Programa de Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación
(P.N.T.I.C.)
 

Unidad 9ª: Análisis de "EL PRINCIPITO", de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944)

 

«He aquí (...) un gran misterio del hombre. Pierden lo esencial e ignoran lo que han perdido.» (Saint-Exupéry: Citadelle, p.59)

 

Análisis pormenorizado de diversas obras literarias

Propósito y método de estos análisis

Análisis de "EL PRINCIPITO"

  1. Argumento
  2. Tema

  3. Contextualización
  4. Cuestiones para autoevaluación
3.Contextualización

 

Los escritores que se revelaron en Francia entre 1925 y 1930 escogieron la novela no tanto para contar una historia cuanto para exponer su concepción de la vida humana, su interna lucha por descubrir la verdad. La novela, como género literario, se acerca con ello sugestivamente al tratado ético, al poema, al ensayo filosófico. Claramente influidos por Charles Péguy y M. Barrès, estos escritores (G. Bernanos, A. Malraux, A. de Montherlant, L. Aragon, J. Giono...) forman una «generación ética» de muy notables valores humanos. Por su temperamento, formación y dedicación profesional, Saint-Exupéry se adhirió decididamente a esta corriente.

Desde niño se mostró proclive a cultivar con igual intensidad la acción y la contemplación, por su afán de descubrir el sentido profundo de la vida a través del compromiso creador. Su actividad como piloto -iniciada a los 21 años- no fue para él primariamente una experiencia aventurera de riesgo y dinamismo febril, sino una forma privilegiada de relacionarse con la realidad y ver a la debida distancia el mundo de los hombres y las cosas. «No se trata de vivir peligrosamente -escribe-. Esta fórmula es pretenciosa. (...) No es el peligro lo que amo. Yo sé lo que amo. Es la vida»4. «Por el avión se aleja uno de la ciudad y sus contables, y se encuentra una verdad campesina (...). Se está en contacto con el viento, con las estrellas, con la noche, con la arena, con el mar. Se bandea uno astutamente con las fuerzas naturales. Se espera el alba como el jardinero espera la primavera. Se espera la escala como una tierra prometida y uno busca su verdad en las estrellas»5.

Destinado en 1927 al aeropuerto de Cap Juby (Río de Oro), Saint-Exupéry hace su primera experiencia intensa del fenómeno del desierto, que dará lugar a una de sus imágenes preferidas. Aquí escribe su primer libro: Correo del Sur (1927). En 1929 es nombrado director de la compañía aeropostal argentina y responsable de la línea de Patagonia. Fruto de esta arriesgada actividad es la obra Vuelo nocturno (Premio Fémina 1931).

De 1931 a 1933 realiza vuelos nocturnos (de Casablanca a Port-Étienne), vuelos en hidroavión (de Marsella a Argelia) y vuelos de pruebas en Toulouse y Perpignan. Al intentar batir un récord de París a Saigón, cae en el desierto de Libia. Es salvado en situación extremadamente crítica el 1 de enero de 1936. En ruta de Nueva York a la Tierra de Fuego (febrero de 1938) sufre un accidente grave. Durante el período de convalecencia en Estados Unidos escribe Tierra de hombres (1939. Gran Premio de novela de la Academia Francesa). En 1938, inicia la redacción de Citadelle, densa obra que no lograría terminar y sería publicada póstumamente en 1948.

 

Un Brequet 14

En mayo de 1940 realiza la misión de guerra sobre Arras que describe en Piloto de guerra, obra escrita en el exilio de Nueva York (1941). En febrero y abril de 1943 publica, respectivamente, Carta a un rehén y El principito. El 31 de julio de 1944 fue abatido en Córcega momentos antes de regresar de la última misión bélica que -por insistente petición suya- se le había encomendado. «Desapareció en el cielo sin dejar rastro _escribe su esposa, Consuelo-. Fue una muerte como la que él necesitaba, una muerte hecha para él. Como un meteoro, apareció en esta tierra, irradió luz y luego se desvaneció pulverizado».

Esta intensa experiencia humana del joven Saint-Exupéry inspira sus diferentes obras, que narran tramas de hechos arriesgados pero, sobre todo, dejan testimonio de la preocupación del autor por clarificar el sentido de la existencia humana.

