«Este
libro extraordinario es, por el gran mensaje que encierra, mi
libro favorito»
(Henry Miller14).
En su noble
afán de hallar una salida a la crisis de su época,
Hesse lleva a cabo una acción decidida en tres frentes:
el sociológico, el intelectual y el ético.
Por lo que toca al primero, intenta evitar el autoritarismo
-en sus diversas vertientes: familiar, escolar, política...-
mediante una enérgica defensa de la libertad individual.
En el plano intelectual, se preocupa por mostrar las nefastas
consecuencias del racionalismo unilateral, que reduce
las posibilidades del hombre y acaba entregándolo a los
poderes de una técnica no domeñada por una correspondiente
«Ética del poder». El efecto despersonalizante
de esta primacía del pensar racionalista y tecnicista,
que permitió racionalizar la matanza en masa de millones
de inocentes en las dos guerras mundiales, sólo puede
ser contrarrestado con una firme decisión de vivir
personalmente la verdad y no contentarse con el incremento
de un saber que tiene por única meta el domino de lo
real. Las consecuencias que en el campo de la ética arrastran
consigo el autoritarismo y el racionalismo reductor tienen como
secuela ineludible la masificación de las personas
y grupos y la pérdida consiguiente del yo, de la autonomía
personal y la libertad.
Ante esta
grave crisis del hombre contemporáneo, Hesse no ve otra
vía de solución que instar a los hombres a realizar
de modo cabal su personalidad, asumiendo su propia vocación
y destino, recorriendo su camino personal en busca de la necesaria
sabiduría, que ninguna doctrina
puede transmitir de forma impersonal como si fuera un objeto.
El mundo se presenta a Hesse como un campo de desconcierto,
y en él debe cada persona alcanzar la unidad de su vida
interior, su identidad personal, a través de las diferentes
posibilidades, a menudo desgarradas, que pugnan por imponerse
dilemáticamente en su espíritu.
Esta unidad
no puede lograrla el hombre mediante la reclusión en
sí mismo o la entrega a realidades que lo seducen y lo
llevan a empastarse con ellas. La soledad del desarraigo y la
unión fusional no engendran auténtica comunidad
y, por tanto, plenitud personal. De ahí que los personajes
de Hesse estén siempre en camino, renunciando a diversas
formas de unión, para ver de alcanzar al final la verdadera,
la que supera las delimitaciones del yo y permite abrirse nutriciamente
a la vida del todo.
Hesse vio
claramente que las diversas formas de vértigo o fascinación
no instauran la necesaria unidad con lo real y no confieren
al hombre la ansiada sabiduría. Ésta se revela
y se alcanza por vía de «éxtasis», de
ascenso a planos donde el yo abandona su cerrazón egoísta
y se entrega a modos de comunión generosa. El problema
está bien planteado: el hombre debe ser sí
mismo, configurar una personalidad bien definida, pero ello
sólo lo consigue abriéndose a realidades que,
aun siendo distintas de él, tienen con él soterradamente
una enigmática afinidad y conexión. El autor no
se detiene a precisar de qué tipo de conexión
y afinidad se trata. Se entrega a la intuición difuminada
de que cada realidad es todas las realidades, como el río
es a la vez su principio, su decurso y su fin. Ello explica
que no haya logrado una exposición aquilatada de la experiencia
de éxtasis, que aúna diversas formas de inmediatez
con diversas formas de distancia, y no fusiona al hombre con
ninguna realidad sino que lo une a distancia de perspectiva15.
El largo
camino de Siddartha hacia su perfección personal culmina
en una forma de unidad con lo real que es más bien fusional
que mística, en el sentido riguroso del vocablo16.
En la década del 20 al 30 se exaltó profusamente
esa forma de vinculación a lo real como la vía
regia para lograr modos auténticos de relación
del hombre con los demás hombres y con la naturaleza.
La historia posterior dejó claro que tal convicción
inspiraba formas de conducta que no conducían a la plenitud
y, por tanto, a la felicidad, sino a la destrucción espiritual
y la extrema amargura. La causa profunda de tal desconcierto
radica en la confusión de las experiencias de vértigo
y las de éxtasis. La unión fusional es justamente
la que subtiende todas las experiencias de vértigo, que
no unen al hombre con la realidad, antes lo escinden de ella.
