GABRIEL ALBIAC:

Spinoza/Marx: el sujeto constructo.

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I


I. Althusser caracterizaba, hace dos décadas, el retorno a Spinoza en el pensamiento marxista como una vía para salir de Hegel: esto es, de la teleología histórica, de la esperanza en el sentido progresivo de la historia. Spinoza contra Hegel. En el límite: forja de una panoplia categorial al servicio del proyecto de un materialismo sin dialéctica.


II. Estos son -- muy esquemáticamente -- los términos del problema. Marx ha abordado en su obra dos operaciones que se presentan -- o pretenden presentarse -- como indisolublemente implicadas:

a) Una analítica de la relación llamada capital, como constituyente de las subjetividades de los agentes sociales que en ella operan: relación autorregulada de explotación y dominio.

b) Una programación, teóricamente fundada en las determinaciones materiales y no en la voluntad de los agentes -- que, como tal voluntad, es configurada por aquellas -- , de los procesos conducentes a la desagregación de esa relación y a su suplantación por otra, de nuevo tipo, a la que se da el nombre de comunismo. Ese programa se dice una teoría de la revolución y, en el texto de Marx, oscila entre la descriptiva determinista y la planificación voluntarista.

De algún modo, la continuidad entre a y b -- que Marx da casi siempre como obvia -- no ha sido, en rigor, teóricamente fundada. Ni por Marx, ni por sus continuadores. Sí, en la mayor parte de los casos, desplazada hacia la problemática -- por completo diferente -- de la armonización entre el desarrollo «ascendente» de las fuerzas productivas y la dialéctica rupturista de las relaciones de producción -- conforme a la metáfora del año 1859, cuyos efectos han sido esterilizadores para la historia del marxismo, en la medida en que conducentes a ocultar un problema bajo una alegoría.


III. Lo característico de la relación de poder a la cual Marx llama capital -- y de la cual obrero y capitalista no son sino funciones -- es el haber tenido que investir con su propia potencia configurativa un almacén de modelos relacionales ya preexistentes: precisamente aquellos en guerra con los cuales la relación-capital está forzada a consolidarse. El análisis es bien conocido. Ocupa los capítulos finales del libro I de El Capital, que Marx dedicara a determinar aquello que, por constituir la prehistoria de la relación es designado allí como acumulación originaria o primitiva. Su carácter propio: la violencia no codificada, como «partera» de los escombros del viejo.


IV. Al despotismo descodificado y primariamente brutal, que configura la acumulación primitiva, sigue la normalización (en sentido propio: el sometimiento a norma y garantía), a cuya conformación apunta toda la anomalía sobreexcedente del ejercicio externo de violencia:

«No basta, en efecto» -- escribirá Marx -- «con que aparezcan en un polo las condiciones de trabajo como capital y en el otro polo seres humanos que no tienen más que su fuerza de trabajo para vender. Tampoco basta con obligar a esos hombres a venderse voluntariamente. En el curso de la producción capitalista, se desarrolla una clase trabajadora que, por educación, tradición y costumbre, reconoce como leyes naturales evidentes las exigencias de ese modo de producción. La organización del proceso capitalista formado rompe toda la resistencia; la constante génesis de una sobrepoblación relativa sostiene la ley de la oferta y la demanda de trabajo y, por tanto, el salario, en unos carriles adecuados a las necesidades de valorización del capital: la muda constricción de las relaciones económicas sella el dominio capitalista sobre el trabajador. Sin duda, se sigue aplicando la violencia inmediata y extraeconómica, pero sólo excepcionalmente. Por lo que hace al curso corriente de las cosas, se puede confiar el trabajador a las 'leyes naturales de la producción', es decir, a su dependencia del capital, nacida de las condiciones mismas de la producción, y garantizada y eternizada por ellas»(1)

Es a eso -- y sólo a eso -- a lo que, en rigor, puede llamar Marx dictadura de la burguesía. Los aspectos jurídico-institucionales son, en este plano, anecdóticos.


V. Articulados por el salario a una ley del valor que -- en tanto que legislador práctico -- los normaliza, los sujetos combinados, en esta fase de consolidación de la relación capital, no son por ello menos preexistentes a su articulación. Si Marx la considera acabada en 1848, es porque la aparición en los acontecimientos revolucionarios de ese año de un partido proletario (en el sentido que el término «partido» tiene en el siglo XIX, como fracción social diferenciada) revela la emergencia de una subjetividad obrera con todas las características de un individuo compuesto y codificado.


