Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 16ª: Análisis de «SIDDHARTHA. UN POEMA INDIO», de Hermann Hesse (1877-1962)

4. Experiencias decisivas de la obra

El largo camino hacia la autenticidad personal

Siddhartha está siempre en camino, en busca de algo que añora y anhela3. Su compañero de camino es en varias ocasiones Govinda. Esta marcha incesante se interrumpe algunas veces para entrar en un estado de reposo y contemplación con los ascetas, con Gotama, con el buda del bosque, con Vasudeva, el barquero. ¿Qué significa buscar, estar en actitud de marcha constante, dejar los seres más amados para encaminarse hacia lo desconocido, en total despojo de cuanto se posee? ¿Qué impulso puede provocar esta penosa decisión y qué meta puede conferirle sentido?

Siddhartha camina por un deseo un tanto impreciso pero decidido de alcanzar la perfección personal. En la casa paterna se encuentra instalado confortablemente. Es un entorno acogedor y noble, y en él se siente acogido y admirado. Sin embargo, no experimenta en su espíritu la plenitud y la paz propias de la perfección.

«Siddhartha había comenzado a alimentar el descontento dentro de sí. Había empezado a sentir que el amor de su padre y el amor de su madre e incluso el amor de su amigo Govinda no le harían feliz en cada momento y para siempre, no le iban a tranquilizar, a llenar, a satisfacer» (9, 159).

Entreveía que en la interioridad del hombre laten posibilidades insospechadas que deben ser clarificadas y puestas en juego a través de una práctica fiel y cuidadosa. Para llegar a este yo profundo, en el que anida la verdadera plenitud del hombre y consiguientemente su alegría y su serenidad inquebrantables, el hombre necesita recorrer un camino. ¿Habrá alguna persona selecta que lo haya descubierto a través de su propia experiencia y sea capaz de enseñárselo a los demás? (11, 160).

En principio, Siddhartha piensa que esta vía que lleva a la plenitud no la conocen quienes le rodean, pese a su admirable nobleza. Conoce casualmente a los samanas del bosque y confía en que este tipo de ascetas lo hayan descubierto (13, 162). El impulso interior hacia la sabiduría, fuente de felicidad y plenitud interior, lo lleva a realizar un sacrificio supremo: renunciar al ámbito entrañable del hogar.

Siddhartha está decidido a partir hacia un género de vida que todavía no conoce con un mínimo de precisión pero presiente que lo va a impulsar hacia su autenticidad personal. Por el anhelo de plenitud, Siddhartha ha fundado en su interioridad un ámbito nuevo con un entorno que todavía desconoce; se ha «ambitalizado» de modo distinto. En el plano físico-objetivista, se halla todavía en el hogar; en cuanto al plano lúdico-ambital, ha dejado ya de pertenecer al mismo.

Pero no lo ha hecho por afán disolvente. Por eso se esfuerza en no anular su primer ámbito de vida, el protoámbito de su encuentro con la madre, el padre, el hogar. No quiere romper la unidad con los familiares, sin duda porque presiente algo que más tarde irá descubriendo paulatinamente: que la sabiduría más alta radica en la forma de unidad más relevante. Ello le mueve a solicitar el permiso de su padre para alejarse de casa.

El temple de este joven, su carácter decidido y respetuoso, su afán de ascender a un nivel de vida todavía más noble resaltan en el admirable diálogo que sostiene con su padre cuando le comunica su decisión de irse con los samanas del bosque. Conviene introducirse en él, participar en su atmósfera de serenidad, de vida interior contenida y ferviente a la vez4. Recordemos su comienzo:

«Siddhartha entró en el cuarto donde su padre estaba sentado sobre una estera de esparto, y se colocó a su espalda, y allí estuvo hasta que su padre se dio cuenta de que había alguien tras él. Habló el brahmán:

¿Eres tú, Siddhartha? Di lo que tengas que decir.

Habló Siddhartha:

Con tu permiso, padre mío. He venido a decirte que deseo abandonar tu casa mañana e irme con los ascetas. Es mi deseo convertirme en un samana. Quisiera que mi padre no se opusiera a ello.

El brahmán calló, y calló tanto tiempo que en la ventana se vio caminar a las estrellas y cambiar de forma antes de que se rompiera el silencio en la habitación. Mudo e inmóvil, permanecía el hijo con los brazos cruzados; mudo e inmóvil permaneció el padre sentado en la estera y las estrellas se movían en el cielo.

