El
largo camino hacia la autenticidad personal
Siddhartha
está siempre en camino, en busca de algo que añora
y anhela3.
Su compañero de camino es en varias ocasiones Govinda.
Esta marcha incesante se interrumpe algunas veces para entrar
en un estado de reposo y contemplación con los ascetas,
con Gotama, con el buda del bosque, con Vasudeva, el barquero.
¿Qué significa buscar, estar en actitud de
marcha constante, dejar los seres más amados para encaminarse
hacia lo desconocido, en total despojo de cuanto se posee? ¿Qué
impulso puede provocar esta penosa decisión y qué
meta puede conferirle sentido?
Siddhartha
camina por un deseo un tanto impreciso pero decidido
de alcanzar la perfección personal. En la casa
paterna se encuentra instalado confortablemente. Es un entorno
acogedor y noble, y en él se siente acogido y admirado.
Sin embargo, no experimenta en su espíritu la plenitud
y la paz propias de la perfección.
«Siddhartha
había comenzado a alimentar el descontento dentro de
sí. Había empezado a sentir que el amor de su
padre y el amor de su madre e incluso el amor de su amigo
Govinda no le harían feliz en cada momento y para siempre,
no le iban a tranquilizar, a llenar, a satisfacer» (9,
159).
Entreveía
que en la interioridad del hombre laten posibilidades insospechadas
que deben ser clarificadas y puestas en juego a través
de una práctica fiel y cuidadosa. Para llegar a este
yo profundo, en el que anida la verdadera plenitud del hombre
y consiguientemente su alegría y su serenidad inquebrantables,
el hombre necesita recorrer un camino. ¿Habrá alguna
persona selecta que lo haya descubierto a través de su
propia experiencia y sea capaz de enseñárselo
a los demás? (11, 160).
En principio,
Siddhartha piensa que esta vía que lleva a la plenitud
no la conocen quienes le rodean, pese a su admirable nobleza.
Conoce casualmente a los samanas del bosque y confía
en que este tipo de ascetas lo hayan descubierto (13, 162).
El impulso interior hacia la sabiduría, fuente de felicidad
y plenitud interior, lo lleva a realizar un sacrificio supremo:
renunciar al ámbito entrañable del hogar.
Siddhartha
está decidido a partir hacia un género de vida
que todavía no conoce con un mínimo de precisión
pero presiente que lo va a impulsar hacia su autenticidad personal.
Por el anhelo de plenitud, Siddhartha ha fundado en su interioridad
un ámbito nuevo con un entorno que todavía desconoce;
se ha «ambitalizado» de modo distinto. En el plano
físico-objetivista, se halla todavía en el hogar;
en cuanto al plano lúdico-ambital, ha dejado ya de pertenecer
al mismo.
Pero no
lo ha hecho por afán disolvente. Por eso se esfuerza
en no anular su primer ámbito de vida, el protoámbito
de su encuentro con la madre, el padre, el hogar. No quiere
romper la unidad con los familiares, sin duda porque presiente
algo que más tarde irá descubriendo paulatinamente:
que la sabiduría más alta radica en la forma
de unidad más relevante. Ello le mueve a solicitar
el permiso de su padre para alejarse de casa.
El temple de este joven, su carácter decidido y respetuoso,
su afán de ascender a un nivel de vida todavía
más noble resaltan en el admirable diálogo que
sostiene con su padre cuando le comunica su decisión
de irse con los samanas del bosque. Conviene introducirse en
él, participar en su atmósfera de serenidad, de
vida interior contenida y ferviente a la vez4.
Recordemos su comienzo:
«Siddhartha
entró en el cuarto donde su padre estaba sentado sobre
una estera de esparto, y se colocó a su espalda, y
allí estuvo hasta que su padre se dio cuenta de que
había alguien tras él. Habló el brahmán:
¿Eres
tú, Siddhartha? Di lo que tengas que decir.
Habló
Siddhartha:
Con
tu permiso, padre mío. He venido a decirte que deseo
abandonar tu casa mañana e irme con los ascetas. Es
mi deseo convertirme en un samana. Quisiera que mi padre no
se opusiera a ello.
El
brahmán calló, y calló tanto tiempo que
en la ventana se vio caminar a las estrellas y cambiar de
forma antes de que se rompiera el silencio en la habitación.
Mudo e inmóvil, permanecía el hijo con los brazos
cruzados; mudo e inmóvil permaneció el padre
sentado en la estera y las estrellas se movían en el
cielo.