VI. Convertida la ley del valor en condición general del sentido,

«el proceso de trabajo se convierte en el instrumento del proceso de valorización, del proceso de la autovalorización del capital: de la creación de la plusvalía. El proceso de trabajo se subsume en el capital (en su propio proceso) y el capitalista se ubica en él como dirigente, conductor; para éste es al mismo tiempo, de manera directa, un proceso de explotación del trabajo ajeno. Es a esto» -- concluye Marx -- «a lo que se denomina subsunción formal del trabajo en el capital. Es la forma general de todo proceso capitalista de producción, pero es, a la vez, una forma particular respecto al modo de producción específicamente capitalista desarrollado, ya que la última incluye la primera, pero la primera no incluye necesariamente la segunda»(2).

 


VII. Convendría subrayar aquí el aspecto notable de esta última conclusión marxiana. Claro es que lo que está describiendo Marx, bajo la designación de subsunción formal del trabajo en el capital, es precisamente la fase de capitalismo consolidado característica de las sociedades burguesas más desarrolladas de su tiempo: de un modo paradigmático, la inglesa. Todo está allí. Desde la recomposición de los últimos residuos precapitalistas bajo la hegemonía de la ley del valor, hasta la inmensa capacidad mistificadora de esta relación de dominio que se presenta bajo la forma de una libre transacción mercantil (formalizada en el salario), así como el modelo centralizado de Estado que garantiza su automatismo. Ningún referente histórico parece exigir de Marx la hipótesis de una variante más avanzada del modelo... Y, sin embargo..., sigue Marx,

«pese a todo ello, con ese cambio no se ha efectuado a priori una mudanza esencial en la forma real del proceso de trabajo, del proceso real de producción. Por el contrario, está en la naturaleza del caso que la subsunción del proceso laboral en el capital se opere sobre la base de un proceso laboral preexistente, anterior a esta subsunción suya en el capital y configurado sobre la base de diversos procesos de producción; el capital se subsume en un determinado proceso laboral existente»(3).


La relación laboral se normaliza, al apropiarse de los sujetos que la historia (que es su prehistoria) le da ya constituidos. El capitalismo alcanza su mayoría de edad cuando automatiza lo que en el período de la acumulación originaria era simplemente expropiación arbitraria, desposesión salvaje, concentración dineraria al margen de toda regla. La normalidad sucede a la anomalía, la legitimidad a la ley de la jungla, la plusvalía al robo. Todo es, ahora, conforme a ley. Conforme a valor. Y el ciclo de la reproducción se basta por sí sólo para garantizar -- «con muda constricción», dice Marx -- su continuidad ampliada.


VIII. ¿Qué lleva a Marx, entonces, a proponer y a proponerse la necesaria hipótesis de un modelo más complejo, de un paradigma en el que aun la normalización resultara, por obvia, desplazada por la puesta en juego de un mecanismo de constitución material de las subjetividades, que en nada precisa ya de categorías normativas o justificatorias? No hay constatación empírica -- en el contexto marxiano -- que fuerce tal paso. Es el modelo teórico, y sólo él, quien lo exige. De la violación a la norma, de la norma a la constitución. Tal parece ser la secuencia conceptual que la configuración del capital, como relación autodeterminativa y productora de los agentes que en ella se determinan, impone con la fuerza de una deducción formal. Y, así, el sorprendente cap. VI inédito del Libro I del Capital esboza ante sus lectores actuales la imagen de un imperio de determinaciones desubjetivadas que sólo la segunda mitad de nuestro siglo sería susceptible de ejemplificar.