En ruta hacia el amparo de una doctrina

Al salir hacia el bosque de los samanas, Siddhartha encuentra a su fiel amigo Govinda, que está dispuesto a seguir su mismo camino. Cuando Siddhartha vivía en compañía de sus padres, de los profesores y los sabios brahmanes, también disfrutaba de la compañía de Govinda. Con él andará más tarde el camino hacia el bosque de Gotama, el contemplativo perfecto cuya doctrina anhelan ambos recibir. Siddhartha volverá un día a emprender el camino para buscar a través de su propia experiencia la verdadera sabiduría. Esta decisión lo alejará de Govinda, que prefiere quedar al amparo de la dirección del venerado maestro. Ambos amigos volverán a encontrarse dos veces. Siddhartha reconocerá inmediatamente a Govinda, pero no éste a aquél. Govinda es el hombre que sigue un camino lineal, ascendente, en busca de la perfección, de la pureza de costumbres, del dominio de sí, del olvido de lo mundano. Siddhartha es el hombre de las mil experiencias contradictorias, de rostro mudable, de actitudes cambiantes, porque se expone a la intemperie para buscar de modo experiencial el secreto de la sabiduría. Govinda, desde su mundo de seguridad, velará el sueño de Siddhartha en un momento de peligro. Representa en la obra la vertiente de la personalidad de Siddhartha atenida a métodos tradicionales de formación. Significa, por ello, una tentación constante en la vida de Siddhartha: el deseo de entregarse confiadamente al amparo de una doctrina, una escuela, un maestro reconocido por todos.

Acompañado por Govinda, Siddhartha se insertó sin reservas en la escuela ascética de los samanas. Despreciaba el atractivo de la vida mundana: juzgaba fútiles los quehaceres de los hombres; le parecía que su vida estaba dominada por la tiranía del yo y sometida a los límites de la individuación; estimaba que, muerto el yo, tendría acceso a un reducto secreto, auténtico.

«Cuando todo el yo se encontrase superado y muerto, cuando se acallasen en el corazón todos los anhelos e impulsos, entonces tendría que despertar lo último, lo más íntimo del ser, lo que ya no es el yo, sino el gran misterio» (20, 166).

Multiplicó las prácticas ascéticas para obtener el vacío del yo, el perfecto desinterés ante todo cuanto significa bienestar, egoísmo, enternecimiento consigo mismo (20-21, 166-167). Entendía el desinterés como vaciamiento, resistencia estoica a los sufrimientos, imperturbabilidad, insensibilidad.

La meta de este proceso de vaciamiento de sí mismo era la desindividualización por vía de ensimismamiento. Al ahondar en su interioridad, Siddhartha intentaba alejarse de cuanto significa delimitación, separación de unos seres y otros, y procuraba hacer con la mayor intensidad la experiencia de la inmersión fusional en los seres del entorno. Encontramos aquí una de las claves de toda la obra.

«Adoctrinado por el más anciano de los samanas, Siddhartha se ejercitaba en la desindividualización, se ejercitaba en el arte de ensimismarse según las nuevas reglas de los samanas. Si una garza volaba sobre el bosque de bambú, Siddhartha acogía la garza en su alma, volaba sobre el bosque y la montaña; era garza, comía peces, sufría hambre de garza, hablaba con graznidos de garza, moría con muerte de garza. Si un chacal muerto estaba tendido en la orilla arenosa, el alma de Siddhartha se deslizaba dentro del cadáver; era chacal muerto, yacía en la playa, se hinchaba, apestaba, se descomponía; era despedazado por las hienas, desollado por los buitres; se convertía en esqueleto, se volvía polvo, se diluía por el campo» (21, 166-167).

Pero este proceso de desindividualización por vía de inmersión fusional en los seres del entorno -animal, carroña, piedra, madera, agua... (22-167)- no liberaba a Siddhartha de la sumisión a su propio yo, que una y otra vez volvía, cíclicamente, a imponer sus derechos.

Siddhartha empieza a considerar la vida ascética como una huida del yo semejante a los narcóticos, a las diferentes formas de embriaguez y vértigo. Entrevé que se trata de un modo fusional de unidad con la naturaleza que no puede instaurar la libertad propia de la vida creadora en todos los órdenes.