La primera obra -Correo del Sur- es la más plegada a los hechos, pero ya destaca una circunstancia espiritual: la lucha entre la tendencia a acogerse a la ternura del mundo femenino y la voluntad de entregarse al mundo varonil de la acción.

En Vuelo nocturno describe Saint-Exupéry las peripecias de un viaje pionero -el correo aéreo nocturno-, a fin de subrayar la importancia de una vida humana recia que sabe hacer frente a los mayores obstáculos. La figura admirable de Rivière quedará como prototipo de jefe entregado a su difícil tarea: «Obramos -pensaba Rivière- como si algo sobrepasase, en valor, a la vida humana», como si el hombre no hallara su finalidad en sí mismo sino en la entrega a algo superior que lo nutre y plenifica. A. Gide escribió sobre este libro:

«Le estoy reconocido, sobre todo, por evidenciar esa verdad paradójica, que es, a mi parecer, de una importancia psicológica considerable: que el hombre no en cuentra la felicidad en la libertad, sino en la aceptación de un deber. Cada uno de los personajes de este libro está total y ardientemente consagrado a lo que debe hacer, a esa tarea peligrosa en cuya realización encontrará -y sólo en ella- el descanso de la felicidad»6.

El avión es para Saint-Exupéry el instrumento que le permite abrirse al conocimiento de las vertientes más hondas del ser humano.

«La tierra nos enseña más sobre nosotros que todos los libros. Porque ella nos ofrece resistencia. El hombre se descubre cuando se mide con el obstáculo. Pero, para lograrlo, necesita un instrumento. Necesita un cepillo o un arado. El campesino, en su trabajo, arranca poco a poco algunos secretos a la naturaleza, y la verdad que obtiene es universal. De modo semejante, el avión, utensilio de las líneas aéreas, sumerge al hombre en todos los viejos problemas»7. «El avión, indudablemente, es como una máquina, pero ¡qué instrumento de análisis! Este instrumento nos ha descubierto el verdadero rostro de la tierra»8.

Ante la perspectiva angustiosa de una conflagración mundial, Saint-Exupéry se esfuerza por recordar a los hombres la necesidad de fortalecer las bases de su amenazada civilización. Este es el propósito de la obra Tierra de hombres. Para realizarse, el hombre necesita habitar, encontrar el abrigo de una casa, de una tierra propia, auténticamente humana9.

«Nuestra moral fue, durante la conquista, una moral de soldados. Pero ahora necesitamos colonizar. Necesitamos dar vida a esta casa nueva que no tiene todavía rostro. La verdad para el uno fue construir, para el otro es habitar. Nuestra casa se hará, sin duda, poco a poco más humana»10.

El secreto del habitar transitivo radica en fundar vínculos creadores con las realidades que le ofrecen al hombre campos de posibilidades de juego. La lógica interna de esta maravillosa forma de interacción lúdica queda patente de modo espléndido -apasionante para Saint-Exupéry- en la relación osmótica que tiene lugar entre el piloto y el avión.

«Con el agua y con el aire entra en contacto el piloto que despega. Cuando los motores están embalados, cuando el aparato hiende ya el mar contra un duro chapoteo el casco suena como un gong, y el hombre puede seguir este trabajo en el estremecimiento de su cuerpo. Siente cómo el hidroavión se carga de poder, segundo a segundo, a medida que gana velocidad. Siente cómo se prepara en esas quince toneladas de materia la madurez que permite el vuelo. El piloto cierra las manos sobre los mandos, y poco a poco en sus palmas huecas recibe este poder como un don. Los órganos de metal de los mandos, a medida que se les concede este don, se convierten en mensajeros de su potencia. Cuando ésta se halla madura, con un movimiento más simple que el de coger algo, el piloto separa el avión de las aguas y lo instala en los aires»11.

Pocos escritores han vivido con la intensidad que Saint-Exupéry la experiencia de interacción lúdica entre el piloto y el avión, experiencia que da lugar a una realidad relacional: el piloto en acto de pilotar, el avión en acto de ser pilotado.

