La
obra literaria es una ficción en cuanto a su argumento,
pero no en cuanto a su tema. Los hechos que tejen la
trama argumental pueden no haber sucedido nunca. La trama de
ámbitos que se crean o se destruyen al hilo de la historia
narrada nos revela la "intrahistoria" de los personajes, la
"lógica" que rige su actuar, los procesos que sigue cada
personaje en su existencia. El conflicto entre Creonte y Antígona
tal vez no se haya dado nunca en la vida griega. Pero el conflicto
entre la ley y la piedad (o, si se prefiere, entre
la ley escrita y la ley no escrita) acontece a
diario. Por eso nos afecta todavía tan íntimamente
la obra de Sófocles.
Ninguno
de nosotros puede identificarse hoy día con el argumento
de La tragedia de Macbeth. En las condiciones actuales
nadie puede tener la tentación de asesinar a un rey para
usurpar su trono. Pero todos podemos dejarnos llevar del vértigo
de la ambición de poder en un aspecto o en otro,
y considerar como propia la historia trágica de Macbeth.
Lo que intentó en realidad Shakespeare no fue transmitirnos
un suceso histórico, sino poner ante nuestros ojos el
proceso de vértigo, que es inspirado por el egoísmo,
desea poseer lo que encandila los instintos, produce euforia,
pero inmediatamente causa decepción, tristeza, angustia,
desesperación y destrucción. La verdadera tarea
del dramaturgo consistió en plasmar en imágenes
las distintas fases de un proceso espiritual de ambición
desmedida. Esas imágenes no representan objetos;
plasman ámbitos. Ser rey es una fuente de posibilidades;
constituye un "ámbito". El ser humano es también
un ámbito, una fuente de iniciativa, de deseos, proyectos,
actitudes... Desear ser rey indica querer asumir los campos
de posibilidades que entraña esa condición. Matar
al rey significa un conflicto entre dos seres ambitales,
no un mero choque. Todo choque es un hecho real. Ese
conflicto ambital presenta un modo de realidad distinto, pero
no inferior. Se da en un nivel más elevado, más
difícil de captar en su plenitud de sentido. Su sentido
no lo ven los ojos; lo entrevé la imaginación,
que no es la facultad de lo irreal sino de lo ambital.
No
pocos autores, desde Platón a Sartre, proclamaron la
condición irreal de las obras artísticas14.
La teoría de los ámbitos nos permite
descubrir el carácter eminentemente real de las
creaciones artísticas y literarias15.
Recordemos La metamorfosis de Kafka y el sentido de la
transformación de un hombre en insecto. Kafka no tergiversa
la realidad; intuye los acontecimientos que tienen lugar tras
las apariencias sensibles, y los traduce en imágenes.
Este poder de plasmación literaria de grandes intuiciones
resalta en forma espléndida cuando Kafka anota, con mordaz
ironía, que a Samsa, tras su reducción a insecto,
se lo dejaba en entera libertad, modo de libertad vacía
que no surge en el momento de plenitud existencial propio del
juego sino en el desamparo de la asfixia lúdica.
Las
grandes creaciones literarias no operan nunca con meras ficciones
sino con realidades nucleares que a una mirada superficial
aparecen como extrañas e irreales. La buena
literatura aviva en el hombre el sentido de lo esencial, lo
que vertebra la vida humana. De ahí su gran poder formativo.
Cada obra literaria valiosa expone en imágenes diversos
temas éticos, los engarza entre sí, les hace entrar
en juego, los somete a las múltiples tensiones de la
vida, los clarifica. El juego es fuente de luz, y la buena literatura
plasma el juego de la existencia en sus múltiples vertientes.
Analizada con el método lúdico-ambital, cada obra
literaria de calidad se convierte en una espléndida lección
de ética impartida por autores de gran prestigio entre
la juventud. El análisis literario es una cantera en
buena medida inexplorada e inexplotada de formación humanística,
por cuanto lo es de creatividad.
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Por
creatividad ha de entenderse, en rigor, la capacidad
de asumir activamente diversas posibilidades con el fin
de dar origen a algo nuevo valioso. Para crear una relación
de amistad hay que recibir las posibilidades de vida que otra
persona nos ofrece -afecto, proyectos y deseos compartibles,
experiencia vital...-, y ofrecerle las posibilidades de que
uno dispone. Para crear de nuevo una obra musical, hay que ser
capaz de asumir activamente las posibilidades de configurar
formas musicales que nos otorgan una partitura y un instrumento.
La
vida cotidiana nos presenta múltiples posibilidades para
ejercitar la creatividad. Depende de nuestra actitud el recibirlas
activamente o el rechazarlas. Ambas posibilidades las refleja
vivamente la literatura. Constantemente encontramos en las obras
literarias actitudes creativas y actitudes no creativas, destructivas,
que despiertan en nuestro ánimo una profunda nostalgia
de las primeras. Recordemos esquemáticamente algunos
casos muy significativos.
