Los
escritores que se revelaron en Francia entre 1925 y 1930 escogieron
la novela no tanto para contar una historia cuanto para exponer
su concepción de la vida humana, su interna lucha por
descubrir la verdad. La novela, como género literario,
se acerca con ello sugestivamente al tratado ético, al
poema, al ensayo filosófico. Claramente influidos por
Charles Péguy y M. Barrès, estos escritores (G.
Bernanos, A. Malraux, A. de Montherlant, L. Aragon, J. Giono...)
forman una «generación ética» de muy
notables valores humanos. Por su temperamento, formación
y dedicación profesional, Saint-Exupéry se adhirió
decididamente a esta corriente.
Desde niño se mostró proclive a cultivar con igual
intensidad la acción y la contemplación, por su
afán de descubrir el sentido profundo de la vida a través
del compromiso creador. Su actividad como piloto -iniciada a
los 21 años- no fue para él primariamente una
experiencia aventurera de riesgo y dinamismo febril, sino una
forma privilegiada de relacionarse con la realidad y ver a la
debida distancia el mundo de los hombres y las cosas. «No
se trata de vivir peligrosamente -escribe-. Esta fórmula
es pretenciosa. (...) No es el peligro lo que amo. Yo sé
lo que amo. Es la vida»4.
«Por el avión se aleja uno de la ciudad y sus contables,
y se encuentra una verdad campesina (...). Se está en
contacto con el viento, con las estrellas, con la noche, con
la arena, con el mar. Se bandea uno astutamente con las fuerzas
naturales. Se espera el alba como el jardinero espera la primavera.
Se espera la escala como una tierra prometida y uno busca su
verdad en las estrellas»5.
Destinado en 1927 al aeropuerto de Cap Juby (Río de Oro),
Saint-Exupéry hace su primera experiencia intensa del
fenómeno del desierto, que dará lugar a
una de sus imágenes preferidas. Aquí escribe su
primer libro: Correo del Sur (1927). En 1929 es nombrado
director de la compañía aeropostal argentina y
responsable de la línea de Patagonia. Fruto de esta arriesgada
actividad es la obra Vuelo nocturno (Premio Fémina
1931).
De 1931 a 1933 realiza vuelos nocturnos (de Casablanca a Port-Étienne),
vuelos en hidroavión (de Marsella a Argelia) y vuelos
de pruebas en Toulouse y Perpignan. Al intentar batir un récord
de París a Saigón, cae en el desierto de Libia.
Es salvado en situación extremadamente crítica
el 1 de enero de 1936. En ruta de Nueva York a la Tierra de
Fuego (febrero de 1938) sufre un accidente grave. Durante el
período de convalecencia en Estados Unidos escribe Tierra
de hombres (1939. Gran Premio de novela de la Academia Francesa).
En 1938, inicia la redacción de Citadelle, densa
obra que no lograría terminar y sería publicada
póstumamente en 1948.
En
mayo de 1940 realiza la misión de guerra sobre Arras
que describe en Piloto de guerra, obra escrita en el
exilio de Nueva York (1941). En febrero y abril de 1943 publica,
respectivamente, Carta a un rehén y El principito.
El 31 de julio de 1944 fue abatido en Córcega momentos
antes de regresar de la última misión bélica
que -por insistente petición suya- se le había
encomendado. «Desapareció en el cielo sin dejar
rastro _escribe su esposa, Consuelo-. Fue una muerte como la
que él necesitaba, una muerte hecha para él. Como
un meteoro, apareció en esta tierra, irradió luz
y luego se desvaneció pulverizado».
Esta intensa experiencia humana del joven Saint-Exupéry
inspira sus diferentes obras, que narran tramas de hechos arriesgados
pero, sobre todo, dejan testimonio de la preocupación
del autor por clarificar el sentido de la existencia humana.
La primera obra -Correo del Sur- es la más plegada
a los hechos, pero ya destaca una circunstancia espiritual:
la lucha entre la tendencia a acogerse a la ternura del mundo
femenino y la voluntad de entregarse al mundo varonil de la
acción.
En Vuelo nocturno describe Saint-Exupéry las peripecias
de un viaje pionero -el correo aéreo nocturno-, a fin
de subrayar la importancia de una vida humana recia que sabe
hacer frente a los mayores obstáculos. La figura admirable
de Rivière quedará como prototipo de jefe entregado
a su difícil tarea: «Obramos -pensaba Rivière-
como si algo sobrepasase, en valor, a la vida humana»,
como si el hombre no hallara su finalidad en sí mismo
sino en la entrega a algo superior que lo nutre y plenifica.