«Todo este lío de tubos y cables se ha tornado red de circulación. Yo soy un organismo extendido en el avión. El avión produce mi bienestar cuando giro un botón que calienta progresivamente mis ropas y mi oxígeno. Y es el avión quien me alimenta. Antes del vuelo, todo esto me resulta inhumano, pero ahora, amamantado por el avión mismo, experimento por él una especie de ternura filial»12

Alghero, 1944

Esta vinculación entre el hombre y los seres del entorno adquiere, en el caso de la relación interpersonal, una importancia singular en orden al logro de la auténtica «tierra de los hombres». "El hombre no es más que un nudo de relaciones. Sólo las relaciones cuentan para el hombre"13. Saint-Exupéry subraya incesantemente que el hombre sólo llega a plenitud cuando participa de algo que lo desborda y, en casos, supera. De ahí la significación de clave de bóveda que otorga en Citadelle al concepto de "intercambio". "Yo no amo a los sedentarios de corazón. Los que no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un puñado de arena y los pierde"14.

La ruptura total del vínculo nutricio que une al hombre con los demás provoca una situación límite. Recobrar la unidad perdida, restablecer el encuentro es fuente siempre renovada de luz y de belleza. La contemplación de tal género de belleza y de luz confiere al capítulo VII de Tierra de hombres («En el corazón del desierto») un poder expresivo sobrecogedor. Los pilotos, a punto de perecer de inanición en la inmensa soledad del desierto, son avistados por un humilde beduino que les ofrece su más preciado tesoro: parte de su necesaria provisión de agua. Este gesto de absoluta generosidad produce la reconciliación definitiva de los dos hombres caídos en el desierto -situación límite de desarraigo- con la humanidad lejana.

"¡Ah! Habíamos perdido la pista de la especie humana, nos habíamos alejado de la tribu, nos encontrábamos solos en el mundo, olvidados por una migración universal, y he aquí que descubrimos, impresos en la arena, los pies milagrosos del hombre"15. "En cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, tú te borrarás sin embargo para siempre de mi memoria. No me acordaré más de tu rostro. Tú eres el Hombre y te me apareces con el rostro de todos los hombres a la vez. No nos has visto nunca y ya nos has reconocido. Eres el hermano bienamado. Y a mi vez, yo te reconoceré en todos los hombres". "Tú me apareces bañado de nobleza y de bondad, gran Señor que tienes el poder de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos en ti marchan hacia mí, y yo no tengo ya un solo enemigo en el mundo"16.

Tras la fulminante derrota francesa, al comienzo de la segunda guerra mundial, Saint-Exupéry, consciente de servir -por lo que toca a la actividad militar- a una causa perdida, se compromete en la urgente tarea de levantar la moral de sus compatriotas (Piloto de guerra, 1942) y restaurar su unidad quebrantada (Carta a un rehén, febrero 1943)17. En la congoja del exilio, aislado de nuevo en el «desierto» de la humillación patria, Saint-Exupéry suscita, en El principito (abril de 1943), la aparición súbita y brillante de su otro yo, la vertiente infantil que todos -hombres y pueblos- llevamos dentro y que, en la hora sombría en que hace crisis el mundo confiado de los objetos y posesiones, nos recuerda el valor inquebrantable de lo aparentemente efímero: el encuentro interhumano, la fidelidad a la flor débil e imperfecta del pequeño asteroide perdido en los espacios18. El principito representa el "alma vigilante", vertiente del hombre «que se ríe de los muros» y trasciende hacia las estructuras nucleares de los seres, los "conjuntos", los "nudos divinos que anudan las cosas"19.

He aquí la tarea decisiva, cuyos perfiles venía precisando Saint-Exupéry desde hacia años en una densa obra de acento bíblico: construir en el «desierto» la gran ciudad de los hombres, un lugar de fervor creador, de impulso vital, de convivencia. «Ciudadela, yo te construiré en el corazón del hombre». «Porque yo he descubierto una gran verdad. A saber, que los hombres habitan, y que el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de la casa»20. «El hombre -decía mi padre- es aquel que crea»21, que funda lugares de habitación en los que se delimita el espacio y se acoge al hombre- y ritos -que confieren al tiempo una cualificación y sentido peculiares-. El rito estructura la sucesión temporal de la vida comunitaria; alberga al hombre en el tiempo como la casa lo alberga en el espacio22.

«(...). Es bueno que el tiempo que se desliza no parezca que nos gasta y nos pierde como un puñado de arena, sino que nos lleva a plenitud. Es bueno que el tiempo sea una construcción. Así, yo voy de fiesta en fiesta, de aniversario en aniversario, de vendimia en vendimia, como iba, siendo niño, de la sala del consejo a la sala de estar en la amplitud del palacio de mi padre, donde cada paso tenía un sentido»23. «Yo recreo los campos de fuerza»24 .