«(...) No he sido nunca bebedor. Pero que yo, Siddhartha, en mis ejercicios y ensimismamientos sólo encuentro un embotamiento pasajero y me hallo tan lejos de la sabiduría y de la salvación como cuando estaba de niño en el vientre de mi madre, eso lo sé, Govinda, sí que lo sé» (24, 169).

Las artes de la ascesis de los samanas constituyen un engaño porque sacan al hombre de sí, lo alienan, diluyen los límites de su yo, parece que lo liberan de la atadura de la individuación pero no lo elevan al nivel de la verdadera libertad y sabiduría. El «camino de los caminos» (25, 170), el que lleva a la verdadera sabiduría, no puede ser enseñado por los sabios, los brahmanes, los rígidos samanas venerables, los innumerables hombres que buscan y se dedican a profundizar. No es tema que pueda enseñarse y aprenderse (26, 169-170). Govinda, naturalmente, encuentra «horribles» estas palabras de Siddhartha, que desvalorizan «todo lo que es sagrado y valioso y honorable en este mundo» (26-27, 170).

El paso a una escuela superior de formación

Aunque está cansado de las doctrinas y de aprender, ya que es menguada su fe en las palabras de los profesores, Siddhartha se pone en camino hacia un lugar lejano donde habita un hombre venerable que transmite paz y elevación de espíritu. Obviamente, va acompañado de Govinda, porque desea acudir a un maestro con el fin de sentirse espiritualmente a resguardo. Para deshacerse de la resistencia que le opone el más anciano de los samanas, Siddhartha echa mano del gran arte que había aprendido en su escuela: el hechizar. Lo que desea en el fondo es superar el apego a este tipo de poderes que el hombre se procura y que no otorgan verdadera sabiduría. «Que los viejos samanas -escribe- se den por satisfechos con tales artes...» (32, 175).

Tras un largo camino, Siddhartha y su inseparable Govinda encuentran al buda Gotama, y lo reconocen «por la perfección de su paz, por la serenidad de su figura, en la que no se advertía búsqueda alguna, ni voluntad, ni imitación, ni esfuerzo, sólo luz y paz». A Siddhartha «le pareció que cada parte de cada dedo de esa mano era doctrina; respiraba, exhalaba, irradiaba verdad» (36-37, 177). Una vez oída la predicación del buda acerca de la liberación del dolor, Govinda decide quedarse en su escuela, refugiarse en este mundo liberador. Siddhartha se mantiene libre, y, ante la cordial insistencia de Govinda en que se adhiera a esa escuela de perfección, le manifiesta su alegría por verle al fin tomar una determinación personal

«A menudo he pensado: ¿no dará alguna vez Govinda un paso solo, sin mí, desde su propia interioridad? Mira: ahora te has hecho hombre y eliges tú mismo el camino. ¡Ojalá que lo sigas hasta el fin, amigo mío! ¡Que encuentres la redención!» (39, 179).

Al despedirse de Gotama, Siddhartha le manifiesta que está de acuerdo con su doctrina del ensamblamiento ineludible de todas las realidades y acontecimientos del universo, «eterna cadena hecha de causas y efectos» (41, 181), pero lo más valioso de cuanto ha dicho es lo que queda sobreentendido en el fondo, lo inefable, lo que sólo el buda mismo conoce porque lo ha vivido a través de una larga búsqueda.

«Pero esta doctrina tan clara y tan venerable no contiene una cosa: el secreto de lo que el majestuoso mismo ha vivido, él solo entre centenares de miles de personas» (43, 182).

Por eso desea continuar a solas su peregrinación, no para encontrar una doctrina mejor, que no la hay, sino para dejar de lado todas las doctrinas y todos los profesores, y llegar solo a la meta o morirse. Gotama invita a Siddhartha a reflexionar acerca de su decisión de no quedarse en la escuela del bosque. (El bosque es lugar de recogimiento, de luz escasa y tamizada, de soledad respecto al mundo, de comunión con la naturaleza). Siddhartha revela al buda el espíritu que guía sus pasos; no ansía poseer la verdad, interiorizarla, gozarla, sentirse lleno de una doctrina recibida de otros, considerarse tranquilo y redimido. Desea encontrar la verdad por sí mismo, fatigosa y arriesgadamente, dejando que en su interior se debatan los distintos impulsos que desgarran a menudo la existencia del hombre (44, 183).

