Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 17ª: Fecundidad y exigencias del método lúdico-ambital de análisis literario

3. La lectura genética se mueve constantemente en dos niveles de realidad distintos

Por ser corpóreo-espiritual, el ser humano se mueve ineludiblemente en diversos planos o niveles de realidad a la vez. En un gesto tan sencillo como dar la mano se movilizan a la vez unos seis planos de realidad: el físico, el fisiológico, el psicológico-afectivo, el espiritual-creativo, el sociológico, el simbólico.

Es de sumo interés pedagógico acostumbrar a niños y jóvenes a percibir en cada momento en qué plano de la realidad se está uno moviendo. Para hacerlo de forma espontánea se requiere una gran flexibilidad mental, que sólo puede adquirirse mediante una cuidadosa preparación. En esta tarea puede ayudarnos eficazmente la lectura atenta de obras literarias de calidad, que nos instan a pasar constantemente de un nivel de realidad a otro.

  • La interpretación literaria no nos permite contentarnos con los significados de las cosas y sucesos; nos insta a elevarnos al nivel del sentido. Una perla tiene siempre un mismo significado. Pero en la obra de John Steinbeck titulada La perla3 presenta un sentido peculiar, extraordinariamente rico: alude a toda una trama de penuria, de anhelo de mejora, de ilusiones, de crueles frustraciones... A lo largo del relato se alude a "la música de la perla" y "la música del mal". Qué significa en general la música creemos saberlo, aunque no sea nada fácil dar una definición precisa. Pero cuál es el sentido exacto de este término en dichas expresiones resulta un tanto enigmático. Podría en principio pensarse que significa el particular encanto de una perla singularmente bella. Pero este sentido no es aplicable a la expresión "música del mal". A mi entender, el término música sugiere, en el caso de la perla, todo el ámbito de vida que se forma al hallar una pieza extraordinaria: la esperanza de una vida más holgada, con posibilidades de educación para el hijo, de alimento y vestido para la familia, de una casa digna... En el caso del mal, quiere condensar la trama de intenciones aviesas, odios y egoísmos que va a tejerse en torno al pobre pescador ilusionado con un futuro más halagueño. Toda la obra constituye la descripción de un entreveramiento colisional entre dos ámbitos: el de la "música de la perla" y el de la "música del mal":

"Y la belleza de la perla, titilando y brillando, trémula, a la luz de la vela, le sedujo. Era tan hermosa, tan suave, y tenía su propia música..., su música de invitación y encanto, su garantía de futuro, de comodidad, de seguridad. Su cálida claridad prometía un remedio para la enfermedad y un muro ante la injuria. Cerraba una puerta al hambre. Y, contemplándola, los ojos de Kino se hicieron más dulces y su rostro se relajó4".

"Pero el cerebro de Kino ardía, aun cuando durmiese, y soñó que Coyotito sabía leer, que uno de los suyos era capaz de decirle cuál era la verdad de las cosas. Coyotito leía un libro grande como una casa (...). Y entonces la oscuridad cayó sobre el texto, y con la oscuridad regresó la música del mal, y Kino se agitó en el sueño; y cuando se agitó, los ojos de Juana se abrieron a la tiniebla. Y entonces Kino despertó, con la música del mal latiendo en él, y se quedó echado en la oscuridad con los oidos alerta5". "Y Kino volvió a guardar la perla entre sus ropas, y la música de la perla se había hecho siniestra en sus oídos, y estaba entretejida con la música del mal6".

  • El lenguaje literario nos invita de continuo a considerar las realidades del entorno como ámbitos, no como meros objetos. Recordemos el verso de Alphonse de Lamartine: "¡Un solo ser os falta y todo queda despoblado!". El ser al que aquí se alude no puede entenderse como una persona cualquiera, sino como una con la que estamos "ambitalizados", de forma que para nosotros es "única en el mundo". Al quedarnos sin ella, el universo entero se despuebla. Una ciudad populosa sólo está de verdad poblada para nosotros si podemos crear en ella relaciones de encuentro. De lo contrario, es para nosotros un "desierto", un lugar sin posibilidades de libre juego creador. Para entender ese verso tenemos que elevarnos al nivel ambital.