Para lograr
-como intentaba noblemente Hermann Hesse- la superación
del tecnicismo racionalista, la masificación envilecedora
de la persona y el autoritarismo opresor del individuo, se requiere
evitar de raíz la caída del hombre en las experiencias
fascinantes de vértigo. Para ello no hay otro camino
que la práctica constante y lúcida de las experiencias
de éxtasis rectamente entendidas. Esta comprensión
requiere la puesta en juego de un estilo de pensar que no se
opone a la experiencia, antes se integra con ella y da lugar
a un modo fecundo de «pensamiento experiencial», tal
como fue postulado, entre otros, por Gabriel Marcel.
Lo que
Siddhartha y otros personajes de Hesse buscan incesantemente
es, en definitiva, clarificar a fondo la idea de éxtasis.
La «vuelta al Oriente», a las experiencias de fusión
en el todo y al vaciamiento del yo, encierra una gran fecundidad
en cuanto contrarresta la actitud prepotente del pensamiento
dominador, fascinado por las falaces promesas del racionalismo
tecnicista, pero presenta una grave laguna a la hora de concretar
el tipo de unidad que debe lograr el hombre con lo real en torno17.
En este punto concreto, el misticismo occidental más
equilibrado -San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila,
singularmente- puede servir de gran ayuda a esta búsqueda
de una vía de salvación para el hombre que ha
vivido el fin de la Edad Moderna y no ha logrado todavía
poner las bases sólidas de la era que está pugnando
por surgir y consolidarse.
A la luz
de una teoría bien articulada del vértigo y el
éxtasis, se comprende nítidamente la lógica
interna de Siddhartha, la que rige las diversas transformaciones
que va sufriendo el protagonista hasta la experiencia de unidad
que realiza al lado del río.
- En la
primera fase de su vida, Siddhartha, como joven brahmán,
lleva una vida noble, disciplinada, ajustada a las normas
de su sociedad, pero actúa de modo frío, distante,
como obedeciendo a un molde impuesto por su casta. Su bondad
se le antoja un don, algo que se recibe del todo hecho como
un bello vestido. Siente desazón ante tal actitud poco
creativa y se decide a buscar su verdadero «atmán»18.
- La segunda
fase constituye una búsqueda de la sabiduría
desde la misma perspectiva espiritual que había orientado
su vida anterior: la actitud objetivista. Por eso toma
el río como un objeto más que le sale al paso
en su peregrinaje. Pero la voz de la sabiduría encarnada
en Vasudeva, el barquero, le enseña a cambiar la forma
de mirar las realidades del entorno.
- Este
giro da lugar a la tercera fase de su existencia. En
ella se transforma el modo de relacionarse con cuanto le rodea:
Kamala y su hijo, Vasudeva, los caminantes que desean atravesar
el río, Gotama, Govinda, su propio «atmán»,
el misterio de su interioridad. Obviamente, se da aquí
una valiosa conversión, el paso de la actitud espectacular,
incomprometida, objetivista, a la actitud lúdica, comprometida,
existencialmente dialógica. Pero no cabe decir que
Siddhartha logre dar el salto a una relación verdaderamente
dialógica de encuentro con alguna realidad.
Iba a la búsqueda de su alma, y tras muchos avatares
llegó a comprender por propia experiencia que su alma
es el mundo entero (11, 160). Pero la unidad con este mundo
reviste formas muy diversas que Hesse no parece haber acertado
a precisar.
Siddhartha
fue acogido entusiásticamente hace unos años
por una generación ávida de vida auténtica,
de fidelidad a la naturaleza. Esta aceptación multitudinaria
se debió, sin duda, al afán del protagonista de
buscar la autenticidad a través de la propia experiencia,
áspera y arriesgada. Este camino de búsqueda culmina
en una forma de unidad con el mundo entero que el autor considera
«extática». El mero considerar la experiencia
de éxtasis -altamente prestigiada ya desde antiguo- como
una meta en la vida supone un avance. Pero nosotros, a través
de nuestro análisis, hemos considerado necesario perfeccionar
la idea del éxtasis. Con ello, asumimos el mensaje de
esta bella obra, y colaboramos a otorgarle todavía mayor
precisión y eficacia.
El peculiar
modo de vitalismo que Hesse profesa, en conexión con
Nietzsche y diversas corrientes filosóficas de la postguerra,
halla un vehículo espléndido en su perfecto lenguaje,
siempre dúctil, plegado a los mil pormenores del pensamiento
y a las sutilezas de un sentimiento que vibra ante todas las
experiencias que va posibilitando el trato con lo real.
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