A. Gide escribió sobre este libro:
«Le
estoy reconocido, sobre todo, por evidenciar esa verdad paradójica,
que es, a mi parecer, de una importancia psicológica
considerable: que el hombre no en cuentra la felicidad
en la libertad, sino en la aceptación de un deber.
Cada uno de los personajes de este libro está total
y ardientemente consagrado a lo que debe hacer, a esa tarea
peligrosa en cuya realización encontrará -y
sólo en ella- el descanso de la felicidad»6.
El avión es para Saint-Exupéry el instrumento
que le permite abrirse al conocimiento de las vertientes más
hondas del ser humano.
«La
tierra nos enseña más sobre nosotros que todos
los libros. Porque ella nos ofrece resistencia. El hombre
se descubre cuando se mide con el obstáculo. Pero,
para lograrlo, necesita un instrumento. Necesita un cepillo
o un arado. El campesino, en su trabajo, arranca poco a poco
algunos secretos a la naturaleza, y la verdad que obtiene
es universal. De modo semejante, el avión, utensilio
de las líneas aéreas, sumerge al hombre en todos
los viejos problemas»7.
«El avión, indudablemente, es como una máquina,
pero ¡qué instrumento de análisis! Este
instrumento nos ha descubierto el verdadero rostro de la tierra»8.
Ante la perspectiva angustiosa de una conflagración mundial,
Saint-Exupéry se esfuerza por recordar a los hombres
la necesidad de fortalecer las bases de su amenazada civilización.
Este es el propósito de la obra Tierra de hombres.
Para realizarse, el hombre necesita habitar, encontrar
el abrigo de una casa, de una tierra propia, auténticamente
humana9.
«Nuestra
moral fue, durante la conquista, una moral de soldados. Pero
ahora necesitamos colonizar. Necesitamos dar vida a esta casa
nueva que no tiene todavía rostro. La verdad para el
uno fue construir, para el otro es habitar. Nuestra casa se
hará, sin duda, poco a poco más humana»10.
El secreto del habitar transitivo radica en fundar vínculos
creadores con las realidades que le ofrecen al hombre campos
de posibilidades de juego. La lógica interna de esta
maravillosa forma de interacción lúdica queda
patente de modo espléndido -apasionante para Saint-Exupéry-
en la relación osmótica que tiene lugar entre
el piloto y el avión.
«Con
el agua y con el aire entra en contacto el piloto que despega.
Cuando los motores están embalados, cuando el aparato
hiende ya el mar contra un duro chapoteo el casco suena como
un gong, y el hombre puede seguir este trabajo en el estremecimiento
de su cuerpo. Siente cómo el hidroavión se carga
de poder, segundo a segundo, a medida que gana velocidad.
Siente cómo se prepara en esas quince toneladas de
materia la madurez que permite el vuelo. El piloto cierra
las manos sobre los mandos, y poco a poco en sus palmas huecas
recibe este poder como un don. Los órganos de metal
de los mandos, a medida que se les concede este don, se convierten
en mensajeros de su potencia. Cuando ésta se halla
madura, con un movimiento más simple que el de coger
algo, el piloto separa el avión de las aguas y lo instala
en los aires»11.
Pocos escritores han vivido con la intensidad que Saint-Exupéry
la experiencia de interacción lúdica entre el
piloto y el avión, experiencia que da lugar a una realidad
relacional: el piloto en acto de pilotar, el avión
en acto de ser pilotado.
«Todo
este lío de tubos y cables se ha tornado red de circulación.
Yo soy un organismo extendido en el avión. El avión
produce mi bienestar cuando giro un botón que calienta
progresivamente mis ropas y mi oxígeno. Y es el avión
quien me alimenta. Antes del vuelo, todo esto me resulta inhumano,
pero ahora, amamantado por el avión mismo, experimento
por él una especie de ternura filial»12
Alghero,
1944
Esta
vinculación entre el hombre y los seres del entorno adquiere,
en el caso de la relación interpersonal, una importancia
singular en orden al logro de la auténtica «tierra
de los hombres». "El hombre no es más que un
nudo de relaciones. Sólo las relaciones cuentan para
el hombre"13. Saint-Exupéry subraya incesantemente
que el hombre sólo llega a plenitud cuando participa
de algo que lo desborda y, en casos, supera. De ahí la
significación de clave de bóveda que otorga
en Citadelle al concepto de "intercambio".