Cuando Saint-Exupéry leyó unas cuartillas de Citadelle a varios amigos, éstos creyeron sobresaltados haber perdido al auténtico Saint-Exupéry, el fascinante relator de experiencias humanas. No advirtieron que ya sus obras anteriores intentaban descubrir el trasfondo de la realidad, adentrarse en el enigma de los acontecimientos básicos de la existencia. Lo que en estas obras era intuición fugaz, expresión aparentemente perdida en la fronda del relato, se hace en Citadelle tema de contemplación remansada. El paso de un estilo al otro viene dado por una narración luminosa, fruto de una imaginación creadora que penetra en el sentido de la vida al hilo de una descripción fantástica: El principito. El gran tema de esta obra consiste en proponer un cambio de actitud existencial frente a la realidad y el modo correlativo de lectura interpretativa de los fenómenos reales25. Tan grave apelación al hombre contemporáneo se inspira en una intuición básica, la de la vecindad que media entre la plenitud humana y la fidelidad creadora a todo aquello que constituye para el hombre una apelación fundamental: los deberes, los otros hombres, la propia tierra...

Con un estilo directo y transparente, Saint-Exupéry contribuyó a configurar un modo de literatura realista y poética a la par, cargada de fuerza simbólica y poder de penetración en la realidad más honda. Esta conjunción fue posible, sin duda, porque Saint-Exupéry tenía un sexto sentido para captar los fenómenos ambitales y descubrir la fecundidad del juego. Al plasmar ámbitos, surge el lenguaje poético, y, al ensamblarlos, se alumbra la luz del símbolo. Simbolismo y poesía no alejan de la realidad; la revelan, ponen brillantemente de manifiesto que el hombre alcanza las cotas más altas de su existencia cuando cumple las condiciones del auténtico encuentro. Las obras de Saint-Exupéry están tejidas de encuentros logrados y encuentros fallidos. Si adivinamos las razones profundas de tal fracaso y tal éxito, poseeremos una clave para descifrar el secreto del singular poder que muestran los escritos de este autor para transmitir la experiencia de la vida en un lenguaje denso y noble, que se preocupa por adquirir la belleza formal sin perder la inmediatez jugosa del reportaje y la elevación característica de la penetración filosófica.

Saint-Exupéry, hombre de acción incesante, consagró toda su vida a la tarea de «distinguir lo importante de lo urgente». «Es urgente, por supuesto, que el hombre coma, porque si no se nutre no es hombre y no se plantea problema alguno. Pero el amor y el sentido de la vida y el gusto de Dios son más importantes»26. «Yo creo firmemente en la verdad de la poesía»27.

De Saint-Exupéry, del curso de su vida y del acontecimiento fulgurante de su muerte, podría decirse lo que él escribió sobre el protagonista de Vuelo nocturno: «(...) Su hambre de luz era tal que remontó el vuelo»28. Saint-Exupéry consagró su gran poder intuitivo y su talento literario a la configuración de una ética humanista del amor, de la realización plena del sentido del hombre y de las cosas. Con intensidad creciente, intentó hallar el secreto de la plenitud humana, el que aúna las diferentes líneas de fuerza que integran la personalidad del hombre y le confieren su más alta justificación. Una y otra vez, este noble empeño se vio frenado en buena medida por la fascinación que ejercía el relativismo filosófico y el positivismo cientificista sobre el espíritu de Saint-Exupéry, que no contó, lamentablemente, con una sólida formación filosófica y religiosa. A lo largo de Citadelle, sin embargo, parece entrever en la trascendencia religiosa el polo que imanta las diversas vertientes de la compleja vida humana y las orienta hacia su definitivo logro: «Tu pirámide no tiene sentido si no termina en Dios. Porque éste se expande sobre los hombres después de haberlos transfigurado»29.

«Entonces comprendí que quien reconoce la sonrisa de la estatua o la belleza del paisaje o el silencio del templo a quien encuentra es a Dios. Pues supera el objeto para alcanzar la clave, y las palabras para oír el canto, y la noche y las estrellas para experimentar la eternidad. Porque Dios es, ante todo, sentido de tu lenguaje, y tu lenguaje, si cobra sentido, te muestra a Dios»30. «Muéstrateme, Señor, pues todo es duro cuando se pierde el gusto de Dios»31.