En
ruta hacia el amparo de una doctrina
Al salir
hacia el bosque de los samanas, Siddhartha encuentra a su fiel
amigo Govinda, que está dispuesto a seguir su mismo camino.
Cuando Siddhartha vivía en compañía de
sus padres, de los profesores y los sabios brahmanes, también
disfrutaba de la compañía de Govinda. Con él
andará más tarde el camino hacia el bosque de
Gotama, el contemplativo perfecto cuya doctrina anhelan ambos
recibir. Siddhartha volverá un día a emprender
el camino para buscar a través de su propia experiencia
la verdadera sabiduría. Esta decisión lo alejará
de Govinda, que prefiere quedar al amparo de la dirección
del venerado maestro. Ambos amigos volverán a encontrarse
dos veces. Siddhartha reconocerá inmediatamente a Govinda,
pero no éste a aquél. Govinda es el hombre que
sigue un camino lineal, ascendente, en busca de la perfección,
de la pureza de costumbres, del dominio de sí, del olvido
de lo mundano. Siddhartha es el hombre de las mil experiencias
contradictorias, de rostro mudable, de actitudes cambiantes,
porque se expone a la intemperie para buscar de modo experiencial
el secreto de la sabiduría. Govinda, desde su mundo de
seguridad, velará el sueño de Siddhartha en un
momento de peligro. Representa en la obra la vertiente de la
personalidad de Siddhartha atenida a métodos tradicionales
de formación. Significa, por ello, una tentación
constante en la vida de Siddhartha: el deseo de entregarse confiadamente
al amparo de una doctrina, una escuela, un maestro reconocido
por todos.
Acompañado
por Govinda, Siddhartha se insertó sin reservas en la
escuela ascética de los samanas. Despreciaba el atractivo
de la vida mundana: juzgaba fútiles los quehaceres de
los hombres; le parecía que su vida estaba dominada por
la tiranía del yo y sometida a los límites de
la individuación; estimaba que, muerto el yo, tendría
acceso a un reducto secreto, auténtico.
«Cuando
todo el yo se encontrase superado y muerto, cuando se acallasen
en el corazón todos los anhelos e impulsos, entonces
tendría que despertar lo último, lo más
íntimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran
misterio» (20, 166).
Multiplicó
las prácticas ascéticas para obtener el vacío
del yo, el perfecto desinterés ante todo cuanto significa
bienestar, egoísmo, enternecimiento consigo mismo (20-21,
166-167). Entendía el desinterés como vaciamiento,
resistencia estoica a los sufrimientos, imperturbabilidad, insensibilidad.
La meta
de este proceso de vaciamiento de sí mismo era la desindividualización
por vía de ensimismamiento. Al ahondar en su interioridad,
Siddhartha intentaba alejarse de cuanto significa delimitación,
separación de unos seres y otros, y procuraba hacer con
la mayor intensidad la experiencia de la inmersión
fusional en los seres del entorno. Encontramos aquí
una de las claves de toda la obra.
«Adoctrinado
por el más anciano de los samanas, Siddhartha se ejercitaba
en la desindividualización, se ejercitaba en el arte
de ensimismarse según las nuevas reglas de los samanas.
Si una garza volaba sobre el bosque de bambú, Siddhartha
acogía la garza en su alma, volaba sobre el bosque
y la montaña; era garza, comía peces, sufría
hambre de garza, hablaba con graznidos de garza, moría
con muerte de garza. Si un chacal muerto estaba tendido en
la orilla arenosa, el alma de Siddhartha se deslizaba dentro
del cadáver; era chacal muerto, yacía en la
playa, se hinchaba, apestaba, se descomponía; era despedazado
por las hienas, desollado por los buitres; se convertía
en esqueleto, se volvía polvo, se diluía por
el campo» (21, 166-167).
Pero este
proceso de desindividualización por vía de inmersión
fusional en los seres del entorno -animal, carroña, piedra,
madera, agua... (22-167)- no liberaba a Siddhartha de la sumisión
a su propio yo, que una y otra vez volvía, cíclicamente,
a imponer sus derechos.
Siddhartha
empieza a considerar la vida ascética como una huida
del yo semejante a los narcóticos, a las diferentes formas
de embriaguez y vértigo. Entrevé que se trata
de un modo fusional de unidad con la naturaleza que no
puede instaurar la libertad propia de la vida creadora en todos
los órdenes.
«(...)