"Yo no amo a los sedentarios de corazón. Los que
no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá
servido para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un
puñado de arena y los pierde"14.
La ruptura total del vínculo nutricio que une al hombre
con los demás provoca una situación límite.
Recobrar la unidad perdida, restablecer el encuentro es fuente
siempre renovada de luz y de belleza. La contemplación
de tal género de belleza y de luz confiere al capítulo
VII de Tierra de hombres («En el corazón
del desierto») un poder expresivo sobrecogedor. Los pilotos,
a punto de perecer de inanición en la inmensa soledad
del desierto, son avistados por un humilde beduino que les ofrece
su más preciado tesoro: parte de su necesaria provisión
de agua. Este gesto de absoluta generosidad produce la reconciliación
definitiva de los dos hombres caídos en el desierto -situación
límite de desarraigo- con la humanidad lejana.
"¡Ah!
Habíamos perdido la pista de la especie humana, nos
habíamos alejado de la tribu, nos encontrábamos
solos en el mundo, olvidados por una migración universal,
y he aquí que descubrimos, impresos en la arena, los
pies milagrosos del hombre"15. "En
cuanto a ti que nos salvas, beduino de Libia, tú te
borrarás sin embargo para siempre de mi memoria. No
me acordaré más de tu rostro. Tú eres
el Hombre y te me apareces con el rostro de todos los hombres
a la vez. No nos has visto nunca y ya nos has reconocido.
Eres el hermano bienamado. Y a mi vez, yo te reconoceré
en todos los hombres". "Tú me apareces bañado
de nobleza y de bondad, gran Señor que tienes el poder
de dar de beber. Todos mis amigos, todos mis enemigos en ti
marchan hacia mí, y yo no tengo ya un solo enemigo
en el mundo"16.
Tras la fulminante derrota francesa, al comienzo de la segunda
guerra mundial, Saint-Exupéry, consciente de servir -por
lo que toca a la actividad militar- a una causa perdida, se
compromete en la urgente tarea de levantar la moral de sus compatriotas
(Piloto de guerra, 1942) y restaurar su unidad quebrantada
(Carta a un rehén, febrero 1943)17.
En la congoja del exilio, aislado de nuevo en el «desierto»
de la humillación patria, Saint-Exupéry suscita,
en El principito (abril de 1943), la aparición
súbita y brillante de su otro yo, la vertiente infantil
que todos -hombres y pueblos- llevamos dentro y que, en la hora
sombría en que hace crisis el mundo confiado de los objetos
y posesiones, nos recuerda el valor inquebrantable de lo aparentemente
efímero: el encuentro interhumano, la fidelidad a la
flor débil e imperfecta del pequeño asteroide
perdido en los espacios18.
El principito representa el "alma vigilante", vertiente
del hombre «que se ríe de los muros» y trasciende
hacia las estructuras nucleares de los seres, los "conjuntos",
los "nudos divinos que anudan las cosas"19.
He
aquí la tarea decisiva, cuyos perfiles venía precisando
Saint-Exupéry desde hacia años en una densa obra
de acento bíblico: construir en el «desierto»
la gran ciudad de los hombres, un lugar de fervor creador, de
impulso vital, de convivencia. «Ciudadela, yo te construiré
en el corazón del hombre». «Porque yo he descubierto
una gran verdad. A saber, que los hombres habitan, y que el
sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido
de la casa»20.
«El hombre -decía mi padre- es aquel que crea»21,
que funda lugares de habitación en los que se
delimita el espacio y se acoge al hombre- y ritos -que
confieren al tiempo una cualificación y sentido peculiares-.
El rito estructura la sucesión temporal de la vida comunitaria;
alberga al hombre en el tiempo como la casa lo alberga en el
espacio22.
«(...).
Es bueno que el tiempo que se desliza no parezca que nos gasta
y nos pierde como un puñado de arena, sino que nos
lleva a plenitud. Es bueno que el tiempo sea una construcción.
Así, yo voy de fiesta en fiesta, de aniversario en
aniversario, de vendimia en vendimia, como iba, siendo niño,
de la sala del consejo a la sala de estar en la amplitud del
palacio de mi padre, donde cada paso tenía un sentido»23.
«Yo recreo los campos de fuerza»24
.
