La
película Pinocho25
permite al educador introducir al niño y al adolescente
en un ámbito pedagógico del mayor interés.
Pinocho es un muñeco de madera, una marioneta; no tiene
capacidad de actuar por su cuenta. Pero el hada le ofrece la
posibilidad de llegar a ser "un niño de verdad". Le basta
para ello comportarse bien, seguir la voz de la conciencia,
encarnada en Pepito Grillo. Justo en el momento de iniciar su
proceso formativo en la escuela, recibe el asalto de la tentación,
encarnada en el zorro. Éste lo aleja de la escuela, con
el señuelo de conseguir fama, gloria y riquezas. "Tendrás
mucho dinero para gastar", le dice. Pinocho se entrega, fascinado,
a la vida teatral, que representa el modo de existencia espectacular.
"Voy a ser un artista", exclama. Llevado de la primera euforia,
canta enardecido: "¡Soy libre y soy feliz, nadie me maneja a
mí, viva la libertad, esto se llama vivir!" Pinocho ignora
que el zorro tentador, al que llama inocentemente "el honrado
Juan", lo ha entregado a un empresario dominador, el gordo Farinelli,
que lo reduce a mero medio para obtener ganancias. Cuando Pinocho
manifiesta su deseo de "volver a casa", lo encierra en una jaula
(que se tambalea para indicar la inseguridad que produce el
vértigo), y le advierte duramente que, cuando deje de
ser un recurso económico, le sacará todavía
un poco de provecho alimentando durante un rato el fuego con
la madera de que está hecho. Pinocho, asustado, llama
en su auxilio a Pepito Grillo, que intenta en vano liberarlo.
Pinocho desoye una y otra vez la voz de la conciencia y reduce
a Pepito Grillo a una especie de tabla de salvación en
momentos desesperados. Entonces acude el hada. Pinocho siente
vergüenza ante ella, por su conducta desviada, pero intenta
salir de la situación no mediante el arrepentimiento
sino mediante la mentira. Con ello se le deforma el rostro,
porque le crece la nariz, para indicar que la mentira nos impide
ser auténticos.
Una
vez liberado, vuelve pronto a caer en manos del tentador, que
lo envía a la casa de los juegos, en la que "todos los
días son domingos". Lo fascina con la promesa de que
encontrará lo que más le halaga. "¡Pasen pronto
-les dicen a los niños en esa casa-. Helados, pasteles
y dulces. Todo gratis!". "Aquí está la casa de
las peleas. Peleen para divertirse". "Aquí se fuma; se
regalan cigarros y cigarrillos. Fumen hasta empacharse". Pinocho
y su amigo Polilla juegan al billar mientras fuman grandes cigarros.
"Puedes hacer lo que quieras -le dice Polilla-. Nadie te dice
nada, no se estudia, hay mucha comida, mucha bebida, todo de
balde". En un momento le pregunta Pinocho "dónde están
los otros". Polilla responde indiferente: "Estarán por
ahí. ¿A ti qué te importa? ¿Te diviertes?"
Al
llegar Pepito Grillo a la casa de los juegos, exclama: "Parece
un cementerio". Y le advierte a Pinocho: "Así no serás
nunca un niño de verdad". La decepción no tarda
en llegar, porque los niños se han ido envileciendo y
acaban por no saber hablar. Al que sabe decir su nombre (por
ejemplo, "Alejandro") lo rechaza el amo porque "no está
hecho". Esta degeneración se patentiza en la deformación
de su figura corpórea: se convierten en asnos. Ya lo
había indicado el amo gordinflón: "Cuanta más
libertad se les da, más se portan como asnos". Al ver
sus grandes orejas y el rabo, Polilla se enfurece y grita: "Me
han engañado". Pepito Grillo propone a Pinocho escaparse
antes de que se envilezca del todo. La liberación de
este proceso de vértigo consiste en volver a la casa
del padre, es decir, al lugar de encuentro del que
se había alejado.