No he sido nunca bebedor. Pero que yo, Siddhartha, en mis
ejercicios y ensimismamientos sólo encuentro un embotamiento
pasajero y me hallo tan lejos de la sabiduría y de
la salvación como cuando estaba de niño en el
vientre de mi madre, eso lo sé, Govinda, sí
que lo sé» (24, 169).
Las artes
de la ascesis de los samanas constituyen un engaño porque
sacan al hombre de sí, lo alienan, diluyen los límites
de su yo, parece que lo liberan de la atadura de la individuación
pero no lo elevan al nivel de la verdadera libertad y sabiduría.
El «camino de los caminos» (25, 170), el que lleva
a la verdadera sabiduría, no puede ser enseñado
por los sabios, los brahmanes, los rígidos samanas venerables,
los innumerables hombres que buscan y se dedican a profundizar.
No es tema que pueda enseñarse y aprenderse (26, 169-170).
Govinda, naturalmente, encuentra «horribles» estas
palabras de Siddhartha, que desvalorizan «todo lo que es
sagrado y valioso y honorable en este mundo» (26-27, 170).
El paso a una escuela superior de formación
Aunque
está cansado de las doctrinas y de aprender, ya que es
menguada su fe en las palabras de los profesores, Siddhartha
se pone en camino hacia un lugar lejano donde habita un hombre
venerable que transmite paz y elevación de espíritu.
Obviamente, va acompañado de Govinda, porque desea acudir
a un maestro con el fin de sentirse espiritualmente a resguardo.
Para deshacerse de la resistencia que le opone el más
anciano de los samanas, Siddhartha echa mano del gran arte que
había aprendido en su escuela: el hechizar. Lo que desea
en el fondo es superar el apego a este tipo de poderes que el
hombre se procura y que no otorgan verdadera sabiduría.
«Que los viejos samanas -escribe- se den por satisfechos
con tales artes...» (32, 175).
Tras un
largo camino, Siddhartha y su inseparable Govinda encuentran
al buda Gotama, y lo reconocen «por la perfección
de su paz, por la serenidad de su figura, en la que no se advertía
búsqueda alguna, ni voluntad, ni imitación, ni
esfuerzo, sólo luz y paz». A Siddhartha «le
pareció que cada parte de cada dedo de esa mano era doctrina;
respiraba, exhalaba, irradiaba verdad» (36-37, 177). Una
vez oída la predicación del buda acerca de la
liberación del dolor, Govinda decide quedarse en su escuela,
refugiarse en este mundo liberador. Siddhartha se mantiene libre,
y, ante la cordial insistencia de Govinda en que se adhiera
a esa escuela de perfección, le manifiesta su alegría
por verle al fin tomar una determinación personal
«A
menudo he pensado: ¿no dará alguna vez Govinda
un paso solo, sin mí, desde su propia interioridad?
Mira: ahora te has hecho hombre y eliges tú mismo el
camino. ¡Ojalá que lo sigas hasta el fin, amigo
mío! ¡Que encuentres la redención!»
(39, 179).
Al despedirse
de Gotama, Siddhartha le manifiesta que está de acuerdo
con su doctrina del ensamblamiento ineludible de todas las realidades
y acontecimientos del universo, «eterna cadena hecha de
causas y efectos» (41, 181), pero lo más valioso
de cuanto ha dicho es lo que queda sobreentendido en el fondo,
lo inefable, lo que sólo el buda mismo conoce porque
lo ha vivido a través de una larga búsqueda.
«Pero
esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene una cosa:
el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él
solo entre centenares de miles de personas» (43,
182).
Por eso
desea continuar a solas su peregrinación, no para encontrar
una doctrina mejor, que no la hay, sino para dejar de lado todas
las doctrinas y todos los profesores, y llegar solo a la meta
o morirse. Gotama invita a Siddhartha a reflexionar acerca de
su decisión de no quedarse en la escuela del bosque.
(El bosque es lugar de recogimiento, de luz escasa y tamizada,
de soledad respecto al mundo, de comunión con la naturaleza).
Siddhartha revela al buda el espíritu que guía
sus pasos; no ansía poseer la verdad, interiorizarla,
gozarla, sentirse lleno de una doctrina recibida de otros, considerarse
tranquilo y redimido. Desea encontrar la verdad por sí
mismo, fatigosa y arriesgadamente, dejando que en su interior
se debatan los distintos impulsos que desgarran a menudo la
existencia del hombre (44, 183).
Siddhartha
se desprende de Govinda, es decir, de su tendencia a buscar
la perfección y la paz en la doctrina de los sabios y
ascetas, y se despierta a una vida nueva (47, 184).
