Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 17ª: Fecundidad y exigencias del método lúdico-ambital de análisis literario

6. Exigencias de este método de análisis

El método lúdico-ambital de análisis se muestra fecundo e incluso seguro cuando se lo maneja con cierta firmeza. Ésta se consigue a lo largo de un proceso de formación humanística y filosófica que nos dote de la sensibilidad metodológica necesaria para adivinar, en cada momento, en qué nivel de la realidad se mueve el autor, qué esquemas mentales moviliza, qué sentido adquieren en tales esquemas los conceptos básicos y cómo se articulan éstos entre sí. Por ejemplo, La metamorfosis de Kafka está vertebrada por el esquema mental "sujeto-objeto". Samsa es tratado por sus familiares como un medio para solucionar los problemas, no como una persona que debe desarrollarse mediante la creación de ámbitos diversos. Este esquema es sustituido en El principito de Saint-Exupéry por el esquema "apelación-respuesta", uno de los pocos adecuados a la expresión de acontecimientos creadores. El principito apela al piloto, le invita a crear con él una relación de amistad, y el piloto acepta esa invitación activamente.

La actividad filosófica comienza, en rigor, cuando se intuye la articulación profunda de los conceptos. Tal intuición se alumbra a medida que se descubre la trama interna de los procesos creadores. La tarea del buen intérprete consiste en hacer la experiencia de los diversos procesos espirituales que sigue el hombre en su vida y captar la forma peculiar de lógica que orienta y articula soterradamente cada uno de ellos. Recuérdese la lógica del poder arbitrario que sume a Calígula en una forma de soledad asfixiante; la lógica de la ambición que enceguece a Macbeth; la lógica del relax mental que fusiona al protagonista de La náusea de Sartre con la realidad en torno y lo aleja del mundo de las significaciones; la lógica del encuentro que adentra a los protagonistas de El principito de Saint-Exupéry en una noche de pacientes purificaciones a fin de pasar de la actitud objetivista a la actitud lúdica.

Para captar con cierta precisión éstas y otras formas de lógica o articulación interna, se requiere un conocimiento bien articulado de la temática filosófica. No es posible, por ejemplo, percibir el sentido riguroso de las obras pertenecientes a la "literatura del absurdo" -que van contracorriente de la normativa estética común y sólo pueden ser comprendidas cabalmente a la luz de la intención soterrada que las anima- si no se acierta a precisar los diversos modos que hay de temporalidad y espacialidad, el nexo entre la falta de creatividad y el aburrimiento, la diferencia entre esperar y estar a la espera, la vinculación de amor y lenguaje auténtico...

Cuanto mejor se conozcan estos fenómenos humanos, más profundamente se calará en las obras literarias. De ahí la necesidad ineludible, por parte del intérprete, de leer cuidadosamente obras filosóficas que describan y analicen conceptos tales como amor y odio, lealtad y perfidia, agradecimiento y resentimiento, piedad y despego, entusiasmo y abatimiento, veracidad y falacia, palabra y silencio... Numerosos autores, tanto antiguos y modernos (Platón, Plotino, San Agustín, Santo Tomás, Pascal, Hegel, Fichte, Kierkegaard, J.H. Newman...) como contemporáneos (Romano Guardini, Jean Guitton, D. von Hildebrand, M. Scheler, Ch. Moeller, B. Haering, P. Laín Entralgo, Th. Haecker, Peter Wust, M. Nédoncelle, M. Buber, Henri J.M. Nouwen...) ofrecen en sus obras multitud de precisiones acerca de tales conceptos básicos20.

Al conocer de cerca el sentido profundo de los sentimientos y las actitudes que tejen la trama de la vida humana, es posible descubrir la articulación interna de los principales procesos espirituales que determinan la marcha de la vida humana. Entre ellos destacan los de vértigo y los de éxtasis. Es indispensable saber en pormenor de dónde arrancan, cómo se articulan internamente, a dónde conducen y qué consecuencias acarrean. La mayoría de las obras literarias encarnan alguno de estos procesos, en una u otra de sus modalidades.

En la obra Vértigo y éxtasis. Bases para una vida creativa21 analicé ampliamente estos dos procesos. En Cómo formarse en ética a través de la literatura22 y en Literatura y formación humana23 expuse su articulación interna. Baste aquí una somera síntesis de tal articulación.

 

El proceso de vértigo. En la vida podemos sentir dos formas de vértigo: una fisiológica y otra personal24. Si desde una gran altura miramos al vacío, éste parece arrastrarnos y sentimos vértigo. Tenemos que asirnos fuertemente para no ser catapultados al suelo. También en la vida espiritual podemos ver ante nosotros un vacío insondable y sentir vértigo. ¿Cómo surge ese vacío?

Si en la vida concedo primacía a la voluntad de dominar, poseer y disfrutar, tiendo a considerarme como el centro del universo y a rebajar cuanto me rodea a medio para mis fines. De ahí que, al tropezarme con alguien o algo que presenta cualidades que pueden ser para mí una fuente de gratificaciones, me siento fascinado y procuro dominarlo para ponerlo a mi servicio. Dejarme fascinar por lo que me halaga me rebaja y envilece como persona, porque fascinar implica arrastrar, seducir, succionar, empastar. Al empastarme o fusionarme con la realidad fascinante, pierdo libertad interior, la capacidad de mantenerme cerca a cierta distancia respecto a tal realidad.