En qué medida este gran sensitivo de lo profundo que fue Saint-Exupéry hubiera podido llevar esta adivinación de lo religioso a una clarificación precisa y robusta en los años de madurez que le fueron negados es una cuestión abierta e insoluble. Cabe, no obstante, señalar que quien ha sabido descubrir las riquezas del «habitar», la «casa», la «ciudad» y la «catedral» estaba óptimamente dispuesto para comprender la Iglesia cristiana como el lugar por excelencia donde puede hacerse la experiencia luminosa de la fe en un Ser Supremo Personal. La función que desempeña este Ser en la vida humana es descrita por Saint-Exupéry en Citadelle de forma sugestiva y melancólica. «Me sobrevino una laxitud extrema. Y me pareció más simple decirme que estaba como abandonado de Dios. (...) Era exactamente la clave de bóveda lo que faltaba porque nada de mí podía ya servir»32. Muy en la línea del Kierkegaard de La enfermedad mortal, Saint-Exupéry vincula una y otra vez la situación desesperada del hombre actual y la ruptura de los vínculos básicos con la trascendencia. «(...) Tú lo has desimantado todo al deshacer este nudo divino que anuda las cosas»33.

4 Cf. Terre des hommes (Tierra de hombres), Gallimard, París 1939, p. 207.

5 Cf. O. cit., p. 206.

6 Cf. Vol de nuit, Prólogo, p. 11; Vuelo nocturno, J. Janés, Barcelona, 1951, p. 9.

7 Cf. Terre des hommes, p. 7.

8 Cf. O. cit., p. 70.

9 Habitar una casa, en sentido transitivo, significa darle vida mediante la creación de vínculos.

10 Ibid., p. 67.

11 Ibid., p. 69.

12 Cf. Pilote de guerre, Gallimard, París, 1942 pp. 36-37. (versión castellana: Piloto de guerra, Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1958, págs. 39-40.

13 Cf. Pilote de guerre, p. 154; Piloto de guerra, p. 147.. Los conceptos de "relación" y "vínculo" van estrechamente unidos, en Saint-Exupéry, con el de "participación": «EI oficio de testigo me ha causado siempre horror. ¿Qué soy yo si no participo? Para ser, necesito participar. Yo me alimento de la calidad de los compañeros (...). Forman, con su trabajo, su oficio, su deber, una red de vínculos (...). Y yo me embriago con la densidad de su presencia». «Admiro las inteligencias límpidas. Pero ¿qué es un hombre si le falta sustancia, si no es más que una mirada y no un ser?» (Pilote de guerre, p. 166; Piloto de guerra, pp. 158-159).

14 Cf. Citadelle, Gallimard, Paris, 1948, p. 38. Versión española: Ciudadela, Círculo de lectores, Barcelona, 1992; Alba, Barcelona 1997, p. 38.

15 Cf. Terre des hommes, p. 212.

16 Ibid., págs. 216-217.

17 Versión original: Lettre à un otage, Gallimard, Paris, 1944.

18 Recordemos que el libro va dedicado por el autor a un amigo que "vive en Francia, donde tiene hambre y frío". Cf. Le petit prince, Harbrace Paperbound Library, Nueva York 1943, 1971; El principito, Alianza Editorial, Madrid, 1971.

19 Cf. Citadelle, p. 263; Ciudadela, p. 243.

20 Cf. Citadelle, págs. 23,24; Ciudadela, págs. 24,25.

21 Ibid., p. 50; Ciudadela, p. 49.

22 Cf. Citadelle, p. 25; Ciudadela, p. 26.

23 Ibid., p. 25; Ciudadela, p. 26.

24 Ibíd., p. 26; Ciudadela, p. 28.

25 Leída con rigor, esta obra presenta en esbozo varios de los grandes temas del pensamiento existencial (Jaspers, Marcel, Heidegger).

26 Cf. Citadelle, p. 80; Ciudadela, p. 77.

27 Cf. Carnets, Gallimard, París 1953, p. 152.

28 Cf. Vol de nuit, p. 137; Vuelo nocturno, p. 126.

29 Cf. Citadelle, p. 229; Ciudadela, p. 212.

30 Ibid., p. 218; Ciudadela, p. 202.

31 Ibid., p. 198; Ciudadela, p. 184.

32 Ibid., p. 217; Ciudadela, p. 201.

33 Ibid., p. 320; Ciudadela, p. 296.


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