«...
Comprendió (...) que ya no existía en él
algo que le había acompañado y había
abrigado durante toda su juventud: el deseo de tener maestros
y oír doctrinas» (47-48, 184-185).
«Había intentado obtener la sabiduría y
la paz desprendiéndose de su yo y entregándose
al núcleo de todas las apariencias: el atman,
la vida, lo divino, lo último» (49, 185).
De esta
forma, su yo quedaba fuera de juego, alejado de su atención,
y consiguientemente desconocido por él mismo. Debido
a este desgajamiento interno, no lograba Siddhartha liberarse
de la obsesión que le producía el hecho inquietante
de ser «un individuo separado y aislado de todos los demás»
(49, 185). Ahora se encuentra caminando de nuevo ágilmente
hacia la meta del conocimiento de sí mismo, pero el camino
ya no será «el Yoga-Veda, ni el Atharva-Veda, ni
los ascetas ni cualquier otra doctrina», sino su mismo
ser. «Quiero aprender en mí mismo, deseo ser mi
discípulo, conocerme, conocer el misterio de Siddhartha»
(49, 186).
Este nuevo
modo de caminar le abre un horizonte prometedor, y el alumbramiento
de un nuevo mundo le inspira una sonrisa que ilumina su rostro
(49, 186). Era como un «despertar» a un modo nuevo
de contemplarlo todo, merced al cual las cosas individuales
y múltiples adquieren un valor en sí mismas, no
son un velo de Maya que oculta lo esencial, la unidad de lo
divino.
«El
azul era azul, el río era río, y, aunque en
el azul, en el río y en Siddhartha vivía oculto
lo uno y divino, el carácter y sentido de lo divino
consistía precisamente en ser aquí amarillo,
allí azul, allá cielo y bosque, aquí
Siddhartha. El sentido y la esencia no estaban en algún
sitio detrás de las cosas; estaban dentro de ellas,
dentro de todo» (50, 186).
En camino
hacia sí mismo a través tan sólo de sí
mismo, Siddhartha se siente absolutamente solo, desvalido (51,
187). No tiene el amparo de poseer una condición determinada
-asceta, brahmán, hijo de familia...-, una profesión
- sacerdote, monje, artesano...-, una fe común que une
a los hombres en el seno de una misma comunidad. Se ve falto
de un hogar físico y espiritual, y siente escalofrío.
Pero este trauma lo eleva a la conciencia clara de poseer un
yo más profundo, más concentrado, más seguro
de sí mismo, precisamente porque no se encamina hacia
ningún sitio o realidad distinta de él.
«Y
de pronto se puso de nuevo en marcha, comenzó a caminar
con rapidez e impaciencia, no hacia su casa, no hacia su padre,
no hacia atrás» (52, 188).
Cuando
se hunde el mundo de las realidades confiadas que rodean al
hombre y le ofrecen un entorno manejable, el ser humano experimenta
un sentimiento de angustia. Al verse sobre el vacío
de lo objetivo -lo calculable, delimitable, controlable...-,
el hombre puede adoptar dos actitudes: entregarse al absurdo
de una existencia que parece no tener arraigo, solidez, suelo
firme en que apoyarse, o bien ascender a un nivel de creatividad
en el que se da un modo distinto y superior de apoyo5.
La
entrega al vértigo de
lo inmediato gratificante
Al descubrir
el valor y el encanto de lo real concreto, merced a la iluminación
que le hizo comprender que lo sustancial no se halla más
allá de lo visible (56, 189), Siddhartha se entrega confiadamente
a lo cercano, y encuentra gozoso y bello el caminar por el mundo
con los ojos bien abiertos a cada una de las realidades sin
deslizar la atención hacia el más allá.
Lo decisivo -intuía mientras iba de camino- es no entregarse
unilateralmente al entendimiento y ahogar los sentidos, sino
saber oír las voces interiores de ambos (58, 190).
Fiel a
estas voces secretas, Siddhartha ve transformarse a Govinda
-símbolo de las doctrinas ascéticas- en una mujer
atractiva -símbolo del vértigo embriagador que
seduce y hace perder el sentido- . Pasa el río, es decir,
da el salto a una vida distinta de la negación ascética
del yo; intenta que el yo revele espléndidamente sus
posibilidades en la unión fusional con lo seductor. El
barquero, Vasudeva, no le exige nada sino el don de la amistad,
y le anuncia que un día volverá al río.