IX. Marx lo llama subsunción real del trabajo en el capital, y lo caracteriza como relación capital pura, liberada de esas formas de su prehistoria que son las figuras de los capitalistas y los obreros individuables: producción socializada y abolición por sobresaturación de la forma-sujeto. La caracterización no puede ser más precisa. Recordaré aquí el pasaje en toda su extensión:

«Las fuerzas productivas sociales del trabajo directamente social, socializado (colectivizado) merced a la cooperación, a la división del trabajo dentro del taller; a la aplicación de la maquinaria y, en general, a la transformación del proceso productivo en aplicación consciente de las ciencias naturales, mecánica, química, etc. y de la tecnología etc., con determinados objetivos, así como los trabajos en gran escala correspondientes a todo esto (sólo ese trabajo socializado está en condiciones de emplear en el proceso directo de producción los productos generales del desarrollo humano, como la matemática, etc., así como, por otra parte, el desarrollo de esas ciencias presupone determinado nivel del proceso material de producción); este desarrollo de la fuerza productiva del trabajo objetivado, por oposición a la actividad laboral más o menos aislada de los individuos dispersos, etc., y con él la aplicación de la ciencia -- ese producto general del desarrollo social -- al proceso inmediato de la producción. Todo ello se presenta como fuerza productiva el capital, no como fuerza productiva del trabajo, en cuanto que éste es idéntico al capital, y en todo caso no como fuerza productiva ni del obrero individual ni de los obreros combinados en el proceso de producción. La mistificación implícita en la relación capitalista en general se desarrolla ahora mucho más de lo que se había y se hubiera podido desarrollar en el caso de la subsunción puramente formal del trabajo en el capital. Por lo demás, es aquí donde el significado histórico de la producción capitalista surge, por primera vez, de una forma palmaria (de una manera específica), precisamente merced a la transformación del proceso inmediato de producción y al desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo»(4).

 

 

X. Caracterizado por la subordinación en el proceso laboral de las subjetividades preconstituidas bajo la forma-individuo, el mundo de la subsunción formal es un patchwork en el que todas las piezas encajan en virtud de la constricción formal a que fuerza la ley universal de combinatoria que consagra al sujeto-burguesía mediante la materialización institucional de sus aparatos de poder (forma-Estado). La estructura armónica del mundo está hecha de la composición de elementos preexistentes. La voluntad de los agentes opera, así, como una guía fundante del sentido del conjunto. Cristalizada, bien en individuos simples (los sujetos humanos), bien en individuos compuestos (Estado o partidos), la voluntad de poder no conoce otro límite que el que esa ley de leyes que es la ley del valor le impone.


XI. Es característica de la fase de la subsunción real del trabajo en el capital, el haber consumado la revolución estricta que permite a la relación-capital salir, no ya de su prehistoria (acumulación primitiva), sino también de su protohistoria (subsunción formal). Si, en la primera, una violencia descodificada arrancó a las subjetividades de su territorialización precapitalista, si la segunda las normalizó bajo la presión constrictivo-consensuada del pacto, esta tercera fase, en la que hoy nos movemos de lleno, para nada precisa ya de intervenciones exteriores: ni decodificadoras ni normativas. El despotismo de la relación-capital en la fase de las subsunción real es materialmente constituyente de subjetividad, produce, literalmente, subjetividades en las cuales toda distinción entre tiempo de producción y tiempo de reproducción se desdibuja -- y, con ella, todo posible asomo de comportamiento subjetivo que no sea tiempo-capital, toda privacidad. También, toda palabra autónoma y, de algún modo, todo acontecer imprevisible. Ser constituido / ser aniquilado son los términos límites del horizonte de la subsunción real.


II


XII. Es precisamente en ese punto donde el análisis de Marx supone, a través de Fichte, un retorno al Spinoza sobre cuyo rechazo se abre el horizonte de la filosofía clásica alemana: aquel que inaugura la demarcación materialismo/idealismo propuesta en las Lecciones sobre el destino del sabio de Fichte. Es importante, en efecto, no perder de vista que, cuando Marx lo utiliza para designar su posición en filosofía, el término «materialismo» está fuertemente codificado por aquella alternativa irrebasable, definida por la primera lección de Jena del año 1794 como la contraposición entre un modelo para el cual el yo sea producto del no-yo y otro en el cual la originariedad absoluta del yo deba poner por sí misma el no-yo como su otro propio(5). La primera alternativa, anunciaba a sus alumnos Fichte, existe ya como sistema, recibe el nombre de materialismo y ha sido elaborada por Spinoza. La segunda, que aparece designada como idealismo, es propuesta por él como el gran proyecto de pensamiento a consumar por la generación presente. Schelling resumirá esa alternativa, de inmediato, en su forma límite: «De dos cosas una: o no-sujeto y objeto absoluto, o no-objeto y sujeto absoluto. ¿Cómo superar este conflicto?»(6).