Cuando Saint-Exupéry leyó unas cuartillas de Citadelle
a varios amigos, éstos creyeron sobresaltados haber perdido
al auténtico Saint-Exupéry, el fascinante relator
de experiencias humanas. No advirtieron que ya sus obras anteriores
intentaban descubrir el trasfondo de la realidad, adentrarse
en el enigma de los acontecimientos básicos de la existencia.
Lo que en estas obras era intuición fugaz, expresión
aparentemente perdida en la fronda del relato, se hace en Citadelle
tema de contemplación remansada. El paso de un estilo
al otro viene dado por una narración luminosa, fruto
de una imaginación creadora que penetra en el sentido
de la vida al hilo de una descripción fantástica:
El principito. El gran tema de esta obra consiste en
proponer un cambio de actitud existencial frente a la realidad
y el modo correlativo de lectura interpretativa de los fenómenos
reales25.
Tan grave apelación al hombre contemporáneo se
inspira en una intuición básica, la de la vecindad
que media entre la plenitud humana y la fidelidad creadora a
todo aquello que constituye para el hombre una apelación
fundamental: los deberes, los otros hombres, la propia tierra...
Con un estilo directo y transparente, Saint-Exupéry contribuyó
a configurar un modo de literatura realista y poética
a la par, cargada de fuerza simbólica y poder de penetración
en la realidad más honda. Esta conjunción fue
posible, sin duda, porque Saint-Exupéry tenía
un sexto sentido para captar los fenómenos ambitales
y descubrir la fecundidad del juego. Al plasmar ámbitos,
surge el lenguaje poético, y, al ensamblarlos, se alumbra
la luz del símbolo. Simbolismo y poesía no alejan
de la realidad; la revelan, ponen brillantemente de manifiesto
que el hombre alcanza las cotas más altas de su existencia
cuando cumple las condiciones del auténtico encuentro.
Las obras de Saint-Exupéry están tejidas de encuentros
logrados y encuentros fallidos. Si adivinamos las razones profundas
de tal fracaso y tal éxito, poseeremos una clave para
descifrar el secreto del singular poder que muestran los escritos
de este autor para transmitir la experiencia de la vida en un
lenguaje denso y noble, que se preocupa por adquirir la belleza
formal sin perder la inmediatez jugosa del reportaje y la elevación
característica de la penetración filosófica.
Saint-Exupéry, hombre de acción incesante, consagró
toda su vida a la tarea de «distinguir lo importante de
lo urgente». «Es urgente, por supuesto, que el hombre
coma, porque si no se nutre no es hombre y no se plantea problema
alguno. Pero el amor y el sentido de la vida y el gusto de Dios
son más importantes»26.
«Yo creo firmemente en la verdad de la poesía»27.
De
Saint-Exupéry, del curso de su vida y del acontecimiento
fulgurante de su muerte, podría decirse lo que él
escribió sobre el protagonista de Vuelo nocturno:
«(...) Su hambre de luz era tal que remontó el vuelo»28.
Saint-Exupéry consagró su gran poder intuitivo
y su talento literario a la configuración de una ética
humanista del amor, de la realización plena del sentido
del hombre y de las cosas. Con intensidad creciente, intentó
hallar el secreto de la plenitud humana, el que aúna
las diferentes líneas de fuerza que integran la
personalidad del hombre y le confieren su más alta justificación.
Una y otra vez, este noble empeño se vio frenado en buena
medida por la fascinación que ejercía el relativismo
filosófico y el positivismo cientificista sobre el espíritu
de Saint-Exupéry, que no contó, lamentablemente,
con una sólida formación filosófica y religiosa.
A lo largo de Citadelle, sin embargo, parece entrever
en la trascendencia religiosa el polo que imanta las diversas
vertientes de la compleja vida humana y las orienta hacia su
definitivo logro: «Tu pirámide no tiene sentido
si no termina en Dios. Porque éste se expande sobre los
hombres después de haberlos transfigurado»29.
«Entonces
comprendí que quien reconoce la sonrisa de la estatua
o la belleza del paisaje o el silencio del templo a quien
encuentra es a Dios. Pues supera el objeto para alcanzar la
clave, y las palabras para oír el canto, y la noche
y las estrellas para experimentar la eternidad. Porque Dios
es, ante todo, sentido de tu lenguaje, y tu lenguaje, si cobra
sentido, te muestra a Dios»30.
«Muéstrateme, Señor, pues todo es duro
cuando se pierde el gusto de Dios»31.