Siddhartha sonríe y se siente contento por la amistad
y amabilidad del barquero, personaje simbólico cuyo sentido
se irá descubriendo, a lo largo de la obra, en su relación
con Siddhartha. Éste lo encontró dulce y agradable,
pero semejante a Govinda en la tendencia a sumergirse en algo
que nos acoge: la amistad, la divinidad, los valores éticos,
entre los que figura la respuesta agradecida .
«Todos
son agradecidos, aunque ellos mismos podrían reclamar
agradecimiento. Todos son sumisos, a todos les gusta ser amigos,
les agrada obedecer, pensar poco. Los hombres son como niños»
(60, 192).
De camino,
Siddhartha tropieza con una joven que le invita a entregarse
al vértigo de la pasión amorosa. El fondo pasional
de Siddhartha se enerva, pero la «voz interior» le
ordena proseguir su marcha. No había en la joven sino
avidez instintiva. Poco después, sin embargo, Siddhartha
se deja «absorber por la ciudad» (63, 194), en una
actitud de entrega pasional a las diferentes sensaciones, e
inicia relaciones íntimas con Kamala, bella cortesana
a la que toma por «amiga y maestra» en el arte del
amor. La misma Kamala se sorprende de la actitud del samana
y acepta su proposición. En este caso, la voz interior
no retuvo a Siddhartha, sin duda porque no actuaba atraído
por el halago de la pura relación corpórea. «Mi
propósito era aprender el amor con esta bellísima
mujer» (72, 209).
Es significativo
que, cuando se propone conseguir algo, Siddhartha «se precipita
hasta el fondo por el camino más rápido».
«Siddhartha
no hace nada; espera, piensa, ayuna, pero pasa a través
de las cosas del mundo como la piedra a través del
agua, sin hacer nada, sin moverse; es atraído, y se
deja caer» (72, 201).
El dejarse
llevar puede implicar una actitud receptivo-activa o
bien pasiva. En este caso, se trata de una actitud de
seducción y, por tanto, de vértigo; en
el primer caso, estamos ante la actitud que da origen al éxtasis6.
Toda la obra se mueve entre estas dos experiencias. El episodio
de Kamala, unido al del comerciante Kamaswami, pone de manifiesto
que Siddhartha se hizo cargo de la condición de vértigo
que entrañan la lujuria (79, 204-205) y la ambición
(83, 206-207; 92-93, 213-214). Esta distancia de perspectiva
difícilmente podía conseguirla Siddhartha, que
iba en busca de personas que no fueran otra cosa que ellas mismas,
que no estuvieran «ambitalizadas». Y bien sabemos
que la unión a distancia, unión de integración
propia del éxtasis, sólo es posible entre ámbitos,
seres ambitales, ambitalizables y ambitalizadores,
es decir, seres que facilitan a otros posibilidades de juego
y pueden asumir las que éstos les ofrecen.
La entrega
al vértigo hace imposible el auténtico amor. Siddhartha
aprende de Kamala los diversos juegos de la relación
erótica, domina rápidamente el mal llamado «arte
de amar», pero no logra ocultar a la misma Kamala que en
rigor él no la quiere, no ama a nadie (86-87, 200).
«Soy
como tú. Tampoco tú amas. ¿Cómo
podrías si no practicar el amor como un arte? Las personas
de nuestra condición quizá no puedan amar. Los
hombres con espíritu de niño pueden hacerlo;
éste es su secreto» (87, 210).
El comerciante
Kamaswani introduce a Siddhartha en otro vértigo: la
ambición de dinero (83, 206-7; 92-93; 213-214). Al principio,
Siddhartha tomaba sus experiencias de fascinación como
un aprendizaje y un juego incomprometidos respecto a los cuales
se sentía libre y dominador, pero poco a poco fue quedando
cautivo de los diferentes vértigos que suelen suscitarse
cuando uno se entrega a una forma de seducción. Siddhartha
se siente capturado por el mundo, el placer, la pereza, la codicia,
el juego de azar, la pasión, la ira, la impaciencia,
la desesperanza (89, 210). En consecuencia, no puede liberarse
del sentimiento de hastío, cansancio, sinsentido o estupidez,
asco, desidia, desengaño, inseguridad. Notaba que su
voz interior había ensordecido, que le faltaba luz y
claridad. Para obtener alguna sensación de soberanía,
se revolvía contra las causas del vértigo que
lo humillaba: el dinero y su apego al mismo. Por la falta de
clarividencia que padecía, Siddhartha confunde la exaltación
del vértigo con el entusiasmo del éxtasis.