XIII. ¿Qué es lo que alarma, tanto a Fichte como a Schelling (7) -- y, más tarde, a Hegel -- , en el acabamiento de ese spinozismo, caracterizado como «materialista»? Algo, sin duda, que afecta al proyecto esencial del idealismo clásico y lo cuestiona avant la lettre: la posibilidad de construir lo que Schelling designará como una metafísica de la libertad humana en tanto que absoluta autodeterminación fundante desde la perspectiva de una esencial «Vermögen des Guten und des Bösen»(8). La comprensión spinoziana de la centralidad del problema de la libertad se habría visto, así -- para Fichte y Schelling -- interferida por una hipótesis para ellos inaceptable: la derivación de la subjetividad humana como efecto configurado por la red del deseo imaginario. Su consiguiente quiebra de cualquier jerarquización ontológica y la necesaria reducción de la analítica del yo a términos idénticos a cuantos rigen la constitución y dinámica los entes finitos.
Exactamente aquello que Spinoza caracterizaba, programáticamente, como el proyecto de una ética que fuera una física que fuera una metafísica9.


XIV. Espinosa está, ahora, en el camino definitivo para poder comprender cómo la necesidad determinativa que rige toda -- absolutamente toda -- secuencia representativa de la consciencia es tan firme y anónima como la que guía la gota de lluvia que cae en este momento preciso sobre un preciso centímetro de terreno. Mas, si «el hombre está sujeto siempre necesariamente a las pasiones, y sigue el orden común de la naturaleza, obedeciéndolo y acomodándose a él cuanto lo exige la naturaleza de las cosas» (EIV4c.), ¿cómo definir la onticidad de esa cosa entre las cosas a la que llamamos sujeto humano? O, lo que acaso es previo, ¿cómo definir qué es cosa? Claro está que, ante todo, no substancia. Las cosas -- todas -- son en la substancia; no pueden ser, por tanto, substantivas. El recurso a la analogía, para dar razón de lo que metafóricamente llamará Aristóteles substancia física, está aquí inflexiblemente vedado. ¿Qué es ser des-substantivamente? -- se ha tenido que preguntar Spza., poniendo así en movimiento los sustratos de 22 siglos de metafísica.


XV. ¿Qué es ser ente? Estar, responde. Pugnar por la imposible permanencia, perseverar frente al occursus, frente a la resistencia polimorfa del infinito caudal determinativo del resto de los finitos entes. «Unaquaeque res, quantum in se est, in suo esse perseverare conatur». «Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser» (EIII6). Se esfuerza, escribe Spza.: conatur. El tópico -- de raíz hegeliana -- de la estaticidad o pasividad de la ontología spinozista pesa quizás, aún hoy, excesivamente a la hora de interpretar la rigurosa literalidad de la serie verbal elegida: conor + perseverare. El perseverare del que se habla a todo lo largo de la obra espinosiana, como ser propio de las cosas, es todo menos un estado de plenitud, un goce ya consumado, consumable siquiera. En sentido propio, ese perseverare no es sino el índice, fuertemente subrayado, de una carencia, de un horizonte fallido que es el de la cupiditas misma.


XVI. Consultemos el Léxico informatizado de la Ethica de Gueret-Robinet-Tombeur -- el del TP por Moreau ofrece resultados paralelos -- : de las dieciséis ocasiones en que se constata allí la aparición del infinitivo perseverare, en quince lo hace regido por el verbo principal conor (trece en la forma conatur y dos conamur); la única en la que aparece desligado de esa sobredeterminación (EIVPr.) es muy lateral respecto al uso fuerte del concepto. La serie conceptual spinoziana es, pues, conor perseverare. Y conor es inequívocamente un verbo de acción que indica tendencia a la consecución de algo -- carencia, pues, de ello -- . El diccionario da: «disponerse a», «tratar de», «esforzarse por»... Lo que es lo mismo: estar en la falla, ser lo fallido, no ser... La determinación que ese ver ejerce sobre el perseverare es absoluta. Ser ente es, pues, -- y es sólo -- esforzarse por permanecer. Y fracasar en ello. Enfrentarse -- occurrere -- al permanente riesgo, al choque con seres finitos y cadenas de seres finitos. Y, en él, al acecho omnipresente de la aniquilación -- cadena heterodeterminativa -- . Lógica del choque, del occursus. Lo que es lo mismo: lógica de la guerra y, en ella, primacía de la muerte como horizonte del ser. «Todas las cosas singulares son modos, por los cuales los tributos de Dios se expresan de cierta y determinada manera... esto es... cosas que expresan de cierta y determinada manera la potencia de Dios, por la cual Dios es obra, y ninguna cosa tiene en sí algo cuya virtud pueda ser destruida, o sea, nada que le prive d su existencia..., sino que, por el contrario, se opone a todo aquello que puede privarle de su existencia..., y, de esta suerte, se esfuerza cuanto puede y está a su alcance por perseverar en su ser» (EIII6d).