-
Yerma,
en la obra homónima de Federico García Lorca,
ansía vivir creativamente, crear encuentros con su
marido, Juan, y, consiguientemente, con los hijos que se
deriven de esa relación como fruto natural. Juan
es una persona bondadosa pero carece de sensibilidad para
la vida creativa. A lo largo de la vida matrimonial, Yerma
observa que su vida matrimonial se halla vacía de
creatividad: no se da el encuentro con el marido, ni viene
el hijo añorado con el cual ella hubiera podido encontrarse.
Yerma acaba enfrentándose a la "ley de la dualidad",
según la cual el hombre y la mujer no pueden ser
fecundos a solas, tanto en el aspecto biológico
como en el espiritual. Imagen de tal enfrentamiento crispado
es el acto en el cual Yerma asfixia biológicamente
a Juan, que, sin querer, la había asfixiado espiritualmente
a ella por su falta de creatividad. Con ese gesto quiso
indicar que una vida sin creatividad no es plenamente humana,
es una apariencia de vida, una farsa que debe ser anulada
para que la verdad resplandezca.
Pudiera
parecer que el "tema" de Yerma es la infecundidad
propia de quienes no crean relaciones de encuentro personal.
Según testimonio del mismo autor, esta obra quiere ser
un canto a la importancia de la creatividad en la vida humana:
"Yo he querido hacer, he hecho, a través de la línea
muerta de lo infecundo, el poema vivo de la fecundidad. Y es
de ahí, del contraste entre lo estéril y lo vivificante,
de donde extraigo el perfil trágico de la obra"16.
Juan
Salvador Gaviota, protagonista de la conocida obra homónima
de Richard Bach17,
no se resigna a moverse en el estrecho círculo de vivir
para comer y comer para vivir. Quiere perfeccionar al máximo
su capacidad de volar. Esta voluntad de excelencia le vale el
desprecio y el rechazo por parte de sus compañeras de
bandada. Una vez que domina el arte de volar, no guarda para
sí ese tesoro; vuelve a los suyos, para compartir la
felicidad que le proporciona la perfección que ha alcanzado.
Intuye que el "perfecto e invisible principio de toda vida"
es compartir los descubrimientos que uno ha hecho y la riqueza
que ha logrado atesorar. La recomendación que había
recibido de la Gaviota Mayor había sido: "Sigue trabajando
en el amor". Por eso consagra su energía a convencer
a las restantes gaviotas de que pueden ser tan libres como él,
con un tipo de libertad creativa, tan exigente como fecunda.
En
La perla, John Steinbeck destaca de modo inigualable
la contraposición entre la actitud creativa del pueblo
humilde que acompaña en silencio afectuoso a los padres
del pobre niño enfermo y la fría repulsa de quien
se niega a prestarle la atención urgente que necesita.
La tristeza del pueblo abatido por tal rechazo nos resulta inmensamente
bella, porque en ella resplandece la virtud de la piedad compasiva18.
La
ardiente oscuridad, de Antonio Buero Vallejo, parece terminar
de forma desconsolada, debido a la muerte física de uno
de los dos protagonistas (Ignacio) y la muerte espiritual del
otro (Carlos). Pero, sobrevolando esta tragedia, se alza el
verdadero mensaje de la obra: la necesidad de ser tolerantes,
buscar la verdad en común y adivinar que ciertas posiciones
aparentemente opuestas son en realidad complementarias,
pues crean, al confrontarse colaboradoramente, un campo de luz
en el cual resplandece la solución al problema planteado
-en este caso, cómo ser creativo en la vida a pesar de
la grave minusvalía de la ceguera-.
El
protagonista de El viejo y el mar, de E. Hemingway19,
vive la soledad amarga del fracaso. Parece que todo es negativo
en su torno y le invita a la desesperación. Pero él
responde de forma positiva renovando en su interior la unión
con el añorado muchacho, que le esperaba lleno de angustia
por su tardanza. La imagen del buen Manolín velando,
al final de la obra, el sueño del anciano desvalido nos
eleva a un nivel de muy valiosa creatividad, que nos redime
del tragicismo al que parece abocar la miseria y el fracaso.
Recordamos la confesión que hace un personaje de una
obra dramática de Gabriel Marcel: "No hay más
que un dolor en la vida: estar solo".
14 Cf. Platón: República,
libro X; J.P. Sartre: L´imaginaire, Gallimard, París
1948, págs. 239-246.
15 Sobre las realidades artísticas, véanse
mis obras La experiencia estética y su poder formativo,
Verbo Divino, Estella 1990; La formación por el arte y la
literatura, Rialp, Madrid 1993.
16 Cf. F. García Lorca: "En los umbrales
del estreno de Yerma", en Yerma, Alianza Editorial,
Madrid 1981, p. 133.
17 Cf. Juan Salvador Gaviota, Pomaire,
Barcelona 1972; Jonathan Livingston Seagull, Pan Books, Londres
1972.
18 Cf. O.cit., págs. 20-26.
19 Ed. G. Kraft, Buenos Aires 1959; The
old man and the see, Penguin Books, Harmondsworth 1952,
1966.
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