Cuando
se entera de que su padre, Geppeto, se halla en situación
angustiosa dentro del vientre de la ballena Monstruo, corre
desalado para salvarlo. Esta generosidad encamina a Pinocho
por la vía del éxtasis o la creatividad,
que va a permitirle llegar a ser un niño verdadero. Por
eso empieza a amanecer, en contraste con las densas tinieblas
que envolvían las situaciones de vértigo. El paisaje
del fondo marino es atractivo y colorista; numerosos peces acompañan
a Pinocho amistosamente. Al encontrarse Pinocho y Geppeto, se
unen en un común deseo de salvarse. Cuando, tras muchos
avatares y peligros, llegan a tierra, Pinocho yace, ahogado,
sobre la arena. Quien ha muerto, en definitiva, es el muñeco
sin personalidad, incapaz de desoír la voz halagadora
de los manipuladores que deseaban reducirlo a mero objeto. Una
vez trasladado a casa, el hada buena le dice: "Prueba que eres
bueno, sincero y generoso, y llegarás a ser un niño
de verdad. Despierta, Pinocho...". La transfiguración
está hecha: Pinocho ya es un niño que piensa,
siente y quiere por sí mismo, guiado por su conciencia.
El hogar se convierte en una fiesta, como corresponde a la situación
de encuentro que se ha creado entre todos, y Pepito Grillo recibe
el galardón que merece por haber guiado con éxito
a Pinocho en su proceso formativo.
Esta
obra ofrece múltiples ocasiones al profesor para subrayar
la importancia de ciertas ideas básicas e ir configurando
la mente, la voluntad y el sentimiento de niños y adolescentes
en orden a la realización de un Humanismo de la unidad.
Tal modo de configuración ha de estar años luz
alejado de toda forma de manipulación. Orientar
a una persona hacia los valores, adentrarla en su área
de irradiación no es manipularla; es guiarla,
realizar una labor de maestro. Uno puede equivocarse al hacerlo,
porque es humano el errar. Pero, si lo que intenta es convencer
y no sólo vencer al discípulo, no es un
manipulador sino un guía. La utilización de películas
y narraciones presenta la ventaja de que el niño y el
adolescente se sumergen en situaciones corrientes de la vida,
las viven, captan el sentido del lenguaje, y en ese campo
de iluminación se establece un diálogo fructífero
entre ellos y el formador. Este no habla en abstracto; no dice
nada que caiga en vacío sobre los discípulos;
analiza las cuestiones en las que ellos están ya participando.
Este es el método adecuado: Hacer experiencias que los
discípulos puedan comprender y vivir por propia cuenta,
y luego analizarlas, articularlas, clarificar su auténtico
sentido.
En
el film El doctor, un cirujano reduce a los enfermos
a meros "casos clínicos", a los que identifica con el
número de la cama hospitalaria y considera como pura
materia de manipulación quirúrgica. Pero he aquí
que el médico enferma y es sometido a ese mismo tratamiento.
Al principio se revela contra semejante envilecimiento, indigno
de su posición social. Mas poco a poco va tomando nota
de la lección que le está dando la vida. Al reintegrarse
a su trabajo profesional, no tolera que a los enfermos se les
trate de la forma deshumanizada de la que él mismo había
hecho gala anteriormente
Uno
de los sucesos más impresionantes de esa joya cinematográfica
que es Ben Hur tiene lugar cuando el cónsul que
manda la flota advierte que le ha salvado la vida uno de sus
galeotes, a quien él llamaba fríamente "48", el
número del remo al que solía estar encadenado.
Sus primeras palabras son éstas: "Oye, 48, ¿y tú
cómo te llamas?". Una lección fecundísima
de vida se desprende de esta escena. Cuando se mira y trata
a alguien como persona, se desea saber su nombre propio.
Al pronunciar el nombre propio de alguien, se hace vibrar todo
lo que éste es; no se le reduce a alguna de sus características.
En cambio, sustituir el nombre propio por alguna condición
accidental de la persona - un rasgo físico, una función
social humilde, un defecto...- equivale a reducirla de valor.
Por eso es un acto envilecedor y humillante.
