El
tema básico de esta obra consiste en subrayar
la importancia que encierra el encontrarnos rigurosamente con
las personas que constituyen nuestras raíces, nuestro
entorno vital primario. Cuando todo parece haber fracasado,
una voz interior -el «principito» que llevamos dentro-
nos advierte que tenemos todavía una salida airosa: dar
el salto a un nivel superior de realización personal,
el nivel de la creatividad.
Dos personas cometen el error de abandonar a los suyos por la
decepción que les produce observar en ellos un defecto.
No pierden, sin embargo, el deseo básico de vivir creativamente.
Este deseo lleva a una de ellas -el «principito»-
a buscar en otra parte auténticos amigos. La otra -el
piloto- cae en la tentación de entregarse a las realidades
que puede dominar y manipular. Esas realidades no tardan en
fracasar y dejar a quien puso en ellas su corazón en
el grado cero de creatividad, el desierto lúdico,
la aparente falta absoluta de posibilidades para hacer
juego creador.
A
instancias del principito, el piloto se une a él en la
búsqueda de lo que es la verdadera amistad. Una vez que
lo descubren a través de su trato mutuo, regresan cada
uno a los suyos, para reanudar la relación perdida.
Al contextualizar la obra, en el parágrafo siguiente,
veremos la situación concreta que inspiró a Saint-Exupéry
este relato. ¿A quién representa ese piloto anónimo
que confía en el poder de su avión, cae en el
desierto y es instado por un enigmático jovencito de
aire noble a dibujarle un cordero? Nos ayuda a clarificar el
sentido de la obra conocer las circunstancias que le dieron
origen. Pero la obra sólo adquiere su verdadero valor
estético cuando se desprende de todo entorno circunstancial
para elevarse a la región en la que los seres humanos
compartimos nuestro destino y nos vemos afectados por su mensaje,
independientemente de la intención primera del autor.
Cuando Yerma, protagonista de la obra homónima de García
Lorca, pierde la esperanza de crear relaciones de verdadero
encuentro con su marido y con el posible hijo de ambos que no
acaba de llegar, se rebela contra la "ley de la dualidad",
según la cual el ser humano, para fecundarse física
o espiritualmente, necesita el concurso de otra persona. "Yo
sé que los hijos nacen del hombre y de la mujer. ¡Ay,
si los pudiera tener yo sola!" Pero "una cosa
es querer con la cabeza y otra cosa es que el cuerpo, ¡maldito
sea el cuerpo!, no nos responda".3
El cuerpo se le aparece a Yerma como signo de la limitación
humana. Al maldecirlo, se enfrenta a una ley natural.
En ese momento, la obra gana una dimensión universal,
pues todos podemos ser afectados por situaciones tan adversas
que nos lleven a querer alterar el orden de las cosas. Tal universalidad
otorga a la obra una condición "clásica".
3
Cf. Yerma, Alianza Editorial, Madrid, 1981, págs.
93,98.
|