Siddhartha se desprende de Govinda, es decir, de su tendencia a buscar la perfección y la paz en la doctrina de los sabios y ascetas, y se despierta a una vida nueva (47, 184).

«... Comprendió (...) que ya no existía en él algo que le había acompañado y había abrigado durante toda su juventud: el deseo de tener maestros y oír doctrinas» (47-48, 184-185). «Había intentado obtener la sabiduría y la paz desprendiéndose de su yo y entregándose al núcleo de todas las apariencias: el atman, la vida, lo divino, lo último» (49, 185).

De esta forma, su yo quedaba fuera de juego, alejado de su atención, y consiguientemente desconocido por él mismo. Debido a este desgajamiento interno, no lograba Siddhartha liberarse de la obsesión que le producía el hecho inquietante de ser «un individuo separado y aislado de todos los demás» (49, 185). Ahora se encuentra caminando de nuevo ágilmente hacia la meta del conocimiento de sí mismo, pero el camino ya no será «el Yoga-Veda, ni el Atharva-Veda, ni los ascetas ni cualquier otra doctrina», sino su mismo ser. «Quiero aprender en mí mismo, deseo ser mi discípulo, conocerme, conocer el misterio de Siddhartha» (49, 186).

Este nuevo modo de caminar le abre un horizonte prometedor, y el alumbramiento de un nuevo mundo le inspira una sonrisa que ilumina su rostro (49, 186). Era como un «despertar» a un modo nuevo de contemplarlo todo, merced al cual las cosas individuales y múltiples adquieren un valor en sí mismas, no son un velo de Maya que oculta lo esencial, la unidad de lo divino.

«El azul era azul, el río era río, y, aunque en el azul, en el río y en Siddhartha vivía oculto lo uno y divino, el carácter y sentido de lo divino consistía precisamente en ser aquí amarillo, allí azul, allá cielo y bosque, aquí Siddhartha. El sentido y la esencia no estaban en algún sitio detrás de las cosas; estaban dentro de ellas, dentro de todo» (50, 186).

En camino hacia sí mismo a través tan sólo de sí mismo, Siddhartha se siente absolutamente solo, desvalido (51, 187). No tiene el amparo de poseer una condición determinada -asceta, brahmán, hijo de familia...-, una profesión - sacerdote, monje, artesano...-, una fe común que une a los hombres en el seno de una misma comunidad. Se ve falto de un hogar físico y espiritual, y siente escalofrío. Pero este trauma lo eleva a la conciencia clara de poseer un yo más profundo, más concentrado, más seguro de sí mismo, precisamente porque no se encamina hacia ningún sitio o realidad distinta de él.

«Y de pronto se puso de nuevo en marcha, comenzó a caminar con rapidez e impaciencia, no hacia su casa, no hacia su padre, no hacia atrás» (52, 188).

Cuando se hunde el mundo de las realidades confiadas que rodean al hombre y le ofrecen un entorno manejable, el ser humano experimenta un sentimiento de angustia. Al verse sobre el vacío de lo objetivo -lo calculable, delimitable, controlable...-, el hombre puede adoptar dos actitudes: entregarse al absurdo de una existencia que parece no tener arraigo, solidez, suelo firme en que apoyarse, o bien ascender a un nivel de creatividad en el que se da un modo distinto y superior de apoyo5.

La entrega al vértigo de lo inmediato gratificante

Al descubrir el valor y el encanto de lo real concreto, merced a la iluminación que le hizo comprender que lo sustancial no se halla más allá de lo visible (56, 189), Siddhartha se entrega confiadamente a lo cercano, y encuentra gozoso y bello el caminar por el mundo con los ojos bien abiertos a cada una de las realidades sin deslizar la atención hacia el más allá. Lo decisivo -intuía mientras iba de camino- es no entregarse unilateralmente al entendimiento y ahogar los sentidos, sino saber oír las voces interiores de ambos (58, 190).