«Le
gustaba aquella angustia, aquella terrible y paralizante angustia
que sentía al arrojar los dados, al hacer apuestas
muy fuertes, y procuraba renovarla constantemente, aumentarla
más y más, hacerla cada vez más excitante,
pues sólo en tal sensación experimentaba algo
parecido a felicidad, a embriaguez, a una forma de vida elevada
en medio de su existencia saciada, gris e insípida»
(96, 214).
Siddhartha
advierte que la noria sin sentido de los diferentes vértigos,
que se azuzan y encrespan mutuamente, lo estaba agotando, enfermando
y envejeciendo. Los vértigos son fugaces y no hacen sino
provocar destrucción y anticipar la muerte del que se
entrega a su hechizo. Eros y thanatos se implican (95-96,
215), llenan de temor al hombre seducido (96, 216) y ahogan
en su interior la voz que le invita a seguir su vocación,
la misión de su vida (98, 217). En el fondo, la peligrosidad
de las riquezas y placeres no radica en ellos mismos sino en
su poder de fascinación y empastamiento. Esta fusión
fascinada en las realidades del entorno impide el encuentro.
Al no poder encontrarse y vivir como una persona auténtica,
el hombre entregado al vértigo siente angustia y desesperación.
Esta situación
angustiada y desesperada lleva a Siddhartha a pensar que su
vida última es un juego sin sentido, un «sansara».
Nada más absurdo que haber abandonado a sus padres, a
Govinda, a Gotama para convertirse en un «Kamaswami»,
sometido a todas las formas de esclavitud. Ello le insta a abandonar
a Kamala, y ésta suelta al exótico pájaro
de la jaula de oro para simbolizar que empezaba a querer personalmente
a Siddhartha y prefería ser libre en una vida sacrificada
que estar sometida al vértigo del goce (100-101, 218-219).
Siddhartha había soñado anteriormente que este
pájaro había muerto, «y el corazón
le dolía tanto como si con este pájaro muerto
hubiera arrojado de sí todo lo valioso y lo bueno»
(97, 217). A Kamala, últimamente, le gustaba oír
hablar a Siddhartha del venerable Gotama, y manifestó
su deseo de seguirle en su vida de retiro y meditación.
Prueba de que Kamala empezaba a «encontrarse» en sentido
riguroso con Siddhartha es que, tras soltar al pájaro,
no recibió más visitas y se cerró en casa,
y al poco tiempo se percató de que había quedado
embarazada de su última unión con Siddhartha (101,
219).
3
Cf. Siddhartha. Eine indische Dichtung. En Die Romane
und Grossen Erzählungen, Suhrkamp, Frankfurt, 1981.
La primera edición data de 1950. Versiones españolas:
Siddhartha. Un poema indio, en Obras completas
III, Aguilar 1967, 211ss; Siddhartha, Bruguera, Barcelona
1973. Citaré, en el texto, primero las páginas
de esta última edición y, seguidamente, las de
la edición alemana. La traducción de los textos
citados hube de revisarla en algunos pasajes para ajustarlos
al original.
4
Si deseamos sacar pleno provecho de los análisis realizados
en esta parte del curso, debemos leer las obras cuidadosamente,
a fin de vibrar con su espíritu y hacerse cargo de su
peculiar estilo de pensar y escribir.
5
La segunda alternativa fue denominada por los pensadores existenciales
«salto a la trascendencia», «ascenso al ser», «inmersión en
el misterio». Sería sobremanera clarificador de la obra Siddhartha
confrontar las características del «camino» que aquí se muestra
para buscar la sabiduría y los «métodos» -que significan también
"caminos"- propuestos por dichos pensadores en obras gestadas
en la misma década decisiva del 20 al 30. Siddhartha
fue publicado en 1922; Philosophie, de Jaspers, en 1932;
Journal métaphysique I, de Marcel, en 1927; Sein und
Zeit, de Heidegger, en 1927; Das Wort und die geistigen
Realitäten, de F. Ebner, en 1921; De l'être, de L.
Lavelle, en 1928; Ich und Du, de M. Buber, en 1923.
6
Sobre los procesos de vértigo y éxtasis, véanse mis obras: Vértigo
y éxtasis. Bases para una vida creativa, PPC, Madrid
1987, 2ª ed.; Inteligencia creativa. El descubrimiento
personal de los valores, BAC, Madrid 1999.
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