espiral. Las primeras obras ya contemplan
el problema del hombre en su conjunto. Las siguientes
vuelven a retomar los mismos temas desde perspectivas distintas,
con el fin de someterlos a sucesivas clarificaciones.
En
la ardiente oscuridad significa un punto de partida,
un centro impulsor del dinamismo investigador del dramaturgo.
En ella encontramos, perfectamente perfiladas, las características
básicas y las constantes de todo su teatro:
-
Vinculación
contrastada de tragicismo y esperanza, perplejidad y ansia
de clarificación.
-
Afán
de reflejar la realidad integral de un ser, como el hombre,
capaz de actos creadores y, a la par, condicionado por
circunstancias ineludibles.
-
Deseo
de subrayar «la importancia infinita del caso singular»,
es decir, el misterio del individuo humano, que no puede
ser reducido a mero caso del universal.
-
Atención
constante al sentido profundo, simbólico, de las
minusvalías físicas de los seres humanos:
ceguera, sordera, mudez, desequilibrio psíquico...
-
Contraposición
de los caracteres activos y los contemplativos. Las personas
«activas» son, a menudo, en Buero, seres expeditivos,
carentes de escrúpulos, inclinados a dominar a
los demás y convertirlos en medios para sus fines.
Las personas «contemplativas» adoptan una actitud de respeto
ante las realidades del entorno, a fin de crear con ellas
relaciones de diálogo.
La
voluntad de ahondar en el enigma del ser humano decide la
actitud estética de Buero. Este modela el lenguaje
con esmero, pero sin preciosismos; construye sus obras conforme
a una lógica interna que es fuente de coherencia argumental,
solidez y poder clarificador; innova siempre que es necesario
para plasmar un mundo humano lleno de interés, pero
no rinde nunca culto al mero afán de novedad formal;
incorpora a la acción dramática el poder expresivo
de la música, como arte creador de formas y plasmador
de ámbitos espirituales; intenta adentrar al espectador
en el mundo dramático que plasma cada obra, no para
fascinarlo y hacerle perder contacto con la realidad -como
sucede con el teatro de evasión-, sino para elevarlo
a un nivel de experiencia reflexiva o «contemplación
activa».
En
un momento de la obra En la ardiente oscuridad
las luces se apagan del todo con el fin de que el espectador
haga por un instante la experiencia de la ceguera,
es decir, de la pérdida del poder de orientarse en
el entorno -por lo que toca a los objetos que no emiten sonidos-,
del aplastamiento del espacio sobre el rostro y el consiguiente
atenimiento al sentido del tacto, que sólo nos proporciona
un dominio de lo inmediato. La vista significa dominio
de lo distante, lo distenso y espacioso, lo «ambital».
El tacto limita al hombre a lo físicamente vecino -lo
que cabe en la palma de la mano- y somete su sensibilidad
a un modo de captación discursivo. La vista percibe
en bloque. El tacto percibe palpando sucesivamente.
La falta de una percepción sinóptica se traduce
en inseguridad y desconcierto. El oído permite instalarse
y orientarse dentro de espacios sonoros, pero nos deja desvalidos
frente a las realidades que ocupan un lugar en el espacio
sin delatar su presencia a través de los sonidos. Por
lo que toca al mundo de los meros objetos, el ciego vive en
una relación de inmediatez sin distancia
de perspectiva. Por eso le es tan difícil hacer
juego y moverse con libertad.
1.
Cf. Sobre teatro, Ágora 79-82 (1963) 14.
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