Fiel a estas voces secretas, Siddhartha ve transformarse a Govinda -símbolo de las doctrinas ascéticas- en una mujer atractiva -símbolo del vértigo embriagador que seduce y hace perder el sentido- . Pasa el río, es decir, da el salto a una vida distinta de la negación ascética del yo; intenta que el yo revele espléndidamente sus posibilidades en la unión fusional con lo seductor. El barquero, Vasudeva, no le exige nada sino el don de la amistad, y le anuncia que un día volverá al río. Siddhartha sonríe y se siente contento por la amistad y amabilidad del barquero, personaje simbólico cuyo sentido se irá descubriendo, a lo largo de la obra, en su relación con Siddhartha. Éste lo encontró dulce y agradable, pero semejante a Govinda en la tendencia a sumergirse en algo que nos acoge: la amistad, la divinidad, los valores éticos, entre los que figura la respuesta agradecida .

«Todos son agradecidos, aunque ellos mismos podrían reclamar agradecimiento. Todos son sumisos, a todos les gusta ser amigos, les agrada obedecer, pensar poco. Los hombres son como niños» (60, 192).

De camino, Siddhartha tropieza con una joven que le invita a entregarse al vértigo de la pasión amorosa. El fondo pasional de Siddhartha se enerva, pero la «voz interior» le ordena proseguir su marcha. No había en la joven sino avidez instintiva. Poco después, sin embargo, Siddhartha se deja «absorber por la ciudad» (63, 194), en una actitud de entrega pasional a las diferentes sensaciones, e inicia relaciones íntimas con Kamala, bella cortesana a la que toma por «amiga y maestra» en el arte del amor. La misma Kamala se sorprende de la actitud del samana y acepta su proposición. En este caso, la voz interior no retuvo a Siddhartha, sin duda porque no actuaba atraído por el halago de la pura relación corpórea. «Mi propósito era aprender el amor con esta bellísima mujer» (72, 209).

Es significativo que, cuando se propone conseguir algo, Siddhartha «se precipita hasta el fondo por el camino más rápido».

«Siddhartha no hace nada; espera, piensa, ayuna, pero pasa a través de las cosas del mundo como la piedra a través del agua, sin hacer nada, sin moverse; es atraído, y se deja caer» (72, 201).

El dejarse llevar puede implicar una actitud receptivo-activa o bien pasiva. En este caso, se trata de una actitud de seducción y, por tanto, de vértigo; en el primer caso, estamos ante la actitud que da origen al éxtasis6. Toda la obra se mueve entre estas dos experiencias. El episodio de Kamala, unido al del comerciante Kamaswami, pone de manifiesto que Siddhartha se hizo cargo de la condición de vértigo que entrañan la lujuria (79, 204-205) y la ambición (83, 206-207; 92-93, 213-214). Esta distancia de perspectiva difícilmente podía conseguirla Siddhartha, que iba en busca de personas que no fueran otra cosa que ellas mismas, que no estuvieran «ambitalizadas». Y bien sabemos que la unión a distancia, unión de integración propia del éxtasis, sólo es posible entre ámbitos, seres ambitales, ambitalizables y ambitalizadores, es decir, seres que facilitan a otros posibilidades de juego y pueden asumir las que éstos les ofrecen.

La entrega al vértigo hace imposible el auténtico amor. Siddhartha aprende de Kamala los diversos juegos de la relación erótica, domina rápidamente el mal llamado «arte de amar», pero no logra ocultar a la misma Kamala que en rigor él no la quiere, no ama a nadie (86-87, 200).

«Soy como tú. Tampoco tú amas. ¿Cómo podrías si no practicar el amor como un arte? Las personas de nuestra condición quizá no puedan amar. Los hombres con espíritu de niño pueden hacerlo; éste es su secreto» (87, 210).

El comerciante Kamaswani introduce a Siddhartha en otro vértigo: la ambición de dinero (83, 206-7; 92-93; 213-214). Al principio, Siddhartha tomaba sus experiencias de fascinación como un aprendizaje y un juego incomprometidos respecto a los cuales se sentía libre y dominador, pero poco a poco fue quedando cautivo de los diferentes vértigos que suelen suscitarse cuando uno se entrega a una forma de seducción. Siddhartha se siente capturado por el mundo, el placer, la pereza, la codicia, el juego de azar, la pasión, la ira, la impaciencia, la desesperanza (89, 210). En consecuencia, no puede liberarse del sentimiento de hastío, cansancio, sinsentido o estupidez, asco, desidia, desengaño, inseguridad. Notaba que su voz interior había ensordecido, que le faltaba luz y claridad. Para obtener alguna sensación de soberanía, se revolvía contra las causas del vértigo que lo humillaba: el dinero y su apego al mismo. Por la falta de clarividencia que padecía, Siddhartha confunde la exaltación del vértigo con el entusiasmo del éxtasis.