En qué medida este gran sensitivo de lo profundo que
fue Saint-Exupéry hubiera podido llevar esta adivinación
de lo religioso a una clarificación precisa y robusta
en los años de madurez que le fueron negados es una cuestión
abierta e insoluble. Cabe, no obstante, señalar que quien
ha sabido descubrir las riquezas del «habitar», la
«casa», la «ciudad» y la «catedral»
estaba óptimamente dispuesto para comprender la Iglesia
cristiana como el lugar por excelencia donde puede hacerse la
experiencia luminosa de la fe en un Ser Supremo Personal. La
función que desempeña este Ser en la vida humana
es descrita por Saint-Exupéry en Citadelle de
forma sugestiva y melancólica. «Me sobrevino una
laxitud extrema. Y me pareció más simple decirme
que estaba como abandonado de Dios. (...) Era exactamente la
clave de bóveda lo que faltaba porque nada de mí
podía ya servir»32.
Muy en la línea del Kierkegaard de La enfermedad mortal,
Saint-Exupéry vincula una y otra vez la situación
desesperada del hombre actual y la ruptura de los vínculos
básicos con la trascendencia. «(...) Tú lo
has desimantado todo al deshacer este nudo divino que anuda
las cosas»33.
4
Cf. Terre des hommes (Tierra de hombres), Gallimard,
París 1939, p. 207.
5
Cf. O. cit., p. 206.
6
Cf. Vol de nuit, Prólogo, p. 11; Vuelo
nocturno, J. Janés, Barcelona, 1951, p. 9.
7
Cf. Terre des hommes, p. 7.
8
Cf. O. cit., p. 70.
9
Habitar una casa, en sentido transitivo, significa darle
vida mediante la creación de vínculos.
10
Ibid., p. 67.
11
Ibid., p. 69.
12
Cf. Pilote de guerre, Gallimard, París, 1942 pp.
36-37. (versión castellana: Piloto de guerra,
Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 1958, págs. 39-40.
13
Cf. Pilote de guerre, p. 154; Piloto de guerra,
p. 147.. Los conceptos de "relación" y "vínculo"
van estrechamente unidos, en Saint-Exupéry, con el de
"participación": «EI oficio de testigo
me ha causado siempre horror. ¿Qué soy yo si no
participo? Para ser, necesito participar. Yo me alimento de
la calidad de los compañeros (...). Forman, con su trabajo,
su oficio, su deber, una red de vínculos (...). Y yo
me embriago con la densidad de su presencia». «Admiro
las inteligencias límpidas. Pero ¿qué es
un hombre si le falta sustancia, si no es más que una
mirada y no un ser?» (Pilote de guerre, p. 166;
Piloto de guerra, pp. 158-159).
14
Cf. Citadelle, Gallimard, Paris, 1948, p. 38. Versión
española: Ciudadela, Círculo de lectores,
Barcelona, 1992; Alba, Barcelona 1997, p. 38.
15
Cf. Terre des hommes, p. 212.
16
Ibid., págs. 216-217.
17
Versión original: Lettre à un otage, Gallimard,
Paris, 1944.
18
Recordemos que el libro va dedicado por el autor a un amigo
que "vive en Francia, donde tiene hambre y frío".
Cf. Le petit prince, Harbrace Paperbound Library, Nueva
York 1943, 1971; El principito, Alianza Editorial, Madrid,
1971.
19
Cf. Citadelle, p. 263; Ciudadela, p. 243.
20
Cf. Citadelle, págs. 23,24; Ciudadela,
págs. 24,25.
21
Ibid., p. 50; Ciudadela, p. 49.
22
Cf. Citadelle, p. 25; Ciudadela, p. 26.
23
Ibid., p. 25; Ciudadela, p. 26.
24
Ibíd., p. 26; Ciudadela, p. 28.
25
Leída con rigor, esta obra presenta en esbozo varios
de los grandes temas del pensamiento existencial (Jaspers, Marcel,
Heidegger).
26
Cf. Citadelle, p. 80; Ciudadela, p. 77.
27
Cf. Carnets, Gallimard, París 1953, p. 152.
28
Cf. Vol de nuit, p. 137; Vuelo nocturno, p. 126.
29
Cf. Citadelle, p. 229; Ciudadela, p. 212.
30
Ibid., p. 218; Ciudadela, p. 202.
31
Ibid., p. 198; Ciudadela, p. 184.
32
Ibid., p. 217; Ciudadela, p. 201.
33
Ibid., p. 320; Ciudadela, p. 296.

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