XVII. Al modo específicamente humano de ejercer ese conatus, lo llama la Ethica, diferenciadamente, cupiditas. Y dice de él -- y de ahí lo toma Lacan en nuestro texto -- que «es la esencia misma del hombre». Pero, atención, leamos el texto completo de la def. 1 de los afectos en la parte III de la Ethica, del cual está extraído: «Cupiditas est ipsa homines essentia, quatenus ex datâ quâqunque ejus affectione determinata concipitur ad aliquid agendum». Definición de la cupiditas -- pues es eso lo que se trata de definir y no la "esencia" humana, a la cual la Ethica no dedica una sola definición separada -- : «El deseo es la esencia misma del hombre... en cuanto es concebida como determinada a hacer algo en virtud de una afección cualquiera que se da en ella». Está muy claro. Sólo que eso -- determinación por afección externa -- no es una esencia.


XVIII. Ahí se abren, en mi opinión, los problemas más graves del spinozismo. Su radicalidad más honda, también. Porque hay que ser claros: essentia, en sentido propio, sólo puede decirse de las substantia. Y ello, tanto en la tradición aristotélica, como en el rigor spinoziano de la definición 4 de la Iª parte de la Ethica, conforme a la cual se entiende «por atributo aquello que el entendimiento percibe de una substancia como constitutivo de la esencia de la misma». Indudablemente, el desplazamiento de su uso a un ámbito no substancial, como es el de la cosa llamada hombre, no puede sino introducir importantes elementos de confusión, sobre los cuales se ha asentado el disparate de quienes tratan de configurar algo así como una «antropología spinoziana» -- esa contradictio in adjecto.


XIX. No podría, en todo caso, la referencia a la «esencia» de un modo -- hombre u otra cosa -- ser considerada, a la manera de lo tò tí én eínai aristotélico o de la quidditas escolástica, como un principio de individuación substancial, tal como lo defenderá un Suárez, al escribir que «la esencia y la forma del todo es lo mismo que la naturaleza de cada ser» (Disp. met., XV, XI, 4.). Como lo subrayara Deleuze, en Spza., «...p. 100...». La reciprocidad de la acción de los modos -- exigida por EI28 -- es, en efecto, aspecto decisivo de la definición de la esencialidad espinosiana de la potencia. La distancia respecto de la definición cartesiana de las tres substancias, se quiere aquí abismal. «Mi intención -- subraya Spza., tras su implacable demolición del modelo cartesiano de substancialización del yo -- ha sido sólo la de exponer la causa por la que no he dicho que pertenezca a la esencia de una cosa aquello sin lo cual esa cosa no pueda ser ni concebirse; ya que, evidentemente, las cosas singulares no pueden ser ni concebirse sin Dios, y, sin embargo, Dios no pertenece a su esencia. He dicho, en cambio, que constituye necesariamente la esencia de una cosa aquello dado lo cual se da la cosa y suprimido lo cual la cosa no se da. O sea, aquello sin lo cual la cosa -- y viceversa, aquello que sin la cosa -- no puede ser ni concebirse» (EII10sc.).


