El
método lúdico-ambital de análisis se muestra
fecundo e incluso seguro cuando se lo maneja con cierta firmeza.
Ésta se consigue a lo largo de un proceso de formación
humanística y filosófica que nos dote de la sensibilidad
metodológica necesaria para adivinar, en cada momento,
en qué nivel de la realidad se mueve el autor, qué
esquemas mentales moviliza, qué sentido adquieren en
tales esquemas los conceptos básicos y cómo se
articulan éstos entre sí. Por ejemplo, La metamorfosis
de Kafka está vertebrada por el esquema mental "sujeto-objeto".
Samsa es tratado por sus familiares como un medio para solucionar
los problemas, no como una persona que debe desarrollarse mediante
la creación de ámbitos diversos. Este esquema
es sustituido en El principito de Saint-Exupéry
por el esquema "apelación-respuesta", uno de los pocos
adecuados a la expresión de acontecimientos creadores.
El principito apela al piloto, le invita a crear con
él una relación de amistad, y el piloto acepta
esa invitación activamente.
La
actividad filosófica comienza, en rigor, cuando se intuye
la articulación profunda de los conceptos. Tal intuición
se alumbra a medida que se descubre la trama interna de los
procesos creadores. La tarea del buen intérprete consiste
en hacer la experiencia de los diversos procesos espirituales
que sigue el hombre en su vida y captar la forma peculiar de
lógica que orienta y articula soterradamente cada uno
de ellos. Recuérdese la lógica del poder arbitrario
que sume a Calígula en una forma de soledad asfixiante;
la lógica de la ambición que enceguece
a Macbeth; la lógica del relax mental que fusiona
al protagonista de La náusea de Sartre con la
realidad en torno y lo aleja del mundo de las significaciones;
la lógica del encuentro que adentra a los protagonistas
de El principito de Saint-Exupéry en una noche
de pacientes purificaciones a fin de pasar de la actitud objetivista
a la actitud lúdica.
Para
captar con cierta precisión éstas y otras formas
de lógica o articulación interna, se requiere
un conocimiento bien articulado de la temática filosófica.
No es posible, por ejemplo, percibir el sentido riguroso de
las obras pertenecientes a la "literatura del absurdo" -que
van contracorriente de la normativa estética común
y sólo pueden ser comprendidas cabalmente a la luz de
la intención soterrada que las anima- si no se acierta
a precisar los diversos modos que hay de temporalidad y espacialidad,
el nexo entre la falta de creatividad y el aburrimiento, la
diferencia entre esperar y estar a la espera,
la vinculación de amor y lenguaje auténtico...
Cuanto
mejor se conozcan estos fenómenos humanos, más
profundamente se calará en las obras literarias. De ahí
la necesidad ineludible, por parte del intérprete, de
leer cuidadosamente obras filosóficas que describan y
analicen conceptos tales como amor y odio, lealtad
y perfidia, agradecimiento y resentimiento, piedad
y despego, entusiasmo y abatimiento, veracidad
y falacia, palabra y silencio... Numerosos
autores, tanto antiguos y modernos (Platón, Plotino,
San Agustín, Santo Tomás, Pascal, Hegel, Fichte,
Kierkegaard, J.H. Newman...) como contemporáneos (Romano
Guardini, Jean Guitton, D. von Hildebrand, M. Scheler, Ch. Moeller,
B. Haering, P. Laín Entralgo, Th. Haecker, Peter Wust,
M. Nédoncelle, M. Buber, Henri J.M. Nouwen...) ofrecen
en sus obras multitud de precisiones acerca de tales conceptos
básicos20.
Al
conocer de cerca el sentido profundo de los sentimientos y las
actitudes que tejen la trama de la vida humana, es posible descubrir
la articulación interna de los principales procesos
espirituales que determinan la marcha de la vida humana.
Entre ellos destacan los de vértigo y los de éxtasis.