Al ejercer ese dominio envilecedor por partida doble, siento una singular euforia o exaltación superficial, pues nada hay que conmueva tanto nuestro ánimo como poseer aquello que enardece nuestros instintos. Este enardecimiento es efímero como la llamarada de hojarasca y degenera bien pronto en una profunda decepción, al percatarnos de que dos realidades envilecidas no pueden encontrarse. El encuentro es una forma de unión muy fecunda porque supone respeto -actitud opuesta al afán reductor-, oferta generosa de posibilidades, voluntad de colaborar al perfeccionamiento mutuo. A través del encuentro se desarrolla la persona humana y se enriquecen las realidades de su entorno. Si, por afán egoísta de dominio, renuncio al encuentro, me veo vacío de algo que necesito para crecer como persona, y ello me produce tristeza. Ese vacío se acrecienta cuando adopto una vez y otra la misma actitud interesada, centrada en mi propia satisfacción. Al asomarme a ese inmenso vacío interior, experimento la forma de vértigo espiritual que llamamos angustia. La angustia es una sensación de desmoronamiento total. Ante un peligro concreto frente al cual podemos tomar medidas, sentimos miedo. Si el peligro nos acecha por todas partes, no sabemos a dónde acudir y nos vemos desvalidos. Nuestra situación es, entonces, angustiosa. En caso de que esta situación sea irreversible porque no somos capaces de cambiar de actitud, la angustia inspira enseguida un sentimiento de desesperación, la conciencia amarga de haberse uno cerrado todas las puertas hacia el pleno desarrollo de sí mismo. Ese sentimiento conduce a una extrema soledad, la ruptura total de todo vínculo auténtico con las realidades circundantes. Esa soledad de aislamiento supone la destrucción de la vida propiamente humana.

Sobrevolando este proceso, observamos que el vértigo comienza por la vana ilusión de conquistar la felicidad por la vía del egoísmo y acaba privándonos de toda vida personal auténtica. El que se entrega a cualquier tipo de vértigo puede tener la impresión de ganar una forma intensa de unión con la realidad fascinante, pero en realidad no se une a ella, se pierde en el halago que ella le produce.

 

El proceso de éxtasis es impulsado por una actitud básica de generosidad. Si soy generoso, respeto cuanto me rodea, es decir, lo estimo en lo que es y en lo que está llamado a ser. Si, por ejemplo, es una persona la que me atrae, no intento reducirla de rango y convertirla en objeto -o medio para mis fines-; la trato como un ámbito de realidad, una fuente de iniciativa, y colaboro con ella para que alcance su pleno desarrollo. Esa colaboración se da sobre todo en el encuentro. Al encontrarme, siento satisfacción y alegría por partida doble, ya que somos dos personas las que nos estamos realizando como tales. La alegría alcanza el grado de entusiasmo cuando me encuentro con una realidad muy valiosa y me veo elevado a lo mejor de mí mismo. Entusiasmo ("enthusiasmós") significaba en griego "inmersión en lo divino", en lo perfecto, en lo que nos lleva a plenitud. Al vernos realizados de esa forma, sentimos felicidad interior, y ésta se manifiesta en sentimientos de paz, amparo y júbilo festivo.

El proceso de éxtasis comienza con una gran exigencia -la de ser generosos-, nos promete plenitud personal y nos la da al final porque nos lleva a crear relaciones de auténtico encuentro. Las experiencias de éxtasis -de tipo estético, ético, religioso...- promueven en nosotros la capacidad de fundar modos entrañables de unidad con las realidades del entorno, agudizan nuestra sensibilidad para los grandes valores y acrecientan nuestra capacidad creativa, que consiste en responder activamente a la llamada de las realidades valiosas, realidades que ofrecen posibilidades para realizar acciones llenas de sentido.

A la vista está que los procesos de vértigo y éxtasis son polarmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias. Sin embargo, hoy día se tiende profusamente a confundirlos. Esta confusión es sumamente nociva porque pone a las gentes en grave riesgo de lanzarse a las experiencias de vértigo, que destruyen la personalidad, con la falsa ilusión de que son experiencias de éxtasis, que la construyen.

Ver de cerca, a través de las grandes obras literarias, los estragos que causa en la vida humana la entrega a la seducción del vértigo y las altas cotas de vida humana a que nos elevan las experiencias de éxtasis constituye la base de una auténtica y sólida formación, pues nos prepara para saber prever. Nos permite advertir que el proceso de vértigo se mueve en un nivel de manipulación de objetos o de ámbitos tratados como tales. El proceso de éxtasis se da en un nivel de encuentro con ámbitos o con objetos elevados a condición de ámbitos. Por eso se subrayó con tanto interés en las Unidades primeras la necesidad de distinguir diversos niveles de realidad y diferentes actitudes frente a ellos. Si no sabemos en cada momento en qué nivel de realidad nos estamos moviendo -por ejemplo, cuando manejamos un objeto, o interpretamos una obra musical, o tratamos a una persona- y qué actitud debemos adoptar en cada caso, no tenemos garantía alguna de configurar nuestra personalidad debidamente y vivir una existencia digna.

Al instarnos incesantemente a reflexionar sobre ello, la lectura de obras literarias de calidad contribuye de modo decidido a nuestra formación integral.

20 En mis obras El libro de los valores, Planeta, Barcelona 1998, 7ª ed.; El encuentro y la plenitud de vida espiritual, Edic. Claretianas 1990; El poder del diálogo y del encuentro, BAC, Madrid 1997; Romano Guardini, maestro de vida, Palabra, Madrid 1998, se explica el sentido de numerosos conceptos decisivos para la comprensión del ser humano.

21 PPC, Madrid 1992.

22 Cf. O. cit., págs. 40-43.

23 Cf. O. cit., págs. 23-27.

24 Algunas precisiones sobre este tema fueron ya hechas en la Unidad 4ª.


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