XX. Et vice versa... La reciprocidad -- llevada hasta el límite extremo e negar la entidad a la esencia sin cosa, eso es, de negar la esencia, en sentido propio -- constituye, pues el aspecto clave del planteamiento espinosiano del problema de la relación esencia/cosa. Un tratamiento que priva a la esencia de toda posibilidad, no sólo de preexistencia, sino aun de pervivencia formal al margen de la cosa concreta. Llámase esencia, pues, a la reciprocidad relacional de las potencias propias de las infinitas cosas que se encuentran ínsitas en la infinita red de cadenas causales a la cual llamamos Deus, Susbtantia o Natura. No estamos ante entidades -- ousiai -- subyacente que configuren al ser real como su verdadero óntos ón, su real realidad; sino ante una teoría de los entes físicos como sencillamente configurados en la lucha -- occursus -- , como únicamente existentes en el entrecruzarse enmarañado de las potencias en despliegue de combate -- a eso, por cierto, los griegos llamaban syntaxis. El existir real de la potencia, poniéndose a sí misma frente a toda alteridad, precede, pues, a toda esencia y la construye. «El esfuerzo [conatus] con que cada cosa intenta [subrayo el esencial matiz que introduce ahora ese "intenta", "conatur", aun a costa de una reiteración verbal, literariamente fea -- perseverar en su ser, no es nada distinto de la esencia actual de la cosa misma» (EIII7).


XXI. Debe apreciarse hasta qué punto la formulación es fuerte; hasta qué punto abole toda posibilidad de dotar de la menor autonomía o independencia relativa (no hablo ya de primacía) ontológica a esencia modal alguna. Aquello para lo cual la tradición reservaba la palabra essentia, es conatus, falla, esfuerzo fallido, relación agonal en el infinito escenario de encuentros ficticios -- puesto que todos mediados por la imaginatio -- , de campos de fuerzas y choques -- occursi -- que es la naturaleza, la red determinativa. Y a ese conatus capaz de decirse -- aun cuando sea bajo la forma desplazada de la imaginatio que es consustancial al lenguaje -- se da el nombre propio de cupiditas.. En nada escapa, por supuesto, al inmanente imperio de determinaciones que define al campo.


XXII«Es imposible», en efecto, «que el hombre no sea una parte de la naturaleza y que no pueda sufrir otros cambios que los inteligibles en virtud de su sola naturaleza, y de los cuales sea causa adecuada» (EIV4). Muy al contrario: la tensión en el juego de la multiplicidad, su ansia de no disolverse en su torbellino, de mantener la integridad a lo largo de roces y choques nos revela una realidad humana harto diferente a la de la plácida "reabsorción" surgida por las interpretaciones neoplatonizantes del spinozismo. «La potencia del hombre, en cuanto explicada por su esencia actual, es una parte de la infinita potencia, esto es, de la esencia de Dios o la naturaleza» (EIV4). Muy bien. Salvo por una cosa: que las esencias no tienen partes. Y que ese estar un ente junto -- y, por tanto, frente -- a otro, nada tiene de esencial. El final del pasaje e la Ethica, por lo demás, así sugiere a cualquiera que sepa leerlo. Reducción al absurdo: «Además, si fuese posible que el hombre no pudiera sufrir otros cambios que los inteligibles en virtud de la sola naturaleza del hombre mismo, se seguiría que no podría perecer, sino que existiría siempre necesariamente» (Ibid.).


XXIII. No sólo, pues, la limitación, el conflicto -- occursus -- . También la indecible muerte -- esa en cuya nominación ningún hombre libre puede perder un instante, porque de ella sabe que es innominable -- tiene la misma fuente: la esencialidad relacionalidad conflictiva, la necesaria determinación causal, que, como a todas las demás cosas, define al hombre en el mundo. No hay escape para ello. Todo intento de salvar a los hombres de su destino esencial de ser cosas entre cosas, cosas en conflicto necesario con cosas, está teóricamente condenad al más penoso de los fracasos:

Pues, «si fuera posible que el hombre no pudiera sufrir otros cambios que los inteligibles en virtud de la sola naturaleza del hombre mismo y, consiguientemente, si fuera posible... que existiese siempre necesariamente, ello debería seguirse... de la infinita potencia de Dios; y, por consiguiente, debería deducirse de la necesidad de la naturaleza divina, en cuanto se la considerase como afectada por la idea de un hombre, el orden de toda la naturaleza, en cuanto concebida bajo los atributos de la extensión y el pensamiento; y, de esa manera..., se seguiría que el hombre sería infinito, lo cual es absurdo... Así pues, es imposible que el hombre no sufra otros cambios que aquellos de los que es causa adecuada él mismo» (EIV4dem.).