Es indispensable saber en pormenor de dónde arrancan,
cómo se articulan internamente, a dónde conducen
y qué consecuencias acarrean. La mayoría de las
obras literarias encarnan alguno de estos procesos, en una u
otra de sus modalidades.
En
la obra Vértigo y éxtasis. Bases para una vida
creativa21
analicé ampliamente estos dos procesos. En Cómo
formarse en ética a través de la literatura22
y en Literatura y formación humana23
expuse su articulación interna. Baste aquí
una somera síntesis de tal articulación.
El
proceso de vértigo. En la vida podemos sentir dos
formas de vértigo: una fisiológica y otra personal24.
Si desde una gran altura miramos al vacío, éste
parece arrastrarnos y sentimos vértigo. Tenemos que asirnos
fuertemente para no ser catapultados al suelo. También
en la vida espiritual podemos ver ante nosotros un vacío
insondable y sentir vértigo. ¿Cómo surge ese vacío?
Si
en la vida concedo primacía a la voluntad de dominar,
poseer y disfrutar, tiendo a considerarme como el centro del
universo y a rebajar cuanto me rodea a medio para mis fines.
De ahí que, al tropezarme con alguien o algo que presenta
cualidades que pueden ser para mí una fuente de gratificaciones,
me siento fascinado y procuro dominarlo para ponerlo
a mi servicio. Dejarme fascinar por lo que me halaga me
rebaja y envilece como persona, porque fascinar
implica arrastrar, seducir, succionar, empastar. Al empastarme
o fusionarme con la realidad fascinante, pierdo libertad interior,
la capacidad de mantenerme cerca a cierta distancia respecto
a tal realidad.
Al
ejercer ese dominio envilecedor por partida doble, siento
una singular euforia o exaltación superficial,
pues nada hay que conmueva tanto nuestro ánimo como poseer
aquello que enardece nuestros instintos. Este enardecimiento
es efímero como la llamarada de hojarasca y degenera
bien pronto en una profunda decepción, al percatarnos
de que dos realidades envilecidas no pueden encontrarse.
El encuentro es una forma de unión muy fecunda porque
supone respeto -actitud opuesta al afán reductor-, oferta
generosa de posibilidades, voluntad de colaborar al perfeccionamiento
mutuo. A través del encuentro se desarrolla la persona
humana y se enriquecen las realidades de su entorno. Si, por
afán egoísta de dominio, renuncio al encuentro,
me veo vacío de algo que necesito para crecer como persona,
y ello me produce tristeza. Ese vacío se acrecienta
cuando adopto una vez y otra la misma actitud interesada, centrada
en mi propia satisfacción. Al asomarme a ese inmenso
vacío interior, experimento la forma de vértigo
espiritual que llamamos angustia. La angustia es
una sensación de desmoronamiento total. Ante un peligro
concreto frente al cual podemos tomar medidas, sentimos miedo.
Si el peligro nos acecha por todas partes, no sabemos a
dónde acudir y nos vemos desvalidos. Nuestra situación
es, entonces, angustiosa. En caso de que esta situación
sea irreversible porque no somos capaces de cambiar de actitud,
la angustia inspira enseguida un sentimiento de desesperación,
la conciencia amarga de haberse uno cerrado todas las puertas
hacia el pleno desarrollo de sí mismo. Ese sentimiento
conduce a una extrema soledad, la ruptura total de todo
vínculo auténtico con las realidades circundantes.
Esa soledad de aislamiento supone la destrucción de
la vida propiamente humana.
Sobrevolando
este proceso, observamos que el vértigo comienza por
la vana ilusión de conquistar la felicidad por la vía
del egoísmo y acaba privándonos de toda vida personal
auténtica. El que se entrega a cualquier tipo de vértigo
puede tener la impresión de ganar una forma intensa de
unión con la realidad fascinante, pero en realidad no
se une a ella, se pierde en el halago que ella
le produce.