«Le gustaba aquella angustia, aquella terrible y paralizante angustia que sentía al arrojar los dados, al hacer apuestas muy fuertes, y procuraba renovarla constantemente, aumentarla más y más, hacerla cada vez más excitante, pues sólo en tal sensación experimentaba algo parecido a felicidad, a embriaguez, a una forma de vida elevada en medio de su existencia saciada, gris e insípida» (96, 214).

Siddhartha advierte que la noria sin sentido de los diferentes vértigos, que se azuzan y encrespan mutuamente, lo estaba agotando, enfermando y envejeciendo. Los vértigos son fugaces y no hacen sino provocar destrucción y anticipar la muerte del que se entrega a su hechizo. Eros y thanatos se implican (95-96, 215), llenan de temor al hombre seducido (96, 216) y ahogan en su interior la voz que le invita a seguir su vocación, la misión de su vida (98, 217). En el fondo, la peligrosidad de las riquezas y placeres no radica en ellos mismos sino en su poder de fascinación y empastamiento. Esta fusión fascinada en las realidades del entorno impide el encuentro. Al no poder encontrarse y vivir como una persona auténtica, el hombre entregado al vértigo siente angustia y desesperación.

Esta situación angustiada y desesperada lleva a Siddhartha a pensar que su vida última es un juego sin sentido, un «sansara». Nada más absurdo que haber abandonado a sus padres, a Govinda, a Gotama para convertirse en un «Kamaswami», sometido a todas las formas de esclavitud. Ello le insta a abandonar a Kamala, y ésta suelta al exótico pájaro de la jaula de oro para simbolizar que empezaba a querer personalmente a Siddhartha y prefería ser libre en una vida sacrificada que estar sometida al vértigo del goce (100-101, 218-219). Siddhartha había soñado anteriormente que este pájaro había muerto, «y el corazón le dolía tanto como si con este pájaro muerto hubiera arrojado de sí todo lo valioso y lo bueno» (97, 217). A Kamala, últimamente, le gustaba oír hablar a Siddhartha del venerable Gotama, y manifestó su deseo de seguirle en su vida de retiro y meditación. Prueba de que Kamala empezaba a «encontrarse» en sentido riguroso con Siddhartha es que, tras soltar al pájaro, no recibió más visitas y se cerró en casa, y al poco tiempo se percató de que había quedado embarazada de su última unión con Siddhartha (101, 219).

 

3 Cf. Siddhartha. Eine indische Dichtung. En Die Romane und Grossen Erzählungen, Suhrkamp, Frankfurt, 1981. La primera edición data de 1950. Versiones españolas: Siddhartha. Un poema indio, en Obras completas III, Aguilar 1967, 211ss; Siddhartha, Bruguera, Barcelona 1973. Citaré, en el texto, primero las páginas de esta última edición y, seguidamente, las de la edición alemana. La traducción de los textos citados hube de revisarla en algunos pasajes para ajustarlos al original.

4 Si deseamos sacar pleno provecho de los análisis realizados en esta parte del curso, debemos leer las obras cuidadosamente, a fin de vibrar con su espíritu y hacerse cargo de su peculiar estilo de pensar y escribir.

5 La segunda alternativa fue denominada por los pensadores existenciales «salto a la trascendencia», «ascenso al ser», «inmersión en el misterio». Sería sobremanera clarificador de la obra Siddhartha confrontar las características del «camino» que aquí se muestra para buscar la sabiduría y los «métodos» -que significan también "caminos"- propuestos por dichos pensadores en obras gestadas en la misma década decisiva del 20 al 30. Siddhartha fue publicado en 1922; Philosophie, de Jaspers, en 1932; Journal métaphysique I, de Marcel, en 1927; Sein und Zeit, de Heidegger, en 1927; Das Wort und die geistigen Realitäten, de F. Ebner, en 1921; De l'être, de L. Lavelle, en 1928; Ich und Du, de M. Buber, en 1923.

6 Sobre los procesos de vértigo y éxtasis, véanse mis obras: Vértigo y éxtasis. Bases para una vida creativa, PPC, Madrid 1987, 2ª ed.; Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores, BAC, Madrid 1999.



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