III

 

XXIV. Estructurada como una «política de lo imaginario» -- la fórmula es de A. Negri (10) -- , la metafísica spinoziana es, ante todo, una ontología de la potencia constituyente de la Substancia/Naturaleza/Dios (11). Y, a su través, una ontología de los procedimientos constituyentes de los entes finitos, entre los cuales la subjetividad humana. Es la esencial ruptura que yace en su propuesta: los hombres son composiciones finitas de potencia regidas por la mecánica del deseo que los configura a través de la red representativa de la imaginación. Todos los malentendidos o distorsiones de la filosofía clásica provienen de ahí: «la mayor parte de los que han escrito acerca de los afectos y la conducta humana, parecen tratar no de cosas naturales que siguen las leyes ordinarias de la naturaleza, sino de cosas que están fuera de ésta. Más aún, conciben al hombre, dentro de la naturaleza, como un imperio dentro de otro imperio. Pues creen que el hombre perturba, más bien que sigue, el orden de la naturaleza, que tiene una absoluta potencia sobre sus acciones y que sólo es determinado por sí mismo»(12). El concepto de libre albedrío, de tales supuestos derivado, es una expresión carente de sentido, ya que la voluntad misma no es sino el efecto que deriva de un deseo imaginario que a sí mismo se ignora. «Y, si no queremos incurrir en una gran tontería, debe necesariamente concederse que esa decisión del alma que se cree ser libre, no se distingue de la imaginación o del recuerdo mismo, y no es más que la afirmación implícita en la idea, en cuanto que es idea. Y, de esta suerte, tales decisiones surgen del alma con la misma necesidad que las ideas de las cosas existentes en acto. Así pues, quienes creen que hablan, o callan, o hacen cualquier cosa, por libre decisión del alma, sueñan con los ojos abiertos»(13).


XXV. Puede entonces comprenderse, hasta qué punto el cap. VI inédito debiera ocupar un nudo estratégico en la estructura del Capital de Marx: precisamente el que corresponde a la recuperación de lo que el mundo postfichteano entiende por materialismo: el spinozismo de la constitución material de la subjetividad como composición conflictiva de potencias. Queda una pregunta por hacer, y su respuesta no es fácil: ¿por qué su supresión en la versión definitiva del libro I del Capital, una supresión que, por lo demás, podemos establecer como acometida en el último momento? Puesto que no es posible operar aquí sino en hipótesis, planteémonos las pregunta en otros términos: ¿qué costes buscaría eludir el texto marxiano mediante la omisión de la categoría materialista de subsunción real?


XXVI. A título de hipótesis plantearé sólo que el spinozismo estricto que supone la categoría de subsunción real del capital en el trabajo, pone fuera de juego dos principios esenciales del pensar idealista: la visión del mundo como producto teleológico del yo absoluto y la consiguiente originariedad ontológica del libre albedrío. A partir de ahí, la política cuya fundamentación trataría de abordar Marx en El Capital, debería articularse como una analítica de las determinaciones subjetivamente constituyentes de la relación capital, al margen de cualquier finalidad u orientación finalista. Pero, ¿cómo estructurar un política revolucionaria sin finalidad y sin sujeto? Planteado de otro modo: ¿cómo es posible la prolongación de una analítica materialista de la relación capital en una teoría de la subjetividad revolucionaria que no se deslice necesariamente hacia supuestos idealistas?


XXVII. No creo que sea otro el problema último de la crisis esencial del pensar marxista del final del siglo XX.

1El Capital

2Capital; Cap. VI inéd.

3Ibíd.

4 Ibid.

5 FICHTE:...

6 SCHELLING: Briefe über Dogmatismus und Kritizismus, carta IV.
7 SCHELLING: Freiheitschrift...:

"La espantosa verdad es que toda, absolutamente toda la filosofía que sólo sea puramente racional, es o llega a ser spinozismo!".

8 SCHELLING, F.W.J.: Philosophische untersuchungen über das Wesen der menschlichen Freiheit und die damit Zusammenhängenden Gegenstände; in Sämtliche Werke, Stuttgart, 1860, Bd. IV, p. 352.
9 Correspondencia con G. Blyemberg...

10 La anomalia selvaggia...

11 "La potencia de Dios es su esencia misma". E.1,p.34.


12 E.3.Pr.

13 E.3.p.2.s.

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