El
proceso de éxtasis es impulsado por una actitud
básica de generosidad. Si soy generoso, respeto
cuanto me rodea, es decir, lo estimo en lo que es y en lo
que está llamado a ser. Si, por ejemplo, es una persona
la que me atrae, no intento reducirla de rango y convertirla
en objeto -o medio para mis fines-; la trato como un ámbito
de realidad, una fuente de iniciativa, y colaboro con
ella para que alcance su pleno desarrollo. Esa colaboración
se da sobre todo en el encuentro. Al encontrarme, siento
satisfacción y alegría por partida
doble, ya que somos dos personas las que nos estamos realizando
como tales. La alegría alcanza el grado de entusiasmo
cuando me encuentro con una realidad muy valiosa y me veo
elevado a lo mejor de mí mismo. Entusiasmo ("enthusiasmós")
significaba en griego "inmersión en lo divino", en lo
perfecto, en lo que nos lleva a plenitud. Al vernos realizados
de esa forma, sentimos felicidad interior, y ésta
se manifiesta en sentimientos de paz, amparo y júbilo
festivo.
El
proceso de éxtasis comienza con una gran exigencia -la
de ser generosos-, nos promete plenitud personal y nos la da
al final porque nos lleva a crear relaciones de auténtico
encuentro. Las experiencias de éxtasis -de tipo estético,
ético, religioso...- promueven en nosotros la capacidad
de fundar modos entrañables de unidad con las realidades
del entorno, agudizan nuestra sensibilidad para los grandes
valores y acrecientan nuestra capacidad creativa, que consiste
en responder activamente a la llamada de las realidades valiosas,
realidades que ofrecen posibilidades para realizar acciones
llenas de sentido.
A
la vista está que los procesos de vértigo y éxtasis
son polarmente opuestos por su origen, su desarrollo y sus consecuencias.
Sin embargo, hoy día se tiende profusamente a confundirlos.
Esta confusión es sumamente nociva porque pone a las
gentes en grave riesgo de lanzarse a las experiencias de vértigo,
que destruyen la personalidad, con la falsa ilusión de
que son experiencias de éxtasis, que la construyen.
Ver
de cerca, a través de las grandes obras literarias, los
estragos que causa en la vida humana la entrega a la seducción
del vértigo y las altas cotas de vida humana a que nos
elevan las experiencias de éxtasis constituye la base
de una auténtica y sólida formación, pues
nos prepara para saber prever. Nos permite advertir que
el proceso de vértigo se mueve en un nivel de manipulación
de objetos o de ámbitos tratados como tales. El
proceso de éxtasis se da en un nivel de encuentro con
ámbitos o con objetos elevados a condición
de ámbitos. Por eso se subrayó con tanto interés
en las Unidades primeras la necesidad de distinguir diversos
niveles de realidad y diferentes actitudes frente a ellos. Si
no sabemos en cada momento en qué nivel de realidad nos
estamos moviendo -por ejemplo, cuando manejamos un objeto, o
interpretamos una obra musical, o tratamos a una persona- y
qué actitud debemos adoptar en cada caso, no tenemos
garantía alguna de configurar nuestra personalidad debidamente
y vivir una existencia digna.
Al
instarnos incesantemente a reflexionar sobre ello, la lectura
de obras literarias de calidad contribuye de modo decidido a
nuestra formación integral.
20 En mis obras El libro de los valores, Planeta, Barcelona
1998, 7ª ed.; El encuentro y la plenitud de vida espiritual,
Edic. Claretianas 1990; El poder del diálogo y del encuentro,
BAC, Madrid 1997; Romano Guardini, maestro de vida, Palabra,
Madrid 1998, se explica el sentido de numerosos conceptos decisivos
para la comprensión del ser humano.
21 PPC, Madrid 1992.
22 Cf. O. cit., págs. 40-43.
23 Cf. O. cit., págs. 23-27.
24 Algunas precisiones sobre este tema fueron
ya hechas en la Unidad 4ª.
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