Recuérdese,
a este respecto, que el protagonista del film de Bertolucci
El último tango en París manifiesta que
no desea saber el nombre propio de la protagonista cuando ésta,
tras cierto tiempo de convivencia íntima, le pregunta
cómo se llama. Ello indica que quiere mantenerse en un
nivel de pura relación corpórea, y no crear relación
personal alguna. Esta forma de plantear las relaciones en un
plano infracreador, puramente pasional, explica el desarrollo
de la acción y, sobre todo, su final descorazonador.
En
El silencio, de Ingmar Bergman, una joven comunica entusiasmada
a una hermana suya que está sosteniendo relaciones íntimas
con un extranjero, y, como él no conoce su lengua ni
ella la suya, no pueden hablar... Sabemos que el lenguaje auténtico,
el que es dicho con verdadero afecto, crea paulatinamente relaciones
de convivencia. Alegrarse de no poder hablar, al tiempo que
se mantienen relaciones corpóreas íntimas, significa
que no hay voluntad de crear vínculos personales.
En
las obras de Charles Chaplin ("Charlot") y de Mario Moreno ("Cantinflas")
se hallan múltiples episodios extraordinariamente ricos
en valor pedagógico. Ambos producen hilaridad porque
están constantemente bajando del nivel de personas normales
a uno inferior, el nivel de muñecos que actúan
mecánicamente (Charlot) y de personas que se ven reducidas
a condiciones menesterosas (Cantinflas). En ambos casos se trata
de "antihéroes", que actúan de forma desmañada
y, cuando parecen caer a niveles casi infrahumanos, se alzan
a un nivel de máxima dignidad porque nos dan una lección
sencilla, nada prepotente pero espléndida, de conducta
virtuosa, constructiva, regocijante para el espíritu.
A la risa provocada por sus caídas de nivel, se une el
gozo interior que produce la bondad, la ternura para con el
desvalido, la voluntad de ayuda incluso en las condiciones más
duras.
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Por
su poder de promocionar la capacidad creativa, este método
de análisis de obras literarias y cinematográficas
produce óptimos resultados en la tarea de orientar a
niños y jóvenes en su camino hacia la madurez.
En
más de una ocasión, el análisis en clase
de la obra de R. Bach Juan Salvador Gaviota provocó
en algunos falsos líderes estudiantiles un verdadero
cambio de actitud. De modo análogo, la consideración
atenta de las diversas aventuras de Pinocho abrió los
ojos de muchos niños y adolescentes para comprender la
falacia de quienes nos halagan con promesas vanas pero nos lanzan
al vértigo y, con él, a la infelicidad.
La
lectura meditada de un cuento o un poema sugestivos graba a
fuego en el ánimo de los niños y jóvenes
las claves de interpretación de la vida que necesitan
para saber orientarse. Hágase la prueba, por ejemplo,
con la breve narración Los siete tarros de oro,
reproducida por Anthony de Mello en su libro El canto del
pájaro26.
Se comprobará que es posible suscitar en niños
y adolescentes una idea clara, por sucinta que sea, de lo que
es el proceso de vértigo y la peligrosidad que encierra.
El discípulo vive la peripecia del buen barbero. A la
luz que alumbra tal experiencia, el educador le pone nombre
a tal proceso: "vértigo". Y este término se carga
de sentido para el niño y el adolescente. Posteriormente,
ese primer esbozo de sentido irá cobrando cuerpo, adensándose,
ampliándose, hasta ganar una gran madurez. Ese ir
llenando de sentido cada término y cada concepto es la
tarea básica de la educación.
Es
muy importante advertir que la meta de estos análisis
no es tanto subrayar los peligros inherentes a los procesos
de vértigo cuanto destacar la riqueza de vida que suscitan
los procesos de éxtasis. Aunque se trate de una tragedia,
en la que todo parece diluirse en un puro horror, hemos de ver,
al trasluz de las desgracias, la inmensa felicidad que se hubiera
conseguido de haber orientado la vida por la vía opuesta,
la del éxtasis. De esta forma, la tragedia resulta "catártica",
purificadora, como sugirió tempranamente el gran Aristóteles.
25
Versión cinematográfica de la obra de Carlo Collodi Las aventuras
de Pinocho, Alianza Editorial, Madrid 1995.
26 Editorial Sal Terrae, Santander 1982,
p. 173.
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