  • Las obras literarias de calidad no atienden tanto a las relaciones -armónicas o conflictivas- que se establecen entre seres individuales -por ejemplo, personas- cuanto a las interferencias de ámbitos que tienen lugar en la vida. Todo entreveramiento de ámbitos es fuente perenne de expresividad literaria y de belleza. La honda expresividad de la Antígona de Sófocles no procede del conflicto entre dos personajes atrapados en los condicionamientos sociopolíticos de su época, sino de la interferencia colisional de dos grandes ámbitos de la realidad humana: la piedad fraterna, encarnada en Antígona, y la ley implacable, representada por Creonte. Las condiciones concretas que dieron lugar a esta colisión de ámbitos en tiempo de Sófocles tienen mero valor argumental, son contingentes y carecen de auténtico valor estético, "poético", creador de "mundos" humanos. El ámbito de conflicto fundado por la colisión de la piedad y la ley puede darse en todo momento y situación. Ello confiere a Antígona su neta condición de obra "clásica", superadora de los límites de la espaciotemporalidad objetivista y fundadora de modos eminentes de espacio y tiempo. El gran tema expuesto por Sófocles no es el conflicto entre dos personas, sino entre dos ámbitos. Ello explica la vigencia actual de esta obra, que ha sido objeto últimamente de varias re-creaciones -entre otras, las de Salvador Espriú y Jean Anouilh-.

  • En la lectura literaria debemos estar incesantemente integrando diversos niveles de rangos distintos. En la obra Eurídice, de Jean Anouilh, la protagonista le indica a Orfeo: "No hables más, no pienses más. Deja que tu mano se pasee sobre mí. Déjala que sea feliz sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que tu mano sola me quisiera. Sin decir nada más"7. Eurídice interpreta el tacto como una relación puramente sensible; olvida que es que es toda la persona la que toca y acaricia. El cuerpo humano no puede desgajarse del espíritu, como si fuera un mero instrumento de éste. Cuando reducimos el amor a mero halago sensible, lo consideramos como una pura reacción de nuestro organismo. Y, como cada organismo es individual, realiza sus funciones y vive sus impresiones a solas, debe concluirse que el amor personal, como vínculo de unión íntima entre dos personas diferentes, resulta inviable. Es, por tanto coherente, dentro de su orientación equivocada, que para Orfeo y Eurídice cada ser humano sea un organismo bien cerrado en sí mismo e incapaz de superar su soledad y fundar una auténtica relación de amor8.

    Las obras literarias de calidad nos instan incesantemente a ascender de nivel y trascender los valores inmediatos. Con ello, nos ayudan a cultivar las tres cualidades básicas de una inteligencia madura: largo alcance, amplitud y penetración.

  • Al instarnos a integrar diversos niveles de realidad, la interpretación literaria capta el sentido pleno de las actitudes y los actos humanos. En El extranjero, de Albert Camus, observamos que el protagonista, Meursault, no entiende el lenguaje del juez. Lo considera como un manojo de palabras iguales a las que puede pronunciar cualquier persona en la vida cotidiana. El lenguaje de un juez que dicta sentencia expresa la interferencia de dos ámbitos: el de la sociedad en cuyo nombre actúa y el del reo que se ha enfrentado a la misma. Por eso tiene tanto poder. El que se mueve en nivel de objetos y no de ámbitos no puede entender la elevación que experimenta el lenguaje del juez cuando éste ejerce la función de dictar sentencia.

    Poco antes de ser ejecutado en la plaza pública, el mismo protagonista manifiesta este deseo: "Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, me quedaba esperar que el día de mi ejecución hubiera muchos espectadores y me recibiesen con gritos de odio"9. ¿Qué sentido preciso tiene este deseo de verse rodeado de la repulsa popular? Una forma superficial de interpretar este pasaje decisivo de la obra es atribuir esa reacción agria al nerviosismo desesperado de quien se halla en una situación límite. Esta interpretación es psicológica, no estética, y la Psicología tiene un papel excelente que cumplir en otras vertientes de la vida humana pero no es pertinente en la interpretación del valor estético de las obras literarias. Prescindir de la interpretación rigurosamente estética sería despojar a la mejor literatura de su poder formativo.

Intentemos ahondar en el texto. Si, al dirigirse el condenado hacia el patíbulo entre las filas de la multitud vociferante, una persona le mirara con piedad, le estaría apelando implícitamente a reaccionar con agradecimiento y crear con ella una relación, siquiera fugaz, de benevolencia. (Agradecer significa estar a la recíproca en cuanto a generosidad y creatividad). Una simple mirada o palabra bondadosa sería una enérgica invitación a elevarse al plano de la creatividad personal en el que Meursault nunca había querido moverse. Si éste hubiera aceptado en ese momento tal sugerencia, rompería abruptamente la lógica de la no-creatividad que había regido toda su vida. Esa ruptura lo hubiera abismado en una insufrible soledad, porque, al iniciar ese encuentro, quedaría inundado de la luz que brota siempre en el entreveramiento de ámbitos, y se vería como un ser totalmente "extraño" o "extranjero" en el mundo de las personas normales, las que no han cometido, como él, un acto criminal. En cambio, si se hallara rodeado totalmente de miradas de odio -que no invitan a crear vínculos sino a romperlos definitivamente-, Meursault no se sentiría solo, pues seguiría sin comprender por qué lo habían condenado. Por eso deseaba sostener hasta el fin su actitud infracreadora y mantenerse a resguardo de la luz que proyecta el encuentro sobre la vida del hombre. Esa obstinación en aferrarse a una actitud no creativa es la que define -según Camus- al "hombre absurdo"10.

  • La interpretación literaria nos mueve a trascender en todo momento la apariencia de los acontecimientos y penetrar en su sentido más hondo. En Esperando a Godot, de S. Beckett, vemos a cuatro personajes desvalidos que apenas hacen otra cosa que hablar pero apenas tejen un diálogo auténtico. Se interrumpen, no enhebran las frases y los pensamientos de modo coherente, se expresan a menudo de forma mecánica, sin voluntad de exponer ideas con sentido. Parece tratarse de una vida sencillamente "absurda", en el sentido de que no procede con una mínima racionalidad. Pero el término "absurdo" debe ser precisado cuidadosamente. Beckett quiere componer una "obra del absurdo", pero no una "obra absurda". Troquela cuidadosamente una pieza teatral para plasmar la imagen desgarrada que ofrece el hombre cuando se acerca asintóticamente al grado cero de creatividad. Por eso los protagonistas se aburren mortalmente y carecen de esperanza. Se hallan tan sólo a la espera, dejando sencillamente que pase el tiempo. "No ocurre nada. Nadie viene, nadie se va. Es horrible", exclama uno de ellos11. El aburrimiento responde a la falta de creatividad. El autor pretende provocar una sensación insufrible de aburrimiento en los espectadores para que sientan en sí mismos las consecuencias de la pérdida de la capacidad creadora.

    Esta obra apenas tiene argumento, pero sí tema, y éste implica una experiencia básica -la vinculación de no-creatividad y tedio- y una intuición radical: la falta de creatividad constituye una tragedia para el hombre por cuanto provoca su asfixia lúdica. Al asomarse al vacío de su propia nada existencial, los protagonistas sienten vértigo espiritual, es decir, angustia; y, como el mero esperar a un salvador no redime al hombre de tal situación angustiosa, al final de la obra no tienen ante sí más que dos opciones igualmente faltas de sentido cabal: ahorcarse o seguir a la espera. Al fin, el esperado Godot no viene. Su venida no hubiera podido salvar como hombres, elevándolos a una auténtica condición personal, a quienes, por falta de creatividad, no le habían salido al encuentro. "Tengo curiosidad por saber lo que va a decirnos Godot -advierte uno de los protagonistas-. Sea lo que sea, no nos compromete en nada"12.

    Esta falta absoluta de voluntad de comprometerse existencialmente está en la base de la condición trágica de la obra. Bien representada, esta obra aparentemente anodina, escrita en un lenguaje deshilachado, produce escalofrío, quita el aliento. Su tragicismo no depende de lo que en ella se hace o dice, sino del hecho radical de que los protagonistas no son ya capaces de decir o hacer algo propiamente humano. Este fallo de la capacidad creadora se refleja en la disolución del lenguaje. Los protagonistas se instan mutuamente a decir algo, para evitar el aburrimiento que los oprime; se esfuerzan por iniciar alguna actividad, pero caen enseguida en el pozo de la inacción. De ahí su nostalgia por el mundo infracreador, infraintelectual, infrahumano. "Lo terrible es haber pensado -exclama dramáticamente Vladimir-. Y de ello bien hubiéramos podido abstenernos"13

    3 Edhasa, Barcelona 1996, 5ª ed.

    4 Cf. O.cit., p. 64.

    5 Cf. O.cit., p. 61.

    6 Cf. O.cit., p. 109.

    7 Cf. Eurydice, La Table Ronde, París 1958, p. 143.

    8 Cf. O.cit., p. 142.

    9 Cf. O.cit., Alianza Editorial, Madrid 1971, p 143; L´étranger, Gallimard, París 1957, p.
    188.

    10 Un amplio análisis de El extranjero se halla en mi Estética de la creatividad, págs. 431-464.

    11 Cf. Esperando a Godot, Barral, Barcelona 1970, p. 46; En attendant Godot, Les editions du Minuit, París, 1973, págs. 57-58.

    12 Cf. Esperando a Godot, p. 19; En attendant Godot, págs. 22-23.

    13 Cf. Esperando a Godot, p. 69; En attendant Godot, p. 90. Un amplio análisis de esta obra puede verse en mi libro Cómo formarse en ética a través de la literatura, Rialp, Madrid, 1994, 2ª ed., págs. 229-263.

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